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ninguna indulgencia? No, sin duda: lo que quiero decir es que cuando lloran ó se impacientan por lo que no les es absolutamente necesario, se les debe negar resueltamente y hacerles comprender que si se lès niega es precisamente porque lloran para conseguirlo. He visto en una mesa niños que no pedian nada y que recibian con placer lo que se les daba: en otra parte pedian de todo, y era preciso servirles de cada plato y antes que á los demas. ¿De qué podia provenir tan gran diferencia sino de haber acostumbrado á los unos á satisfacer todos sus caprichos y á los otros á reprimirlos? Cuanto menos edad tienen los niños, menos deben satisfacerse sus deseos desarreglados. Cuanto menos desarrollada está su razon, mas necesario es que se sometan al poder absoluto y á la direccion de los que tienen autoridad sobre ellos; de que deduciré por consecuencia que no debe haber á su alrededor sino personas razonables y sen

satas.

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Cuanto antes se haga adquirir al niño un buen hábito, menos trabajo tendrán los padres y maestros despues, y aun él mismo. Observad como una máxima inviolable, que despues de negar una cosa, no debe acordarse jamás á sus gritos é importunidades, á menos que querais enseñarle á ser impaciente y descontentadizo, recompensándole porque se abandone á la impaciencia.

(Extracto de Locke.)

AUTORIDAD DEL MAESTRO. Realizar la enseñanza sin disponer de la autoridad necesaria para obligar á los niños á la obediencia, seria en muchos casos una empresa dificilísima para el director de una escuela; pero realizar la educacion, le seria con frecuencia absolutamente imposible. Convencidas de esta verdad, las sociedades de todos los tiempos y de todos los paises han conferido á los maestros cierta potestad semipaternal sobre los niños cuya educacion se les confia, y nadie duda de la legitimidad y de la precision de este importante derecho, de que los preceptores hacen, con muy raras excepciones, el mas prudente y moderado uso:

La autoridad de los maestros privados puede ser mas o menos àmplia ó limitada, segun las condiciones que de comun acuerdo se estipulen entre ellos y los padres de sus discipulos, bien en contratos especiales, bien sometiéndose al reglamento interior de que ningun establecimiento bien organizado carece. El padre entre nosotros goza de una potestad legal sobre sus hijos, si no ilimitada como entre los antiguos romanos, que tenian hasta el derecho de venderlos y aun

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de matarlos, indudablemente bastante para adoptar cuantas medidas erca necesarias para dirigir con éxito su educacion; y es evidente que, al delegar en el maestro una porcion mayor ó menor de sus facultades, usa de un derecho indisputable, asi como lo tiene tambien, toda vez que el preceptor acceda á ello, para restringir aun las que por universal consentimiento generalmente se le reconocen. Los maestros, pues, á que nos referimos, convencidos de la, en esta parte dificil, posicion en que su carácter privado les coloca, deben comprender sus derechos, estudiar la época y las circunstancias locales en que viven, y proponerse un sistema en que, respetando hasta cierto punto las costumbres y aun las preocupaciones reinantes, dejen sobre todo á salvo su dignidad, y no renuncien á ninguno de los medios necesarios para obtener el resultado que se proponen en sus tareas. Formulado este sistema con claridad, debe manifestarse á los padres al colocar á sus hijos en el establecimiento, para que puedan proceder con cabal conocimiento y no alegar jamás ignorancia, bajo el supuesto de que será fielmente observado.

Empero los deberes del maestro público son por su origen y por su carácter muy diferentes y muy penosos. Delegado del Gobierno supremo encargado de la direccion de todos los grandes intereses sociales, entre los cuales ocupan un preferente lugar la moralidad У la instruccion de los ciudadanos, recibe de él cierta autoridad que por esto puede denominarse oficial ó pública, cuyos límites no le es lícito traspasar aunque esté persuadido que asi convendría, ni restringir tampoco por complacer á algunos padres exigentes, aunque sufran perjuicio sus intereses.

