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de dos mil muertos; no sin que perecieran vengados, pues el número de los nuestros fue casi una mitad. Entre los heridos cristianos se contaba á D. Diego Ladron, que fue uno de los primeros que llegaron á la cumbre.

Concluida, con tan considerable pérdida, esta campaña, que aseguraba por entonces la paz del reino, regresó á Valencia el egército victorioso, llevando ricos despojos y numerosos esclavos. Formaban la vanguardia los alemanes; venia en pos el estandarte de Valencia escoltado por ocho compañías del pais; y cerraba la retaguardia la restante tropa. Entróse el pendon, segun costumbre, por encima de las torres de Serranos, y en seguida penetraron los vencedores en la capital entre los vitores del pueblo que salió á recibirles. Vendiéronse públicamente los despojos, y calculóse su valor en mas de doscientos mil ducados, sin poner en cuenta lo mucho que los aventureros y los ausiliares se llevaron á sus paises: prueba inequívoca de las riquezas que poseian los moros, de no ocupar la mas ventajosa posicion entre los cristianos viejos; y de aquella laboriosidad que hacia florecer nuestra agricultura. A fines, pues, de este año (1) no habia ya un solo musulman en la península.

á

pesar

Hombres convertidos por reales decretos, y á quienes solo les habia sido dable elegir entre el bautismo del cristiano y la cadena del esclavo, no habian podido abrazar el nuevo culto con una fe muy sincera. Los moriscos, pues, solo eran cristianos en el nombre; musulmanes en el fondo de su corazon, predicaban en secreto la religion de sus antepasados.

En vano la inquisicion egercia contra ellos la vigilancia de sus espías y la crueldad de sus verdugos; solo podia obtener demostraciones esteriores, y una mayor prudencia y discrecion respecto á las prácticas condenadas. Temiendo sin embargo los señores de los pueblos moriscos que esta misma persecucion armase otra vez el brazo de sus vasallos, recurrieron á misser Juan Gais, vicario general entonces de este arzobispado, haciéndole presente, que antes de apelar á los medios de coaccion creian oportuno se nombrasen algunos oradores evangélicos para que se consagrasen esclusivamente á catequizarles. Igual instancia dirigieron al emperador; logrando por fin que el sumo pontifice escribiera una estensa

(1) Años de J. C. 1526.

carta al inquisidor general D. Alonso Manrique, arzobispo de Sevilla, la que entre otras instrucciones contenia las siguientes: disponia en primer lugar que se nombrasen personas idóneas, cuyo egemplo y conocimientos asegurasen en sus nuevas creencias á los recienconvertidos; trasformando las mezquitas en iglesias, añadiéndolas capillas, cementerios, sagrarios y pilas bautismales, y proveyéndolas de campanas, libros, cálices y ornamentos. Disponia además el gefe de la iglesia que se fundasen parroquias, que debian confiar á curas y vicarios, temporales ó perpétuos, aplicándoles décimas y otros derechos; pero eligiendo para este cargo pastoral á los eclesiásticos de conocida probidad y suficiencia.

Habíase comenzado ya en el reino la predicacion, con el objeto de instruir á los moriscos que habian recibido de grado ó fuerza el bautismo, cuando llegó á Valencia la alarmante noticia de que una escuadra argelina, compuesta de diez y siete buques, habia sorprendido el pueblo de Cullera (1), y que practicando un desembarco recorrian el pais inmediato para proteger la fuga de los moriscos que con los tesoros que podian salvar se dirigian á la embocadura del Júcar para trasladarse á las costas de Africa. Esta nueva se supo en seguida en Gandía, cuyo duque, trasmitiendo el aviso á D. Serafin de Centelles, conde de Oliva, aprestó al momento cuarenta caballos á las órdenes de su sobrino D. Francisco Centelles, que unidos á los del duque D. Juan de Gandía, se trasladaron rápidamente al punto indicado para el embarque, dispuestos á impedir la fuga de los moriscos y la retirada de los argelinos. Arribados estos á la costa, y colocados entre la necesidad de abrirse paso á viva fuerza, ó de retroceder al interior del pais, que levantado á somaten, hacia probable su mas completa derrota, no hesitaron en su eleccion, prefiriendo un combate á la vista de la escuadra que podia facilitarles algun socorro. Acometidos, empero, por los nuestros, cejaron al principio; mas rehaciéndose al momento, atacaron á su vez con tal denuedo, que peligró mucho se declarase en retirada nuestra caballería, favorecidos por una circunstancia que puso en conflicto la victoria. El duque de Gandía, que á fuer de buen paladin, seguia de cerca, temiendo algun compromiso, á D. Francisco Centelles, mozo de

