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pen la indigna cal que los ahoga; frescos simbólicos y rudos cubren á menudo sus paredes, triunfando del rigor de cinco y seis siglos; retablos góticos con sus pintadas pulseras y afiligranados doseletes se han refugiado en las capillas cuando no campean en el mismo altar mayor, y en sus sepulcros de alabastro duermen en paz los prelados y señores velados por los angeles, llorados de los hombres, guardados por el fiel can ó por el león generoso. Aquí bajo una cáscara moderna late todavía un grave y sombrío santuario contemporáneo de las Cruzadas; allí introduce á una iglesia greco-romana un portal gracioso ó adusto de la Edad media, ú ocupa un altar barroco el ábside bizantino que ostenta aún por fuera su torneada redondez y sus labradas ventanas; más allá macizas y belicosas torres entre cúpulas y campanarios de ladrillo, cuadros puristas engastados en churriguerescos follajes, gastadas inscripciones entre los mármoles ó azulejos del pavimento, cuando no incrustadas en los muros exteriores, elegantes calados góticos ó labores platerescas sobre lisas y mezquinas paredes. Allí no se extasía el viajero, el dibujante no encuentra dónde fijar un punto de vista; pero allí el arquitecto aprende, el filósofo y el historiador comparan y analizan, el poeta reune aquellos huesos áridos y dispersos, y reconstruyendo su armazón con voz poderosa, hace desfilar por delante de ellos á sus antiguos pobladores. Más bien que monumentos, diríase que aquellos son vestigios que nos dejaron de su existencia las generaciones pasadas sin pretensión alguna de eternizarlos, objetos de su uso que nos ha conservado la casualidad, como las lavas del Vesubio nos han transmitido intactas las menores particularidades de Herculano; y el estudio de ellos con respecto al de los grandes monumentos es lo que la historia íntima, social, sacada de las crónicas, recogida penosamente de los archivos, detallada en sus más leves incidentes, es respecto de la historia pública y clásica de reyes y de batallas, de los grandes hombres y de los grandes hechos; menos sorprendente, tan interesante por lo menos, y sin duda alguna más instructiva.

Cada reino, provincia y aun ciudad, por escasas que sean sus vicisitudes de oscuridad y grandeza, suele ofrecer un período sobresaliente de importancia y gloria que es en cierto modo su punto luminoso, y se refleja en la arquitectura de sus monumentos; del seno de cada cual brota un tipo arquitectónico que como planta indígena debe contemplarse y analizarse en el terreno mismo; cada cual ofrece su contingente de datos y modelos para ilustrar una época determinada, de cuyo conjunto resulta la historia general de las bellas artes. Las épocas originales que en Aragón deben particularmente estudiarse son dos: el apogeo del género bizantino y su transición al gótico, la decadencia de éste y su transición al plateresco. En vano sería buscar allí aquellos. portentos de gracia y ligereza, aquella pureza de líneas en medio de tanta profusión de adornos y detalles, con que el arte gótico desde mediados del XIII hasta mediados del xv enriqueció otras provincias; no le hallaréis por lo general sino desgajándose penosamente en su infancia de las robustas formas bizantinas, ó adulterado ya por el gusto arábigo al par que por el greco-romano ceder decrépito á sus conjurados enemigos. Y en esto la arquitectura anda de acuerdo con la historia: Aragón desde el enlace de su reina Petronila con el conde de Barcelona, de reino que antes era pasó á ser provincia, y no la más favorecida con la presencia de sus monarcas; climas más benignos y más risueños campos, ciudades más populosas é independientes del feudalismo por su riqueza y más adictas como tales al poder real, empresas ultramarinas y pujanza de comercio los llamaban más á menudo á las provincias litorales de Cataluña y Valencia, y concentraban su afecto y los principales legados de su gloria y munificencia en estos dominios, el uno solar paterno de la dinastía de los Berenguers, y fruto el otro de conquistas propias. Los reyes no dormían ya en sus toscos sepulcros de San Juan de la Peña, sino en los soberbios mausoleos de Poblet; ni la monarquía de los hijos de Ramiro I, pobre, severa y belicosa, sin más idea que la del triunfo de la fe sobre la morisma, era la opulen

ta, la culta, la pomposa y florida monarquía de los descendientes del conde Ramón, de los rivales de la Francia y dominadores de la Italia. La una se retrata en los monumentos de Aragón, la otra más generalmente en los del principado. Pero un cambio no menos importante, aunque menos ruidoso, se obró lentamente en Aragón durante todo el siglo XVI, y fué la agregación definitiva del estado al reino de Castilla, la nivelación de leyes y pérdida de fueros tan populares y queridos, la extinción del feudalismo tan poderoso en aquel país; y este cambio, cuyas visibles y últimas convulsiones se revelaron sólo en los alborotos de 1591 y en la muerte de Lanuza, tiene también su manifestación en muchos edificios públicos y privados, hijos del nuevo orden de cosas. Abandonaron los señores sus castillos para trasladarse al seno de las ciudades, obróse gran revolución de clases y fortunas, levantóse un nuevo gusto más ciudadano, digámoslo así, y menos aristocrático y atrevido, rico y adornado en sus detalles, pero que respira en su conjunto no sé qué dependencia y opresión. Templos bizantinos, casas que á falta de otro nombre llamaremos platerescas, he aquí las dos épocas, las dos especialidades de Aragón; la una correspondiente á su restauración religiosa y á sus glorias históricas en los siglos XI y XII, la otra al nuevo estado social á que se amoldó en el xvi.

