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mos etc. Pero aun hay mas: la limpieza no solo importa para la salud, sino que influye en el carácter moral del hombre; y le conocen poco los que dudan ó ignoran que la limpieza y la decencia son poderosos auxiliares de la virtud, si no son virtudes en sí mismas. El respeto y la estimacion de sí mismo no suelen asociarse con la inmundicia y los girones, y faltando la estimacion propia falta el fundamento de aquellas cualidades que contribuyen mas al bien de la sociedad. El individuo que no cuida de su persona, no la estima, y el que no se estima á sí mismo no tiene derecho á la estimacion de los demas ni debe esperar que los demas le estimen; y la persona que se halla en este caso tiene menos, motivos para obrar bien, y obrará mal con mayor facilidad.

La limpieza forma tambien parte de la economía doméstica, y esto es bastante claro para que nos detengamos en demostrarlo. Conviniendo en que la limpieza es necesaria á todos, tambien es preciso convenir en que no en todos los paises y en todas las clases de la sociedad es igualmente fácil obtenerla. En España, por ejemplo, por su localidad y lo seco del clima en muchos puntos, y por la grande abundancia de polvo en la atmósfera que es consiguiente, y principalmente por la escasez de aguas en gran parte de la Península, son precisos mayores cuidados y mayor esfuerzo para conservar la limpieza personal que en otros paises donde falta el calor y sobra la humedad. Las clases pobres y trabajadoras empleadas en oficios materiales y mecánicos, y que viven, digámoslo asi, en una atmósfera de tierra y otras materias, se ensucian necesariamente mas porque traspiran ó sudan de ordinario mucho, y la tierra se adhiere al cútis con mayor facilidad. Carecen por otra parte de los medios de precaucion y hasta del agua necesaria para lavarse, y necesitan poner mas de su parte para conservar alguna limpieza. No es esto decir que la limpieza sea incompatible con la pobreza, sino que es mas dificil y mas necesario atender á ella; y que es preciso por lo mismo acostumbrarse desde la niñez á adquirir hábitos convenientes y fuertemente arraigados en la infancia, contraer, en fin, la necesidad del aseo como se contraen otras necesidades menos útiles. Los maestros ó directores de párvulos pueden contribuir en gran manera á que se generalice, por los medios que indicaremos, esta buena cualidad en el pueblo español, que necesita especialmente de ella por las razones expresadas. (P. Montesinos.)

«El aseo del cuerpo y un trage honesto, dice Bacon, anuncian por lo comun cierta modestia en las costumbres, veneracion à Dios

que nos ha criado y respeto á la sociedad en que vivimos y á nosotros mismos, porque no debemos respetarnos menos que á los demas.» Es una dicha encontrar en los escritos de tal sábio preceptos semejantes, que dan á esta cuestion, en apariencia tan material, un carácter moral y hasta religioso. Tenemos pues razon para decir que nada carece de importancia en educacion, pues que hasta los cuidados de nuestra persona, los hábitos de aseo ejercen influencia en el estado del alma: No es solo objeto de la solicita ternura de la madre, es asunto mucho mas grave y digno de la atencion del padre de familia. Diré mas: bajo otro punto de vista, reclama tambien la atencion del ciudadano, porque no es cuestion de individuo, sino cuestion de pueblo, é interesa á todos en general y á cada uno en particular.

No hay duda que el aseo de las habitaciones y el de la persona tienen grande influjo en la salud pública. ¿Por qué no es peligrosa la reunion de muchos hombres en algunas partes del mundo, en algunos paises, y sí en otros? ¿Por qué no atacan jamás ciertas enfermedades á los hombres que favorecidos por la fortuna pueden vivir con ciertas comodidades, mientras que abruman á poblaciones enteras condenadas á penosos trabajos y á duras privaciones? ¿Por qué, en fin, estas enfermedades eran frecuentes y mortales en ciertas épocas remotas, y se han hecho menos comunes y malignas en nuestros dias? La lepra desolaba los pueblos en la edad media, y era un azote tan terrible, que en aquellos tiempos de ignorancia y supersticion se consideraba como negocio de conciencia, y se creia que no habia otro remedio que la oracion y bendicion del sacerdote. Otro azote siempre violento, la sarna, que no es una enfermedad, solo aparece en los lugares donde se acumulan muchos hombres miserables, que, no conociendo las dulzuras de una vida mas aseada, se abandonan á la indiferencia y al desaliento.