(1) Años de J. C. 1532.

Tом. II.

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poca edad, pero de una audacia superior á sus años, se habia empeñado tanto en lo mas recio del combate que, fatigado el corcel, dió con su dueño en tierra rompiéndose el brazo en la caida. Mal parado el noble caudillo fue retirado del campo por sus escuderos; mientras el de Centelles se quedó solo con un caballero llamado Porrás que llevaba el estandarte. Atollado poco despues en un lodazal el caballo que montaba Porrás, prosiguió aislado el intrépido Centelles su carrera, metiéndose en los puntos de mas riesgo. Acertó en esto á ver á Miguel Vecio, secretario del conde su tio, acosado por algunos africanos que le perseguian, y lanzándose sobre ellos, los alanceó y dispersó, salvando casi prodigiosamente al secretario. La ausencia del duque causó por de pronto alguna confusion en nuestras filas; y esto dió tiempo á los enemigos para reponerse algun tanto, y cerrando nuevamente con la caballería, derribaron de un arcabuzazo á D. Francisco Centelles, al mismo tiempo que atravesada la rodilla derecha por una ballesta, vino al suelo entre el tumultuoso tropel que le circundaba. Caido en tierra rompió la ballesta con una bravura heróica, pero quedándosele dentro el hierro, no dejó por eso de defenderse con brio. Apoyado sobre la rodilla izquierda y sosteniendo siempre las riendas de su caballo vibraba aun su lanza con pasmosa violencia, imponiendo su valor á los mismos enemigos que habian cerrado con él. Afortunadamente llegó en su socorro Juan Aguilon con otros del acostamiento del conde de Oliva, y aunque lograron salvarle la vida, no pudieron impedir sin embargo recibiera otro flechazo en el muslo derecho'; cuya herida enardeció tanto al jóven guerrero que rompió el asta, sin observar que quedaba dentro tambien el hierro; de modo que su primera curacion practicada sobre el mismo campo de batalla fuera muy dolorosa; bien que no exhaló un solo gemido. La victoria, empero, quedó por los cristianos, á quienes la retirada del duque D. Juan y las heridas de Centelles privó de poder continuar el alcance, permitiendo á los fugitivos llegar seguros á bordo de sus buques.

Este descalabro sufrido por los argelinos no impidió que algun tiempo despues verificasen otro desembarco hasta penetrar en las cercanías de Parsent, logrando hacer cautivo á D. Pedro Anton de Roda; señor de aquel pais, con toda su familia. Nuestras costas continuaron siendo el objeto de sus espediciones atrevidas, dando lugar á que el pueblo, siempre receloso con los moriscos, les

imputase aquellas depredaciones por creerles en combinacion con los piratas. Estas quejas, sin embargo, no precipitaron su espulsion, hasta que á la elevacion al trono de Felipe II de Castilla, I de Valencia, se adoptaron nuevas medidas y se llevaron á cumplimiento las ya ordenadas por el emperador.

Convocóse en Madrid (1) una junta compuesta de generales, prelados y jurisconsultos para proponer el remedio de los moriscos.

