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ninguno es inmortal porque no tuvieron quien historiase, como vuestra vida yo, la de ellos. Digo algo, buen hidalgo?

-Cogido me tiene vuesa merced: le debo mi gloria.

-Y a vuesa merced, debo yo la mía, que cortesías engendran cortesías.

-Que el Señor nos depare pronto la única gloria que ahora cuenta, la que buscamos, que si ella encontramos felicísimo triunfo habrá sido nuestra muerte.

¡Pluguiera al cielo, hermano, que así fuera!

Con esto, cesó por entonces la larga y dulce plática y, con la mirada siempre fija en la lejana y celestial claridad, continuaron los dos hidalgos avanzando.

UNIVERSITY OF PENNSYLVANIA

M. ROMERA-NAVARRO

UNA ESPAÑOLA EN CALIFORNIA

(Extracto del discurso pronunciado ante el Capítulo Neoyorquino de THE AMERICAN ASSOCIATION OF TEACHERS OF SPANISH, el 4 de octubre de 1919.)

Mi verano fué algo así como una excursión con la lámpara de Aladino en la mano, y al recorrer este país con sus tesoros y sus misterios, con sus grandezas y sus problemas, me ha servido de "Sésame" para abrir todas las puertas y recibir tesoros inestimables de cordial hospitalidad el decir tan sólo: soy maestra de español.

Recuerdo que una oscura noche en que la lluvia persistente e inoportuna del pasado junio, caía a torrentes ahuyentando a los transeuntes de las calles y envolvía a la ciudad en profunda tristeza, me encontraba yo en la soledad abrumadora de mi oficina, a solas con mis papeles y mis pensamientos. Eran esos momentos en los cuales las luces de las farolas parecían proyectarse en irrisorias y confusas líneas de lúgubre luz, y las personas aisladas, que cruzaban rápidas las calles solitarias parecían sombras opacas, misteriosas y tétricas que infundían pavor . . . en la soledad desalentadora de aquella noche oscura de lluvia, un solo pensamiento ofuscaba mi mente y poseía mi alma; la idea de que el día próximo salía yo para la costa del Pacífico, esa región de luz, de sol, de vida y de placer. Pero mi ida significaba mucho más-significaba el creciente interés en el español en este país que, además de ser práctico y previsor es un país de cultura y de ideales. Así que mi ida perdía ese aspecto personal, se despojaba del egoísmo-yo era una de tantos . . . quizás, quizás unas calles más arriba o unas manzanas más abajo los Sres. Wilkins y Coester estarían tambien haciendo sus planes, sumidos en sus cavilaciones . . . entre evaporaciones de humo o largos sorbos de aromático café.

...

California al llamarnos no uno a uno, sino en grupos, evidenciaba la importancia de la enseñanza del español en el oeste y la necesidad y utilidad de conocernos y de comprender mejor nuestros planes y nuestro sistema.

Y, claro está, estas meditaciones producen en el espíritu una. reacción seria, que nos hace comprender que el honor que se nos otorga incluye gran responsabilidad también.

¿Recordaís con cuanto cuidado limpió Don Quijote sus armas

cubiertas de polvo, arregló la maltrecha celada, y se lanzó a conquistar lo desconocido . . . a "enderezar tuertos"?

...

Pues algo así es lo que tiene que hacer el profesor que se siente llamado a través de la distancia infinita. Preparar sus armas ... ordenar sus conocimientos, dar cierto brillo a lo que cree que sabe y estar bien preparado para enderezar tuertos.

*

El Atlántico adquiere unos tonos de bellísimo azul que se van haciendo mucho más ricos y mucho más queridos según nos vamos alejando de él en uno de esos trenes más que rápidos, vertiginosos.

Nos detenemos en algunos puntos para dar una conferencia, aceptar una invitación de una exdiscípula o estrechar con efusión la mano de una compañera, y en todas partes, sea la parada de unos días o de unos breves instantes siempre notamos que la conversación recae sobre el español y que el interés en los países hispanos crece, se agranda y adquiere proporciones tan colosales, y sentimos un justo orgullo al evocar el recuerdo de aquel rinconcito de la bella España donde vimos la luz primera, y dimos los primeros pasos y balbuceamos las primeras palabras en la gloriosa lengue castellana.

Pero, amigos míos, para una española que siente cual yo siento el orgullo de mi raza, la grandeza del heroísmo hispano, la peristencia, el valor y la abnegación de los españoles, nada hay tan emocionante, tan intensamente conmovedor, tan excelsamente grandioso como cruzar este país inmenso pasando por esos áridos desiertos, en cuya tierra seca y agrietada solo crecen fibrosos cactus. y recordar que nuestros conquistadores cruzaron sin intimidarse esas ignotas arideces y nuestros misioneros arrostrando toda clase de dificultades implantaron allí el signo misericordioso de la cruz.

Las rústicas casas de adobe nos recuerdan las casitas que conocimos en el sur de España, donde viven nuestros campesinos pobres y nuestros gitanos alegres.

