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La causa catalana, que por este lado no podía reputarse muy feliz, ganaba terreno en lo demás del Principado, en Aragón y en Valencia. A pesar de las turbulencias movidas por los grandes de su reino, Enrique IV de Castilla pudo enviar alguna fuerza que entró en Aragón, uniéndosele en seguida los aragoneses descontentos. Esto obligó al rey D. Juan á abandonar Cataluña para ir á contener los progresos de sus enemigos en Aragón, y á su partida subleváronse y pronunciáronse de nuevo las poblaciones catalanas que, por fuerza ó de grado, le habían prestado obediencia. Al mismo tiempo D. Juan de Cardona, otro capitán de la bandera catalana, á quien se unió un refuerzo de castellanos, penetró en Valencia y llegó hasta las puertas de esta ciudad, venciendo en varios combates á los realistas.

Tal era el estado de cosas, y encendida se hallaba en todas partes la guerra al finalizar el año 1462.

CAPÍTULO XXIII.

Continúa la guerra en Cataluña.-Refutación de unas palabras de Zurita. Sitio y toma de Lérida por el rey D. Juan.-Traición de Juan de Beamonte.-Parlamento en Tarragona.-Batalla de Prats del Rey. -Victorias en el Ampurdán.-Sitio y capitulación de Cervera. — Sigue la guerra con empeño. -Renuncia el rey de Castilla al condado de Barcelona.-Eligen los catalanes al condestable de Portugal.— Llega el condestable á Barcelona.-Sale á campaña.-Regresa á Barcelona.-Otras victorias del rey.-Sitio de Amposta.-Pedro de Planella.-Muerte del condestable de Portugal.

(DE ENERO DE 1463 Á JUNIO DE 1466.)

A principios del 1463 púdose ya ver claramente que el rey de Castilla no sostendría por mucho tiempo la causa del Principado, pues andaba en tratos con los reyes de Aragón y Francia, y entre los tres iban acomodando las cosas de manera que se encaminaban á la paz. Sin embargo, la guerra seguía haciéndose con vigor por los catalanes, de quienes con este motivo ha dicho Zurita lo siguiente, que merece transcribirse, pues sabido es que el analista aragonés no es favorable á la causa de Cataluña: «Fueron tantas y tan diversas las cosas que pasaron en esta guerra, que merecieron ser escritas con más particularidad que se refieren por los autores de aquel tiempo; y algunos con gran consideración advirtieron, como cosa de gran maravilla, que una nación, que de su naturaleza era tan limitada, que comunmente los estimaban por modestos y muy templados, en la guerra se volvieron tan pródigos de sus vidas y de sus haciendas, que todo lo menospreciasen por el vano nombre de libertad que se habían imaginado, con

tra príncipe tan guerrero y que tenía el señorío de otros reinos. »

Sin embargo, por este vano nombre de libertad hicieron los catalanes entonces, y han hecho en todos tiempos, grandes esfuerzos y han llevado á cabo heróicas acciones que serán siempre, eternamente, un monumento de gloria para el país, y un testimonio evidente de cuán errados andan aquellos modernos que no han vacilado en mirar como un soñador al autor de esta obra, por haber dicho en varias ocasiones que era Cataluña país clásico de la libertad y de la monarquía constitucional.

La guerra seguía con todo empeño. Eran tomadas y recobradas por unos y otros las villas y poblaciones; Lérida se mantenía como baluarte inexpugnable, combatiendo contra todo el poder enemigo y burlando cuantos esfuerzos se hicieran para entrarla; D. Alfonso de Aragón, el maestre de Montesa, y el arzobispo de Tarragona, y el conde de Prades, que no vacilaban en hacer armas contra su patria, al frente de numerosas huestes recorrían el Principado, llevando á todas partes la desolación y la muerte; el conde de Pallars, el barón de Cruilles, el vizconde de Rocabertí, Beltrán de Armendariz y otros caudillos defendían volerosamente la causa de la libertad, exponiendo á cada paso sus vidas; Francisco de Pinós, capitán de las galeras de Barcelona, corría los mares y obligaba á Mahón á pronunciarse.

