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una parte notable de nuestra existencia ocupada en una de las misiones mas penosas; mision que no aceptariamos á deliberar con nosotros mismos antes de encargarnos. Solo el amor puede hacernos que la busquemos; conservémoslo pues en nuestro corazon para cumplirla dignamente. Ayudemos á la naturaleza y nos ayudará. ¿Cómo no hemos de amar á los seres á quienes ha dado la vida nuestro casto afecto? La sangre que circula en sus venas es la nuestra, У al estrecharlos contra nuestro corazón estrechamos parte de nosotros mismos. Si la madre pudiera separarse de su hijo, si el padre pudiera negarle su apoyo, ¿qué seria de la desdichada criatura que pasa tan larga parte de su vida antes de poder subvenir á sus necesidades? Languideceria en el abandono, esperando el término de sus sufrimientos, y le faltaria el aliento antes de entrever el término de su desarrollo; destinada á perpetuar la raza humana, la condenaria á muerte, estinguiéndose ella misma sin contribuir á la renovacion de los individuos; y la cadena de edades á que sirven de medida las generaciones de hombres, se quebraria sin que hubiera medio de reanudarla. La caridad no tomaria sobre si una carga abandonada por el amor; recogerá al huérfano, pero si todas las madres y todos los padres renegasen de sus hijos, la imposibilidad de sostenerlos le haria retroceder ante su adopcion. El Estado mismo no se atreveria á erigir en cargo público las funciones de la paternidad y á sustituir con una nodriza impuesta por la ley á la madre que da la naturaleza, y, arrancando el niño de los brazos de la que le ha dado el ser, arrebatarle con la ternura de los padres la mejor parte de los beneficios que constituyen el patrimonio y la herencia de la humanidad.

El ingenio de Platon se extravió en el error al soñar una república fundada en las ruinas de la familia, y en nuestros dias, la filosofía ha llegado hasta la demencia al tratar de renovarla con la institucion de la paternidad comun, bajo diferentes formas, atacando abiertamente á la sociedad. Solo los padres y las madres son capaces de sentir el amor que nace del fondo de las entrañas y que mil veces al dia les hace estremecerse de temor y de esperanza con el pensamiento de los peligros que amenazan á sus hijos y de la dicha que experimentan á su lado. Reanimemos pues esta ternura, si se entibia; recordémosla, si se olvida; ilustrémosla, si su mismo exceso la ciega; arreglemos sus movimientos, si tiene necesidad de contenerse para satisfacerla mejor: tal es con respecto á los hijos la primera obligacion que debemos cumplir nosotros mismos, ó que de

bemos enseñar á cumplir á los demas: el que no ama á sus hijosdeja de ser padre; la madre que no los ha amado no ha merecido jamás llevarlos en su seno. Es preciso amarlos para que nos amen; es preciso amarlos especialmente para que se nos hagan mas llevaderos los deberes que hemos de cumplir para con ellos.

(Conferencias sobre los deberes del hombre.)

AMOR A LA NIÑEZ. El corazon humano es como la hiedra, que necesita apoyo para elevarse, aspirar el éter de los cielos y desenvolverse. Mientras le falta este apoyo se arrastra por el suelo y se enmohece; pero una vez que lo encuentra, trepa con rapidez y sus vastagos y sus hojas se ensanchan y extienden con tanta mas lozanía cuanto alcanzan á mayor altura. Tambien el hombre, y especialmente el niño, necesita este arrimo, y lo espera instintivamente, sobre todo de sus padres y sus maestros. Como la hiedra, cuando no encuentra sosten se arrastra entre la seca maleza y la movediza arena para participar de la propia suerte de ésta, el niño sediento de amor y necesitado de auxilio, á falta de otro, se encadena al hombre débil ó malvado, aunque no puedan prestarle seguro apoyo en las tempestades de la vida. «¿Me amais?» preguntó Mozart siendo niño á los que le rodeaban; y al contestarle de burlas que no, brotaron al momento abundantes lágrimas de sus ojos. ¡Dichosa escuela aquella en que el maestro es como fuerte encina en la cual puede asirse con seguridad la hiedra del espíritu del niño para elevarse á lo alto donde ha de encontrar la bendicion y la alegría! Pero, así como la hiedra no se adhiere al hielo, el alma del niño tampoco abraza un corazon frio y vacío de amor, y por eso cuando el maestro no ama, todo es engaño é hipocresía. Poco há se anunció un libro con el titulo: «Amor y verdad, norte de la educacion. Nada nuevo encuentro en este libro, pero el titulo nos hace ya presentir suficientemente el acierto con que debe tratarse en él esta materia.