si

Por lo demás, si pocas provincias han logrado ser mejor conocidas que la de Aragón en su historia y en sus instituciones; pocas, á lo menos en lo antiguo, mostraron tanto esmero en la conservación de sus fueros y de sus glorias, que puedan presentar un archivo tan completo como el de la corona de Aragón, y una serie tan brillante de cronistas como la que abarca al sabio Zurita, al patriota y celoso Blancas y al elegante Argensola; si apenas hay ciudad en la provincia que, á falta de archivos particulares casi aniquilados por las guerras en este mismo siglo, no guarde su historia impresa ó manuscrita; si en la parte eclesiástica y en sus varias ramificaciones ha merecido Aragón en un ignorado capuchino de últimos de la pasada centuria, en

el P. Ramón de Huesca (1), un historiador tan erudito como circunspecto; bajo el aspecto artístico puede decirse que es un país todavía por descubrir, y una mina por explotar. Palpitándonos el corazón parte de temor y parte de complacencia, entramos en esta senda que abren nuestros pasos, y en la cual no divisamos anteriores huellas, si ya no se cuentan las que nos dejó en la postrera mitad del siglo XVIII el erudito D. Antonio Ponz en su vasto pero incompleto Viaje de España. El plan que se propuso de recorrer toda la península en unos tiempos, más escasos aún que los nuestros en comunicaciones y alicientes para viajar, no le permitió sino visitar los puntos y examinar los objetos que en su itinerario hallaba, valiesen ó no la pena, apartándose rarísima vez de su camino para ir en busca de lo que no le salía al encuentro: así que al paso que consagra casi un tomo á Zaragoza, y se detiene minuciosamente en Calatayud y Teruel, ciudades acaso las más pobres de monumentos, y en la enumeración de insignificantes poblaciones del bajo Aragón, pasa á lo largo de Tarazona, saluda de lejos á Huesca, y ni una línea dedica á los grandiosos monasterios, á los empinados castillos, á las pintorescas montañas de la otra parte del Ebro. Y luégo, pintor antes que arquitecto en los templos, y economista más que poeta en las campiñas, educado en todo el rigor y exclusivismo de la escuela clásica de su tiempo, dado al examen de los detalles y adornos más bien que á la contemplación del conjunto, sería injusticia al par que anacronismo exigir de él en la apreciación de los monumentos aquella mirada profunda, universal, espiritualista, digámoslo así, que descubre un alma bajo

(1) Continuó este benemérito escritor la obra principiada por el P. Lamberto de Zaragoza y titulada Iglesias de Aragón, y añadió á los cuatro tomos que su compañero de orden había publicado de aquella metropolitana iglesia, otros cinco, de los cuales dedica tres á la de Huesca, uno á la de Jaca y otro á la de Barbastro. Lástima que tan concienzudas tareas segunda vez interrumpidas no abarquen, para ser completas, las diócesis de Tarazona, Albarracín y Teruel, y más lástima todavía que una obra por tantos títulos apreciable apenas sea conocida fuera del recinto de su provincia.

aquellas formas y descifra en ellas la historia y la organización de un pueblo, ó que reconociendo siquiera en la belleza artística la variedad fecunda é inagotable de la naturaleza, no se esfuerza en amoldarlas á un tipo dado. Sin embargo, lo nuevo y laborioso de la empresa, el acierto de sus fallos por lo común, y la diligencia con que enriqueció con varios nombres oscurecidos y dignos de la inmortalidad el diccionario de los artistas, harán á Ponz acreedor siempre á nuestro respeto y gratitud; y cuando se olvida á ratos de Vitrubio y de sus cinco órdenes para extasiarse ante los prodigios de gótica crestería, y cuando á vista de los delirios del aborrecido churriguerismo lamenta la desaparición de lo antiguo, se reconoce con satisfacción que su gusto é instinto eran mejores que su sistema.

II

Lo hemos dicho ya: separar la arquitectura de la historia y el monumento de su origen, de su carácter y de los recuerdos que lo consagran, es poco menos que considerar el cuerpo sin alma, la palabra sin su significado, el efecto sin la causa, la obra sin hacedor ó destino, el objeto material sin relación ni encanto alguno de los que le presta la imaginación. Pero la historia de Aragón no es la de un territorio ni de una provincia, es la de una monarquía, y monarquía influyente y poderosa; no se limita á un cierto número de tradiciones locales que se ciernen sobre las ruinas y los peñascos, á una serie de dramas domésticos de crimen ó de virtud, de horror ó de fortaleza, ó al conjunto de unos pocos acontecimientos y revoluciones que vienen á ser los rasgos de su peculiar fisonomía; sino que se presenta con todo el grande aparato de la historia clásica, con sus dinastías de soberanos, sus conquistas, sus batallas y sus tratados de paz ό alianza; y como tal, mal puede reducirse á los estrechos límites de nuestro poético cuadro. La historia de Aragón es también la

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