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su ilustre conterráneo el Teniente General don Francisco Cornejo transportó a Orán, en 1732, el ejército del Duque de Montemar, portándose con gran denuedo en las funciones verificadas en aquella famosa expedición, mereciendo recomendaciones es peciales de su respetable Jefe.

En 1733 salió en comisión en una fragata de guerra para las Islas Filipinas. El 17 de Junio de 1735 fué nombrado Teniente de fragata, emprendiendo una expedición para cruzar en el Océano y Mediterráneo; visitó el mar de Grecia y las costas de Italia y Francia.

El 23 de Agosto de 1737 fué promovido a Teniente de navio; realizó después diferentes viajes por nuestra costa del Cantábrico, uno redondo a Montevideo y otro a las Islas Canarias.

El 28 de Agosto de 1740 ascendió a Capitán de fragata y embarcado en la escuadra del Teniente General don Blas de Lezo partió para Cartagena de Indias donde nuestros marinos habían de obtener gran triunfo, conduciéndose Barreda con extraordinario arrojo y bizarría, habiendo tenido el honor de que le comisionasen los Generales Eslava y Lezo para traer a Madrid la importantísima nueva de los triunfos de los españoles contra los ingleses, siendo aquellos hechos no sólo gloriosos para nuestras armas, por la victoria alcanzada, sinó de gran trascendencia porque como dice un historiador de la Marina Real española «Si Cartagena hubiera caido en poder de los ingleses, España hubiese perdido entonces el dominio de la América; porque el Comodoro Auson, que había invernado en Santa Catalina, á principios del año, pasó el mar Pacífico por el estrecho de Lemaire.

El General Pizarro que le seguía, sufrió una horrenda tempestad queriendo doblar el cabo de Hornos y se vió obligado a volver á Buenos Aires perdida casi toda la escuadra. Auson aunque reducido por otra tempestad al navío Septentrión, que él montaba y á otros dos buques menores, tomó y saqueó a Payta y se dirigió á Panamá; mas sabedor, por los que allí hizo prisioneros, del mal éxito del ataque á Cartagena, atravesó el mar Pací fico para apoderarse del galeón nuestro que anualmente se despachaba de Filipinas para Acapulco, débil indemnización de los gastos qne Inglaterra había hecho en ambas expediciones.»

El 17 de Mayo salió el Almirante Vernon para Inglaterra quedando el puesto libre de enemigos. Cumplida por Barreda esa importante misión, se le confió el mando del navio Brillante, teniendo ocasión de probar su valor é inteligencia, según veremos ahora al reseñar el famoso combate de Cabo Sicié.

«Desde la mañana del 22 de febrero-dice don José Marchhallándose las escuadras (española é inglesa) sobre las costas de

Provenza y á siete leguas de Cabo Sicié empezaron á maniobrar y á disponerse para el combate, quedando a las once formadas en línea de batalla, la inglesa á barlovento. Navegaban las dos escuadras como a distancia, una de otra, de dos tiros de cañón y demostrando gran empeño la inglesa en separar la escuadra española de la francesa consiguió su propósito y estando el enemigo á tiro de fusil de nuestros navios, rompió el fuego el Almirante Nathews cargando sobre el Real Felipe con su navío el Namur, el Malborough y el Norfolk, todos de tres puentes y dos de setenta cañones. Del mismo modo se repartieron dos y tres contra cada uno de los nuestros desde el Oriente al Hércules; pues los otros cinco desde el Brillante al Santa Isabel se hallaban algo atrasados por poco andar del primero y con este motivo se empeñó un combate desigual, pero muy sostenido por una y otra parte.

Correspondiendo el Real Felipe con la mayor constancia al vivísimo fuego de los cinco navíos que le batían, opuso siempre la más vigorosa resistencia, a pesar de haber tenido muy luego grandes averías y quedado enteramente desmantelado durante la acción, sin vela alguna, cabullería, ni vergas mayores. No fueron menos los daños que él en unión con el Hércules ocasionó al enemigo; pues con su mucho y acertado fuego creyó haber echado a pique al Malborough, uno de los matalones del Almirante Mathews y desarboló a otro de sus palos y mesana, maltratándole tanto que arriando bandera procuró retirarse. Lo mismo hizo Mathews con los otros dos navíos de tres puentes; escarmentado el enemigo dejó al Real Felipe sin objeto en qué emplear el ardor de su valeroso equipaje y cayendo un tanto fuera de la línea se ocupó en remediar sus averías.»