(Pædagogik der Volkschule)."

Para ser útil al niño, para no desanimarnos por sus defectos, para descubrir sus cualidades, es preciso amarlo; experimentar la necesidad de que nos ame; interesarnos por él, complacernos en tratarle de cerca, estudiarlo con inteligencia y amor, sentir placer en hablar familiarmente con él: su carácter se templa y dulcifica en estas conversaciones. Entonces desaparece la altanería y la aspereza, y no solo se hace cortés, sociable, complaciente, sincero, festivo, reconocido, tierno, sino que se eleva su espíritu y abre su corazon de

jando ver en su fondo cosas admirables. Dilátase toda su alma, y á veces, detrás de aquel rostro dulce y risueño, y en el fondo de aquella móvil criatura, se descubre de repente algo de grande y divino que admira al principio y luego se venera con la mayor ternura.

Cuando Fenelon habla de la gracia maravillosa que se llama sencillez, añade que es la perla evangélica digna de buscarse en las tierras mas remotas. ¡Es un diamante de aguas tan puras, que refleja la mas bella claridad!

Las orillas del Ganges, que nos envian las perlas, no nos han enviado la sencillez; yo la encuentro en el corazon del niño.

Sin duda, el candor de su frente, la vivacidad de sus miradas, ese sonrosado tan puro, esa sonrisa tan graciosa, esas palabras tan sencillas y tan amables, todas las inocentes bellezas y gracias exteriores de la infancia, tienen gran poder; pero los encantos de su corazon son mayores aun. ¡Ved cómo esa ingénua sencillez inspira al niño, sin que lo advierta, las mas altas virtudes!.... No, no me admiro que Jeucristo, un dia que sus discípulos disputaban entre sí sobre quien sería el mayor en el reino de los cielos, llámase á un niño y despues de abrazarlo, poniéndolo en medio de ellos, les dijese: En verdad os digo, que si no os volviereis é hiciereis como niños, no entrareis en el reino de los cielos.

¡No refiero pues los sueños de mi amistad hácia la niñez y la juventud! Desde Jesucristo, que quiso ser el preceptor y el amigo de la primera edad, ¿qué maestro, digno de su divina mision no ha experimentado lo que acabo de decir? ¡Quién no ha visto alguna vez con profunda ternura en tan tiernos corazones, ese ardor tan bello, esa docilidad tan animosa, esa generosidad tan confiada, esas vivas y fuertes inspiraciones, y, en fin, cuando llega el dia, ese gusto sublime, esa admiracion llena de entusiasmo que los arrastrá hacia la verdad y la virtud! ¡Ah y cuanto se engañan los que tienen en tan poco la infancia y la juventud!

¡Edad pura y brillante! ¡edad noble y sincera! ¡tiempos heróicos de la vida! ¡edad admirable, cuando la educacion religiosa inspira sus afecciones, dirige sus esfuerzos, consagra su ardor, modera sus pasiones, corrige sus defectos, previene sus extravíos y embellece sus virtudes! Esta es la edad de los mas puros pensamientos, de las mas generosas afecciones, de la mas fiel amistad,-lo he experimentado dos veces en mi vida,-de intrepidez para el bien, y cuando es necesario, de sacrificios magnánimos.

He aquí los dichosos privilegios que hacen digna de los cuida

dos mas solicitos y del amor mas tierno á la infancia y la juventud. Por eso un maestro cristiano dirigirá siempre sus miradas á la infancia, ó recordará las virtudes tan verdaderas y á veces tan sólidas, tan ingénuas y tan sencillas de la primera edad, con inefable consuelo y con dulce respeto.....

Me he preguntado varias veces: ¿de qué procede el indecible en→ canto de la infancia y de la juventud? ¿Por qué esta primera edad tiene no sé qué gracia que encanta, que entornece y no cansa jamás? Un amigo, á quien venero, me respondió un dia: «La infancia es, sin duda, la sencillez, el candor, la inocencia; pero lo que á todo esto añade un encanto indefinible é insuperable.... hélo aquí: ¡el niño es la esperanza! ¡Es sin duda la alegría del presente; pero es, sobre todo, la esperanza del porvenir!»

