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esposa Doña Catalina, mujer de ánimo varonil, como él decidida, como él entusiasta, como él inquebrantable en su decisión de sostener alzados contra los del rey, los pendones de la casa de Pallars.

Hallábase ausente el conde en 1491, cuando el virrey de Cataluña, infante D. Enrique, viendo que el de Cardona no podía dar cima por sí solo á la empresa contra D. Hugo Roger, mandó convocar las veguerías y levantó somatén para caer sobre los estados de aquel obstinado barón. La condesa Doña Catalina se encerró entonces y se hizo fuerte en el castillo llamado de Valencia de Pallars, «resistiendo con tanto ánimo como pudiera hacerlo el conde su marido,» sin que amedrentarla lograran ni un punto los combates incesantes que se daban á su fortaleza, y el estar ya casi todo el condado convertido en ruinas y en poder de los vencedores. Sólo obligada por la necesidad, y apurados ya todos los recursos de la más heróica defensa, se avino á rendir el castillo á partido, pero aun con la condición de no entregarlo hasta pasado cierto tiempo, por si en esta época «el conde estuviese más poderoso que los oficiales reales para salir al campo.»>

El conde no se presentó, y el castillo de Valencia fué entregado, retirándose aquella mujer varonil á Francia á reunirse con su esposo, para compartir con él la vida aventurera que así en Francia como en Italia llevó de entonces más D. Hugo Roger, hasta que su suerte, como veremos, le condujo al castillo de Játiva á morir de vejez y de tristeza. Tanto el conde como la condesa de Pallars fueron dados por traidores, según sentencia. dictada en Barcelona á 12 de Diciembre de 1491 por el infante D. Enrique; y entonces fué cuando el estado del valiente proscripto recayó en el conde de Cardona y de Prades y en sus herederos, con título de marqués. También por la misma época erigió el rey en ducado el con

dado de Cardona, según ya anteriormente queda dicho, otorgando el monarca esta merced para recompensar los servicios de D. Juan Ramón Folch, que vino á ser de este modo el primer duque de Cardona, como fué el primero que á las armas de su casa, ya por tantos títulos ilustre, añadió las del condado de Urgel, como nieto de D. Jaime el Desdichado, por parte de su madre Doña Juana.

Así se engrandeció la casa de Cardona, y así acabó desgraciadamente aquélla de Pallars, que tan buenos capitanes y tan buenos ciudadanos había dado á la historia del país, ya que pocas páginas de gloria tiene esta historia, en que no figure con brillantez algún hijo de la casa de Pallars.

CAPÍTULO XXX.

Conferencias en Figueras.-Atentado contra el rey en Barcelona.-Restitución del Rosellón y Cerdeña.-Cortes en Barcelona.-Cristóbal Colón.-Quién facilitó á Colón el dinero para su empresa.—Sobre la venida de Cristóbal Colón á Barcelona.-Colón sale del puerto de Barcelona para su segundo viaje.-Los Reyes Católicos van á Perpiñán. Regresan á Barcelona.

(1492 Y 1493.)

Después de la conquista de Granada, el primer asunto que con insistencia emprendió D. Fernando fué el de recobrar los condados de Rosellón y Cerdaña. A consecuencia de la orden dada en sus últimos momentos por Luis XI, D. Fernando requirió al rey de Francia, que lo era Carlos VIII, hijo de Luis, para que le fuese hecha entrega de aquellos condados. No venía muy bien en ello la corte francesa, pero era entonces muy serio

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acontecimiento el de una guerra con el rey de las nacionalidades unidas de España. Se nombraron, pues, plenipotenciarios por una y otra parte para entender en el arreglo, siendo los del rey D. Fernando, Fr. Juan de Mauleó, el secretario real, Juan Coloma y Juan de Albió, y los de Carlos VIII, el obispo de Albi, el de Lectoure, Juan de Anglada, Francisco de Cardona y el secretario real Esteban Petit. Los comisarios franceses se dirigieron en seguida á Figueras, donde se abrieron las conferencias, que fueron luego trasladadas á Narbona.

