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.....FORNIA

erminada en Valencia la espantosa contienda civil que, bajo el nombre de Germania ó fraternidad, habia inundado en sangre los palacios de los opulentos magnates y las humildes habitaciones de los plebeyos, brilló por fin para nuestro reino una era de paz y felicidad, protegida por la mano omnipotente del inmortal Carlos I. Envueltos hasta entonces los valencianos en los continuados y estrepitosos acontecimientos, que sacudieron por espacio de muchos siglos los estados de la corona de Aragon, habian conservado sin embargo la austeridad y dureza de sus costumbres, regulapor una legislacion libre y prudente, que aseguró por largo tiempo su independencia y la posicion que ocupaban entre los grandes pueblos, sujetos al cetro aragonés.

das

Hemos visto al pueblo valenciano, que nacido entre los restos

de un

egército de veteranos, y endurecido en los rudos combates del intrépido Sertorio, habia atravesado una larga serie de siglos, sin que la historia del mundo tenga que ocupar inmensas páginas, para consignar su nombre entre los grandes crímenes, ni las grandes virtudes de los pueblos, que sirvieron á los emperadores romanos ó de escabel para sus triunfos, ó de sepulcros para sus víctimas. Oscuro y humilde, aunque bañado con la sangre de algunos mártires, pasó á la dominacion de los conquistadores del Norte, cuando los carros de batalla de estas hordas salvages habian hecho bambolear con su estrépito el altivo capitolio, y la espada de Ataul

fo derribaba

en España el gigante poder que habian fijado en esta parte de los Pirineos los multiplicados esfuerzos de los Scipiones.

Valencia romana desapareció entre los hijos del Norte, y al espirar á su vez en la ribera del Guadalete la grandeza de la monarquía goda, los vencedores del Oriente se derramaron hasta nuestra capital, sin que quedase entre nosotros otro recuerdo de los vencidos señores, mas que un puñado de cristianos pobres y humildes, á quienes perdonó sin duda el orgullo de los nuevos dominadores. No fueron empero los pueblos de nuestro reino destinados por los árabes para formar entre ellos un centro de grandeza, como Sevilla, como Córdova y como Granada; porque devorados desgraciadamente por las tribus mas fanáticas del Atlas, se aglomeraron en nuestro pais los restos asquerosos de otras naciones para perpetuar una serie de acontecimientos en que la ambicion preparaba los asesinatos; el puñal decidia, del poder, y la tiranía alentaba el crímen. Un aventurero afortunado, y de un nombre que se ha trasmitido hasta nosotros circundado de prodigios, vino á formar con la conquista de la capital un episodio en las sangrientas guerras civiles, que diezmaban á los moros sus defensores, para dejar en el Ilano de Cuarte un recuerdo de su valor, y en las aras de la religion el nombre venerable con que se honró despues nuestra Valencia del CID. Breve fue, empero, la dominacion de este altivo castellano; y cuando el ataud en que eran llevadas sus cenizas se dirigia silenciosamente al lugar destinado para su eterna morada, seguido de sus consternados batalladores, volvian á entrar triunfantes los antiguos pobladores africanos, para encerrarse en el estrecho y pequeño círculo de la ciudad del Turia, desde donde cien años despues les lanzó por medio de honrosa capitulacion el formidable Jaime el Conquistador. En pos de este príncipe habian venido guerreros de estrañas costumbres, de lengua estraña y aun tal vez de encontrados intereses, pero dotados de fiereza, de valor y de aquel orgullo, que solo se puede concebir leyendo con atencion la historia de los siglos de las cruzadas; y estos elementos dispersos en su origen, aunque amalgamados por otro elemento mas fuerte que ellos, y que solo podia ofrecer el genio colosal del primer Jaime de Aragon, formaron un pueblo esencialmente militar en su principio, dejando á las fatigas de los moros vencidos el cuidado de la agricultura. Subyugado, empero, por unas leyes sábias y que hacen honor á aquella época de hierro de fuerza, el pueblo valenciano era ya importante, cuando conducido el rey Conquistador á las bóvedas magestuosas de Poblet,

