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lo fuese la capital, por temor á la influencia siniestra del Consejo. La junta de Sevilla habia propuesto á Ciudad Real, y á esto se inclinaban muchos; pero la circunstancia de haberse reunido un buen número en Aranjuez resolvió la cuestion, acordándose tener las primeras sesiones en aquel real sitio. En efecto, despues de algunas conferencias preparatorias para el exámen de poderes y arreglo de ceremoniales, el 25 de setiembre de 1808 se instaló solemnemente en el palacio real de Aranjuez el nuevo gobierno nacional bajo la denominacion de Junta Suprema Central gubernativa del reino, compuesta de dos diputados nombrados por cada una de las de provincia ("). Fué elegido presidente

(1) Constituyeron la Central al tiempo de su formacion los individuos y por las provincias siguientes:

Por Aragon: don Francisco de Palafox; don Lorenzo Calvo de Rozas.

Por Asturias: don Gaspar Melchor de Jovellanos; el marquéз de Campo Sagrado.

Por Castilla la Vieja: don Lorenzo Bonifaz Quintano.

Por Cataluña: el marqués de Villel; el marqués de Sabasona.

Por Córdoba: el marqués de la Puebla; don Juan de Dios Rabé. Por Extremadura: don Martin de Garay; don Felix de Ovalle.

Por Granada: don Rodrigo Riquelme; don Luis Ginés de Funes y Salido.

Pur Jaen: don Sebastian de Jócano; don Francisco de Paula Castanedo.

Por Mallorca é Islas adyacentes: don Tomás de Verí; don José

Zanglada de Togores.

Por Murcia: el conde de Floridablanca; presidente interino; el marqués del Villar.

Por Sevilla: el arzobispo de Laodicea; el conde de Tilly.

Por Toledo: don Pedro de Ribero; don José García de la Torre. Por Valencia: el conde de Contamina.

Los de Leon, don Antonio Valdés, y vizconde de Quintanilla, se hallaban, como hemos dicho, arrestados por el general Cuesta en el alcazar de Segovia.-Concurrieron después à la junta, por Castilla la Vieja don Francisco Javier Caro, catedrático de la Universidad de Salamanca: por Galicia el conde de Gimonde, y don Antonio Aballe: por Madrid, el conde de Altamira, y don Pedro de Silva, patriarca de las Indias; este falleció lu go en Aranjuez y no fue reemplazado; por Navarra, don Miguel de Balanzá

el anciano y respetable conde de Floridablanca, que lo era por Murcia, y secretario don Martin de Garay, vocal de la de Extremadura. Personage de todos conocido y altamente reputado el primero, nada podriamos decir aquí de él que no fuera repetir lo que en tantos lugares de nuestra historia queda consignado. El segundo era hombre de instruccion, práctica y manejo de negocios, y muy propio para aquel cargo. Pertenecian á la junta hombres ilustres y de esclarecida fama, tal como don Gaspar Melchor de Jovellanos, cuyo solo nombre nos dispensa de recordar á nuestros lectores todo lo que de él hemos pregonado en nuestra obra, y es de notoriedad sabido. Era tambien vocal el antiguo ministro de Marina, bailío don Antonio Valdés. Los demás, aunque pertenecientes á las clases mas distinguidas del estado, como altas dignidades de la Iglesia, de la magistratura y de la milicia, grandes de España y títulos de Castilla, eran buenos repúblicos, pero sus nombres, en general poco conocidos de ántes, habian comenzado á sonar con ventaja en la revolucion.

Fué generalmente recibida con aplauso la noticia de la instalacion de la Central, si se esceptuan algunas juntas que sentian ver mermadas su importancia y sus atribuciones, é intentaron, aunque en vano, conservarlas á costa de coartar y rebajar las de los diputados

y don Carlos de Amatria: por Va- do después por el marqués de la lencia, el príncipe Pío, que falle- Romana. ció en Aranjuez, y fué reemplaza

