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la ternura del padre y la debilidad del esposo, pues que dominan en su alma los lazos sociales. La union de estos dos seres, de los cuales el uno estrecha y concentra sus afecciones, y el otro las extiende, concurre á satisfacer una doble necesidad social: promueve las virtudes domésticas, necesarias á la dicha y á la conservacion de la especie, y las virtudes cívicas, indispensables á la duracion y al bienestar de las naciones. Siendo verdaderos estos pensamientos, en ellos está la solucion del problema de que tratamos, y deduciremos que la escuela es el lugar á propósito para dar al hombre las virtudes públicas, y la educacion de la familia lo mas conveniente para habituar á la muger á las virtudes domésticas.

Mas si el maestro debe vigilar la vida comun de la escuela y las relaciones de los niños entre sí, creo que no debe influir directamente, porque se expondria á comprimirlas. No obstante, si debe respetar esta libertad, sin la cual dejarian de ser naturales estas relaciones, puede sacar de ellas gran partido estudiándolas con diligencia, porque le darán á conocer el carácter de sus discipulos, pues que, en estas relaciones en que el niño obra con desahogo, en que se muestra desnudo, por decirlo asi, descubrirá el profesor inteligente las buenas cualidades que ha de fomentar y los vicios que debe ahogar en su gérmen. En la clase no hay mas que discípulos que trabajan y obedecen; durante el recreo, en paseo y donde quiera, en fin, que el niño tiene mas libertad, se muestra con toda la ingenuidad de su naturaleza.

¿Quién no ha escuchado con interés los discursos tan vivos y animados, los diálogos, á veces tan graciosos, de los niños en sus juegos? ¿Quién no ha presenciado sus ligeras disputas, y sus arrebatos de cólera, á que sigue inmediatamente la alegría infantil? Uno hace notar su astucia y artería; otro su leal franqueza y su complacencia. Alli se halla, como entre los hombres, el déspota que usurpa el poder, y el tímido que ha tomado de antemano la resolucion de obedecer y que, siempre bueno y siempre débil, cede para evitar los disgustos del combate. Bonaparte mandando en Brienne una ciudadela de nieve, era el mismo conquistador que llenó á Europa de admiracion y espanto en Marengo y Austerlitz; y un maestro hábil, observando con cuidado su fisonomía, su mirada de águila y su locucion viva y rápida, cuando no adivinase su prodigioso destino, hubiera sospechado por lo menos que habia de ser un génio superior. El juego de las bolas de nieve decia ciertamente mucho mas que sus mas notables progresos en el estudio.

En el trabajo de los discípulos tiene el maestro la medida de los talentos; en los juegos, en los momentos de abandono, sorprende las disposiciones morales, sobre todo, reconoce las cualidades sociales que debe animar; y asi como pide cuenta á cada uno del resultado de su trabajo intelectual, debe tambien poner á prueba sus progresos en el arte social. Hice un dia un ensayo que me proporcionó motivo á observaciones curiosas. Hablando con el digno pastor de Versalles, Mr. Nelson Vors, de la accion moral que puede ejercerse en la infancia, convenimos en hacer un experimento que podia ilustrarnos acerca del grado de sensibilidad de los niños en las escuelas primarias. Provistos de libros escojidos para la juventud, visitamos las cinco escuelas gratuitas de niños de Versalles, y, en todas ellas, despues de manifestar nuestro deseo de conocer al mejor discípulo, rogamos á los niños que escribiese cada uno secretamente el nombre del condiscípulo á quien amase mas. Los que no sabian escribir nos dictaron en voz baja el nombre del amigo preferido, y de este modo reunimos los sufragios sinceros de todos los alumnos de una misma escuela. El resúmen de este escrutinio de nueva especie no carecia de interés, porque habiamos anunciado que el niño que reuniese mayor número de votos, recibiria de cada uno de nosotros dos un libro en testimonio de nuestra satisfaccion. Este premio deberia ser tanto mas satisfactorio para el vencedor cuanto que se le adjudicaba por sus mismos condiscípulos, y no era de suponer que hubiera intrigas ni injusticia, porque nadie podia adivinar nuestro intento cuando entrábamos en la escuela. Este juicio imparcial era la expresion espontánea de la verdad. Una de las escuelas contaba 80 alumnos, y el que tuvo mayor número de votos no reunió mas que 23; en otra habia 100 niños, y 76 de ellos dieron su voto á uno mismo; la tercera reunia 90 alumnos, y el mas favorecido no tuvo mas que 19 amigos; en la cuarta, de 80 niños, 60 de ellos hicieron la misma eleccion; en fin, los 66 discípulos de la quinta dieron 15 votos al mas querido. Solo dos escuelas presentaron una mayoría respetable, y, cosa no menos digna de atencion, advertimos gran diferencia en el efecto que produjo en ellas nuestra proposicion y el resultado obtenido.

