( no sabía, la lengua de Castilla, y perfecciona lo que en Portugal no acertó a explicar, su pensamiento y su empresa de las Indias; de aquí sale para recibir en la Corte, con la investidura de Almirante de los mares y de Virrey de tierras, el mandato de los Reyes Católicos; aquí, sólo aquí encuentra hombres y barcos, los primeros hombres heroicos que con sus famosas carabelas de Palos, no temen. afrontar los peligros del mar tenebroso de las leyendas, en una empresa de gigantes, para la que Martín Alonso Pinzón, héroe y víctima, doblemente héroe y víctima, aun le da de su hacienda el dinero que le falta; de aquí salió España al Descubrimiento, y aquí rindió el viaje, depositando en sagrado, cual convenía, la ignota, la recién hallada América. El episodio Rábida-Colón, que tan bellos asuntos ha prestado a pintores, poetas y novelistas; que tantas veces ha ocupado la atención y llamado el interés de historiadores y publicistas, será siempre el punto de partida y la síntesis de toda la historia del Descubrimiento. Sin élla, sin la Rábida, éste, indudablemente, se hubiera realizado; pero, ¿cuándo? ¿en qué forma? ¿Tendría Colón esta gloria? ¿Existiría hoy España-América? Primera afirmación histórica, cuna, solar, lazo de unión de España-América, se ha llamado a la Rábida. Punto inicial fué, en realidad, de la madre España en la empresa del Descubrimiento y en la subsiguiente obra civilizadora, no menos heroica y más meritoria, de tres siglos que fueron necesarios y bastaron para transformar de nuestra propia vida nacional, el continente más viejo y olvidado, en el mundo más joven y actual del globo. Si fuera necesario señalar un punto geográfico localmente determinado y comprensivo de todo lo que, de hecho y transcendentalmente, significa el concepto de comunicación recíproca España-América, la historia y el plebiscito reclamarían, sin género de alguna duda, seguramente, el primero, el mayor derecho para la Rábida. Y he aquí algo muy providencial: con frecuencia, con demasiada frecuencia, cual si existiesen un permanente prejuicio o una nefanda consigna, se han falsificado capítulos enteros de nuestra historia. Los hechos más gloriosos, la verdadera génesis de aquella epopeya, el desarrollo maravilloso de la conquista, la transformación social de estas naciones modernísimas, la fusión de la raza; los títulos más ilustres, nuestros hombres, nuestras instituciones; todos y cada uno de los elementos de nuestra acción, han sido criticados, vilipendiados ante la humanidad. Extraños y, alguna vez, propios, se han dedicado con verdadera fruición a la obra destructora.... Sólo, acaso sólo, la Rábida se ha salvado de los ataques, de las envidias y de los prejuicios, creadores de esa injusta negra leyenda en torno de España, que ha llenado de suspicacias la vida y ha retardado un siglo entero la unión espiritual y de intereses que siempre debió existir entre pueblos de una misma raza, hermanos. Nadie osó tocarla. La Rábida es hoy un punto blanco y un capítulo inmaculado en la historia hispanoamérica. La misión de la Rábida en la historia no ha concluído; empieza de nuevo y tiende a perpetuarse. Si como cuna, si como solar de familia, tiene el primer derecho legal, histórico y de naturaleza de llamar hacia sí, de congregar en torno suyo y de imponer el santo amor de hermanos a hijos que, diseminados en naciones con el mar de por medio, camino sin obstáculos de fronteras, llevan en sus venas la sangre, en su historia la tradición y en su alma los sacrificios y las esperanzas de una misma madre, como institución de todos venerada, para todos es punto a partir de los nuevos decubrimientos que aun nos restan, de una y otra parte..... No lo dudamos. A medida que los pueblos del Nuevo Mundo se consoliden y acrezcan; a medida que la civilización común a todos vaya ensanchando sus horizontes; cuando el tiempo y la reflexión reconstruyan la verdadera historia de la doble epopeya, la del descubrimiento y la de la cultura, con las proezas de los conquistadores, leyes sabias de los estadistas, apostolado del misionero, religión, arte, lengua.... y aparezca, sin sombras, el alma, toda el alma de España-América, más y más se irá fortaleciendo aquel lazo que las une, aquel centro que las impulsa; este solar que las atrae y congrega en nombre de la sangre, de los amores y de los intereses, para depositar, allí, donde nunca hubo ofensas, las últimas querellas; para darse mútuamente, allí, donde para todos hubo amor, el anhelado abrazo de hermanos. Tiene otros aspectos, importantísimos, tanto por lo que en sí son y representan, como por las relaciones íntimas y transcendentales que guardan con el anterior, principal de todos. No podemos dejar de señalarlos en índice y perspectiva, porque constituyen la urdimbre de esta Historia, orden cronológico de los hechos y tipo exacto o fisonomía típica del objeto, y tendremos necesidad de apoyarnos en ellos, y aun de relatar múltiples hechos de prueba; La Rábida ha sido en todos tiempos, desde la remota antiguedad de la leyenda fabulosa hasta nuestros días, una institución simbólico-social, altamente personificadora; ha sido, especialísimamente en su primera época de historia monacal, todo el siglo XV, un centro, un verdadero centro de atracción, de influencia y de apostolado, del país que la rodea. La comarca del Tinto-Odiel le debe, junto con las tradiciones, sus más preciados elementos de religión, cultura, civismo, costumbres; la historia de Palos-Moguer, sencillamente, le es inseparable. Para la Orden de San