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al fin ha cedido. No se humilla, no recurre jamás á esas fórmulas rastreras que me desagradan siempre y que jamás le he enseñado; la diferencia de sus peticiones no existe sino en el acento de su voz: no ha hecho mas que sustituir el tono dulce al tono imperioso; y cuando no puede satisfacer sus deseos, calla en lugar de amenazar ó de quejarse. Es de observar que jamás reclama la ayuda de nadie sin haber probado antes las propias fuerzas, y procura hacer por sí mismo lo que no está seguro que han de querer ejecutar los otros. Sufre mucho su amor propio cuando se le hace sentir su inferioridad, y no puedes imaginarte cuánto contribuye esto para hacerlo activo é ingenioso, y hasta prudente; porque es muy fácil mostrar que puede uno pasarse sin los auxilios de los demás, y procura en cuanto puede no descubrir su impotencia. Pero no consisten en esto solo las ventajas que ha sacado mi hijo de estas circunstancias, pues que conociendo que á pesar de su industria no se basta siempre á sí mismo, no solo emplea la dulzura para conseguir la ayuda de los demás, sino que se presta á hacer algunos servicios cuando se ofrece ocasion, porque su propio interés le ha hecho comprender á fondo la máxima:

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Haz á los demás lo que quieras que hagan contigo.

Me disgustaba el ver que mi hijo tutease á los criados, y no queria yo prohibirselo creyendo que seria mejor llevarle á que lo hiciera voluntariamente. Para esto era preciso que le resultase alguna ventaja. Sabia yo que esta conducta provenia de orgullo y no de familiaridad, y le dije á German que me causaria gran placer en tutear á mi hijo cuando este lo hiciera con él.

<<German, le decia ayer Pablito, ¿sabes donde está mi sombrero? No puedo encontrarlo.

-Le he llevado á tu cuarto, le respondió el criado. >>

Mi hijo, sorprendido, creyó haber oido mal, ó por lo menos que German le tomaba por otro.

«Soy yo, replicó; es Pablo quien te pregunta si has visto el sombrero.

-Ya lo sé; y yo te contesto que está en el cuarto.» «

Curado de la manía de disputar con los criados, no replicó mi hijo, pero vino á quejárseme y á preguntarme por qué le tuteaba German. <«<Sin duda, le contesté, porque tú le tuteas.

-¿No provendrá acaso de que yo no soy su amo y porque se jacta de tratarme como á igual?

-Acaso haya comprendido en efecto que un niño de diez años

no puede serle superior; y como ve que tú le tuteas haya creido que debe tratarte de la misma manera.

-Pero antes no me tuteaba; ¿por qué ha empezado á hacerlo desde hoy?

-Lo ignoro; si quieres se lo preguntaremos ahora.

-¡Oh! no; no me gusta entrar en explicaciones con él. ¿Si V. quisiera hablarle y prohibirselo?

-Seria injusto exigirle que te tratase con respeto, si tú no le tratas de la misma manera.

-Pero él es criado, y yo.....

-Y tú eres un niño; y un niño no puede tener tal superioridad sobre un hombre. Lo contrario me pareceria mas natural. Piensa, pues, amigo mio, que si estas gentes á quienes manifiestas desprecio están á nuestro servicio, no es porque valgan menos que noso→ tros, sino porque están privadas de la fortuna, que nos da sobre ellas cierta apariencia de superioridad.

-Entonces, ¿cree V. que German puede tutearme?

-Creo que German sabe bien sus obligaciones para no hacer sin razon legítima lo que está en uso; y estoy persuadida que si le tratas de V. no te tuteará.>>

No tardó mi hijo en hacer lo experiencia, que extendió por su propia voluntad á los demás; y en los resultados conseguidos reconoció tambien la sabiduría de este precepto, que es la base mas sólida de las relaciones sociales:

«No hagas á los demás lo que no quieras para ti.»

De esta manera, querida María, portándome segun razon con mis hijos, y sometiéndolos sin cesar á su yugo, los hago dóciles sin obediencia, libres sin imperio, y casi podria decir razonables sin (Extracto del Diario de Matilde.)

razon.

