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El 27 de julio comenzó á aparecer el primer cuerpo del ejército francés sobre la elevada llanura que domina la izquierda del Alberche. Por entre los olivos y moreras del terreno que ocupaba el ejército combinado entreveía aquél sus maniobras sin poder distinguir si tomaba posicion ó se retiraba. Conocedor del terreno el mariscal Victor, fué el encargado por José de franquear el rio, como lo hizo, cayendo tan precipitadamente sobre la division que mandaba el general inglés Mackenzie que la obligó á replegarse con algun desórden, faltando poco para que quedára prisionero el mismo sir Arturo Wellesley que á su proximidad. se hallaba. Pasaron los demas cuerpos el rio, y desplegándose por el camino real de Talavera, cerca ya de anochecer acometieron é hicieron retroceder con cierto azoramiento algunos batallones españoles é ingleses, conteniendo solo á aquellos el fuego de nuestra artillería. A las nueve de la noche atacaron nuestra izquierda con bastante impetuosidad, siendo al fin re

pre bastante divergencia asi en los partes oficiales de los gefes como en las histo ias de pueblos ó partidos interesados en ia lucha, disminuyendo las propias y aumentando las contrarias. En este, como en los infinitos casos analogos, es difícil at historiador desapasionado averiguar la verdad con esactitud, por mas datos que consulte, y por mas que coteje los que en opaesto s ntido suministra cada parte. Los franceses confiesan haber llevado á

esta batalla 45,000 hombres: calculan en 66,000 el ejército anglo-hispano, sin contar el cuerpo que mandiba Venegas, si bien añaden, con cierto aire de desprecio al ejercito español, que de ellos solo 26,000 eran verdaderos soldados: tanto peor para ellos, si por tales soldados eran vencidos. Escusado es decir que tenemos la cifra que fijamos, si no por rigurosamente exacta, al menos por la mas verosimil,

chazados por los ingleses; y una falsa alarma que á las doce de la noche se esparció por el campo español dió ocasion á un confuso tiroteo que duró algun rato. Amaneció al fin el 28 (julio), que con razon un historiador y hombre de Estado francés llama «dia memorable en sus guerras con España;» y deseoso Victor de reparar el poco éxito de las tentativas del anterior, resolvió atacar vigorosamente el centro de que principalmente intentaba apoderarse, haciendo concurrir á este movimiento las divisiones Ruffin, Lapisse y Villatte. La escogida division Lapisse encargada de tomar la altura «pagó (son palabras de un historiador francés) con »una pérdida enorme su atrevido ataque y su brillan»te retirada. Cerca de quinientos hombres por cada »regimiento, ó lo que es lo mismo, mil quinientos por » toda la division, quedaron tendidos en las gradas de aquel cerro fatal, contra el que habian ido á estre»llarse dos ataques sucesivos ejecutados con estraordi»nario heroismo.»

A las diez de la mañana, vacilante el rey José en la duda de si convendria ó nó continuar la batalla, lo consultó con Jourdan y con Victor. El primero, esperto y prudente, y apoyado en muy atendibles razones, opinó por la suspension, al menos hasta que el mariscal Soult con sus tres cuerpos reunidos corriéndose por Plasencia tomára la retaguardia al ejército anglo-hispano. El segundo, mas ardoroso y mas confiado en sí mismo, respondió, que si el rey que

ria atacar la derecha y centro enemigo con el 4.° cuerpo, él se comprometia á desalojarle del disputado cerro, añadiendo que si esto no se conseguía con tropas como las suyas, era preciso renunciar á hacer la guerra. Cuando José fluctuaba entre el consejo de la prudencia y el del ardor, recibió una carta de Soult anunciándole que no podria estar en Plasencia hasta el 3 ó el 5 de agosto. Y como por una parte temiera que Victor dijera á Napoleon que le habian hecho perder la mejor ocasion de destruir á los ingleses, y por otra supiese que Venegas se aproximaba á Toledo y Aranjuez, y recelara verse cortado en su retirada á la capital, resolvióse, antes que á dividir las fuerzas para acudir á este peligro, á aven turar la batalla, en cuya virtud se decidió á atacar inmediatamente, pero por pronto que se trasmitieron á cada cuerpo las órdenes del estado mayor, no se principió á ponerlas en ejecucion hasta las dos de la tarde.