D. Fernando creyó oportuno venirse á Cataluña para apresurar la terminación de este negocio, y después de haber ido á Zaragoza y haber permanecido en ella algún tiempo, tomó con la reina el camino de Barcelona, entrando en esta ciudad el 18 de Octubre. Pocos días hacía que aquí se hallaba, cuando sucedió un caso que los dietarios del archivo y efemérides de Flotats trasladan del modo siguiente:

El martes 7 de Diciembre un labrador de remensa, llamado Juan y natural del pueblo de Cañamás 1, intentó asesinar á D. Fernando el Católico, dándole una terrible cuchillada. El rey había estado aquella mañana dando audiencia y administrando justicia á su pueblo, como solía hacerlo un día cada semana, en una de las salas de su real palacio de Barcelona, cuando al salir de él, acompañado de sus consejeros, de muchos otros personajes de su corte y de algunos concelleres de la ciudad, se presentó el asesino que había estado en acecho, escondido tras la puerta de la capilla real de Santa Agueda, y abriéndose súbitamente paso por entre la comitiva, descargó tan tremenda cuchillada sobre la cerviz del monarca, que sin duda se la hubiera cortado

1 Algunos escritores, tomando el pueblo de Cañamás por apellido, le llaman Juan de Cañamás, y otros Juan de Cañamares.

á cercén, á no detener el ímpetu del golpe el que iba tras del rey, y á no venir algo perdido el golpe por hallarse el rey descendiendo las gradas. Al sentirse herido D. Fernando, tendió la vista en derredor como para inquirir en los semblantes de los que le cercaban si era aquél un hecho aislado ó efecto de alguna conspiración que se hubiese tramado contra su persona; mas pudo luego convencerse de que no existía semejante trama. Un llamado Ferriol, que desempeñaba en palacio el empleo de trinchante, púsose instantáneamente delante del rey en ademán de cubrirle con su cuerpo; acudieron muchos otros en su auxilio, y los demás corrieron con Alfonso de Hoyos á apoderarse del asesino, á quien dieron tres estocadas, y hubieran dejado muerto en el sitio á no habérselo prohibido el mo

narca.

Cuéntase que D. Fernando, dirigiéndose entonces al conceller en cap, Pedro Bussot, que iba á su lado, le dijo en tono de reconvención:-Ya ves lo que me dan en esta tierra cuando vengo á visitarla;-y que el magistrado municipal, sintiendo lo punzante del cargo, le contestó respetuosamente:-Lo que en esta tierra dan los locos, danlo en la tierra de donde venís los cuerdos, los infantes reales, y los hermanos;-aludiendo al fratricidio de D. Pedro el Cruel por el conde de Trastamara. Efectivamente, según algunos historiadores, el regicida era un loco escapado del hospital, y que en el acto de descargar el golpe dijo en alta voz al rey:-Devolvedme la corona..... es mía:-y añaden que al llegar D. Fernando á lo alto de la escalinata, cuando entraba otra vez en palacio, se volvió para otorgar su perdón al reo; pero ambas circunstancias se avienen, al parecer, muy mal con haber sido éste ajusticiado públicamente al cabo de seis días. Sin embargo, no falta quien diga que el pueblo enfurecido logró apoderarse del re

gicida, y se lo llevó á golpes y empujones hasta fuera de la puerta Nueva, donde lo quemaron al día siguiente, habiendo sido inútiles las pesquisas de la autoridad municipal para averiguar su paradero. Sea como fuere, es lo cierto que el hecho fué aislado y sin complicidad ni ramificaciones de ningún genero, y que por lo mismo no tuvo las consecuencias de que podía considerársele premisa, atendidos los bandos que en aquella sazón se agitaban en Cataluña.

En cuanto á la herida de D. Fernando, aunque grave, pues tenía tres dedos de profundidad, «hízolo Dios con tanta misericordia (como escribía la reina Isabel á su confesor, dándole cuenta del suceso), que parece se midió el lugar por donde podía ser sin peligro, y salvó todas las cuerdas y el hueso de la nuca, y todo lo peligroso. Así es que el soberano, luego de practicada la primera curación, pudo salir á cabalgar por la ciudad. para tranquilizar á todo el pueblo que, sabedor del caso, se deshacía en extremos de dolor, ansiaba saber de la salud del rey y clamaba venganza contra el vil asesino que había intentado poner tan negro borrón en su inmaculada honra.»

A fines de Diciembre se concluyó el tratado que estaban negociando los comisarios de España y Francia, con motivo de la restitución de los condados de Rosellón y Cerdaña, acordándose que éstos fuesen devueltos al rey D. Fernando, bajo condición de volver á la Francia si en algún tiempo se reconocía que la posesión debía pertenecerle «por árbitros nombrados por el rey de España: » extraña y singular condición, en efecto, que ha dado mucho que hablar á los historiadores franceses.

Pero antes de los sucesos que con este motivo sobrevinieron, hay que hacer mención de otro, por exigirlo así el orden de fechas.

A principios de 1493, dicen los anales catalanes, el

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