Francisco, brota allí, en sus humildes claustros, uno de aquellos primeros y famosos ermitorios, así llamados, en los que se incuba y nutre la reforma, Observancia, que llena de instituciones religioso-sociales, similares, el país, haciendo popularísimos el nombre y las obras franciscanas; que dió a España, con los más altos ejemplos de austeridad y carácter, estadistas como el gran Cisneros, santos como el extremeño Pedro de Alcántara, místicos y prosistas como Francisco de Osuna, Pineda, Juan de los Angeles; misioneros y apóstoles, de las excelsas figuras de San Diego de Alcalá en Canarias, San Francisco Solano en América, San Juan de Prado en Marruecos... A través de las diversas tradiciones o acontecimientos del país, la Rábida, Santuario-Convento, ha tomado el tipo característico y se ha revestido, digámoslo así, de una personalidad propia, inconfundible; que es, a la vez, intensa y popular, representativa y de acción. Pero en torno suyo y a su sombra, se ha creado también, mirando a los mares de Occidente, una comarca privilegiada, pedazo glorioso del noble solar de la madre España. En el sentido lógico de la historia, sería insensato pensar, que a la hora del gran acontecimiento, en la circunstancia precisa de cumplir su gran misión, la Rábida, era, como tantos otros, ni más ni menos, un insignificante cenobio campesino, sin otra cultura, sin más relaciones, ni influencias que las de su propio aislamiento; que no comprendieron sus ascetas, desde el primer día, el pensamiento de Colón; que no existían de antemano en los marinos, ideales, empresas, heroísmos; que la epopeya del Descubrimiento, defendida por Fr. Antonio de Marchena, aprobada por el médico García Hernández, patrocinada por Fr. Juan Pérez, realizada por hombres y barcos del Tinto-Odiel, brotó de repente al conjuro de una voz extranjera, o se obró inconscientemente, casualmente. No; la raza, las corrientes de la nación, habían hecho concurrir en estos sitios, calladamente, la superabundancia de sus ideales y de sus energías. Existía una preparación amplia y, como hoy se dice, perfectamente documentada........ Y si pasando del fondo, analizamos los diversos matices y rasgos que embellecen su fisonomía, la Rábida tiene una historia inmaculada. Ningún derecho ha hollado, con ningún crimen o delito humano, político o social ha manchado jamás alguna de sus páginas: al contrario. Es una historia de paz, de amor, de beneficencia: Convento; en sus claustros se santifican los hombres, amando a Dios y al prójimo y mortificando sólo a sí mismos: Santuario; ofrece a las gentes, templo para orar, escuela para aprender y un refugio en los días de tribulación: Casa pobre o rica en bienes; parte, con los hijos del rudo trabajo y luchadores de la vida, necesitados, penitentes, peregrinos, el sudor, el pan y la oración. Cristobal Colón halla aquí lo que en vano fué buscando en Palacios y Universidades. Cuando el oro de la rica América abastece a muchos, sólo élla permanece pobre, más pobre que nunca, más que todos, porque sobre no recibir nada, ha dado, precisamente en estas circunstancias, lo que manos bienhechoras sobrepusieran a la pobreza franciscana, y sirvió providencialmente para los días de la gran hospitalidad y para el momento de la heroica empresa, unos pedazos de tierra lindantes con el edificio. El legado del santo de Asís es toda su herencia. De ahí, que todo cuanto se relaciona con su historia; todo lo que más o menos directamente le toca, tenga interés y simpatías. Es un lugar, desde cualquier aspecto que le consideremos, por excelencia histórico. La humanidad le venerará siempre; en él, España y América no pueden dejar de amarse; la comarca del Tinto-Odiel encarnará siempre sus ideales; la Orden de Sn. Francisco guardará el depósito y recordará las glorias de su tradición. *** Providencialmente se ha salvado de la total ruína: hoy la vuelta de los Religiosos garantiza la conservación del legendario, del histórico, del por tantos títulos interesante edificio. No nos detendremos mucho en su descripción, para la que no faltarán guías. Al oeste de la célebre Palos, en la provincia de Huelva; sobre ligero promontorio dominando la confluencia de los Odiel y Tinto que corren a confundirse por entre islas y esteros en el Occéano, se levanta, humilde, con el sello monacal, seráfico, inconfundible de la Orden de San Francisco de Asís..... Allí, en la soledad campesina, sobre el cerro que le sirve de asiento y de atalaya, mirandose en las aguas de la ría que bañan sus pies, y atisbando en lontananza los inmensos horizontes del mar, parece, es, el heraldo que desde los confines de la vieja Iberia señala los derroteros de la joven América. Sólo dos vías existen para llegar al Monasterio: carretera, Sn. Juan del Puerto-Moguer-Palos-Rábida, 17 kilómetros, por tierra: embarcación, Huelva-muelle Rábida, unas cinco millas, por la ría. Por cualquiera de los dos caminos, subimos el suave repecho, atravesamos la fronda de los modernos jardines, la explanada, con el viejo Convento, sencillo y el nuevo monumento de Colón, altivo... esta es la Rábida, la Rábida, pensará todo visitante de alguna cultura, que si por su historia evoca gloriosos recuerdos de la patria, por su posición topográfica, por esta visión de grandiosa-pintoresca perspectiva es uno de los más bellos, más poéticos sitios de la naturaleza. El edificio, pequeño, sin esos grandes lienzos de paredones de otros similares, bastante irregular en su planta, restaurado en buena parte y devuelta en lo posible su fiso |