En las tres escuelas, en las cuales fue mas corto el número de votos reunidos por el que mas, se habia escuchado con frialdad nuestra corta alocucion, se miró con harta indiferencia el acta de la eleccion y todo pasó en silencio. No sucedió lo mismo en las otras escuelas: desde nuestras primeras palabras animóse la vista de los

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niños, y cada uno dirigió una mirada expresiva á su amigo; se escribió el nombre preferido con notable rapidez, y presidia al resúmen del escrutinio una inquietud manifiesta: los votos se contaban con ansiedad. No hubiera habido mas expresion si se tratara de elegir un diputado para que sostuviera los intereses de la patria. Fue una escena verdaderamente dramática; y al proclamarse el nombre del vencedor, adivinado ya de antemano, prorumpierón todos en aplausos, en voces y en palmadas, con los ojos bañados en lágrimas y el rostro radiante de alegría. ¿Cómo explicar esta diferencia? Perteneciendo al mismo pueblo, las cinco escuelas se hallaban en circunstancias casi idénticas, y todos los alumnos habian recibido la misma educacion primaria; era preciso pues que la causa estuviera en otra parte, y no podia estar sino en los hábitos de la escuela y en el sistema de disciplina establecido. Acaso encontraremos en esto otra prueba de las verdades que hemos intentado antes establecer. De las tres escuela en que los niños permanecieron indiferentes y frios, la una, bastante mal dirigida, se componia de alumnos poco aplicados, que apenas comprendieron lo que queriamos; las otras dos eran buenas escuelas, notables por el órden, la calma, el silencio, frutos de una disciplina severa; creimos observar en la fisonomía de los niños que las frecuentaban menos abandono acaso; no expresaban temor, pero tampoco confianza. Por el contrario en las otras dos escuelas donde se prorumpió en demostraciones de entusiasmo, los maestros eran menos rígidos, la disciplina menos severa, una especie de dejar pasar reemplazaba á la precision y á la rigorosa observacion de la regla establecida, circunstancias por las cuales se distinguian las otras dos escuelas. No me atreveré á afirmar que sea esta la causa del hecho curioso de que hemos sido testigos y que el desarrollo de los sentimientos generosos esté en razon inversa de la severidad de la disciplina; pero si creo que este experimento merece toda nuestra atencion y que convendria repetirlo en mayor número de escuelas y en otras localidades.

Por lo demas me parece excelente idea la de este premio de amistad ó compañerismo, y desearia verlo establecido tanto en las escuelas muy concurridas como en las que lo sean menos. Tales luchas son morales y no ofrecen ninguno de los inconvenientes de las luchas del talento. No excitan la vanidad, á no ser una vanidad generosa cuyos efectos no son temibles. Desearia que se establecieran premios de honor para las cualidades sociales y las virtudes que se manifiestan en la escuela, que podrian desarrollarse por medio de