ALUCINACION. Sin detenernos á examinar las teorías, bastante cuestionadas aun, que se han inventado para explicar la causa de la alucinacion (fenómeno que consiste en tomar y aceptar como verdadera una idea que no lo es), ya considerándola producida por la frecuente contemplacion interna, ya porque un estado morboso del cerebro haya desarreglado la inteligencia, ya porque ambas juntas, está producida por aquella, la hayan dado orígen; mirándola únicamente como hija de una fuerte excitacion cerebro-nerviosa, У examinada solo bajo el aspecto de sus relaciones con la educacion de la niñez, trataremos de ella en el presente artículo.

Nada mas natural en la mayor parte de los niños, que una extraordinaria repugnancia á estar solos en una habitacion, á pasar sin acompañamiento de una á otra, principalmente de noche, y á quedar sin luz mientras se duermen; efecto todo del miedo, que llega á producir en ellos verdaderas alucinaciones. ¿Quién, de niño, no ha creido oir ruidos extraños? ¿Quién no ha visto representársele amenazadores en la oscuridad semblantes tan raros como horribles, muertos que vistos una vez se reproducen ciento, y miles otros fantasmas caprichosos?

Y esto, que aun en la niñez produce fatales resultados, y que luego afortunadamente y en general desaparece al desenvolverse ó al fortificarse la razon, acaso por repetirse con frecuencia ó porque no llegue la razon á ser tan clara como fuera de apetecer, deja huellas indelebles; de tanto peores consecuencias, cuanto que puede la alucinacion llegar á engendrar la monomanía y hasta la completa enagenacion mental: por lo cual debe procurarse á toda costa el que no la padezca el niño, ó ya que desgraciadamente llegue este caso, tratar sin levantar mano de poner remedio.

Partiendo del principio ya sentado de que es producida la alucinacion por una fuerte excitacion cerebro-nerviosa, debe evitarse con cuidado sumo el que aquella excitacion llegue á tener lugar, ya con el tan manoseado como bárbaro recurso, para obligar á los niños á obedecer, de atemorizarles con el coco; ya con la narracion de cuentos cuyos principales personajes son el muerto que resucita, el vampiro que chupa hasta la última gota de sangre, ó el alma en pena que se aparece demandando oraciones; ya con hacerles ver inconsideradamente objetos que espantan; ya en fin, con los mil y un medios de que á porfia se echa mano para infundirles terror, sin saber sus malas consecuencias.

No haciendo uso de semejantes causas de excitacion, seguro está el niño de no padecer alucinaciones; mas si por un desarreglo de sus facultades intelectuales, ó por no haber podido mantenerle extraño · á dichas causas (lo que harto bien sabemos cuán difícil es), llegára á padecerlas; deberán ponerse en planta, con la prudencia necesaria, aquellos medios convenientes para despreocupar y para quitar el miedo, y que en el artículo correspondiente á este podrán con la debida extension manifestarse.

Hemos hablado de la alucinacion, como originada por el miedo la excitacion que la produce; porque, repetimos, que es él en la niñez, generalmente, su única causa; pero no por esta razon nos es

cusaremos de decir, que asi como por la alucinacion se ven duendes, muertos y diablos, pueden verse tambien santos y ángeles; lo que, si bien se verifica naciendo de diferentes ideas, es tan á propósito como lo otro, y acaso corra mas peligro, de dar en su dia el mismo resultado: de lo que se deduce, en fin, que no debe presentarse á la consideracion del niño ninguna idea extraordinariamente exagerada y capaz de producir en su inteligencia una grande excitacion, sea la idea de la especie que fuere.

El prevenir y reparar los efectos de la alucinacion, es tarea casi especial de los padres ó de las personas con quienes los niños viven; pero en este, como en los otros puntos relativos á educacion, tienen tambien mucha influencia los maestros. Traten estos de desarrollar convenientemente las facultades intelectuales de sus discípu→ los, de dirigir acertadamente sus sentimientos morales, de que nazcan y se desarrollen en su corazon los religiosos tan ricos en fervor como exentos de supersticiones; eviten tambien por su parte todo lo que pueda amedrentarlos; pónganse en caso necesario de acuerdo con los padres aconsejándolos, y habrán hecho cuanto sus deberes les prescriben para impedir que mal tan grave, echando hondas raices, llegue à enfermar la inteligencia de los niños encomendados á su cuidado. Cárlos Yeves.

