genealogistas pretenden explicar el orígen de esta ilustre familia, est acaso la más probable la que refiere que proviene de dos hermanos, llamados Hugo y Beltran, descendientes de Enrique I de Francia, los cuales acudieron solícitos, bien directamente desde esta nacion, ó mejor aún, desde el reino de Aragon, donde habian sido espléndidamente heredados por Jaime I (1), al llamamiento general hecho por Alfonso XI de Castilla para atajar el creciente vuelo que iban tomando las armas sarracenas. Es lo cierto, que la Crónica de este Rey (2) tratando del órden con que dispuso sus huestes en la batalla del Salado, dice que dió el pendon de la Cruzada, que envió el Papa, á un caballero francés que decian Don Yugo, mandándole que lo llevase cerca de su pendon; y añade: «et este caballero era buen christiano et ome de buena vida et moraba en Ubeda, et el Rey lo ficiera caballero antes desto et lo casó.>> De este caballero Don Hugo hace capítulo particular Argote de Molina en su Nobleza de Andalucía (3), y dice: «Consta por tradiciones y memorias antiguas que Don Hugo, caballero francés, alférez mayor en esta batalla (la del Salado) del pendon de la Santa Egidio Ruiz: hic obsequiis Ludovici de Guthman magistri Calatrauæ deditus fit diues, et ulteriora sequitur divitiarum vestigia ex rei rusticæ cultura atque proventum uberiorem securioremque exitum indicantia. Favit labori fortuna ita ut agros emere, colonos habere, rem in dies exagerare magis posset. Hinc auctis opibus emit rus campestre, cui indicta erat apellatio ex cauea ruris, quod cueua diceretur: ita ut inde cognomentum foret hæredi filio Didaco de la Cueba, viro bellaci atque strenuo militiam præferenti paterno labori; quod haud inuito parente fecit: imo equos habere electos, arma exercere, militaribus potiri in laude erat. Quamobrem honesta coniuge dignus reputatur Maria de Molina, liberosque ex ea genuit Beltrandum de la Cueua et Guterrium de la Cueua, quorum Beltrandus ex industria parentis inter satellites notissimi fuit obsequiis Henrici consignatus initio sceptri; et cum in dies magis placeret Regi iam anno regni secundo haud neglectus habebatur; verum comiter et iocunde audebat colloqui, adire, secretiora pertemptare, sed respectu Michaelis Lucas et Valençuela sonitum rumoremque exiguum præse ferebat quoadusque Valençuela effectus est prior Sancti Joannis et Michael Lucas primarium locum illecebrarum recusavit. Tunc Beltrandus cœpit preferri multis nomenque dilectissimi nancisci. Igitur iam hoc anno regni tertio donabat eum rex multis muneribus atque dignabatur habere inter dilectissimos.....» Por último, en la Crónica castellana de Enrique IV, atribuida al mismo Palencia (Bib. Nac.—G, 25), se dice que fué Don Beltran biznieto de un caballero extranjero llamado Don Yugo de la Cueva, que vino á servir al rey Don Alfonso, que ganó las Algeciras, y por señalados servicios que allí le hizo lo casó en Úbeda y le dió heredamientos y la tenencia de aquella ciudad. (1) Viciana, Crónica de Valencia. (2) Cap. CCL. (3) Cap. LXXXIV. Cruzada... fué casado en Ubeda del linaje de la Cueva, que en aquella sazon era rico y poderoso en aquella ciudad, y afirman haberse guardado este pendon en la capilla mayor de la iglesia mayor de Ubeda, donde este caballero yace sepultado, cuyo enterramiento hoy posee Doña Isabel de la Cueva, condesa de San Estéban, señora de la villa de Solera, sucesora del mayorazgo de este linaje.» El autor de la Crónica del condestable Don Miguel Lúcas, que escribió en tiempo de Enrique IV, dice de este caballero: «Don Beltran de la Cueva fué hijo de Diego de la Cueva y nieto de Gil Martinez de la Cueva, regidor de Ubeda, descendiente de Don Hugo, caballero frances que fué por alférez del pendon de la Cruzada en la batalla del Salado, y pasó de Francia á España á la guerra de los moros con Ramon Beltran, su primo, y con otros cruzados que pasaron del reino de Francia.» En conformidad de esto, añade Argote, acrecentaron los del apellido Cueva tres lirios de oro en campo azul en sus armas, que eran bastones rojos en campo de oro, y debajo de ellos una sierpe que sale de una cueva, y por cola ocho espadas de oro en campo rojo: la cueva, segun este afamado genealogista, por alusion al nombre de su solar, que es en la merindad de Castilla la Vieja, y la sierpe por símbolo