Imágenes de páginas
PDF
EPUB

CAPÍTULO XXIX.

Se introduce la Inquisición en Cataluña y es mal recibida.—Primer auto de fe en Barcelona.-Guerra contra el conde de Pallars.- Conquista del reino y ciudad de Granada.-El conde de Pallars.-La condesa de Pallars defiende el castillo de Valencia.-Se apodera el rey del condado de Pallars.

(DE 1486 Á 1491.)

Poco ó nada que merezca consignarse hallamos, con referencia á Cataluña, en las memorias del 1486, después de la sentencia arbitral de Guadalupe, de la cual acaba de darse cuenta. La atención del país estaba como absorta y fija en la grande y heróica empresa, tan hazañosamente comenzada, de la conquista del reino de Granada, que iba desmoronándose bajo la espada vencedora de los Reyes Católicos y su guerrera hueste de valientes.

Pero ya que no en 1486, en el siguiente de 1487 hubo un suceso del que importa mucho dar cuenta. El día 4 de Julio hizo su entrada en Barcelona el primer miembro de ese tribunal llamado de la Inquisición, que tan en mal hora intentaron arraigar los Reyes Católicos en España. El primer inquisidor que vió en su recinto Barcelona llamábase Fr. Alonso de Spina, prior de Santo Domingo de Huesca; y refiérese de él que el día 15, domingo, después de celebrados oficios divinos en la iglesia catedral, requirió al canciller del rey, al regente de la cancillería, al veguer de Barcelona y al asesor del gobernador para que prestasen el juramento que en seguida se les leyó y ellos prestaron. Requeridos á hacer lo mismo los concelleres, negáronse á prestarlo

en la misma forma que los demás, y viendo que el maestro Spina no accedía á sus deseos de variar la fórmula, convocaron el consejo de cien jurados, deliberándose y decidiéndose en él, que se prestase juramento, limitándose sólo á favorecer al inquisidor para la defensa de la santa fe católica y extirpación de la herejía.

Al dar Barcelona esta pública muestra de desagrado al tribunal de la Inquisición, bien probó que no había éste de medrar en el suelo catalán, y que se hallaba dispuesta la autoridad civil á sostener su independencia, lamentando el error de D. Fernando el Católico, que así en éste como en otros de sus actos, manifestó desconocer la índole del pueblo catalán. Un autor, en este asunto nada sospechoso, ha dicho:

"Los concelleres y jurados, que ni á los mismos ministros del rey cedían un punto de cuanto tocaba á sus leyes, privilegios y costumbres, mal podían recibir con alegre confianza el establecimiento de un tribunal que entrañaba un poder casi independiente en medio de los demás poderes del Estado, y que por lo mismo traía consigo la contingencia de hollar los fueros populares á tanta costa adquiridos y sustentados. Los hábitos creados por cuatro siglos de continuo comercio con todas las naciones civilizadas, por una libertad y una seguridad personal nunca violadas impunemente, reprobaban aquel poder suspicaz, que, cual una sombra de terror, venía á mover sus ocultos brazos entre ciudadanos celosos de su independencia, artesanos orgullosos de su profesión, en una ciudad mercantil é industrial, y como tal, amiga de tratar con partes diversas y poblada de tratantes de diversas partes.»

Atendido el carácter especial de este pueblo, sus hábitos de libertad é independencia y su religiosidad probada, era una imprudencia por parte del rey y una falta completa de tacto político, el introducir aquí un tri

bunal que se decía de la santa fe, pero que por la posteridad ha sido muy justamente llamado de sangre y exterminio. Con desagrado y con notoria repugnancia hubieron, pues, de recibirle los barceloneses, y ya veremos más adelante cómo dió lugar á graves conflictos y serios altercados. Por de pronto, sin embargo, la Inquisición se estableció en Barcelona, y deseando imperar por el terror, celebró á 25 de Enero de 1488 un auto de fe, el primero de que tenemos noticia. En la plaza del Rey se levantaron dos tablados, según los dietarios y efemérides, uno en que se hallaba el tribunal de los padres inquisidores, y otro al que subieron los reos, los cuales eran un corredor de oreja, llamado Trullols, un alguacil de vara de la corte del rey, llamado Santafé, y dos mujeres. Leyóse la sentencia á los infelices presos, y entregados luego al brazo seglar, fueron conducidos al Canyet, donde murieron quemados, juntamente con las estatuas de otros tantos conversos, condenados en rebeldía por no haber podido ser habidos. Por fortuna para nuestros anales, son pocos los autos de fe que tuvieron lugar en este país. La sensatez y la independencia de Cataluña estuvieron siempre en contra de ese tribunal odioso, que sólo por la presión de las circunstancias pudo ser admitido, y que no tuvo aquí más que una vida efímera.