Su acuerdo, convertido en pragmática por el rey Felipe, contenia las siguientes disposiciones: 1.° En el espacio de tres años todos los moriscos debian aprender la lengua castellana, y trascurrido aquel término, ninguno de ellos podia hablar, leer, ni escribir en árabe, pública ni secretamente. Todos los contratos escritos en aquel idioma se tendrian por nulos, y habian de recogerse y quemarse todos los libros árabes. 2.° Los moriscos debian proscribir los trages usados en otro tiempo por los moros, para tomar el de los cristianos; y sus mugeres debian salir á la calle sin velo, con el rostro descubierto. 3.° En sus matrimonios, reuniones y fiestas de toda especie, debian abstenerse de las ceremonias y regocijos usados por sus mayores, así como de las danzas y canciones nacionales (zambras y leilas). Las puertas de sus casas habian de permanecer abiertas los viernes y dias festivos de los mahometanos. 4.° Dejarian sus nombres y apellidos moros y tomarian nombres cristianos. Ni sus mugeres, ni otra persona alguna de su familia, podria bañarse en lo sucesivo, y los baños debian ser destruidos en todas las casas. 5.o Por último, se les prohibia tener esclavos negros (gacis, esclavos bautizados). Este decreto que contenia unas disposiciones tan violentas, publicado repentinamente en todas partes, produjo la mayor consternacion en este pueblo desgraciado. Heridos en todo cuanto el hombre tiene de mas caro, y condenados á la mas degradante humillacion, veian hollar á un tiempo los recuerdos de su patria y de su culto, su lengua, sus nombres, sus vestidos, sus usos y toda independencia aun la del hogar doméstico. Esto era exigir demasiado; pero antes de apelar a los medios de fuerza representaron contra aquellas determinaciones, persuadidos de que sus ruegos suspenderian los efectos de la nueva pragmática, como habian suspendido los de los edictos

(1) Años de J. C. 1566.

del emperador. Los moriscos de Granada fueron los que dieron el egemplo, y antes dieron sus quejas á las autoridades de aquella capital, para que estas las trasmitiesen al rey, que debian ilustrar al mismo tiempo las relaciones de sus delegados. No habiendo tenido éxito alguno este paso, los moriscos enviaron directamente sus súplicas al monarca, quien lejos de acceder á sus ruegos, severo é inflexible, mandó que su decreto fuese egecutado implacablemente. Y se egecutó; pero reunidos ya en Granada, ya en las Alpujarras los diputados de las diferentes poblaciones moriscas (1), resolvieron sustraerse á tanta persecucion por medio de una resistencia desesperada. De aquí tuvo origen aquella guerra que ocupó por espacio de cuatro años á los mas distinguidos generales de la monarquía y cuyos varios sucesos pusieron mas de una vez en conflicto la suerte de nuestros egércitos al pie de la sierra Nevada (2). Esta guerra desastrosa no tuvo eco en nuestro reino de Valencia, donde ó mas dóciles, ó mas degradados los moriscos, ó lo que es mas probable, protegidos por los señores de sus pueblos, habian permanecido tranquilos sin tomar parte en los acontecimientos que agitaron el reino de Granada á pesar de su imponente número (3). Una conducta tan pacífica no contuvo sin embargo las injurias del vulgo y de los mismos que se preciaban de mirar las cosas bajo el punto de vista de la razon de estado. Repetíanse cada dia las mismas quejas contra ellos, y se reproducian las acusaciones antiguas, suponiéndoles siempre coligados con los pueblos del Africa para preparar otra vez en España una invasion tan estrepitosa como la de los tiempos de D. Rodrigo: acusacion ridícula, que á fuerza de repetirla, perdia toda probabilidad. Pero la mas general era la de que atesoraban y estancaban todo. el dinero acuñado de España, porque se han apoderado poco á poco, decian, de todos los estados, de todos los oficios, pues se contentan con salarios menores que los cristianos, y sus beneficios quedan acumulados en sus manos. Esto era cierto; porque no teniendo ya los moriscos en parte alguna patria segura, no se adherian jamás al suelo comprando fincas ni ligando sus intereses á

(1) Años de J. C. 1567.

(2) Años de J. C. 1571.

(3) Un empadronamiento de los moriscos verificado en 1563 habia hecho subir su número, en solo nuestro reino de Valencia, á 19,301 familias ó casas.

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