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lutismo monárquico que trataba de imponer el rey Don Juan II á un país educado entre prácticas liberales, á un país donde el despotismo era un mito y la soberanía nacional un hecho.

CAPÍTULO XXII.

Sale la bandera de Santa Eulalia.-Somatén contra el rey.—Entran los franceses en Cataluña.-Batalla en los Pirineos.-Se apoderan de Gerona.—Cataluña destituye al príncipe D. Fernando. -Doctrinas políticas de Cristóbal de Gualbes.-Batalla de Rubinat.-Ejecución de los prisioneros.Sitio de Tárrega.—Sitio de Barcelona.- Es procla mado rey en Barcelona Enrique IV de Castilla.-Quiénes formaban el consejo supremo. -Prosigue el sitio de Barcelona.-El rey levanta el sitio.-Toma de Villafranca y sucesos en esta villa. —La hueste real se apodera de Tarragona.-Tentativa contra Gerona.-RoseIlón y Cerdeña en poder de franceses.

(HASTA FINES DE 1462.)

Declarado ya D. Juan II enemigo de la patria, la milicia de Barcelona, con la bandera de la ciudad, salió el 16 de Junio bajo el mando de Juan de Marimón, para presentar batalla al rey, contra quien fué alzado somatén general. A la hueste de Marimón unióse otra mandada por Hugo de Cardona, que, junto con la que saliera poco antes dirigida por Juan de Agulló, formaron un cuerpo de tropas respetable, rompiendo con varia suerte las hostilidades contra el ejército real. El encuentro más notable que tuvieron fué el de Castelldasens, cuyo punto fué tomado á la fuerza por las armas del rey mandadas por D. Alfonso de Aragón, D. Rodrigo de Rebolledo y D. Bernardo Hugo de Rocabertí, castellán de Ampos

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ta, viéndose obligado Juan de Agulló á refugiarse en el castillo 1.

Casi al mismo tiempo que las armas reales alcanzaban esta victoria, entraban en Rosellón las 700 lanzas que Luis XI se había comprometido á enviar en auxilio de D. Juan contra los catalanes. La hueste francesa iba mandada por el conde Gastón de Foix y por Jaime de Armañac, duque de Nemours; pero al ir á atravesar estos capitanes el Rosellón para acudir en socorro de Gerona, tuvieron que abrirse paso á viva fuerza. Los roselloneses, adheridos á la causa de Cataluña, les opusieron una viva resistencia. Fueles preciso tomar por asalto los castillos de Salses, Villa-Longa, Lupiá, Santa María y Canet. Perpiñán, contra lo que se esperaban, les cerró las puertas, y su milicia, cayendo sobre los destacamentos aislados, les mató gran número de hombres. Después de haberse apoderado á la fuerza del Boulou, Gastón se encaminó al Portús, en cuyas inmediaciones le esperaba el joven Jofre ó Vifredo, vizconde de Rocabertí, con una corta, pero entusiasta fuerza de catalanes, para oponerse á su paso. El choque fué rudo, pero los franceses vencieron aquel obstáculo y penetraron en el Ampurdán, apoderándose de Figueras, que se vió precisada á abrirles sus puertas 2.

Al recibir noticia de la llegada de los franceses, el conde de Pallars, que tenía pocas fuerzas para resistirles, levantó el sitio que había puesto á la fortaleza en que se recogiera la reina, y desocupó Gerona, abandonando la artillería y retirándose precipitadamente á Hostalrich.

Por todas partes se declaraba la suerte contra los ca

1 Zurita, lib. XVII, cap. XII.-Feliu de la Peña, lib. XVII, capítulo VIII.

2 Historia del Languedoc, tomo IV.-Historia del Rosellón, por Henry, tomo II.

talanes, pero no por esto menguaron en ánimo y entusiasmo. Lejos de acobardarse, arrojaron un nuevo guante al trono, declarando el consejo ó parlamento del Principado, con consentimiento de la ciudad de Barcelona, que el príncipe D. Fernando, á quien se había reconocido y jurado, quedaba persona privada y depuesta del señorío, dándole por públicos pregones como enemigo de Cataluña, al igual de lo que se hiciera con sus padres.