Con no menos denuedo se batieron los demás navíos españoles, cada uno con dos o tres de sus enemigos. El Comandante del Constante, don Agustín de Iturriaga, murió sobre la cubierta.

Los navios Brillante, Alcón, San Fernando, Soberbio y Santa Isabel, hacían grandes esfuerzos por cerrar el claro que resultaba en la línea, efecto del poco andar del Brillante. Este se batió desde el principio de la acción con dos navíos de sesenta, del cuerpo de batalla enemigo y el segundo y tercero lo hicieron por intervalos con navíos de la retaguardia.

Reparadas las averías de los navíos enemigos volvió Mathews a reanudar el combate y otros dos buques de a sesenta convoyaban el brulote Ana Galey con intención de incendiar al Real Felipe, que se hallaba sin vela alguna y enteramente desmantelado, pero Barreda convencido de cuáles eran las intenciones del inglés, hizo que el Brillante llegase a tiempo para batir al brulote disparándole cincuenta cañonazos. Se situó por la popa

del Real Felipe, al que defendió del grupo de enemigos que no atreviéndose a presentarles el costado, y por no gobernar el navío por el mal estado en que se encontraba, trataban de atacarle o abordarle por la parte indefensa.

El brillante comportamiento de Barreda era imitado por la oficialidad y marinería del Alcón y San Fernando acudiendo al socorro del Real Felipe, pudiendo entre todos defenderle de un segundo ataque que se trabó contra siete navíos ingleses que se proponían apoderarse del invencible navio Real Felipe.

La victoria de Cabo Sicié, en que la escuadra francesa se apartó y excusó el combate, se celebró en España con muestras de jú bilo y festejos públicos.

El 14 de Mayo de 1745 fué Barreda promovido a Capitán de navío y después de desempeñar varias comisiones y prestar servicios en el departamento de Cartagena se le confirió otra vez el mando del Brillante.

En 1748 fué en comisión del servicio a los departamentos de Brest y Rochefort. En el mismo año regresó al Ferrol desempeñando corsos y cruceros en nuestra costa de Cantabria.

En 1749 se le concedió licencia para pasar a Francia para atender a su quebrantada salud. El 15 de Enero de 1752 fué nombrado para embarcarse en el navío Tigre, como Capitán de pabellón del Jefe de escuadra Comandante General del departamento de Cartagena don Pedro Mesía de la Cerda, Marqués de la Vega de Armijo y en 19 de Febrero se le confió el mando del Septentrión construido por un nuevo sistema, con el fin de que estudiase las propiedades del buque en un viaje de prueba.

El 14 de abril salió en persecución de tres fragatas corsarias argelinas que habían pasado el Océano, con los navios Septentrión y Tigre. Habiéndose dispuesto se fraccionase en dos divisiones la escuadra del departamento de Cartagena, se encargó Barreda del mando de la segunda, destinada al corso contra argelinos. El 31 de marzo de 1753 volvió a continuar el servicio del corso. El 17 de mayo obligó a que dos goletas de Tánger que llevaban un paquebot y un pingue que habían apresado, abandonasen las presas, que restituyó a sus dueños. Se le concedió de nuevo licencia para atender a su salud; mandó luego el navío Galicia, desempeñando una comisión reservada acerca de la Regencia de Argel, Túnez y Trípoli. El 30 de mayo de 1755 ascendió a Jefe de Escuadra. El 26 de junio se hizo cargo de la destinada a la América septentrional, arbolando su insignia en el navio Infante, quedando, después de varios viajes, de Comandante de la marina de la Habana, esmerándose en la construcción de buques, botándose durante su mando tres navios, dos fragatas, tres ber

gantines, un paquebot y una goleta. El 15 de julio de 1760 ascendió a Teniente General. El 21 de junio de 1762 fué nombrado para ejercer el mando del departamento de Cartagena que tuvo que dejar por el mal estado de su salud; volviendo después a hacerse cargo de aquel destino.

En 1765 se embarcó en el navio Triunfante como segundo Comandante de la escuadra del Excmo. Sr. Marqués de la Victoria, destinada a conducir de Cartagena a Génova a la Infanta María Luisa de España, casada con el Archiduque Pedro Leopoldo de Austria, hijo segundo de María Teresa, Emperatriz de Alemania y Reina de Hungría; y desde Génova a Cartagena a la Reina María Luisa, hija de Felipe, Duque de Parma, que casó con Carlos, Príncipe de Asturias, más tarde Carlos IV, cuyas bodas se celebraron en Madrid con grandes festejos. En este viaje debió ser cuando nuestro ilustre biografiado recibió de la Infanta doña Maria Luisa una sortija de brillantes de gran valor.