En tiempo de los emperadores se habia aglomerado un pueblo inmenso en las ciudades romanas; pero entonces era casi general el uso de los baños. Comenzó á introducirse este uso por Pompeyo. Mecenas, en tiempo de Augusto, hizo construir en Roma el primer baño público; y Agripa, siendo edil, hizo construir en un solo año. 170 baños. Los emperadores que le sucedieron imitaron este ejemplo, de modo que muy pronto se contaron 800 baños solo en Roma. La munificencia imperial, tan interesada en agradar al pueblo, abría gratuitamente al público estas termas magníficas; el baño se hizo una necesidad popular y se dejaban conocer sus provechosos efec

tos en la salud pública. Aquellos pueblos antiguos, viviendo bajo un cielo despejado y vistiendo su cuerpo con ropas de lana, necesitaban frecuentes abluciones que conservasen el aseo y la flexibilidad necesarios á la salud. En la edad media se perdió el uso de los baños: la disolucion del tiempo de los emperadores avergonzó á los primeros cristianos; y la religion proscribió los baños, que se habian convertido en lugares de corrupcion, al mismo tiempo que hacia imposible su sostenimiento la miseria de aquella deplorable época. Entonces comenzaron tambien los viajes, la emigracion de los peregrinos, que, despues de haberse prosternado ante el sepulcro de Jesucristo, volvian de las abrasadas tierras de Oriente, sin traer, despues de largas fatigas, mas que una vida debilitada por las privaciones y los ayunos. Recorrian los campos llevando consigo santas reliquias y palabras de consuelo, pero á la vez cubiertos de lepras contagiosas y de úlceras producidas por la suciedad y el calor. Nuestra poblacion agrícola abrigaba en su corazon aquellas preciosas creencias que consuelan al pobre y le disponen á conmoverse con las cosas sagradas; pero al mismo tiempo estaba dominada por aquella miseria y aquel abandono de los cuidados del cuerpo que predisponen á contraer el terrible mal que nos ha venido del pais donde se hizo morir á Jesucristo en una cruz, como dice el ingenioso autor de la Historia de los franceses de todos estados, Mr. Monteil. Desde aquella época desapareció el uso de la lana y se adoptaron generalmente las telas de hilo y de algodon. Pero á pesar de todas las ventajas, efecto de tal mejora, falta aun mucho que hacer, y no han cesado los estragos de las enfermedades producidas por la negligencia de los cuidados del cuerpo, pues que á veces afectan cruelmente á muchas provincias. Sin embargo, los bienes que experimentamos á causa de haberse hecho mas fácil la limpieza, gracias al uso de las telas de hilo, nos indica lo que nos resta que hacer.

En la escuela es donde principalmente podemos hacer contraer á los niños hábitos de aseo y limpieza que conservarán toda la vida. Nunca será el maestro demasiado atento, demasiado cuidadoso, ni demasiado exigente en este particular. No basta que inspeccione y que exija; es menester que hable y que haga comprender la utilidad y la importancia de una cosa que el niño no puede adivinar. No solo debe llamar la atencion del maestro el aseo del cuerpo, sino que debe someter tambien á su vigilancia los vestidos. Los cabellos bien peinados, las manos lavadas con frecuencia, el rostro muy limpio y los pies ascados hasta en invierno; tales son los cuidados que

se exigen con respecto á la persona. El calzado, la gorra ó sombrero, la chaqueta, la blusa, deben á su vez inspeccionarse cuidadosamente; pero con respecto á estas prendas solo debe exigirse el aseo: los vestidos viejos, con tal que estén aseados, no dicen mal en la infancia; antes, por el contrario, los remiendos y las piezas son á mi ver muy honoríficas, porque hacen el elogio de la madre de familia. Los girones y las manchas que no provienen del uso, manifiestan falta de órden, y por lo que á mi toca, no quisiera en mi escuela á los niños con trages nuevos, pero súcios y destrozados antes de tiempo. Por pobre que sea una madre, siempre puede llevar á sus hijos aseados: el agua no cuesta mas que el trabajo de ir á buscarla, y cuando se repasa diariamente la blusa de la escuela y el vestido del dia de fiesta, aunque la tela sea grosera, no serán repugnantes los vestidos..

