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ra esto? ¿Eran dos pueblos grandes, dos grandes naciones las que se unían, ó era que la una conquistaba á la otra? Era evidentemente lo primero, y siendo lo primero, la unión debía hacerse por un pacto fraternal de federación, no por el dominio de una sobre otra, fuese cual fuere la subyugada, fuese cual fuere la dominadora.

Así se vió desde el momento el contrasentido de querer ejercer Castilla una supremacía á que nada le daba derecho; así se vió desde el momento el contrasentido de que, por esa especie de incalificable fascinación con que Castilla atraía á todos los monarcas aragoneses desde el Parlamento de Caspe, Fernando abandonó su casa para ir á la de la mujer, en lugar de venirse la mujer á la del marido, como era lo racional, lo natural y lo lógico.

Y no se me diga lo del Tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando, inventado entonces y propalado á voz en grito por las plazas y calles; que esto no pasa de ser una divisa inscrita con letras de oro en los salones del palacio de la Aljafería, y de algún otro quizá, para adormecer la susceptibilidad de los catalanes y aragoneses, y halagar su justísima vanidad. En cambio, también entonces comenzaron los castellanos á llamar á la CORONA DE ARAGÓN con el injustificable y humillante nombre de Coronilla, que por desgracia se ha perpetuado entre nosotros mismos más de lo que debiera entre hombres hijos de una gran nación y de un gran pueblo. ¡Coronilla la CORONA DE ARAGÓN! ¡Coronilla la que, sin necesidad de unirse á los castellanos y con solas sus propias fuerzas, había reconquistado los reinos de Mallorca y de Valencia y extendido su dominación á Sicilia, Córcega y Calabria; la que tenía reyes que con justo título se habían llamado señores del mar; la que había dominado en Provenza, en Atenas, en Neopatria y en Nápoles; la que tenía el Rosellón y las costas de

África; la que había prestado generosa ayuda á los mismos castellanos para arrojar á los moros de Murcia, de Almería y de tantos otros lugares; la que había sostenido en los mares una guerra victoriosa con todas las naciones marítimas de primer orden; la que en cien batallas campales se había hecho temer y respetar de genoveses, sicilianos, franceses, ingleses, sardos, corsos, lombardos, alemanes y tantos otros; la que había llega. do á imponer leyes y tributos á Florencia, á Génova, á Venecia, á Milán y á otras repúblicas; la que había llevado triunfante su pendón hasta los más recónditos ángulos de la tierra; la que había humillado la soberbia de los reyes moros y príncipes africanos; y por fin, la que no sólo una vez, sino varias, había luchado sin más que sus fuerzas, y triunfante, contra el poder omnipotente de los papas, que eran los reyes de los reyes en las épocas aquellas! ¡Coronilla la CORONA DE ARAGÓN! ¿Pues cómo debiera ser llamada entonces la de Castilla?

Nadie podrá negar una verdad, que otros antes que yo han demostrado, y particularmente Foz y Cutchet en sus comentarios, á saber: que al tiempo de unirse, la CoRONA DE ARAGÓN era un reino perfectamente constituído sobre bases sólidas y fuertes, y la de Castilla un reino desconcertado; que en la CORONA DE ARAGÓN, además de una administración clara y entendida, hasta donde era posible en aquellos tiempos, la cual permitía funcionar con admirable precisión todas las ruedas del Estado, había el orden y libertad que en vano se buscaban en otras partes; mientras que en Castilla, ni entonces, ni después, ha habido lo uno ni lo otro, y por Castilla en toda España.

¿Qué llevó en dote Aragón á Castilla cuando se unieron? Le llevó los reinos de Sicilia, de Córcega y Cala-bria; los lugares conquistados en las costas de África; el imperio del mar Mediterráneo; la preponderancia en

Italia; los derechos al reino de Navarra, de Nápoles, de Jerusalén, de Provenza, de Atenas y de Neopatria; le llevó también la consideración, la autoridad, el respeto y la categoría de una nación fuerte por las armas, por su gloria, por sus leyes, por sus tradiciones de honor, valor y patriotismo. Y Castilla, ¿qué nos trajo en dote? Sólo Castilla, y el compromiso de arrojar á los moros de la Península.

Dolorosas son estas observaciones, pero son verdad, y hechas sean sin amenguar en lo más mínimo la gloria inmarcesible de Castilla, que era una nación noble, poderosa, fuerte y respetada.

