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tuna la medida de las Córtes disolviendo aquella junta y relevando de la comandaneia á Zayas puso término á aquel estado, y reorganizando don Juan Martin su fuerza acreditó otra vez más que para gobernar partidas eran menester las condiciones especiales que él algunos otros de su temple reunian.

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Eran de este número los dos médicos, después generales, en años anteriores ya tambien mencionados, Palarea y Martinez de San Martin, tan molestos al ejército francés de Castilla la Nueva, el primero por la parte de Talavera de la Reina y Toledo, el segundo por la de Cuenca, Albacete Ciudad Real, ya solos, ya en combinacion con otros partidarios, como cuando éste último, reunido con don Francisco Abad (Chaleco), escarmentó á los franceses en la Osa de Montiel (agosto). Tampoco faltaban guerrilleros diestros y valerosos, aunque no de tanta nombradía, en las dos provincias de Castilla la Vieja, Avila y Segovia, comprendidas en la demarcacion señalada al ejército francés del centro bajo el mando inmediato del rey José. En la primera y sus confines campeaba el ya otras veces nombrado Saornil; y en la segunda y sus sierras, se hacia cada vez mas notable don Juan Abril, que entre otros importantes servicios hizo en la primavera de este año el de rescatar 14.000 cabezas de ganado merino que los franceses habian apresado é intentaban trasportar acaso fuera del reino, ó donde otros de sus cuerpos de ejército estaban

necesitados de provisiones. Continuaban los gefes franceses ahorcando ó arcabuceando los guerrilleros que cogían, so color de considerarlos como brigantes ó bandidos, y nuestros partidarios tomando la revancha de ahorcar franceses en los caminos ó á las entradas de las poblaciones por donde sabian que sus columnas iban á pasar; que era uno de los caractéres terribles de esta guerra, por las causas que otras veces hemos ya apuntado.

Respecto á cómo vivian los franceses en la capital del reino y asiento de su rey, nada diremos nosotros; nos contentamos con copiar las breves pero espresivas palabras siguientes del autor mismo de las Memorias del rey José. «Les Français ne pouvaient se montrer dans les promenades extérieures de la ville de Madrid, sans courir le danger d'être enlevés ().»

No tanto por la resistencia tenaz que el país oponía á su dominacion, como por el disgusto habitual que le producia la conducta personal y política del emperador su hermano para con él, la situacion del rey José no era ni mas ni menos amarga en 1811 que lo que vimos hasta fines de 1810 (2). Buscando siempre cómo salir de aquella ansiedad que tanto le mortificaba, en enero de este año (1811) envió á París uno de sus edecanes, el coronel Clermont-Tonnerre, con cartas para Napoleon rogándole le esplicára en

(4) Memoires, lib. X.

esto dijimos en los capítulos 9.o (2) Recuérdese lo que sobre y 11.o

qué relaciones se encontraba respecto á algunas provincias. Clermont-Tonnerre entregó los despachos, pero ni obtuvo respuesta, ni él volvió más á España, A poco tiempo (febrero) apareció en el Monitor de París un artículo, en que se decia, que la fiebre del patriotismo español habia pasado, y que los pueblos de Aragon, como los de otras provincias del Centro, del Mediodía y del Norte de España, pedian á gritos su reunion al imperio. Compréndese cuánto aumentaría esta declaracion, publicada en el diario oficial de Francia, la inquietud del rey José. Las cartas que recibia de la reina Julia no eran tampoco para tranquilizarle. Decíale que apenas podia hacerse escuchar del emperador; que el pensamiento de la adquisicion de la hacienda de Mortefontaine para su retiro no habia merecido su aprobacion; que á juicio de su hermano los intereses de España debian subordinarse á los del imperio, y que si se determinaba á dejar el trono queria que lo declarára oficialmente por medio de su embajador en Madrid. En consecuencia de esto, y de una conferencia que José tuvo con el embajador Laforest, pasó una nota al emperador, en que, sin déclararlo definitivamente, le indicaba que le convendria renunciar á los negocios políticos.

En tal estado de incertidumbre y de zozobra, no pudiendo José captarse el aprecio de los españoles, por mas que procuraba halagarlos y distraerlos dando saraos y banquetes, permitiendo los bailes de másca

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ras por el antiguo gobierno vedados, y restableciendo las populares corridas de toros, en tiempo de Cárlos IV. prohibidas; como que por otra parte la falta de recursos le obligaba á aumentar los impuestos; como en este año escaseasen los granos en términos de producir una subida horrible de precios y una penuria general; como en virtud de la organizacion militar y civil dada por Napoleon cada gobernador recogia y acaparaba para el surtido de su distrito cuantos granos podia, sin cuidarse de los otros; y aun impidiendo la circulacion; como José para abastecer el de su inmediato mando tuviese que apurar las existencias de trigo de sus provincias, cogiéndolos hasta de las eras y haciéndolos extraer de las alhóndigas de los pueblos; no pudiendo ya sufrir la amarga situacion en que todo esto le colocaba, resolvióse á ir en persona á París, persuadido de que en una hora de conversacion con su hermano le habria de convencer, mas que con todas las comunicaciones escritas, de la necesidad de dar otro giro á las cosas de España. Y pareciéndole escelente ocasion la de haber dado á luz el 20 de marzo la emperatriz su cuñada el príncipe que habia de ser rey de Roma, y circunstancia oportunísima la de ser él uno de los padrinos designados por el emperador, determinó su viaje; reunió el consejo de ministros para anunciarles su resolucion (20 de abril), añadiendo que su ausencia seria breve, y á los tres dias siguientes partió de Madrid, acompañado TOMO XXV.

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de O'Farril, Urquijo, el conde de Campo-Alange, el de Mélito y algunos otros.

Por causas inevitables no traspuso la frontera de Francia hasta el 10 de mayo. En el camino de Bayona á París recibió un despacho del príncipe de Neufchatel prescribiéndole en nombre del emperador que no dejase la España. José, en lugar de retroceder, aceleró su marcha, y llegó el 15 á París. Allí, en las pláticas que tuvo con su hermano, le manifestó su intencion de no volver á un pais en que ni podia hacer el bien ni impedir el mal, mientras no revocara las medidas que destruian la unidad é impedian la combinacion de los movimientos militares y la regularidad de la administracion. «Mis primeros deberes (le » dijo entre otras cosas) son para con la España. >> Amo la Francia como mi familia, la España co>>mo mi religion. Estoy adherido á la una por las » afecciones de mi corazon, á la otra por mi con> ciencia.»

Napoleon decidió á su hermano á volver á España, bajo la promesa de que cesarian los gobiernos militares, tanto más, cuanto que los ingleses ofrecian (le dijo) evacuar el Portugal si los franceses salian de España, y reconocerle como rey si la Francia consentía en restablecer en Portugal la casa de Braganza; díjole que deberia reunir las Córtes del reino, y ofreció además asistirle con un millon de francos mensual. Bajo la fé de estas promesas José cedió, tomó la vuelta de

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