justos estímulos. ¿Por qué no ha de premiarse el amor filial, la amistad, la dulzura de carácter, la exactitud en el cumplimiento de los deberes, el respeto y el amor del discípulo para con el maestro? De seguro que estaria yo mas orgulloso en ver la cabeza de mi hijo laureada con una de estas coronas cívicas, que su mano cargada con todas las palmas escolares. No puede fomentarse demasiado la union cordial y la fraternidad entre los niños; existe ya sin duda alguna, se dice tambien que es excesiva y algunos la consideran mal entendida y á veces inmoral; pero no veo en esto sino un deplorable efecto de nuestro sistema de disciplina. El niño á quien se encomienda un trabajo, que no sabe hacerse atractivo, y que le cuesta muchas incomodidades, pide auxilio á sus compañeros de aburrimiento y de dolor; y el condiscípulo no da por lo comun pruebas de su amistad sino ayudando complacientemente á su amigo á escusarse de sus obligaciones ó á librarse del castigo. Acusar á un condiscípulo es el acto mas vergonzoso del colegio; el punto de honor está en defenderlo aun á costa de la verdad. ¡Qué leccion para el porvenir! No hay maestro que no se queje de este compañerismo desleal y que no asegure que esto dependa de la naturaleza misma del discípulo, cuando no depende sino de la escuela. Si nuestro sistema de disciplina fuese mas paternal, si considerásemos á nuestros discípulos como á hijos nuestros, no temerian nuestra severidad ni para con ellos mismos ni para con sus amigos, y entonces su recíproca accion seria mas noble y mas moral. El buen compañero seria el que diese mejores consejos, y el que contuviera á sus condiscipulos dispuestos á separarse de sus deberes. Hé aqui un sueño, una utopia, se dirá. Sí, es un sueño con vuestras escuelas y con vuestra rutina; pero con las mias es una consecuencia rigorosa de los verdaderos principios de educacion que trato de ensayar. Diré mas: en la escuela moral que creo posible, cuando se cometa una falta, las mas fuertes reprensiones no serán para los malos, para los autores del mal, sino para los buenos, para los que inocentes de la falta sean culpables de no haberla impedido. Quisiera que los mejores alumnos de una clase ejercieren en sus compañeros el ascendiente de la razon; y la experiencia me ha demostrado que esto se consigue cuando se ponen los medios.

Sin embargo, no quisiera que se llevara muy lejos esta accion moral del niño sobre el niño. Se ha intentado establecer jurados en algunas escuelas, y yo mismo he hecho el ensayo para ilustrarme. Es opinion general que los niños son muy indulgentes entre sí: esto

es verdad cuando los niños están entregados á sí mismos y bajo el solo influjo del compañerismo; no lo es cuando aceptan la mision de jueces, porque entonces toman con arrogancia el carácter y severidad de tales. He visto estos tribunales infantiles con su presidente, su jurado, su acusador y sus defensores. He visto comparecer á su presencia á un niño acusado de falta grave, he presenciado los debates, y lo que mas me ha divertido es la diligencia con que los niños procuraban tomar el tono imponente del magistrado. Parecia que las funciones de que estaban revestidos accidentalmente aquellos alumnos les dominaban como á su pesar; desaparecia el compañero y el amigo, y se hacia notar el fallo por una severidad escesiva. Una vez este fallo fue cruel; pero como la escuela estaba bajo mi dependencia, pude intervenir y desechar el acuerdo, cuyas consecuencias no habian podido comprender los niños. Para una falta, que en verdad era bastante grave, nuestros jueces de doce años no consideraban bastante enérgica la pena mayor: el despedir de la escuela al culpable. De esta manera apartaban de su lado á un compañero con quien habian vivido por espacio de tres años, y que se habia distinguido siempre por sus progresos. La infancia no juzga sino el hecho actual, sin tener en cuenta los antecedentes, ni poder preveer las consecuencias. No puedo pues aprobar estos jurados compuestos de niños; mi ensayo no ha sido feliz; y ademas presentan otro inconveniente solo el maestro tiene el derecho de obrar, de impedir el mal y de recompensar el bien. No puede confiar á otro esta prerogativa que constituye su fuerza moral, y menos debe abandonarla á sus discípulos. (Lebrun, director de la escuela normal de Versalles.)

ARTE DE LA EDUCACION. El conjunto de leyes ó reglas generales para el desarrollo del hombre, conforme á su naturaleza y á su destino, constituye la ciencia de la educacion; el estudio ó el conocimiento de estas leyes forma la pedagogía teórica; y la aptitud para la aplicacion, ó la suma de conocimientos y disposiciones del maestro acerca de este particular, es lo que se llama arte de la educion. Este arte tiene por fundamento la ciencia de la pedagogía.

ARTE DE LA ENSEÑANZA. Hay reglas generales comunes á todos los ramos de instruccion, de suerte que el modo de enseñar se funda en principios fijos y determinados. Estos principios constituyen la teoria de la instruccion; ó en otros términos, la ciencia de la enseñanza (la didáctica); y el conjunto de las disposiciones nece

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