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rey hubiese aprobado los capítulos que se le presen

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Ya á este nuevo mensaje, como se diría ahora, no contestó D. Alfonso más que con dar orden á su vicecanciller para licenciar las Cortes, lo cual se hizo en 19 de Abril, provocándose con ello gran tumulto y una enérgica protesta que presentó el obispo de Vich, requiriendo al notario para que la continuase en nombre de las Cortes, al final de sus actas ó proceso, ad perpetuam

rei memoriam.

Vamos ahora á ocuparnos de la empresa que llevó á cabo D. Alfonso, y que abrió camino á nuevas jornadas de gloria para la CORONA DE ARAGÓN.

CAPÍTULO IX.

Preparativos de la expedición.-Nombramientos.-Parte la armada.Victorias del rey en Cerdeña.—La reina de Nápoles pide auxilio á D. Alfonso. La reina Juana de Nápoles.-Los duques de Anjou. -Escuadra enviada en auxilio de la reina de Nápoles.-Ramón de Parellós entra triunfante en Nápoles.-Juana de Nápoles adopta por hijo á D. Alfonso.-El rey en Córcega.—Pasa á Sicilia.-Se envía nuevo socorro á Nápoles. Requerimiento del rey Alfonso al duque de Anjou.—Llega el rey á Nápoles.-Braccio de Monteone.—Política del rey.-Batalla naval de Foz Pisana. -Frutos de la victoria.-Sitio de Cherca.

(1420 Á 1421.)

Disueltas ó licenciadas las Cortes, trasladóse el rey precipitadamente á Barcelona, donde tenía ya casi dispuesta la armada y todo lo necesario para la empresa que deseaba llevar á cabo. Su intención era visitar los dos reinos de Sicilia y de Cerdeña y poner orden en las cosas de ambos países, particularmente en las del últi

TOMO XIV

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mo, donde cada día iba menguando el poderío de Aragón, desmembrado por continuos alzamientos de aquellos naturales. Nuestros analistas alaban mucho la que llaman grandeza de ánimo de este príncipe, por haber puesto todo su pensamiento en asegurar sus reinos de Sicilia y de Cerdeña, atendiendo á las cosas de Italia como aparejadas para que de ellas se siguiesen grandes empresas; y loan asimismo su prudencia en no curar de las de Castilla, dejando cuerdamente de entrometerse en su gobierno. Sin embargo, no tuvo siempre esta cordura.

Se había dispuesto para fines de Marzo la partida de la armada, y nombró D. Alfonso capitanes de sus galeras: de la real, á Nicolás de Valldaura, ciudadano de Valencia, y de las otras, á Pedro de Centellas, Francisco de Bellvei, Juan Pardo de la Casta, Nicolás Jofre, Juan de Bardají y Juan de Eslava; pero las discusiones de las Cortes fueron retrasando el viaje. Antes de emprenderlo, dispuso el rey que su esposa, la reina Doña María, quedase de lugarteniente general en estos reinos, y nombró justicia de Aragón á Berenguer de Bardají, desairando y humillando con esta disposición á Juan Jiménez de Cerdán que, dotado de altas y no comunes cualidades, había venido desempeñando hasta entonces aquel cargo.

Teniendo el rey á punto su armada, compuesta de 24 galeras y 6 galeotas, salió del puerto de los Alfaques á 7 de Mayo, y arribó á Mallorca el 9, juntándose allí con la armada real 4 galeras de la señoría de Venecia, y siguiéndole luego otras muchas naves, hasta formar sin duda la escuadra que, según Capmany 1, constaba de 80 velas, contándose entre ellas 23 galeras, 13 naves armadas y 44 entre bergantines y barcos de transporte.

1 Antigua marina de Barcelona, cap. III.

D. Alfonso y su gente tomaron tierra en Alguer, en donde estaba el conde Artal de Luna haciendo guerra á los sublevados y á los lugares que se proclamaran independientes. La llegada del rey varió el aspecto de las cosas. Se combatieron y fueron tomadas por fuerza de armas, Terranova, Longosardo y Sacer. Poco tuvo que hacer el rey para que casi toda la isla se sometiera otra vez á su señorío, y, á fin de asegurar más el dominio, dió á los herederos del vizconde de Narbona, muerto poco tiempo hacía, los 100.000 florines que se le debían por residuo del precio de la venta de sus lugares de Cerdeña.

Así estaban las cosas, y hallábase el rey próximo á terminar victoriosamente su expedición, cuando un acontecimiento imprevisto vino á hacerle variar sus planes, levantando su ánimo á más alta empresa. Llegó á su real un mensajero de la reina Juana de Nápoles, proponiéndole, en nombre de ésta, que si quería ayudarla contra el duque de Anjou y Génova, le adoptaría por sucesor é hijo y le daría por el pronto la Calabria. La proposición era tentadora; y como al fin y al cabo los franceses y genoveses eran enemigos de Aragón, D. Alfonso aceptó, no obstante haber sido de parecer contrario sus consejeros, quienes conocían sin duda á fondo á Juana de Nápoles.