Para que unos y otros, maestros y padres, supiesen á que atenerse, deberian las leyes ser muy esplicitas en esta parte. Depositando en la prudencia y en la pericia de aquellos una confianza casi ilimitada, convendria ampliar sus facultades para que en ninguno de los casos posibles se encontrasen desarmados ante los padres poderosos, ni ante los discipulos indisciplinados, que deben ser siempre en ellos una superioridad omnimoda, sin perjuicio de la responsabilidad que en tal cual caso pudieran contraer; convendria no atarles las manos para cuanto concerniese al régimen interior de sus establecimientos, fijándoles únicamente ciertos principios de reconocida utilidad y sometiéndoles á la autoridad de los superiores facultativos, pero emancipándolos en esta parte de la tutela de corporaciónes á todas luces incompetentes; y convendria, en fin, espresar todas sus atribuciones en términos claros, esplicitos, preceptivos, y no en fra

ses de significacion dudosa ó en forma de consejo mas que de mandato, lo cual contribuye únicamente á producir conflictos.

Afortunadamente, en este como en otros muchos casos, las costumbres y el buen sentido de los pueblos ha llenado en todos los siglos el vacío ó enmendado los defectos de las leyes, confecciona¬ das acaso por hombres ignorantes de la ciencia de educar, del mecanismo de una escuela, y de los hábitos y de las necesidades de los paises; y sin embargo, esta misma circunstancia, favorable en general á los maestros, les perjudica en muchas ocasiones. Persuadidos de la ineficacia de las leyes y reglamentos, ó autorizados por su ambigüedad ó por su silencio, ó siguiendo costumbres inveteradas, proceden tal vez de un modo que sirve de ocasion ó de pretesto á padres imprudentes ó poco afectos á ellos, para que los molesten ante autoridades que no ven en el texto legal una razon suficiente para defender la conducta del profesor, aun cuando estén animadas hácia él de los sentimientos mas benèvolos.

Este défecto, de que adolece por desgracia nuestra legislacion, se ha hecho mas notable en la época actual, en que el noble instinto de independencia y de libertad, encarnado en las sociedades modernas, se ha infiltrado hasta en los niños de las escuelas; en que el exagerado sentimentalismo predicado por los filósofos del siglo XVI hace á muchos padres extraordinariamente susceptibles y exigentes, y en que la profusion de compendios esparcidos por todas partes ha generalizado el semisaber, y producido en muchas personas uni desmedido amor propio que las conduce á juzgar de todo, y en especial de educacion y enseñanza, con la seguridad que debe reservarse tan solo á los que están particularmente dedicados á cada profesion.

Lejos de nosotros la idea de pintar con sonibríos colores nuestra época, ni de presentarla como menos favorable que otras anteriores á la educacion. Hijos del siglo XIX, amamos con entusiasmo sus progresos, estamos impregnados de su espíritu, aunque sin cegários hasta la parcialidad, y creemos que ninguno de los períodos de la historia moderna ni antigua aventaja al actual en el general convencimiento de la utilidad y de la importancia de las escuelas, ni en la disposicion á hacer todo gênero de sacrificios por ellas. Mas como en todo lo perteneciente à la misera humanidad anda el mal mezclado siempre con el bien, ahora que là indicada predisposición de la sociedad, la facilidad de proveerse de elementos materiales para la enseñanza, la mayor asistencia de los niños á las escuelas y los

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adelantos de la ciencia allanan el camino del educador, le interceptan el paso entre otros obstáculos, el enunciado instinto de independencia que se desarrolla en los niños mucho mas prematuramente que en otras épocas, y el mal entendido sentimentalismo y la vana y presuncion de muchos padres.

Interin llega, empero, el anhelado dia en que nuestros legisla dores se persuadan de estas verdades, y armen á los maestros públicos de toda la autoridad y de todo el prestigio que necesitan para el buen desempeño de su alta y civilizadora mision, preciso es que ellos se hagan dignos de estas preeminencias, haciendo buen uso de las facultades que las actuales leyes y reglamentos les conceden, y demostrando con su prudencia, con su zelo, con, su imparcialidad, con su ilustracion, con sus costumbres y con su laboriosidad, que no abusarán tampoco en ningun sentido de las mayores que se les confieran.