Exijo tambien el mismo aseo en todos los objetos de enseñanza y sobre todo en los cuadernos de escritura, aritmética etc., en los cuales no debe haber manchas, ni dobleces, ni roturas.

(Th. Lebrun.)

ASFIXIA. (Educacion física). El vapor del carbon, el que exhalan los batanes y las bodegas en el momento de la fermentacion, se forman de ácido carbónico, gas impropio para la respiracion, y que causa en las personas que lo respiran la muerte aparente, que se denomina asfixia, que quiere decir, sin pulsaciones ó latidos, porque los latidos del corazon se suspenden ó debilitan notablemente. Por lo comun la consecuencia de este estado, cuando no se aplica pronto remedio, es la muerte verdadera.

Proviene tambien la asfixia de otros gases, que no solo son impropios para la respiracion, sino que ejercen en la economía animal una accion deletérea y producen un verdadero envenenamiento: tales son los gases que se desprenden de los lugares comunes. Mueren tambien por asfixia los ahorcados ó estrangulados. Todas las asfixias presentan un carácter comun, cual es el de que por este accidente el individuo parece muerto quedando sin movimiento y sin respiracion.

El primer cuidado en todos estos casos consiste en apartar al enfermo de la accion de las causas del mal. Se le expone al aire libre, se le despoja de las prendas de ropa que pudieran oprimirle, y tendiéndolo en la cama ó sobre la paja, se procura reanimar la respiracion y la circulacion por medio de excitantes, tales como aspersiones en el rostro, y aun en todo el cuerpo, en caso necesario, con agua

fria y vinagre; friegas con una franela ó un lienzo empapado en líquido espirituoso, como aguardiente alcanforado, agua de melisa, agua de colonia etc., y aunque sea con un cepillo suave. Se acerca á las narices sustancias de olor fuerte y picante, como azufre encen. dido, vinagre radical, álcali volátil; se hace cosquillas en lo interior de las narices con barbas de pluma, y se procura introducir en el estómago algun líquido escitante; por fin, se recurre á lociones estimulantes. La introduccion del aire en los pulmones, hecha con inteligencia y precaucion, produce tambien ventajas reales.

En la asfixia producida por el ácido carbónico importa mucho sacar al instante al atacado del lugar en que ha ocurrido el accidente y hacerle respirar aire puro. Cuando proviene la asfixia de los gases de los lugares comunes, puede echarse mano del precioso recurso de los cloruros desinfectantes, que descomponen los gases deletéreos. Conviene tomar una precaucion muy importante al socorrer á los asfixiados, en este último caso, y consiste en evitar el respirar su aliento, porque se asfixiaria el que lo respirase, como ha sucedido

en varias ocasiones.

La reunion de muchas personas en un sitio cerrado ha producido muchas veces la asfixia por el desarrollo del ácido carbónico; pues que el hombre y lo mismo los animales, al respirar roban oxígeno á la atmósfera y le devuelven ácido carbónico.

Por lo que hace á los ahogados, es menester sacarlos inmediatamente del agua y aplicarles remedios con perseverancia. Muchas veces se ha conservado la vida de ahogados que habian permanecido algunas horas en el agua. Se les traslada á la cama ó á la paja con mucho cuidado, guardándose bien de la práctica inútil y aun peligrosa de colgarlos por los pies. Despues de quitar al enfermo los vestidos mojados y de extraer de la boca y las narices las sustancias extrañas que pudieran impedir la respiracion se recurre á los estimulantes que ya se han indicado, á que puede añadirse, cuando el ahogado tarda en reanimarse, la accion del fuego, aplicándole á los muslos, á los brazos y aun á la boca del estómago pedacitos de yesca, corcho ó papel encendidos. En fin, aconsejamos que no deje de aplicarse remedios, aun contra toda esperanza, porque se ha visto reanimarse un ahogado al cabo de muchas horas y cuando ya se le habia abandonado en parte.

Cuando la asfixia proviene de la estrangulacion, se vuelve ordinariamente en sí con mucha facilidad, quitando á tiempo el obstáculo que impedia la respiracion.

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