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la cual esta última hizo desaparecer por celos, juró no volver á ver más á Doña María. Si esto es cierto, cumplió con exactitud su juramento, porque, en efecto, no regresó jamás á estos reinos, y tuvo como aborrecida á su esposa. En el año 1457, uno antes de su muerte, concibió, según parece, el proyecto de repudiar á Doña María para pasar á contraer nuevo enlace con su querida Lucrecia de Alanyó. Con este propósito Lucrecia hizo un viaje á Roma para visitar al Papa, «presentándose, dice Zurita, con tanta grandeza y pompa, que no pudiera ser mayor si fuera reina. » Calixto III se negó á consentir en el repudio de Doña María, y Lucrecia hubo de volverse despechada á Nápoles.

El rey no había llegado á tener sucesión de Doña María, y por esta razón le vemos legar el trono de Aragón á su hermano D. Juan; pero la tuvo de sus queridas, que fueron muchas y algunas de ellas desconocidas. En Doña Margarita de Híjar, y otros dicen que en la infanta de Castilla, Doña Catalina, hubo á D. Fernando, al que hizo rey de Nápoles. De madres desconocidas tuvo también dos hijas: la una se llamó Doña Leonor y la otra Doña María. Casaron ambas en Italia, la primera con el duque de Sessa, la segunda con el marqués de Ferrara 1.

Se han tributado grandes elogios á D. Alfonso de Aragón el Sabio, ó, como se le llama más comunmente, el Magnánimo. De cuantos autores tratan de él, cuyas obras hayan pasado por mis manos, y han pasado muchas, sólo conozco dos cuyo juicio le sea desfavorable: el italiano Muratori y el catalán Ortiz de la Vega (Patxot). Guiada sólo mi pluma por la imparcialidad y por la justicia, y haciéndome eco fiel de la rectitud y pureza de intenciones con que escribo esta obra, voy á re

1 Condes vindicados, tomo II, pág. 316.

coger, en resumen, cuanto se ha dicho de D. Alfonso, para que puedan los lectores formarse de él una idea y conocerle á fondo. No dejaré en el olvido sus defectos, como hizo alguno, para hablar sólo de sus glorias, ni dejaré de hablar de lo que le honra para fijarme sólo en lo que le desfavorece. Procuraré consignar antecedentes para que los lectores saquen consecuencias, y con gusto aprovecharé la ocasión que se me ofrece de citar algunos hechos y rasgos muy honrosos para D. Alfonso, que han pasado inadvertidos para sus mismos panegiristas, y que he sido bastante afortunado para encontrar registrando libros y papeles viejos.

No me referiré á Mariana y á otros antiguos historiadores españoles, ni tampoco á Faccio y otros escritores italianos de la época: para éstos D. Alfonso es la gloria de la nación española, el rey de los reyes, un dechado de todas las virtudes y de todas las glorias.

Se citan de este rey anécdotas, rasgos y hechos admirables. Los tiene, en efecto, nobilísimos, y voy á presentar en conjunto, recogidos y extractados de varias obras, los que han llegado á mi noticia.

Dícese que en Nápoles llegó á ser tan popular, que tenía por costumbre pasear á pie y sin séquito por las calles de la capital. Le advirtieron que esto era exponerse mucho, y contestó:-«Un padre que se pasea en medio de sus hijos, ¿qué riesgo puede correr?»

Viendo un día que naufragaba una galera cargada de soldados marineros, mandó que fuesen á socorrerlos, y observando que el peligro impedía la ejecución de sus órdenes, él mismo entró en una barca para tener parte en la gloria de este socorro, diciendo á cuantos le hacían ver el peligro á que se exponía:-«Quiero ser más bien compañero que espectador de su muerte.»>

Acababa otra vez de entregarle su tesorero una suma de 10.000 ducados, cuando un oficial que se hallaba

presente dijo á otro en voz baja:-«Con esta cantidad sería yo feliz.»-«Séaslo, pues, » exclamó D. Alfonso, y mandó entregársela en el acto.

Uno de sus historiadores particulares, coetáneo suyo, cuenta que entró un día con muchos de sus cortesanos en casa de un joyero para ver las preciosas alhajas que éste tenía, y apenas hubo salido de la tienda cuando el mercader corrió hacia él presuroso, quejándose de que le habían robado un diamante de mucho valor. El rey volvió á la tienda con toda su comitiva, y mandando traer una vasija llena de salvado, ordenó que cada uno de sus cortesanos metiese en ella la mano cerrada y la sacase abierta, dando él mismo el ejemplo. Así que todos hubieron hecho esto, previno al joyero que tomase la vasija y la volcase encima de la mesa, verificado lo cual se halló el diamante sin que nadie quedase deshonrado.

