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HISPANIA

VOLUME II

December, 1919

NUMBER 6

DEL SABROSO COLOQUIO QUE TUVO CERVANTES CON D. ALONSO QUIJANO EN EL PURGATORIO

Avanzaba por aquellas vastas soledades, en su postrer jornada. Puestos los ojos en el lejano confín, dorado por los efluvios de una luz celestial, caminaba el viajero. Su rostro aguileño, de frente lisa y desembarazada, nariz corva, barbas de plata, se dilata er la contemplación de aquel remoto confín donde está la bienaventuranza. Camina sin reposo, que larga es la jornada.

-¡Cuerpo del mundo, señor Cervantes!

Sacóle la gran voz de su embelesamiento. Miró y, sin acertar a pronunciar palabra por un buen espacio, pudo ver no lejos otra figura humana, la de un hidalgo de edad madura, de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, quien medio corriendo, con los brazos abiertos, llegóse a él para abrazarle.

-¡Deo gratias, buen hidalgo!

-Al Señor sean dadas, mi D. Alonso Quijano, que bien veo que es vuesa merced.

Saludáronse con grandísimo contento. Y, entablando la dulce plática que verá quien leyere, juntos prosiguieron la postrer jornada. -Por buen agüero tengo, mi D. Alonso, haberle hallado en el camino que iba ya temeroso de jamás alcanzar el bien que tanto buscamos y deseamos.

¡Que la gracia del cielo nos acorte la jornada!

-¡ Plegue a Dios que así sea!

Enmudecieron y, con la mirada siempre fija en el resplandor

que en la lejanía, a modo de faro celestial, derramaba su difusa claridad por aquellas soledades, continuaron adelante.

-Y digame por su vida, señor D. Miguel, si es que por ventura no recibe pesadumbre acordándose de las cosas del otro mundo. . . -Pregunte vuesa merced lo que a bien tuviere.

-¿Ha mucho que vió a mi doña Aldonza Lorenzo?

--Con ella hablé meses pasados en Esquivias. Diviértele mucho su papel de Dulcinea, y gusta de que le lean la famosa historia.

-Mala jugada me habéis hecho en vida, señor Miguel, tornándome en el hazme reír de las gentes. Pero bien sabe el cielo que os perdono.

-¿Por qué lo decís?

-Digolo, buen hermano, porque hicisteis de mi pintura no muy justa y amable. Ya había anticipado vuesa merced que, aunque pareciera padre, padrastro era de D. Quijote.

-Siempre amé yo a mi D. Quijote, y aun me conmovi con sus desventuras.

-Que me place; pero a buen seguro que me pintasteis de brazo flojo...

-Pero en el ánimo, león. Más que César, que ni él arrostraba otros peligros que los que están en el orden de naturaleza, ni entraba en ellos sin pesar sus ventajas y medir su fuerza; mientras yo hice a vuesa merced encararse también con los sobrenaturales, y no reparar ni antes ni después sino en la justicia de sus ideales. Y si César acariciaba y apetecía imperios, para él eran, que vuestras insulas para Sancho las quisisteis.

-De triste figura me sacasteis a la luz del mundo.

-Fresco y risueño, de corazón. Y ofensa tampoco hubo en llamarle el caballero de la Triste Figura, que tal nombre le cuadraba a vuesa merced, como a mí también me cuadrara, y tal me puse, cuando arrastraba mi cadena por el baño de Azán-bajá.

-De vuestra pluma salió mi figura en extremo grotesca. -Grotesca no, mi D. Alonso. De la figura de vuesa merced, que no la llamaré vulgar, pero que nada se diferenciaba de la de muchos hidalgos de la Mancha, hice aquella figura genial donde se junta lo grotesco, sí, del hábito, de la celada de cartón, de la bacía, con lo sublime del corazón.

-Hambriento me pintasteis, además.

-Pero más hambriento del ideal.

-Me sacasteis, hermano, con tanta fe por demás que a todos causaba risa.

-Por esa fe, por esa candidez en la que, a pesar de vuestro gran entendimiento, un niño os haría entender que era de noche en mitad del día, por esa sencillez de espíritu, Sancho dijo querer a vuesa merced más que a las entretelas de su corazón, y con Sancho, cuantos os acompañen en el curso de vuestra historia; y cual Sancho bueno, Sancho discreto, tampoco se amañarán a dejar a vuesa merced por más disparates que haga.

-Melancólico, por añadidura.

-Eso creo yo muy bien. Salió D. Quijote con esa melancolía de todos los hijos de mi entendimiento: por algo son mis hijos. -Y lo más grave, seco de cerebro.

-Mas de lozanísima imaginación. Menester me era loco vuesa merced, para que pudiera decir aquellas amargas verdades contra la justicia humana que se me estaban pudriendo en el pecho.

--Menester no era, para ello, llevar a extremos tales mi locura : como aquello de dar fe a la redoma aquella del bálsamo de Fierabrás, y aquello de. . .

-No fué signo de locura, sino de fe-le interrumpió el hidalgo alcalaíno. Cuando a poco es vuestro entendimiento el que habla, soltasteis la voz a aquellas discretas razones de la dichosa edad y siglos dichosos.

¡Sí, para dar luego en manos de los desalmados yangüeses! -Lo confieso, hermano: aquello fué doloroso. Por eso vale una lágrima.

-Digole que por loco, y de remate, vuesa merced me ha hecho pasar, señor Miguel.