De otra cosa, referente á los anales de este año, hay que hacer mención. Se halla que el conde de Pallars, firme campeón de las libertades catalanas, estaba aún en guerra abierta con la corona, y al decir de las crónicas, se valía de gente del rey de Francia, quien le apoyaba, como si fuera uno de sus barones. En virtud de esto, D. Fernando mandó al conde de Cardona proceder activamente contra él como súbdito rebelde á su príncipe, teniendo lugar sólo por el pronto algunos encuentros de poca monta.

En 1489 continuamos viendo á los reyes ocupados en su guerra contra los moros de Granada, y sólo como cosa particular nos dicen nuestros dietarios y efemérides que el 19 de Diciembre Barcelona celebró con grandes iluminaciones y públicos festejos la toma de Baza, de la cual se había apoderado el rey D. Fernando el Católico el día 4, después de siete meses de cerco, rescatando á más de 500 cristianos que los moros tenían en ella cautivos. Habíase sabido en Barcelona la noticia pocos días antes por una carta que el secretario del monarca, Juan Coloma, escribió á la diputación del Principado, anunciándole tan fausto suceso.

Ya de entonces en adelante se siguió, cada vez con más fervor, la empresa contra Granada. No hay que hablar aquí de este memorable sitio. Llenas están las historias de proezas llevadas á cabo por los héroes verdaderamente homéricos que capitaneaban el ejército de los Reyes Católicos. Ante el astro brillante de Isabel de Castilla y de Fernando de Aragón, el día 2 de Enero de 1492, dicen los árabes, Granada se eclipsó. Con tan señalado y altísimo triunfo vino á ser universal la gloria de los Reyes Católicos. ¡Lástima grande que los maravillosos frutos que de esta conquista podía reportar la nación unida, viniesen en gran parte á perderse por la intolerancia y rigor usados con los moros y judíos! La Inquisición, tribunal odioso cuya historia sólo puede escribir una pluma mojada en lágrimas y en sangre, destruyó lo más noble, lo más cristiano, lo más grande que hubiera tenido el triunfo de Fernando é Isabel, con promover primero el destierro de los judíos y más tarde la persecución de los mahometanos, con cerrar por su intolerancia y persecución las fuentes principales de la riqueza pública, con encender hogueras en todas partes y sembrar el país de luto, de consternación, de víctimas y horrores. ¿Qué guerra civil ha dado nunca más

funestos resultados y producido más horrendas catástrofes, que las causadas en España por el santo tribunal de la fe?

Mientras proseguían D. Fernando y Doña Isabel el sitio de Granada, á mediados del 1491, terminaba en Cataluña la sublevación del conde de Pallars, quien, como ya en otra obra tengo escrito, es por desgracia un personaje poco conocido, siendo así que raras veces habrán tenido las libertades de un país un adalid como él más obstinado, un campeón como él más resuelto á verdaderos sacrificios en aras de la patria. Desde 1472, es decir, desde la caída de Barcelona, el conde Hugo Roger de Pallars había proseguido empuñando la espada que desnudara un día por las patrias libertades, de modo que, como dice Zurita, «fué de las cosas más señaladas de aquel tiempo la porfía y pertinacia en su rebelión de D. Hugo Roger, que estuvo tan endurecido y obstinado, que ni las adversidades del rey D. Juan, ni los buenos sucesos y venturas, ni después la grandeza á que llegó el rey su hijo, le pudieron reducir á su obediencia, habiéndolo procurado estos príncipes cuando era razón. En estas palabras de Zurita leo yo el elogio de nuestro conde, aun cuando sea muy distinto el sentido que quiso darlas el analista aragonés.

[ocr errors]

No detallan desgraciadamente las crónicas lo que medió en aquella lucha de más de nueve años, con tanto denuedo como obstinación sostenida por un solo hombre contra el poder real; pero se sabe que, ora con valedores, ora sin ellos, vencido unas veces y otras vencedor, cada día se presentaba más firme y obstinado en la que unos llamaban su rebelión y él su justicia. No le faltaban recursos con la vecindad del Rosellón y Cerdaña, y siempre que había de ausentarse de sus estados para pasar á Francia en demanda de socorro, lo hacía sin temor y recelo, pues dejaba al frente de ellos á su

« AnteriorContinuar »