de la Suprema. Por su parte el Consejo cumplió, aunque perezosamente, la órden de ésta de prestarle juramento de obediencia todos sus individuos, y de espedir las cédulas y provisiones correspondientes á los prelados, cabildos, superiores de las órdenes, tribunales y demas corporaciones eclesiásticas y civiles, para que reconociesen y se sujetasen en todo á la nueva autoridad soberana (30 de setiembre). Mas por no dejar de poner reparos y buscar medios de disminuir un poder que absorbia el suyo, significó su deseo de que se adoptaran las tres medidas siguientes: 1. que el número de vocales de la Junta se redujese al de las regencias en los casos de menor edad de los reyes, segun la ley de Partida, es decir, á uno, tres ó cinco: 2.a que se disolvieran las juntas de provincias: 3.a que se convocaran Córtes conforme al decreto de Fernando VII. en Bayona.-En la primera se contradecia el Consejo á sí mismo, puesto que no hacía mucho que queriendo él erigirse en centro de gobierno superior habia escitado á los presidentes de las juntas á que viniesen á unírsele, juntamente con otras personas que aquellas delegasen, lo cual no era menos contrario á la ley de Partida que la Junta Central. -La segunda, esto es, la extincion de las juntas provinciales, sobre envolver ingratitud á los servicios que acababan de prestar, era prematura y perjudicial en aquellos momentos, en que tan útiles podian ser todavía, bien que con mas limitadas facultades. En cuanto á la tercera, que en verdad

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era bien estraño la propusiera el Consejo, exigia mas preparacion, mas espacio y mas desahogo que el que entonces tenia la nacion.

Halló no obstante esta última idea eco y apoyo en algunos individuos de la Junta, y principalmente en el ilustre Jovellanos, en cuyo sistema de gobierno, y como necesidad de que hubiese un poder intermedio entre el monarca y el pueblo, entraba la convocacion y reunion de Córtes. Asi fué que desde las primeras sesiones propuso dos cosas, á saber, que desde principio del año inmediato se nombrase una regencia interina, subsistiendo la Junta Central y las provinciales, aunque reducidas en número, y en calidad de auxiliares de aquella, y que tan pronto como la nacion se viera libre del enemigo se reuniera en Córtes, y si esto no se verificase ántes, para el octubre de 1810. Pero contrario al parecer de Jovellanos era en este punto el del presidente, conde de Floridablanca, á quien vimos en los últimos años de su ministerio, asustado ante los escesos de la revolucion francesa, mirar con recelo y oponerse á toda reforma que tendiera á dar ensanche al principio popular, y trabajar con decision y ahinco en favor del poder real y absoluto. Estas mismas ideas sustentaba el venerable anciano en la Junta. Formaban, pues, en ella dos partidos estos dos respetables varones; pero arrimábase mayor número de vocales al de Floridablanca, como mas conforme á sus antiguos hábitos. Así fué que tanto por esta razon, como por

temor de perder la Junta en autoridad, y alegando ser mas urgente tratar de medidas de guerra que de reformas políticas, la propuesta de Jovellanos, y por consecuencia la del Consejo, de buena ó mala fé hecha por parte de éste, no fué admitida por la mayoría, ó al menos se suspendió resolver sobre ella para mas adelante. Las otras insinuaciones del Consejo se llevaron muy á mal, y no insistió sobre ellas.

Dividióse la Junta para el mejor órden y despacho de los negocios en cinco secciones, tantas como eran entonces los ministerios, debiendo resolver los asuntos graves de cada una en junta plena. Al mismo efecto se creó una secretaría general, cuyo cargo se confirió al afamado literato y distinguido patricio don Manuel José Quintana, á cuya fácil y vigorosa pluma se encomendaba la redaccion de los manifiestos, proclamas y otros documentos que tenia que espedir la central: atinado acuerdo, con el cual ganó crédito la corporacion, si no por sus providencias, siquiera por la dignidad de su lenguage. No fueron en verdad aquellas muy propias para adquirir prestigio: pues sobre haber comenzado por dar tratamiento de Magestad al cuerpo, de Alteza al presidente, de Excelencia á los vocales, por decorar sus pechos con una placa que representaba ambos mundos, y por señalarse un sueldo de 120,000 rs. para cada individuo; sobre faltarle actividad y presteza en las resoluciones, las que tomó en el principio no la acreditaban para con los hombres

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