Estas palabras me hicieron impresion y me recordaron las que una señora dirigió á Luis XV refiriéndose á la época de la consagracion del rey. Esta señora era la marquesa de Pisieux: «¡Ah! señor, le dijo, entoncès era preciso haberós visto: érais hermoso, ¡hermoso como la esperanza!....»

Me he preguntado tambien algunas veces: ¿por qué los niños son particularmente la alegría de los padres mas ancianos? No se cansan de verlos, de bendecirlos, de escucharlos, de admirar sus fuerzas,' su agilidad, su gracia. El brillo, la dulzura de su sonrisa, la pureza, la trasparencia de su frente, la claridad, el fuego de su mirada, todo esto les recuerda sin duda que envejecemos, que palidecemos, que morimos todos los dias, pero tambien que no debiamos palidecer, ni envejecer, ni morir: y el niño es como un recuerdo, como un reflejo de la juventud inmortal, primitivo destino de nuestra naturaleza.

Ciertamente cuanto mas reflexiono, y no temo repetirlo, menos me admiro de que el Hijo de Dios, durante su peregrinacion en la tierra, amase tanto á los niños y pusiera su alegría en bendecirlos: Jesucristo amaba á los hombres y los bendecia á todos bendiciendo á la niñez, que es la esperanza de la gran familia humana. ¿Quién ignora las escenas evangélicas? Nuestro Señor recorria las ciudades y los pueblos haciendo bien y curando á los enfermos. Las madres, cuyo natural instinto les hace descubrir los corazones dignos de ellas, le salian al encuentro y le presentaban sus hijos para que los bendigera. Era tal el número de madres que se presentaban con sus hijos, que los apóstoles se quejaban y querían separarlas. Mas el di→ vino Maestro ordenaba que se les hiciera paso: Dejad que los niños se acerquen á mí, decia, el reino de los cielos es para los que se les

parecen: Despucs imponia sus manos en la frente de estos niños, los bendecia con ternura, los estrechaba contra su corazon y repetia: Dejad que los niños se acerquen á mí; el reino de los cielos es para los que se les parecen..

Esto lo decia todo estaba revelado el precio de la vida eterna: estaba proclamada la necesidad de una regeneracion y de una nueva inocencia; y en lo sucesivo permanecerian cerradas las puertas del reino de los cielos al que rehusara descender hasta aquella edad.

Aunque el Hijo de Dios no hubiera descendido de los cielos sino para decir estas palabras, bastaria esto para su gloria y para la dicha de la humanidad. ¿Quién habia dicho esto anteriormente? ¿quién habia pensado y sentido de esta suerte? ¡En el espacio de cuatro mil años, á parte de algunas frias palabras escapadas á la razon de un filósofo, la infancia era en la tierra objeto del desprecio de los sábios, y de la cruel indiferencia de los legisladores! Pero en medio de la corrupcion universal constituia tambien los mas caros y los únicos amores del cielo; y cuando el padre de familia vino á buscar á sus hijos, cuando el Criador quiso darse á conocer á los suyos, no se declaró con palabras pomposas. No, antes de presentarse como maestro y doctor del mundo, le plugo aparecer bajo mas tierno aspecto y bajo mas dulce nombre: se reconocia en él la grandeza y el poder del rey de los cielos; pero era, sobre todo, un padre tierno; se reconocia en él ante todo el amor: y cuando dijo: Dejad que los niños se acerquen á mí, pues el reino de los cielos es para los que se les parecen..... ¡los padres y las madres se prosternaban á sus pies con la mayor ternura y los adoraban!

¡Ah! ¡comprendo bien la razon porque los profetas ban exaltado con tan magnificas alabanzas la gloria de los patriarcas y el noble orgullo de la fecundidad materna! Al terminar estos renglones levántase pues gustosamente mi voz con ellos, y repetiré la exclamacion evangélica: ¡Dichosas las madres, cuyas entrañas santamente fecundadas, han dado á la tierra y al cielo muchos hijos! ¡dichosos los pechos que los han amamantado! ¡Jamás madre alguna ha colocado mas nobles joyas sobre su corazon, jamás ha ceñido su gloriosa frente mas bella corona! (Dupanloup).

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-AMOR Á LA PATRIA. El desarrollo moral, llevado al mas alto grado, produce entre los hombres un sentimiento de afeccion y de amor á todas las criaturas racionales. Este es precisamente el objeto que se propone el cristianismo, pues el espíritu de la moral cristiana

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