de fortaleza. Las aspas simbolizan que se halló Don Hugo en la victoria del Salado con el pendon del Papa. Lo que resulta de todo punto indudable es que desde fines del siglo XIII aparecen los Cuevas en Ubeda entre las familias más distinguidas; y aumentándose con el tiempo su influencia, ya en el turbulento reinado del rey Don Pedro figura Juan Sanchez de la Cueva como regidor y caudillo de esta ciudad, inclinándose á la parcialidad de Don Enrique, de quien á su elevacion al trono debió recibir no escasas mercedes dada la condicion de tan dadivoso monarca. De este Juan Sanchez de la Cueva y de su mujer Isabel Fernandez de Molina fué hijo Gil Martinez de la Cueva, regidor de Ubeda y cabeza de bando en ella en 1400, casado con Blanca Fernandez de Viedma; y de estos á su vez lo fué Don Diego Fernandez de la Cueva, casado con Doña María Alonso de Mercado, vecinos y naturales de Ubeda, padres de nuestro personaje. El Monarca, á cuyo servicio habia entrado el jóven Beltran, no era reputado en su tiempo, ni lo ha sido despues, por digno sucesor de Alfonso VI ni de Fernando III de Castilla. Sus dotes morales corrian parejas con las físicas, y por el siguiente retrato, trazado por un ser vidor suyo, se puede venir en conocimiento de unas y de otras (1): «El rey Don Enrique era persona de larga estatura, espeso en el cuerpo y de fuertes miembros. Las manos grandes, los dedos largos y rezios, el aspecto feroce, casi de leon semejante, cuyo acatamiento ponia temor en los mirantes; las narices muy romas y llanas, no de que así naciese, mas porque en su niñez recibió lision en ellas; los ojos garços y los párpados encarnizados. Donde ponia la vista mucho le duraba el mirar. La cabeça grande y redonda; la frente muy ancha; las sobrecejas altas; las sienes sumidas; las quixadas luengas y tendidas á la parte de yuso; los dientes espesos, la cabelladura roxa, la barba crescida y pocas veces afeytada; la tez de la cara entre roxo y moreno; las carnes muy blandas; las piernas luengas y bien entalladas; los piés á las plantas muy coruos; los calcaños voltados á fuera. Era de singular ingenio y de gran apariencia. Príncipe bien razonado, mesurado y onesto en su hablar, plazentero con aquellos á quien se daba; compañía de muy pocos le plazia. Toda conversacion de grandes le daba pena. Apartábase mucho de los generosos y grandes, y á sus pueblos pocas veces se mostraba. Huya de los negocios; despachábalos muy tarde. Era movible y mal inclinado á consejo, floxo en las execuciones, hombre de poca firmeza y de mal reposo, enemigo de los escándalos, bollicioso de secreto, acelerado y manso muy presto; temeroso á natura; sospechoso de contino; el tono de su voz muy dulce y bien proporcionado. Todo canto triste le daba deleite; preciábase de cantores, y con ellos cantar á menudo. Estaba siempre retraido; tañia dulcemente laud; sentia bien la perfecion de la música; los instrumentos della mucho le aplazian. Era gran caçador de todo linaje de animales; su mayor deporte andar por los montes y en aquellos hacer grandes edificios. En sitios cercados diversas maneras de bestias tenía, y con ellas grandes espensas. Grande edificador de templos; dado á los religiosos; labraba ricas moradas, y en muchas fortalezas era señor de grandes tesoros, cobdicioso y muy allegador dellos. Príncipe de mucha clemencia, piadoso á los enfermos, caritativo de secreto, dadivoso sin provecho; más pródigo que (1) Está tomada esta pintura de Enrique IV de un manuscrito de fines del siglo xv, existente en la Bib. del Escorial, al fol. 89, de un tomo de papeles varios (a—4—23), que lleva por epígrafe: «La fisonomía del Rey Don Enrique el IV». Su redaccion es análoga á la de igual pasaje de la Crónica de Enriquez del Castillo, pero difiere de ella bastante. magnífico; rey sin alguna ufana, amigo de los hombres comunes y livianos, empachado con los grandes. En su vestir muy onesto, las ropas de paño de lana, el traxo dellas sayos luengos y capuzes y capas. Su contino calçado borzeguiles y çapatos encima. De sí mesmo hazia poca estima. Las insignyas y cerimonias reales todas cesaron en sus dias: fiestas y aparatos jamas le plazian. Su comer destemplado, su beuer agua. Los deleites de la carne mucho le señoreaban. Nunca su voluntad refrenaba. Padescia dolor de muelas y á tiempos mal en la ijada: sangrábase á menudo. Era gran caualgador de la gineta, tanto que á su exemplo los de su reyno conformados la polidez de la gente de armas perdieron. Tenía muchos priuados y hazíalos grandes hombres. Las dádivas de aquestos fueron sin medida, las promesas mayores; de guisa que sus mercedes no se vieron gradescidas, y assi fueron sus plazeres pocos, los enojos muchos, los cuidados grandes y el reposo ninguno.