El rey de Nápoles condecoró a Barreda con la Gran Cruz de San Jenaro.

Para premiar el rey los grandes servicios prestados por este ilustre montañés, le concedió la gratificación de mesa como Teniente General embarcado, en vez de la que disfrutaba como Comandante General de Cartagena.

A los 42 años de servicio y sin haber cumplido los 57 de edad, falleció en Cartagena, víctima de un accidente apoplético, el 8 de febrero de 1767.

D. PEDRO CEVALLOS GUERRA.-Figuró este ilustre hijo de la Montaña, no poco en épocas de grandes comp.icaciones internacionales.

Nació en 1764 en San Felices de Buelna, partido judicial de Torrelavega, y pertenecía a una família acomodada, pasando la casa de Cevallos por ilustre, contando entre sus descendientes a don Gonzalo de Ceballos, Maestre de Calatrava en 1195; a su hijo Ruiz González de Ceballos, Rico-Hombre y Comendador de Uclés, de la orden de Santiago, que casó con la hija de Gonzalo Ruiz Girón, Mayordomo Mayor del Rey, y a don Diego Gutiérrez de Ceballos, Almirante mayor de Castilla en tiempo de Fernando IV, desde 1303. Salazar de Mendoza, en el libro 2.o de las dignidades de Castilla, cap. XV, tratado de los Almirantes, dice: don Diego Gutierrez Ceballos, XIV Almirante lo era en tiempo. del Rey don Fernando el emplazado, porque está por confirmador de un privilegio en el año 1305. Fué su biznieta doña Elvira de Ceballos, mujer de Fernan Perez de Ayala, de quien procede la mayor parte de Grandes y Señoras de estos reinos. >>

Doña Marina de Córdova Ayala y Ceballos, segunda nieta de

don Fernán Pérez de Ayala, casó con don Fabrique Enriquez, de quienes fué hija la Reina doña Juana, mujer del Rey don Juan de Aragón y de Navarra, padres del Rey don Fernando el Católico.

No menos ilustre es su apellido materno. De muy antiguo tenía esta casa Señorio en Ibio y Patronato de iglesias, poniendo curas ad nutum moviles y aun después del Concilio de Trento, que prohibe para los legos este privilegio, le fué confirmado por Sixto V en 16 de noviembre de 1587. Cuenta en su linaje a don García Guerra de Zaragoza y don Fr. Francisco Guerra, Obispo de Cádiz.

Estudió gramática, nuestro biografiado, en el convento de franciscanos del Soto, haciendo luego los estudios de derecho en la universidad de Valladolid, donde manifestó sus cualidades intelectuales, y recomendado más tarde al conde de Floridablanca, este ministro de Carlos III, le recibió con singular cariño, abriéndole las puertas de un porvenir lisonjero. Lo agregó a la Embajada de Nápoles, siendo posteriormente trasladado a la de Portugal, nombrándole el 13 de diciembre de 1800, Secretario de Estado y del Despacho.

Durante el largo tiempo que fué Ministro de Estado, tuvo ocasión de demostrar su gran talento. Dando una prueba de lo mucho que quería a su provincia, consiguió (pues seguramente se le debió a él) la Real orden de 22 de enero de 1801, en la que se declaraba a la ciudad capital de provincia, emancipándose de ese modo por completo de la de Burgos, a la cual había pertenecido.

Cevallos era primo político de Godoy, Príncipe de la Paz.

Grande tenía que ser la inteligencia de un Ministro que se veia obligado a contrabalancear y políticamente combatir las exigencias de las naciones, sobre todo de Francia, que tenía empeño en comprometer a España, como lo realizó, a una alianza de las fuerzas marítimas de esa nación y la nuestra y las exigencias asimismo de Inglaterra que veía con celos las amistades o negociaciones franco-hispanas y pretendía reducirnos a la más extricta neutralidad, que no consiguió.

Frente a estas luchas, con naciones tan poderosas, necesitábase ser un hombre de genio para salir airoso y Cevallos lo consiguió.

Cuando nuestro ilustre paisano entró en el ministerio, tenía ya el Rey compromisos, como el Tratado secreto entre Carlos IV y Bonaparte, firmado en San Ildefonso, en primero de octubre de 1800, que se amplió a los cuarenta días de ajustada la paz de Lunneville, especificando el artículo concerniente a la Toscana

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