Contribuyó mucho á esta deliberación un famoso orador sagrado y excelente filósofo, Fr. Juan Cristóbal de Gualbes, que por aquel entonces escribió un tratado defendiendo el principio de la soberanía nacional. Gualbes, á quien Zurita trata sin piedad 1 y á quien, sin embargo, se hubiera quizá beatificado si sus sermones hubiesen sido realistas, poseía admirablemente el don de la palabra y arrastraba y conmovía al pueblo con sus sermones políticos, en los que sustentaba que el rey y la reina habían sido con justicia privados del cetro real, por ser lícito deponer al príncipe que despojaba al pueblo de sus derechos y libertades; que los vasallos podían, sin nota de infidelidad, alzarse contra el que los tiranizaba; que los reyes de Aragón sólo eran señores de Cataluña mientras guardaban sus leyes, constituciones, usajes y demás cosas concernientes á la libertad de la república, según lo juraban antes de ser reconocidos como condes de Barcelona, y que dejaban de serlo cuando violaban aquellos juramentos y condiciones, en cuyo caso la patria podía y debía deponer al soberano, ó más verdaderamente declarar que él mismo se había privado y depuesto por sus deméritos, en razón á que el bien de la república debía ser preferido á la utilidad del príncipe. Las doctrinas políticas de Gualbes, tan anatematizado por Zurita y otros autores, habían de ser, sin em

1 Lib. XVII, cap. XLII.

bargo, con el tiempo proclamadas por varones ilustres, honra de nuestra patria, y por un partido que no por proclamarlas ha dejado de ser monárquico.

Proseguía la fortuna empeñada en proteger la causa del rey, como para poner á más dura prueba los pechos catalanes. D. Juan II, que tenía su cuartel general en Balaguer, despachó á Juan de Saravia con una compañía de caballos para que, poniéndose entre Cervera y Monmaneu, cortase el paso á los capitanes de la hueste catalana Francisco de Senmanat y Guillén de Vallseca, quienes, con otra compañía de caballos, iban á reforzar la bandera ó hueste de Barcelona. No llegó á tiempo Juan de Saravia para el logro de su objeto y se retiró con su fuerza al castillo de Rubinat, sobre el cual fueron á ponerse, el día 21 de Julio, con numerosas fuerzas, Hugo de Cardona, Jofre de Castro y Roger de Eril, que eran de los principales capitanes de la bandera de Barcelona. Saravia hubiera sucumbido si el rey, al tener noticia de su apuro, no hubiese acudido prontamente en su socorro. Las tropas del rey y las catalanas se encontraron junto á Rubinat, y dióse en aquellos campos una sangrienta batalla, siendo vencidos los nuestros después de oponer una resistencia heróica y digna. de mejor fortuna. Setecientos catalanes quedaron tendidos en el campo, y prisioneros D. Hugo y D. Guillén de Cardona, D. Roger de Eril, D. Guillén de Vallseca, D. Juan de Agulló y D. Jofre de Castro, si bien se dice de este último que murió en la refriega.

No tuvo el rey piedad ni misericordía para los vencidos. Los presos fueron sentenciados á muerte y ejecu tada la sentencia en Cervera, sin tener en cuenta que eran todos insignes capitanes. A la mayor parte de ellos, como los dos Cardona y Roger de Eril, se les mató en la prisión; los demás, entre los cuales estaba Juan de Agulló, fueron ajusticiados en la plaza pública.

Alcanzada la victoria de Rubinat, el rey se dirigió á poner sitio á Tárrega, donde estaba la bandera de Barcelona, y mientras tanto el consejo ó gobierno de Cataluña hacía una leva ó llamamiento general de todos los hombres del Principado de catorce años arriba. Es preciso confesar que los catalanes desplegaron una admirable energía en toda esta lucha.

Los capitanes franceses, que llevaban, sin duda, instrucciones secretas del rey Luis XI, quisieron poner sitio á Barcelona. A esto se oponía D. Juan, el cual no quería caer sobre Barcelona hasta que estuviese dominada toda Cataluña; pero hubo de ceder á las instancias de sus aliados, quienes llevaban de seguro una secreta mira. El conde de Foix había recibido, sin duda, instrucciones para promover en esta ciudad una sublevación á favor de la Francia. El sitio de Barcelona quedó decidido, y avanzó D. Juan hacia esta capital, después de haberse apoderado de Tárrega, de donde salió la bandera de Barcelona para ir á situarse en Cervera. D. Alfonso de Aragón venció en los campos de Santa Coloma á Luis de Villafranca; el capitán Jaime Fivaller cayó prisionero, y en varios otros encuentros fueron vencidos los catalanes, que más parecían aumentar en ánimo cuanto mayores reveses sufrían.

El 9 de Setiembre quedó puesto sitio á Barcelona. Habíase presentado ante sus murallas la hueste francesa, que llegó con la reina después de haber pasado á sangre y fuego la comarca. Vino luego D. Juan y sentáronse los reales. Lejos de intimidarse la capital de los condes, dió entonces otra prueba suprema de energía, y para demostrar que no temía el aparato de fuerzas que ante ella se desplegaba, decidió, en uso de su soberanía, nombrarse un monarca. Hubo algunos que intentaron proclamar la república y otros que se manifestaron partidarios del rey de Francia, pero eran pocos, y

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