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vinos, y ver por doquiera ondear el raso y el terciopelo y centellear las pedrerías, bornear los caballeros y saltar los juglares. Preséntanse las mesas suntuosamente preparadas en derredor para la flor de la nobleza, y en el centro, sentado aparte el rey en el día de su coronación, servido por ángeles que bajan de entre nubes de la altura de enfrente (1), y divertido en los intermedios por cantares y vistosas danzas y mágicas apariciones de endriagos y doncellas, cual si en el castillo se realizaran para sus dueños cristianos los orientales ensueños de sus primitivos fundadores.

Ya han desaparecido del patio principal los claustros que lo rodeaban y la capilla de San Jorge; ya no es fácil reconocer en la nueva distribución del edificio el apartamiento de los mármoles, el apartamiento de la gran chimenea, la cámara de los paramentos, que mencionan las crónicas y ceremoniales antiguos. Restos de adornos góticos coronan algunos balcones interiores, mas no de los nacidos en los buenos tiempos del arte y de la monarquía aragonesa, sino cuando la una moría ya de refinamiento, y de grandeza la otra. Los reyes Católicos estamparon su huella en la Aljafería, dejándole magníficas obras antes de abandonarla para siempre, únicas antigüedades con que consuela

(1) En la circunstanciada relación que trae Carbonell de los festejos celebrados en la coronación del rey D. Martín, este incidente nos ha parecido de los más curiosos, y digno de ser referido con las textuales palabras: «Y fo fet un excellent entremés alt sobre lo palau dels marbres en la teulada hon havia un cel ordenat per grahons, y hon los sancts estaven per orde, cascú tenint son signe de victoria en la má, y en la sumitat estava Deu lo pare en mig dels serafins, y tots cantaven cants de molt grandissima melodía. De aquest cel procehia un nuvol que devallava al dreçador hon estava gran multitut de veixella de or y de argent del senyor rey; per lo qual nuvol devallava un ángel cantant proses fahents per la festa de la coronació, y devallant y muntant lansava deçá y dallá proses escrites en paper vermell, morat y groch, demonstrant en si molt sobirá goig y alegría. Aquest aytal angel aprés devallá los bacins pera dar aygua mans al senyor rey, los quals doná á dos angels qui estaven de peus en lo dreçador, y los dos angels donarenlos á aquells que devien servir lo senyor rey. Aprés de tot aço sen pujá, y devallá lo plat de les cireres que devia menjar lo dit senyor rey; y per conseguent sen pujá altra volta y devalla la copa ab la qual lo senyor rey fó servit de diverses viandes que foren aparellades molt nobles y en grandísima abundancia.»>

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ahora su desnudez y abatimiento, ya que ni una piedra le ha quedado de la paternal dominación de los Berenguers. De aquella época es la espaciosa escalera, con su pasamano revestido de hermosas labores de yeso, y con seis ventanas góticas en su primer descanso, tapiadas las tres de un lado, y abiertas las restantes sobre un cuadrado encaje de arabescos. Aparece en seguida una fila de salones que nada ofrecen sino extensión al que con la cabeza baja los atraviesa sin mirar asentadas sobre sus desnudos y blanqueados muros preciosas techumbres de azul y oro, imitadas de los moros por sus vencedores. Diríase que acaba de salir de manos del artífice el artesonado del salón principal: cordones ingeniosamente entrelazados al estilo árabe forman los cuadros que ocupa dentro de octógona moldura un dorado rosetón con una piña colgante; pero algo más acusan el rigor del tiempo la maltratada galería de madera que lo circuye, la cornisa privada casi enteramente de sus grandes follajes, y la inscripción, que, repetida en toda la estancia y en las otras siguientes, parece llenar aquellas bóvedas de la gloria de sus fundadores (1). En el segundo salón, al cual introduce una trabajada puerta de gótico no muy puro, resaltan sobre el techo de fondo azul dorados rombos y florones, y en el de otro inmediato brillan en el centro las armas de Aragón y Castilla cobijadas por el murciélago, y el nudo gordiano en medio de las cruces formadas por los cuatro compartimientos. Excede á todos en belleza el artesonado del salón de la alcoba, donde vieron la luz tantos príncipes é infantas ilustres según el mundo, y que, sin embargo, sólo ha retenido el nombre de una princesa coronada con la auréola de la santidad, de Isabel nacida en 1271 de Pedro III y de Cons

(1) Esta inscripción, que afecta la romana elegancia, es en los términos siguientes: «Ferdinandus Hispaniarum, Siciliæ, Sardinia, Corsica, Baleariumque rex, principum optimus, prudens, strenuus, pius, constans, justus, felix, et Helisabet regina, religione et animi magnitudine supra mulierem insigni, conjuges auxiliante Christo victoriosissimi, post liberatam á Mauris Betycam, pulso veteri feroque hoste, hoc opus construendum curarunt, anno salutis MCCCCLXXXXII. »

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tanza de Sicilia, ascendida al cielo desde el trono de Portugal. Doradas molduras diseñan sobre el fondo azul del techo estrellas de varios tamaños, adornadas con un florón las menores, y las mayores con el manojo de flechas, símbolo de la unión de los reinos españoles, y con la coyunda y nudo gordiano acompañado de las palabras tanto monta, divisa de aquella magnánima real pareja.

No ya en más o menos pálidos trasuntos é incompletas imitaciones, sino en toda su genuina delicadeza, osténtase el arte arábigo en una octógona y reducida pieza del patio, cual si desde las orillas del Genil hubiera sido traída y enclavada en el alcázar aragonés. Bordan los muros hermosísimos relieves, y sobre aquella especie de encaje figuran recortados ocho arcos, los dos de herradura y los restantes formados por irregulares y caprichosas curvas, sostenidos todos por columnas casi ocultas en la pared. Un moderno techo roba desde abajo la vista del segundo cuerpo, no menos exquisito que el primero en las labores del friso, en los arabescos del muro y en los ajimeces partidos por una columna que encima de los arcos corresponden. Ignoramos el origen y destino de este aislado templete, cuya definición ó cúpula ha desaparecido bajo otro nuevo techo; tal vez los conquistadores de Granada se complacieron de ver en él un destello de las maravillas de la Alhambra y una memoria de sus triunfos; tal vez siervas manos trasplantaron allá un recuerdo de su perdida patria. Sin embargo, no sirvieron tantas magníficas obras para alegres fiestas ó regias solemnidades, sino para los severos é imponentes actos del tribunal de la Inquisición, que los Reyes Católicos desde el asesinato de Arbués instalaron en su propio palacio, como si á la sombra de su manto quisieran ponerle á cubierto de la audacia de sus enemigos. Allí permaneció el Santo Oficio hasta 1706, y en 1759 se fijó en su última residencia de la calle de Predicadores, casa un tiempo de los duques de Villahermosa, y ahora destinada á cárcel pública.

Vicisitudes semejantes á las de la mansión de los reyes han

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