No nos empeñarémos nosotros en apurar con precision y exactitud el pormenor de los movimientos y evoluciones ejecutadas por cada parte en esta batalla, ni nos afanaremos por concordar las variaciones que en las diferentes relaciones de ella se observan, ni en averiguar si la division Ruffin atacó la izquierda de los ingleses antes que Sebastiani 6 Lapisse se dirigieran contra la derecha ó centro de los españoles, ni si tomaron ó perdieron una ó mas veces una altura que se disputara, ni si resistió tal cuerpo los disparos de

metralla ó rechazó mejor que otro una carga de caballería. Lo que á nuestro propósito hace es saber, y que en esto convengan propios y estraños, que en el combate de aquel dia, el mayor que en esta guerra se habia dado, por el número de combatientes, y solemnizado con la presencia del rey José, ingleses y cspañoles rivalizaron en denuedo y bizarría; y si bien hubo momentos en que estuvo comprometida la suerte de la batalla para los aliados, merced á los heróicos esfuerzos de los ginetes y á los certeros disparos de la artillería rehiciéronse y tomaron ascendiente sobre el enemigo hasta obligarle á retirarse con considerable pérdida: retirada que fué después objeto de vivas contestaciones entre los generales Victor y Sebastiani, pretendiendo cada uno haberse retirado porque el otro habia abandonado su posicion; retirada que unos sostienen haberse verificado por órden del rey José, y que el mariscal Jourdan afirma haberse hecho sin necesidad, sin órden del gefe del ejército y contra su voluntad: reyertas que patentizan un vencimiento que les costaba trabajo confesar.

La pérdida de los franceses, además de 16 cañones que dejaron en nuestro poder, fué (ponemos la cifra de sus propias historias) de 944 muertos, 6,294 heridos, y 156 prisioneros: entre los muertos se con~ taba el bravo general Lapisse, y entre los heridos ocho coroneles y un general de brigada. Tuvieron los ingleses entre muertos, heridos y prisioneros mas de

6,000, contándose entre los muertos los generales Mackenzie y Langworth. En 1,200 hombres consistió la de los españoles, siendo de los heridos el general Manglano. Porque unos cuerpos españoles habian flaqueado la víspera, intentó el general Cuesta diezmarlos, y aun comenzó la sangrienta ejecucion, en términos que llevaba ya sacrificados cincuenta hombres, y no sabemos hasta dónde hubiera llevado su ferocidad, si intercediendo .el general inglés no hubiera amansado sus iras. Tál fué el resultado de la célebre batalla de Talavera de la Reina (28 de julio, 1809) La Junta Central española nombró á sir Arturo Wellesley capitan general de ejército, y el gobierno británico le dió el título de vizconde de Wellington, con que en adelante le conoceremos. Entre otras gracias que la Central otorgó á los gefes españoles que más se habian distinguido, fué una la gran cruz de Cárlos III. con que condecoró al general Cuesta ").

(4) Fué esta batalla causa de muchas y muy graves discordias entre los frances s. No solo hubo acres y mútuas increpaciones sobre la retirada ent e Victor y Sebastiani, sino tambien entre el mariscal Victor y el rey José, asegurando aquél haberlo hecho por orden de este, negando éste haber dado semejante orden. Por otra parte, Napoleon reconvino agria y duramente a su hermano José por sus disposiciones para la batalla, y entre tras cosas decia, el plan de hacer venir á Soult sobre Plasencia era fatal y contra todas las reglas, que te

nia todos los inconvenientes y ninguna ventaja, y concluia diciendo: «No se entiende una palabra de los grandes movimientos de la guerra en Madrid.» Pere añaden, que cuando José fué á París al bautizo del rey de Roma, tuvo con Napoleon una larga conferencia sobre esta batalla de Talavera, y que en ella le convenció de la conveniencia de su plan, tanto que le dijo el emperador: «Pues ahora digo que no debiste contentarte con dar á Soult la órden de marcha por medio del general Foy, sino que debiste enviarle dos, tres, cua

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