>> La Crónica anónima manuscrita le retrata del siguiente modo: «Fué este Rey de gran cuerpo, bien proporcionado, blanco y colorado mesuradamente, los cabellos rubios, é era como romo de una caida que dió siendo niño; fué gran caballero de la gineta, buen braçero; dióse demasiadamente á la música, cantaba y tañia muy bien; era gran escribano de toda letra; leia maravillosamente, fué docto en la lengua latina; oia de mala voluntad á quienquiera que á él venía; era mucho apartado; vestíase mal; touo muchos privados á quien con larga mano dió muy grandes dádivas; fué siempre recogido por su voluntad, fuyendo de todo sano consejo.>> Para completar este cuadro falta recordar que el Rey, á fin de desechar la nota de impotente con que ya se le motejaba desde su primer matrimonio con Doña Blanca de Navarra, habia contraido segundas nupcias con Doña Juana, hermana de Alfonso V de Portugal (1), cuya belleza y desenvoltura atestiguan unánimes todos los historiadores coetáneos. Era privado del Rey Don Juan Pacheco, marqués de Villena, hombre de carácter inquieto, ambicioso é intrigante, el cual le tenía fuertemente sometido á su voluntad desde su juventud; y celoso de su poder, mostrábase decidido adversario de cuantos trataran de arrebatarle la confianza de su Soberano. La nobleza y el alto clero, fuertes con la debilidad del Rey, atentos sólo á su propio interes y (1) Celebráronse los desposorios en Mayo de 1455. 7 engrandecimiento, «rebeldes por sistema, traidores por instinto y perversos por naturaleza,» poderosos con las ricas joyas que habian hecho saltar de la Corona Real, traian al Reino sumido en el mayor desórden y alteracion. Las ciudades ardian en bandos y parcialidades; las mejores villas y lugares eran arrancadas del poder Real y entregadas al dominio de un particular con jurisdiccion civil y criminal. La fuerza dominaba por do quiera; la astucia, el perjurio, el engaño triunfaban de la verdad y de la lealtad; los moros y judíos se sobreponian en la Corte en influencia á los cristianos; y, por último, la depravacion é inmoralidad más bochornosas reinaban en las costumbres así de las altas como de las bajas clases. Hé aquí en términos muy sumarios el estado que ofrecia Castilla en los primeros años del reinado de Enrique IV, ántes que Don Beltran de la Cueva comenzase á influir decididamente en la Real persona, é intervenir en los negocios públicos. Es de creer que nuestro hidalgo de Ubeda no se separó ya del lado del Rey, durmiendo á los piés de su lecho, como era costumbre en los de su clase en aquella época y como el mismo Soberano lo dice en una de las primeras mercedes que le hizo, acompañándole en sus contínuas excursiones y haciéndole no interrumpido servicio, así en campaña como en palacio, ya en los ratos de placer y diversion como en los de la comida. Enrique IV, poco afecto á los Grandes, cuyas usurpaciones veia, temeroso de sus arrogancias é insolencias, hastiado del predominio que sobre él ejercia el Marqués de Villena, débil é irresoluto hasta lo increible para sobreponerse á todos, no es mucho que en aversion á ellos, y por una de esas flaquezas tan propias de la condicion humana, prefiriese á su trato y estimacion, la estimacion y trato de sus pajes, de sus más humildes servidores y de los que veia le servian con amor y reverencia. Ni es tampoco de maravillar que dada esta triste situacion derramase á manos llenas sobre ellos sus mercedes y gracias, pareciéndole que elevando á éstos á los mayores y más favorecidos cargos contrapesaria de este modo el altanero poder de los Grandes. Colocado en estas condiciones Don Beltran, y pródigamente dotado de cuantas dotes y facultades se requieren en las Cortes, y más aún en las de aquellos tiempos, para elevarse á altura de poderoso valido, no es de extrañar que su medro en la Corte de Enrique IV fuese extraordinariamente rápido. En efecto, su natural despejo, su |