Llegó por fin el momento, ya previsto, de abandonar el rey Enrique á los catalanes á su suerte, por haber firmado paces con los reyes de Aragón y Francia. Es cierto que les escribió manifestándose pesaroso y diciéndoles que no podía pasar por otro camino; pero también lo es que los embajadores del Principado, Juan de Cardona y Juan de Copons, que habían ido á saber su resolución, se salieron de su presencia diciéndole: «Descubierta es

ya la traición de Castilla; llegada es la hora de su gran desventura y de la deshonra de su rey.»

Tampoco este nuevo golpe descorazonó á los catalanes. Eligieron otro rey. El título de conde de Barcelona fué entonces ofrecido á un descendiente de la casa de Urgel, casa ilustre en Cataluña, donde vivía aún imborrable el recuerdo de aquel D. Jaime el Desdichado, cuyos derechos había tan notoriamente desatendido el Parlamento de Caspe. Doña Isabel, hija mayor del conde de Urgel, había casado con el infante D. Pedro, duque de Coimbra, hijo segundo del rey D. Juan I de Portugal. De este matrimonio nació D. Pedro llamado el condestable de Portugal, y á él, como nieto del Desdichado, eligieron los catalanes por conde de Barcelona.

Hallábase el condestable en Ceuta, á donde había ido con el rey de Portugal que pasara á la costa de África con intento de ganar á Tánger, cuando llegaron á él los embajadores de Cataluña ofreciéndole la corona de este reino. Inmediatamente se embarcó con algunos caballeros que se ofrecieron á seguirle, y llegando á Barcelona el 21 de Enero de 1464, prestó su juramento, recibiendo el de fidelidad de sus nuevos súbditos. Diríase que D. Pedro no vino á Cataluña más que para demostrar que un sino fatal y desgraciado acompañaba á la casa de Urgel en el suelo catalán.

Lo primero á que mandó proveer en la guerra que se estaba haciendo, fué enviar por capitán contra los realistas de Gerona á Juan de Silva, que se dice era un valeroso y cumplido caballero. En seguida él, por su parte, se puso en persona al frente del ejército y salió á campaña para ir á socorrer á Cervera, sitiada por las tropas del rey D. Juan, que se habían apoderado ya de sus arrabales. Dejó, pues, en su lugar, al frente del gobierno de Barcelona, á D. Juan de Beamonte que, con todos sus parciales navarros, seguía adherido á la

causa de Cataluña desde la muerte del príncipe de Viana, y partiendo de la capital con una división de unos 2.500 hombres entre caballería é infantería, llegó hasta Igualada; pero habiendo luego tropezado con el ejército de D. Juan, que á las órdenes de D. Alfonso de Aragón le salía al encuentro, no se atrevió á pasar adelante por tener poca gente, y emprendió la retirada corriéndose hacia Villafranca, hasta donde le siguió, provocándole, el enemigo. De Villafranca quiso el condestable llegar hasta el Arbós, donde tenían los de D. Juan una corta guarnición que no podía ofrecer seria resistencia; y efectivamente, aunque aquélla se defendió como mejor pudo, lograron los de D. Pedro penetrar en la población y apoderarse de ella, haciendo prisioneros á unos 30 jinetes y 70 peones. Antes de abandonarla otra vez Don Pedro, mandó entregarla á las llamas, y regresó con sus tropas á Barcelona. Esto fué por Marzo de 1464. De todos modos, siempre sirvió esta campaña, según parece, para hacer levantar el sitio á Cervera.

Vuelto el condestable á Barcelona, comenzó á entender en el gobierno del país, y mandó disolver, con poco contentamiento de los catalanes, el consejo del Principado, que hasta entonces había estado al frente de los negocios empuñando por sí solo las riendas del Estado. En semejante ocasión, y al tomar ésta y otras disposiciones, le faltó algún tacto y perdió algunas simpatías. Desde entonces, según se desprende, se tituló D. Pedro V, rey de Aragón y de Sicilia y conde de Barcelona.

Ya en esto, el rey D. Juan, arreglado con el rey de Castilla sobre las cosas del reino de Navarra, se vino con todo su poder á Cataluña para activar la guerra, dirigiendo sus miras á apoderarse de la ciudad de Lérida, á fin de no dejar á su espalda este baluarte, hasta entonces inexpugnable, de la causa catalana. Era entonces gobernador de Lérida, nombrado por el condestable,

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