AMBICION. La ambicion consiste en el deseo ardiente de conseguir un objeto, de obtener una posesion ó un goce. Cuando se propone un objeto noble y elevado, es honrosa y digna de elogios; cuando no tiene otro móvil que el egoismo, es orígen fecundo de trastornos, injusticias y crímenes.

Cuando la ambicion conduce á consagrarse á la felicidad de los demás, cuando empeña al hombre á hacerse digno de la consideracion pública por sus talentos y virtud, es en extremo laudable. La pasion de San Vicente de Paul por fundar hospitales para los niños abandonados, era una pasion honrosa y santa. Sócrates, exponiéndose á persecuciones sin cuento por establecer el imperio de la moral; Gelon, estipulando con Cartago, vencida, la abolicion de los sacrificios humanos; Marco Aurelio, elevando la filosofía al trono, eran ambiciosos nobles y recomendables, y desgraciadamente de la especie mas rara.

La ambicion desordenada reconoce las mismas causas que la emulacion y la envidia: el deseo violento de adelantarse á los que siguen nuestro propio camino. El hombre tiende naturalmente á perfeccio

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narse, á engrandecerse, á elevarse; mas estas aspiraciones justas y lejítimas, dentro de los límites convenientes, pasan á ser una pasion violenta cuando llega á dominar el egoismo. En este caso todos los medios son indiferentes con tal de llegar al fin. Un ambicioso arrebata á viva fuerza lo que anhela; otro, y es lo mas cómun, apela á la bajeza y la astucia; asi que, el que está dominado de esta pasion, se eleva, se arrastra, se enorgullece, se humilla, amenaza, lisonjea, espera, se desalienta, adula delante y calumnia detrás, vende su conciencia, siembra la sospecha y la desconfianza, y en fin, pro¬ mueve desórdenes y turbulencias en las familias y en los pueblos.

La habilidad del padre y del maestro consiste en encaminar la voluntad del niño hacia un objeto noble y elevado, y hacer ver con oportunidad las consecuencias de la ambicion desordenada. El hombre debe apreciar en su justo valor los bienes de este mundo, en cuanto que son un medio de independencia, de actividad y de beneficencia. Es natural el deseo de aumentar la fortuna por el trabajo propio, y debe fomentarse este deseo dentro de justos límites, inspirando aficion á la industria, haciendo ver que los bienes exteriores proporcionan goces, tanto mas puros y elevados, cuanto mayores son los esfuerzos y diligencias propias empleadas para conseguirlos. Los honores, las dignidades, la celebridad, como premios dificiles de obtener, y destinados solo á los buenos é importantes servicios, es una aspiracion noble y legítima. Haciendo comprender esto á los niños, combatiendo la presuncion y el orgullo, y haciéndoles ver la instabilidad de las cosas mundanas, no hay temor de que se dejen arrastrar de la ambicion desordenada.

AMBULANTES (Escuelas). Es en extremo dificil proveer á las necesidades de la instruccion primaria, donde quiera que la poblacion se halla diseminada en aldeas y caseríos distantes unos de otros. Por lo comun se forman distritos escolares entre las aldeas ó caseríos mas próximos entre sí, y se crea una escuela para la educacion de los hijos de los que concurren á sostenerla. Pero raras veces ofrece este medio ventajas reales, ya por indolencia y abandono de las familias, ya por dificultades verdaderamente insuperables. En verano ocupan los padres á sus hijos en las faenas del campo, en pastar un cerdo ú otros animales, ó les hacen permanecer en casa al cuidado de los hermanos menores, mientras la madre toma parte en los trabajos agrícolas. La ignorancia de los padres no les deja ver el daño que causan á sus hijos privándoles de la educacion, para que pres

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