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concedida. Era tal el encono y la ira con que se hacía la guerra, que el patriarca, jefe de las tropas pontificias, formó el alevoso y atrevido proyecto de hacer prisionero al rey de Aragón durante la tregua. A este efecto, caminó toda la noche de Navidad de 1437, y hubiera conseguido su objeto, por estar D. Alfonso descuidado fiando en las seguridades de la tregua, á no haber sido éste advertido del peligro tan á buen tiempo, que apenas pudo poner en salvo su persona, dejando su equipaje y comitiva en manos del pérfido legado 1.

Es por demás confusa la historia de D. Alfonso en Italia. Peleaba tanto con las armas como con la diplomacia, y no daba vagar ni á sus huestes ni á sus embajadores. En su empeño de poseer Nápoles á toda costa, apelaba á toda clase de medios y de artificios, sembrando el oro y los favores para conseguir alianzas que luego rechazaba; amenazando á los unos, corrompiendo á los otros; halagando tan pronto al Papa como al concilio de Basilea, que se había declarado enemigo de éste eligiendo otro Pontífice, y, por fin, haciéndose con partidarios que se trocaban al siguiente día en sus enemigos para luego volver á ser sus aliados.

En 1438 llegó á Nápoles Renato de Anjou, que recobrara su libertad mediante 200.000 doblas, y coligándose con Miguel Attendolo y Jacobo Caldora, famosos caudillos ambos, consiguió reunir un ejército de 18.000 hombres. Al verse al frente de él, envió un mensaje al aragonés desafiándole, según dicen unos, á combate singular, y, según otros, á batalla general. Sea como fuere, por culpa del uno ó del otro, el reto no tuvo efecto. Renato se apoderó de la provincia de Abruzzo, y Alfonso se echó sobre la plaza de Arpadi, entrándola á saco, mientras que Bernardo de Cabrera, con la armada ca

1 Historia de Aragón por Sas, tomo IV, pág. 36.

talana, se arrojaba sobre la anjoina, vengando en ella la derrota sufrida años antes en aquellas mismas aguas por el pendón de las Barras.

Esta victoria puso al monarca aragonés en estado de poner sitio á Nápoles por mar y tierra. Acababa de abandonar Renato la ciudad, cuando D. Alfonso se presentó ante sus muros el 20 de Setiembre, favorecido por la circunstancia de tener los castillos Nuevo y del Ovo, que hasta entonces no habían aún podido conquistar los enemigos 1. Estrechamente sitiada Nápoles, resistió con empeño, y tuvieron los sitiadores la buena fortuna de que una bala de cañón destrozase la cabeza y dejase muerto al infante D. Pedro, consternándose con esta pérdida el campo de D. Alfonso. Cuentan que éste, mirando el cadáver de su hermano, exclamó:«Hoy murió el mejor caballero que salió de España.» No se olvide, sin embargo, que este caballero había sido uno de los asesinos del conde de Urgel, junto con aquel otro á quien, quizá en recompensa, ya hemos visto que le fué dado el título de conde de Ampurias 2. A pesar de su dolor, quiso el rey dar el asalto al día siguiente, pero no se lo permitió la lluvia que, por durar muchos días, le obligó á levantar el sitio, pasando á ponerlo á la plaza de Acerra, en tierra de Labor.

1 Otros dicen que no fué en 20, sino en 4 de Setiembre cuando se puso sitio á Nápoles.

2 El Arte de comprobar las fechas pone la muerte del infante Don Pedro en 1439.

CAPÍTULO XIV.

Descontento en el país.—Prisión del justicia de Aragón.-Aventureros en el Rosellón.-Sucesos en Italia.-Toma de Puzzolo.-Nuevo sitio de Nápoles.-Toma y saqueo de esta ciudad.-Fuga de Renato de Anjou.-Nuevas victorias del rey. -Entrada triunfal del rey en Nápoles.-Paces con el Papa.-Génova tributaria de Aragón.-Tratado con el duque de Bosnia.-Rompimiento con el duque de Milán. -Muerte de Doña Blanca de Navarra.-El príncipe de Viana heredero del reino de Navarra.-Casa D. Juan de segundas nupcias con Doña Juana Enríquez.-Crece el descontento en estos reinos.—Batalla de Olmedo.-Guerra con Castilla.—Rompimiento con Venecia y Florencia.-Muerte del duque de Milán dejando sus estados al rey de Aragón.-Cortes en Lérida.-Cortes en Tortosa.

(DE 1439 Á 1449.)