Veamos ahora quién era esta reina, y pongamos en antecedentes á los lectores. Juana II era viuda del duque de Austria, Guillermo el Ambicioso, con quien había casado en 1389, cuando á la edad de cuarenta y tres años, en 1414, sucedió él á su hermano Ladislao en el trono de Nápoles. Tenía esta princesa muy mala reputación, y eran conocidos y escandalosos sus amores con un joven de pobre cuna, llamado Pandolfo Alope, al cual elevó hasta los empleos más altos de la corte para tenerle á su lado. No impidió esto que príncipes poderosos

solicitasen su mano. El mismo D. Fernando de Aragón, el de Antequera, pretendió casarla con su hijo segundo, D. Juan, duque de Montblanch; y aceptada la propuesta y hechas las capitulaciones matrimoniales, el infante se embarcó para Sicilia, donde esperaba juntarse con su novia. Pero al llegar supo, no sin gran mortificación, que la reina, dando un ejemplo de mudanza extraordinaria, se había casado precipitadamente con Jacobo de Borbón, conde de la Marche, que tenía fama de valiente y de buen mozo. Aunque irritado al pronto D. Juan, parece que acabó por llevar el desaire con indiferencia, y ya hemos visto cómo casó más tarde con Blanca de Navarra, reina que había sido de Sicilia.

Pocó duró la inteligencia entre Juana de Nápoles y su esposo Jacobo de Borbón. En cuanto éste halló la ocasión propicia, mandó poner preso al camarlengo Pandolfo, y como culpable de ciertas malversaciones le hizo cortar la cabeza, sin que pudiera la reina hacer nada en favor de su amante más que jurar desde aquel día un odio eterno á su esposo. Para formar partido contra Jacobo, se valió del disgusto general que éste había ocasionado dejándose gobernar por franceses é introducién.. dolos en el reino. Después de una serie de disgustos y desavenencias, Jacobo de Borbón hubo de abandonar el reino de Nápoles, saliendo para Francia, donde se hizo franciscano en Besanzón.

Es de advertir á todo esto que los duques de Anjou se titulaban también reyes de Nápoles, pues á Luis I de Anjou le había adoptado como hijo y heredero Juana I de Nápoles en 1382, coronándole en Aviñón, á 30 de Mayo de dicho año, el papa Clemente VII. Sus pretensiones á la corona de Nápoles, que entonces poseía Carlos de Durazzo, llamado el Pequeño, fueron continuadas. por Luis II de Anjou, esposo de Doña Violante, hija del rey de Aragón, D. Juan el Amador de la gentileza. Muer

to Carlos de Durazzo, sentóse en el trono napolitano su hijo Ladislao, y luego la hermana de éste, Juana II, mientras que, por otra parte, sucedió á Luis II su hijo Luis III, otro de los aspirantes á la corona de Aragón cuando la muerte de D. Martín el Humano. Ese Luis, defraudado en sus esperanzas sobre el trono aragonés por la sentencia del Parlamento de Caspe, quiso proseguir la empresa de su padre y abuelo con respecto al de Nápoles, y en 1420, invitado y apoyado por el papa Martín V, acometió su empresa de pasar á Italia. La ocasión no podía ser más favorable para el hijo de Doña Violante de Aragón, pues Juana II acababa de arrojar á su esposo Jacobo, y el reino de Nápoles se agitaba aún con los últimos restos de sus intestinas convulsiones. Luis III de Anjou llegó á Nápoles el 15 de Agosto con una escuadrilla de 13 embarcaciones, al mando de Bautista Fregoso, hermano del dux de Génova. Juntósele allí el general Francisco Sforcia, y ambos pusieron sitio á Nápoles intimándole la rendición.

Entonces fué cuando, aterrada la reina Juana y viéndose impotente para resistir, acudió á D. Alfonso de Aragón, haciéndole las ofertas indicadas. D. Alfonso, que vió en aquella circunstancia una ocasión de gloria y engrandecimiento para su corona, al propio tiempo. que un motivo de guerra con sus enemigos el duque de Anjou y los genoveses, y un medio de vengarse del papa Martín V, se apresuró á aceptar, sin tener en cuenta. las prudentes advertencias de sus consejeros. Así, pues, ordenó que saliese en auxilio de la reina de Nápoles y contra el duque de Anjou una escuadra, cuyo mando. superior fué confiado á Ramón de Perellós, yendo como vicealmirantes Juan de Moncada y Bernardo de Centellas, y como sus embajadores cerca de la reina Juana para tratar y concordar todo lo concerniente á la adopción, el Dr. Martín de Torres, que era virrey de Sicilia,

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