Los indios que se acercan al tren en Las Vegas, Albuquerque, en Lamy y otros puntos para vendernos bagatelas, nos hablan en español, en esa lengua que aprendieron sus tatarabuelos de aquellos colonizadores españoles, austeros e inflexibles; pero que se negaron a extinguir al indio y le hicieron su hermano.

Una vez atravesado ese desierto que nos pareció interminable

con toda su arena pedregosa y sus secos y retorcidos jaramagos, nos encontramos como por encanto en el paraíso en la región de luz y color.

Todas las flores meridionales, todas las bellezas tropicales se hallan reunidas en California.-Y en los valles umbríos, y en las colinas apartadas las iglesias edificadas por los padres españoles, con ladrillos, piedras, madera y hierro traídos de España, nos demuestran que la vieja España continúa custodiando el espíritu de esta región tan floreciente, tan bella y tan española.

En efecto, no hay región tan netamente española en los Estados Unidos como la baja California y hasta nos parece que no hay región donde más se venere a España que ese estado donde los recuerdos que allí dejó mi patria son las reliquias mas preciosas, los mementos más sagrados.

En esos valles, hoy día frondosos, plantaron los españoles los primeros olivos, las primeras naranjas, las primeras vides; ali enseñaron a los indios nuestros abnegados misioneros el amor a Dios y al prójimo, el uso del arado y el beneficio del riego.

Hoy día los expertos norteamericanos han transformado esa árida región en un paraíso terrenal; pero en su practicismo han sabido retener el culto a la tradición y la admiración al pasado, y sienten afecto hacia las ruinosas misiones españolas y se enorgullecen del Camino Real que allí construimos y hasta perpetúan en sus ciudades en sus calles, sus plazas y sus corazones el honor a los héroes españoles y a la lengua de la madre España.

A veces, por el nombre de las ciudades y de las calles nos sería difícil determinar si estamos o no en una ciudad española; Calle Figueroa, Alvarado, Serra, Coronado, Alhambra,-y luego. San Diego, San José, Santa Teresa, Santa Bárbara, Los Angeles.

Las casas blancas y con tejados rojos en su mayoría tienen un grato aspecto español, y las flores que las rodean perfumando el ambiente con sus dulces aromas y recreando la vista con sus alegres colores sugieren a nuestras mentes exaltadas visiones de la bella Andalucía y de la hermosa región valenciana.

En algunos lugares apartados y solitarios aun suenan las campanas españolas de tonos sonoros y profundos, esas hermosas companas que tocan al amanecer y a la caída de la tarde, cuyo timbre argentino y vibrante repercute por la inmensidad del continente al que dió España vida; esas campanas que parecen decir melancólicas y sufridas: "Ora pro nobis."

El Camino Real es el mismo que edificaron los españoles; sólido, amplio, permanente, imperturbable. Por allí pasaron nuestros guerreros en sus briosos córceles, por allí caminaron nuestros frailes penitentes y descalzos llevando el santo evangelio a los salvajes, confortando a los indios desvalidos, por allí caminan hoy día los vertiginosos automóviles americanos, y allí aterrizan los aeroplanos rápidos-si allí, en ese camino construido por una rąza de conquistadores y ascetas, por un pueblo aventurero, arrogante, pero magnánimo y valiente.

El entusiasmo por el español es allí inmenso. Se enseña español hasta en las escuelas elementales y es la lengua moderna que cuenta con mayor número de adictos.

El número de maestros de español también es muy crecido, y es notable ver que allí el español no se subdivide en dos clases; español y español comercial;-allí el español es meramente español. Alli no se cotiza el valor de la peseta ni del peso, ni se mide tan sólo la riqueza de los países hispanos por la cifra a que ascienden sus exportaciones; allí se estima la riqueza del espíritu de esos pueblos y la intelectualidad de una nación tiene allí un valor indiscutible.

En la costa del Pacífico se quiere al español con un afecto que nos conmueve y ese es en mi opinión el secreto de su popularidad y de su permanencia.

Aquí hay momentos en los cuales se duda de la utilidad y conveniencia de la enseñanza del español. Y personas hay tan obtusas que estudian el mercado de España y de Hispano-América y pasan por alto el estudiar la vida española tal y como aparece en nuestra inmortal literatura y amigos míos,-no lo olvidemos,-hubo pueblos comerciales que ya no existen y que hemos relajado al olvido pero los pueblos intelectuales son ¡inmortales, eternos!

Un día en que me cupo en suerte dirigir la palabra en una asamblea de estudiantes en la Universidad de California, se me recibió con prolongados aplausos. Yo estaba emocionadísima ¿qué era aquello? Aquello no podía ser por mi España Pintoresca, ni por mis Primeras Lecciones. Yo no era nadie, yo no había descubierto a América, y en mi pobreza no tenía ni joyas que ofrecer a un nuevo Colón. Pero era . . . española, eso es todo, señores, . . . ¡ española !

Y, amigos, aquí entre nosotros, en confianza puedo confesaros con ingenua sinceridad, que vale toda mi vida, todos mis esfuerzos.

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