No es extraño, pues, que por la preponderancia que desde el momento quiso tener la corona de Castilla, la unión, sin embargo de ser útil, beneficiosa y necesaria, costase muchas lágrimas y trajese lamentables consecuencias. En el modo como se llevó á cabo, adolecía de un vicio original, y desgraciadamente hubo que ratificarse con gran derramamiento de sangre y con la pérdida de las libertades por estos reinos á tanta costa adquiridas y conquistadas.

He aquí por qué nuestros mayores, en cuyos actos se ve siempre impreso el sello de la prudencia y de la previsión, á la muerte de D. Fernando acariciaron la idea. de separarse de Castilla y volver á formar un estado aparte. A este efecto, y es dato por cierto que callan las historias españolas, ofrecieron la corona á D. Fernando, duque de Calabria, hijo de Fadrique III de Nápoles, que estaba prisionero en Játiva 1; pero él se negó á aceptarla.

1 Alfonso el Sabio de Aragón dejó el trono de Nápoles á su hijo natural Fernando I; sucedió á éste su hijo primogénito Alfonso II, á quien siguió su hijo Fernando II. Muerto Fernando II sin sucesores, ocupó el trono napolitano su tío, otro hijo de Fernando I, Fadrique III. Este es el rey al cual despojaron los monarcas de Aragón y Francia. Su hijo

De todos modos, la unión se llevó á cabo, y no es cosa ya de discutir su conveniencia ó inconveniencia, sus ventajas ó desventajas, sobre todo cuando la unidad española era entonces y continúa siendo una gran necesidad patriótica. ¡Que la Providencia, que nos ha dado esta unión, nos la conserve; pero que la extienda también á todos los países de la Península ibérica, para que for men un día una gran haz de pueblos, una nación poderosa compuesta de reinos unidos, sabiamente enlazados entre sí y con pactos sagrados y fraternales, á fin de que la unión no sea el monopolio ó la tiranía de uno sobre los demás, y á fin de que todos, funcionando cada uno en su órbita legal y en su esfera de administrativa descentralización, constituyan la nación fuerte y respetada que por tantos títulos tiene derecho á ser la Península ibérica!

mayor, Fernando, duque de Calabria, se defendió todavía en Taranto, por algún tiempo en ausencia de su padre, que se había retirado á Francia; pero por fin los habitantes de la plaza lo entregaron á Gonzalo de Córdoba, después de hacerle jurar que dejaría libre al príncipe. Con todo, Gonzalo envió á España al duque de Calabria, que fue trasladado á Játiva, en donde estuvo cautivo por mucho tiempo, negándose en 1516 á aceptar el reino de Aragón que se le ofrecía. Habiéndole luego puesto en libertad Carlos V, casó con Germana de Foix, viuda de Fernando el Católico, y murió en 1550 en Valencia.

CAPÍTULO Xxxv.

Lengua y letras catalanas.-Idioma catalán.-Universidad de Barcelona.-Universidad de Gerona.-Universidad de Valencia.-Juegos florales. El cancionero de Zaragoza.-Escritores.-Poetas.-El primer libro que se imprimió en España.-Jurisconsultos.-Teólogos y filósofos.-Historiadores.-Literatos. -Médicos. -Astrónomos. -Autores de obras varias.-Hebreos.-Concilios.-Esplendor y acrecentamiento de las poblaciones.—Marina, comercio, industria y artes.-Marina de guerra.-El corsario Pedro Santón.-Preponderancia de la marina catalana.-Buques de gran porte.-Comercio.Consulados.-Ordenanzas para el comercio y seguros marítimos.— La fabricación protegida.—Industria y artes.-Pesca de coral. — Otros renglones de comercio.-Artes.-Costumbres y usos.-Buenas costumbres y loables usos de Barcelona.-Diversiones, espectáculos y representaciones dramáticas.-Justas y torneos.-Tiro de ballesta.-Juramento de los reyes.-Juglares.-Banquetes.-Trajes. -Matrimonios.-Monumentos.-Puerto y fuertes de Barcelona.

(SIGLO XV.)

LENGUA Y LETRAS CATALANAS.

Los siglos XIV y xv son importantes para la historia de la literatura catalana, y marcan en ella una verdadera edad de oro. La lengua catalana, que había ya llegado á su mayor grado de apogeo, fué adquiriendo la perfección y el sabor literario que la hacían estimable entre los hombres de ciencia y literatura, como una de las más trabajadas. Los reyes desde su trono, los sacerdotes desde el púlpito, desde el foro los abogados, los poetas desde sus academias, desde su tribunal los jueces, desde sus escaños los legisladores, desde el campo de batalla los capitanes, todos se dirigían en catalán al público, y ésta era la lengua nacional, la única que se

TOMO XIV

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