Vida

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Ediciones de La Lectura, 1912 - 294 páginas

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Página 246 - POR LA GRACIA DE DIOS, Rey de Castilla, de León, de Aragón de las dos Sicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo...
Página xxiv - Yo bien conocía mi ignorancia y ceguedad...; pero también sabía que estaba en la tierra de los ciegos; porque padeció entonces la España una obscuridad tan afrentosa, que en estudio alguno, colegio ni universidad de sus ciudades había un hombre que pudiese encender un candil para buscar los elementos de estas ciencias.
Página 90 - Todas las cátedras de las universidades estaban vacantes, y se padecía en ellas una infame ignorancia. Una figura geométrica se miraba en este tiempo como las brujerías y las tentaciones de San Antón, y en cada círculo se les antojaba una caldera donde hervían a borbollones los pactos y los comercios con el demonio...
Página 38 - Los libros gordos, los magros, los chicos y los grandes, son unas alhajas que entretienen y sirven en el comercio de los hombres. El que los cree, vive dichoso y entretenido; el que los trata mucho, está muy cerca de ser loco; el que no los usa, es del todo necio.
Página 37 - ... demás angustias que la buena crianza tiene establecidas contra los inocentes muchachos. Pagué con las nalgas el saber leer, y con muchos sopapos y palmetas el saber escribir...
Página 33 - ... a la hora que esto escribo, a ninguno han ahorcado ni azotado, ni han advertido los rigores de la justicia, de modo alguno, la obediencia al rey, a la ley ya las buenas costumbres. Todos hemos sido hombres ruines, pero hombres de bien, y hemos ganado la vida con oficios decentes, limpios de hurtos, petardos y picardías.
Página 75 - entre los duques y los arcedianos, ninguno me distinguirá de ellos, ni le pasará por la imaginación que soy astrólogo ni que soy el Torres que anda en esos libros siendo la irrisión y el mojarrilla de las gentes.
Página xxi - Yo, cuando escribí los más de estos papeles era un mozo vagamundo, haragán, revoltoso, criado en la calle como los verracos de San Antón y los perros de la ciudad de Jerusalén, de espíritu libre, de ingenio atolondrado y más amigo de las bullas y de los locos espectáculos, que de las escuelas y las soledades (2).
Página 73 - El corte de mi ropa es el que introduce la novedad, el que abraza el uso y antojo de las gentes, y, lo más cierto, el que quiere el sastre. Guardo, en la figura de abate romano, la ley de la reforma clerical...
Página 53 - Aprendí a bailar, a jugar la espada y la pelota, torear, hacer versos, y paré todo mi ingenio en discurrir diabluras y enredos, para librarme de la reclusión y las tareas en que se deben emplear los buenos colegiales de aquella casa. Abría puertas, falseaba llaves, hendía candados, y no se escapaba de mis manos pared, puerta, ni ventana, en donde no pusiese las disposiciones de falsearla, romperla o escalarla.

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