Los deberes de un maestro público en esta parte son en nuestro concepto muy sencillos: 1. No dar márgen jamás á que se les impute la inobservancia voluntaria y escusable de las leyes y reglamentos vigentes en todo lo que clara y expresamente preceptúan: 2. En los casos no previstos ó en que no existe un mandato terminante, deben obrar del modo mas conducente á los progresos fisicos, morales é intelectuales de sus discípulos, y á la conservacion y acrecentamiento de su propio prestigio, sin faltar al respeto y obediencia debidos á los superiores legitimos, y sin chocar, en cuanto sea compatible con su decoro y con estas bases, con las costumbres seculares de los pueblos en que residan.

Mas si el maestro público no puede abrogarse toda la autoridad legal que necesita, puede con su rectitud, con su amabilidad, con su entereza, con sus progresos, con sus talentos, en fin, y con sus virtudes, conquistarse la autoridad moral, que á la larga no niegan los pueblos á los hombres superiores, y que en mil ocasiones le escudará contra la injusticia como pudiera hacerlo la misma autoridad legal.

No concluiremos este artículo sin tocar, siquiera ligeramente, una cuestion gravísima á que ha dado márgen entre nosotros la omision de la ley y de los reglamentos, y que urge abordar y resolver.

La autoridad del maestro sobre sus discípulos, ¿se, limita al tiempo en que permanecen en el recinto de la escuela, ó se extiende á los actos verificados fuera de él?

Conocemos pedagogos respetables que defienden una y otra opinion; pero nuestras convicciones en pro de la segunda son tan pro→ fundas, se apoyan en tales argumentos, y se han fortalecido de tal modo con nuestra propia experiencia, que, si las ocultásemos, falta riamos á la rectitud de conciencia que debe guiar constantemente la pluma de un escritor..

Recomiéndese en buen hora la parsimonia con que siempre, y en este caso mas que en ningun otro, debe proceder el profesor en juzgar á sus alumnos; confiésese la supremacía de la potestad paterna; condénése, no por inconveniente sino por imposible, la idea de ejercer sobre los niños de las escuelas comunes una incesante fiscalizacion; pero no se niegue al maestro el derecho de dirigir, de premiar, y por consiguiente de castigar las acciones de sus educandos donde quiera que tengan lugar. ¿Qué seria de su prestigio desde el momento en que estos se apercibiesen de que su autoridad no po dia traspasar las paredes de la escuela? Si entre ellos hubiese algu nos que por temor mas que por virtud, como suele suceder, se abstuviesen de ciertos actos inmorales, y viesen un dia que algunos met nos tímidos habian infringido los preceptos del maestro, y que este, aunque lo sabia y acaso lo habia presenciado, los dejaba impunes manifestando su incompetencia, ¿qué juzgarian aquellos? ¿Cuáles se→ rían las consecuencias? ¿Es así como se forman las costumbres? ¿Es asi como se desarrolla el sentimiento moral?

Por fortuna, son pocos los padres que desconozcan en esta parte la autoridad de los maestros: el buen sentido de la inmensa mayoría está dando pruebas de su adhesion á la doctrina que sustentamos, aun desde aquellos tiempos en que se creia que los maestros de escuela no tenian otra mision que la de enseñar á leer, escribir y contar. ¿Y se les coartarian sus facultades ahora que cuentan como el principal de sus deberes dirigir la educacion moral de la niñez, ahora que la sociedad les opone como un dique á la espantosa corrupcion de las costumbres?

Conozcan, pues, los profesores sus derechos, y que jamás pueda atribuirse su pérdida á una vergonzosa abdicacion. Luis Codina.

AVARICIA. La avaricia es mas rara en los niños, que la disi-: pacion y que la indiferencia por lo que posee. No proviene de una disposicion natural, sino de las primeras impresiones de la educacion. Por eso se perpetuan en ciertas familias y en determinadas condiciones la avaricia y la mezquindad, y no es raro hallar estas

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