¡Oh, no tanto! Descabalado de sentido ya dije desde un principio que lo era vuesa merced, pero es la verdad que luego, meditando acerca de vuestras aventuras, no me parecisteis tan loco. He visto a vuesa merced en el curso de su historia, loco en las hazañas, mas pronunciando siempre palabras tan bien concertadas, que aun en medio de vuestras locuras parecisteis cuerdo, y siempre sublime. Y cuando vos decís despropósitos, son tan acordados, y vuestras sinrazones tan discretas, que locuras decis envidia de muchos cuerdos.

-Sea en buen hora; mas ¿dióse chifladura mayor que tener

por la más alta princesa del mundo a mi doña Aldonza Lorenzo? Las otras locuras claramente se ve que son invención de vuesa merced, mas ésta si que me duele por no parecerlo. Y es que al fin de cuentas la más grande chifladura es hacer tantas por una hembra de rostro amondongado, con olorcillo hombruno, sudada y algo correosa cuando ya ahecha hanegas de trigo en el corral de su casa o ya tira a la barra con los mozos en la plaza del pueblo. como cruelmente describe vuesa merced a Dulcinea.

-¡Crueldad notoria! Mas sería eso en rigor demencia, y por atribuírsela, justamente había vuesa merced de reprochármela, si no le hubiera hecho declarar a vuesa merced que princesa quería forjársela; no porque así lo creyera, mas porque para vuestro amor tanto valía como la más alta princesa del orbe, y os la pintabais en la imaginación como la deseabais. Y no os acuitéis, que no más cuerdos suelen ser, en punto tal, los demás enamorados.

-Pero, ¡ válame Dios todopoderoso!, que si de eso salimos con buen pie, será para entrar en la aventura aquella de los molinos de viento, que en mala coyuntura y peor sazón se le ocurrió a vuesa merced.

-Allí no se pensaba tanto en lo rematado del juicio de vuesa merced, como en vuestro épico valor. Y si en ella os puse, a buena fe, señor, que también os metí en la aventura de los leones, donde el héroe iluso fué allí héroe real.

-Luego, hermano, me atribuisteis hechos que nunca me acaecieron. Yo que me he leído, como bien dijisteis, cuantos libros de caballerías pude hallar, sé-sin que vuesa merced tuviera necesidad de declararlo que porque Amadís se retiró a hacer penitencia en la Peña pobre, yo había de hacer penitencia en Sierra Morena. . .

-Dejé ya escrito que cuando un pintor quiere salir famoso en su arte, procura imitar los originales de los más únicos pintores que sabe.

-Y porque D. Florisel de Niquea...

-Teneos, no es razón que prosigáis, hidalgo; que si las sobredichas y otras no dichas aventuras no acaecieron a vuesa merced, ni mía fué su idea, paréceme a mí que siempre serán de quien las inmortalice. Recuerdos de viejas lecturas fueron algunas, invención muchas, pero no todo, artificio y traza, que vos debéis de acordaros de otras aventuras cuya verdad no admite réplica ni disputa aquella, v. gr., con Juan Haldudo el rico, el vecino de

Quintanar. Ni llamaréis invención la otra que le avino a vuesa merced con los mercaderes toledanos.

-No, por cierto, ¡ desdichado de mí!, que aquel malandrin del mozo de mulas me molió y me dejó deshecho.

-Bien se pagó vuesa merced con el vencimiento del vizcaíno. -Y luego, D. Miguel, ¡ donosa cosa!, pretendiendo hacer confesar a todos la sin par hermosura de Dulcinea.

-Pretendiéndolo no habíais de parecer más descabalado de sentido que Suero de Quiñones, Galeas de Mantua, lord Surrey y sinnúmero de caballeros, de los andantes en carne y hueso, no por los libros, por la vida.

-Y me hacéis tomar los mesones por palacios, por princesas las fregonas.

-Eso os cumple; no son vuestras ilusiones lo que os ridiculizan, sino las trivialidades que junto a ellas os pone la vida: vuesa merced sueña con un palacio, y la realidad le pone una venta; sueña con princesas encantadas, y la realidad le pone maritornes o dueñas. Vuestro paso por la vida causar debe tristeza, que no risa.

-¡ Medrados estamos! . . . Lo que me cuesta mi trabajico perdonar a vuesa merced, buen hermano, se lo confieso, es que me diérais por vencido de un raspabarbas.

¡Oh, mi, D. Alonso, y que mal me pagáis en ello! Pecador de mí, y yo que creí pintar allí a vuesa merced más sublime que nunca, cuando vencido, en tierra, molido, teniendo sobre la visera la enemiga lanza, exclama sin embargo, con voz debilitada y enferma: "Dulcinea deel Toboso es las más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra." Asegúrole a vuesa merced que por esa y otras cosas, D. Quijote irá de lengua en lengua y de gente en gente por toda la tierra, como bien lejélo dicho.

—Sí, vida eterna, para que eternamente se burlen de él.

-Y con la risa en los labios, y el regocijo en el corazón, le amen tiernamente.

-Reparad, mi D. Miguel, que no aludo a quienes con él se rien, ino a los que riense contra él.

-Ríense de mi D. Quijote, porque los hombres se rien de la virtud, cuando no alcanzan a comprenderla. En su pequeñez, no pueden levantarse a las altas regiones donde el alma de mi D. Qui

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