Se ha escrito un libro, sólo con las frases felices y máximas que se le atribuyen. Entre ellas hay las siguientés: «Para que viva en paz un matrimonio, es preciso que el marido esté sordo y ciega la mujer.-Los reyes deben ser sabios y amar á los sabios.-Antes preferiría perder todos mis reinos, que las pocas letras que poseo.-El rey que, sin criterio y juicio propios, no ve más que por los ojos de sus ministros, vive sólo en medio de afrentas y de angustias. » Habiéndosele un día preguntado cómo podría llegar á ser el más pobre de los reyes, contestó:-«Perdiendo la instrucción. >>

Tenía por divisa: pro lege et grege.

Ya se ha contado su noble acción cuando, en el sitio de Gaeta, dió de comer á las bocas inútiles que los sitiados habían echado fuera.

En 1456, á 5 de Diciembre y días siguientes, hubo en el reino de Nápoles terremotos verdaderamente espantables. Muchas iglesias y casas de la capital vinie

TOMO XIV

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ron abajo, pereciendo hasta 20.000 personas. Igual sacudimiento sufrieron Benevento, Brindis, Ascoli, Gaeta y otras varias poblaciones, con pérdida de muchísimos de sus habitantes. Cuando sucedió esta desgracia estaba el rey oyendo misa en San Severino de Nápoles. Todos echaron á correr, hasta el mismo sacerdote; pero el rey, sin inmutarse, le detuvo obligándole á concluir la misa.

Tan celebrado era el nombre de Alfonso en Europa, que cuando el emperador Federico III fué, en 1452, á Roma para hacerse coronar con su mujer Leonor de Portugal, no quiso salir de Italia sin ver á un monarca tan ilustre, y que, por otra parte, era tío de la emperatriz. Como algunos cortesanos le dijeran que comprometería su dignidad con aquella visita, les respondió que no se trataba de ceremonial, sino de prestar el debido homenaje al mérito personal, prescindiendo de dignidades. Nada omitió Alfonso para recibir dignamente al emperador. Le salió al encuentro á tres millas de Capua, y luego, mientras Federico estuvo en Nápoles, todo fueron fiestas y torneos, obsequiándole particularmente con una caza nocturna á la luz de las antorchas, á orillas del lago de Agnano, de la cual dice M. de Sismondi que fué una fiesta de hadas. Alfonso dijo á los tenderos de Nápoles que diesen gratis cuanto pidieran los alemanes que iban con Federico, y luego pagó de su bolsillo todas las cuentas que le presentaron los mercaderes.

Me he detenido á contar todos estos rasgos que, á ser ciertos, prueban valor, ingenio, liberalidad é hidalguía en D. Alfonso, porque precisamente no se hallan, sino alguno que otro, en nuestros historiadores nacionales. Hay que ir á buscarlos en autores franceses é italianos.

Ya se ha dicho que el monarca aragonés fué, particularmente al fin de sus años, un amante entusiasta de las letras y de las ciencias. Zurita dice de él: «Tuvo en la vejez ordinaria lición de los autores más excelentes,

que escribieron las memorias del principio y aumento de la república romana; y era su palacio, entre las otras grandezas que se representaban en él, una escuela de los más señalados oradores que hubo en sus tiempos; y tuvo por sus maestros tan insignes é ilustres varones como se ha referido, dedicando ciertas horas ordinarias para la lección de grandes hechos pasados, como se pudiera señalar para la doctrina y enseñamiento de sus nietos. >>

A lo que dice Zurita pueden añadirse otras circunstancias y detalles. Poseyó en grado eminente la lengua latina, según el estilo de su tiempo, en prueba de lo cual dejó excelentes versos escritos en ella 1, siéndole muy familiares sus antiguos poetas. Tuvo un perfecto conocimiento de la historia universal, y particular afición á la romana y á la de España. Fué excelente matemático, como lo acreditó inventando el modo de pasar por las montañas casi inaccesibles la más gruesa artillería 2. Se dice que era tan eminente en ciencia, que se hizo un problema, disputado con primor entre los autores italianos, sobre si fué más agudo su ingenio que su espada 3.

En sus estados de Nápoles se albergaron principalmente las musas, expulsadas de Constantinopla por los turcos, y es ensalzado por su liberalidad con los sabios y los artistas 4. Se ha dicho que tradujo al castellano las epístolas de Séneca, y respetaba particularmente á

1 Véase en la genealogía de Marineo Siculo, impresa en Zaragoza en 1509, una de las muchas producciones de este monarca en el siguiente dístico que mandó poner en el sepulcro de un criado suyo, á quien amaba mucho:

Qui fuit Alfonsi quondam pars maxima Regis,
Gabriel hac modica nunc tumulatur humo.

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