y

por

se preparaba su hijo D. Pedro á llevar á Sicilia el nombre de Aragon y la gloria de nuestros paladines. En aquellas guerras en que se confundieron la caballerosidad y la fiereza, el valor y la desesperacion, y el odio salvage y las virtudes mas sublimes, y en que se vertió por fin sangre de hermanos, sangre de reyes y sangre abundante del pueblo, se vieron los valencianos sostener con orgullo sus pendones, y el lustre de sus caballeros y de sus plebeyos honrados. Avezado á los combates, altivo como sus almirantes y generales, y halagado por sus príncipes, el pueblo del Cid resistió porfiadamente los sangrientos combates con que Pedro el Cruel de Castilla trató de domeñar su intrepidéz, para precipitarse despues en las repugnantes escenas de la guerra de la Union, , que devoró los intereses y las vidas de millares de ciudadanos. Sucumbió, como sucumbe siempre un pueblo debilitado la anarquía; y volvió á levantar su frente, cuando contento con sus antiguas leyes, no quiso servir de pedestal á los ambiciosos, ni de presa á las pasiones estrañas. Se hizo otra vez conquistador; y mientras sus nobles y sus plebeyos hacian resonar las glorias de Valencia en la antigua Marsella, al pie del Vesubio, y en las costas históricas de Italia, embellecíase su patria con preciosos monumentos, y su augusto y venerable consejo reformaba las costumbres públicas, protegia las ciencias y marchaba rápidamente hácia la civilizacion de una manera prodigiosa. Uno de sus mas ilustres hijos decidia en Caspe la importante cuestion de sucesion al trono, y á la voz de S. Vicente Ferrer se calmaron los estados de Aragon, próximos á romper su unidad, para sucumbir á los proyectos ominosos de sus vecinos. Respetable Valencia ofrecia entonces valor en sus nobles, mesura y ardimiento en sus plebeyos, progresos en la cultura de todos, fijeza en su legislacion, é inmensas garantías para el porvenir. Tal era su aspecto, cuando la paz, que los reyes católicos aseguraron sobre los muros de la Alhambra, abria á los españoles las puertas á nuevos dominios, y dejaba mayor seguridad para el sueño de los vicios; así como los desiertos de América y los estandartes del gran capitan Gonzalo de Córdova conducian al antiguo teatro de las glorias de Aragon á los que osaban aventurar su reputacion al principio del siglo XVI, en que la fortuna debia colocar á la España en el último apogeo de su prosperidad y de su omnipo

tencia.

Al inaugurarse el reinado de Carlos I, Valencia esperimentó los espantosos sacudimientos de una guerra civil, que oculta bajo un nombre fraternal, causó la pérdida de millares de sus hijos y de cuantiosos intereses, pero ostentando las víctimas el mas noble orgullo lo mismo en manos del verdugo, que entre los ensangrentados laureles de sus triunfos. Venció la fuerza; volvió Valencia á su estado normal, y sus hijos siguieron las rápidas huellas con que el noble y caballeresco emperador dejó marcados, siempre triunfando, los dias de su reinado, hasta que al bajar al sepulcro, sin dejar mucho de grande despues de sí, las cuestiones políticas y militares, cedieron su campo á las cuestiones é intereses religiosos, teniendo su origen en el del segundo Feli, pe. Valencia, despojada de su antigua preponderancia, fue declinando poco a poco, como haremos observar, hasta que sobre las ruinas de la antigua Játiva vió perecer sus venerandas leyes y libertades entre el incendio de este pueblo, por disposicion de Felipe llamado el Animoso. Pero no precipitemos los sucesos, que desde la época con que damos principio á nuestro segundo tomo, hasta los últimos dias del mando del general D. Francisco Javier Elío, que lo termina, dan lugar á bien tristes reflexiones, que nuestros lectores podrán hacer, sin que, á fuer de imparciales é historiadores, nos adelantemos á presentarlas, con peligro de parecer exagerados. ¿No basta redactar los hechos, para que lleguen á la posteridad? ¿No basta pintarlos con verdad, para que la generacion futura los pueda conocer y juzgar?

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