Mientras cada vez con más ánimo proseguía el rey la guerra en Italia, crecía en estos reinos el descontento por verle alejado de los negocios y gobierno públicos. Así es que incesantemente se pedía su regreso, pero contestaba que lo efectuaría cuando pudiese dejar en seguridad la Italia bajo el mando de su hermano D. Enrique, á quien envió á buscar, y pedía en el ínterin auxilios, recursos y armadas.

En las Cortes celebradas el año 1436 en Barcelona, mencionadas en el anterior capítulo, había ya comenzado á notarse el disgusto general que preocupaba al país. Durante su legislatura, que se prolongó hasta más allá de mediados de 1437, tuvieron lugar sesiones borrascosas, acaloradas contiendas y enérgicas protestas, que si se fundaban á veces en fútiles pretextos, demostraban, por lo menos, la excitación de los ánimos y el eco que la opinión pública hallaba en el seno de los representantes del país. Una vez, la reina, acaso mal aconsejada,

accedió á que fuesen expulsados de la cámara varios individuos del Brazo eclesiástico; más tarde, violando constituciones y atropellando fueros y privilegios, mandó la misma señora prender á ciertos diputados que lo eran del Brazo militar, lo cual produjo serios conflictos. y una atrevida protesta que apoyó D. Jofre de Senmanat, reclamando contra el quebrantamiento de las leyes, por haberse reducido á prisión á los diputados de la nobleza. Vióse precisada la reina á derogar su orden y á poner en libertad á los presos; pero los ánimos siguieron exasperados, las pasiones cada vez más sobreexcitadas, y las cosas llegaron á tal punto, que una vez que Doña María celebraba consejo, al cual había sido llamado el secretario de las Cortes, díjole la reina que, como levantara acta de lo pasado allí, le haría cortar la cabeza.

Algún tiempo después de estos sucesos, acaecidos en Barcelona, otro misterioso acontecimiento, parecido al del arzobispo de Zaragoza, Arguello, tuvo lugar en la misma capital de Aragón. Era justicia Martín Díaz de Aux, y una noche, por orden del rey de Navarra, lugarteniente del reino, fué preso, llevándolo escondidamente al castillo de Játiva; y en él murió, dicen los anales con su habitual laconismo al tratarse de ciertos sucesos. Se refiere que esta prisión fué á consecuencia del mucho abuso que se hacía entre algunas personas particulares de las grandes rentas del general del reino, en detrimento de la república; pero es lo cierto que el justicia de Aragón fué preso secretamente y llevado á un castillo donde murió de muerte extraña, sin embargo de existir una ley por la cual se disponía que jamás el justicia pudiese ser preso ni detenido sin el conocimiento del rey y de las Cortes. En su lugar fué nombrado Ferrer de Lanuza 1.

1 Zurita, lib. XIV, cap. LII.

En el Rosellón algunas compañías de aventureros, al mando de Rodrigo Villadrando y del bastardo Alejandro de Borbón, traían alarmado al país en los primeros meses de 1439; pero el segundo desistió de sus correrías, en cuanto el primero entró al servicio del rey de Castilla. Más tranquila con esto Cataluña, pudo enviar algunos refuerzos á D. Alfonso, el cual estaba haciendo grandes aprestos de guerra.

Durante todo el año 1439 se prosiguió con actividad la contienda por una y otra parte, más incansable Renato de Anjou, cuanto más parecía serlo Alfonso de Aragón. Asistido aquél de una armada que le enviaron los genoveses, pudo apoderarse del castillo Nuevo de Nápoles, á pesar de haber hecho su alcaide, el catalán Arnaldo Sanz, la más valerosa resistencia. D. Alfonso, en cambio, se apoderó de varias plazas y fortalezas, llevando en derrota delante de sí al general enemigo Caldora, que antes había sido su partidario y que murió entonces en una de las marchas, cuando había dispuesto entrar á saco la plaza de Circelo.

El papa Eugenio IV seguía en Ferrara, cada vez más decidido en favor de Renato de Anjou. El concilio de Basilea, que ya sabemos le era contrario, depuso á este Papa, y en su lugar nombró á Amadeo de Saboya, que tomó el nombre de Félix V. Oportunamente se aprovechó D. Alfonso de este suceso, y comenzando á sentirse fuerte por lo mucho que prosperaban sus armas, pidió resueltamente en 1440 la investidura del reino de Nápoles al papa Eugenio, no sin darle á entender que, caso de una negativa, se inclinaría á prestar obediencia á Félix.

Negóse el Pontífice, y entonces el rey se ladeó de la parte del concilio de Basilea, bien que sin declararse por Félix. Para amedrentar al Papa, hizo Alfonso que dicho concilio le enviara una embajada ofreciéndole lo

TOMO XIV

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