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en que nací. Y no es esa mi intención, porque declaro que no podría aspirar á más de lo que por mi se ha hecho en el Perú. He escuchado aplausos benévolos en sus teatros; he pertenecido y pertenezco á sus sociedades literarias y á su prensa; cada vez que he hablado en público he sido acogido con entusiasmo mayor al de mis escasos merecimientos y me honro con la amistad de los peruanos más distinguidos de todos los círculos, algunos de los cuales han sido profesores ó condiscípulos míos en los colegios y en la universidad de Lima.

Es una idea mucho más elevada la que me ha dictado el anhelo por congregaros en este recinto, idea en la que he sido secundado por mis conciudadanos residentes en el Callao, grupo de artesanos honrados y patriotas, que están dig. nificando el nombre ecuatoriano en la tierra que les presta asilo y les proporciona la manera de ganarse honradamente la vida. (Aplausos). ¿Sabéis cuál es esa idea? La persuación de que es preciso que se comprenda en el continente americano, que el Ecuador no puede, en ningún caso, por ningún motivo, hallarse en connivencia con los pueblos que proclaman el derecho de la fuerza, planta exótica nacida en medio de la sangre vertida por Caín en la primera mañana del Génesis; planta que como el manzanillo de los desiertos africanos, dará la muerte á los mismos que busquen el amparo de su maléfica sombra! (Grandes aplausos).

Creo hacer obra patriótica; creo cumplir altísimo deber; y hago esa labor y cumplo esa obligación, porque como buen hijo del Ecuador, no quiero que mi patria, no quiero que nuestra madre, ecuatorianos, caiga en caso de menos valer y sea señalada con desprecio ó con lástima, por los pueblos que rinden acatamiento al derecho, en el presente, y por la historia justiciera en el porvenir! (Aplausos.)

Tal es la tesis que me propongo defender sin temor y sin vacilaciones, seguro de que mis compatriotas comprende

al convencimiento de que hay una gran corriente de simpatía. para su causa en el Ecuador, porque esa causa representa la justicia y se basa en el derecho, fuertes columnas de la independencia de las naciones y de la civilización del mundo.

No negaré, no puedo negar, señores, cuán vivamente. emocionado ocupo esta tribuna, porque nunca, en mi ya larga carrera de escritor público y de defensor de las ideas liberales, ha abordado tema ni más arduo ni más grande que el que voy á desarrollar, contando con vuestra benevolencia.

Ante todo, permitid que ofrezca el testimonio de mi más sincero agradecimiento á mis compatriotas del "COMITÉ IO DE AGOSTO", y á las distinguidas personas de distintas nacionalidades que han acudido á escuchar mi palabra, comprendiendo lo necesario que es para la gloria de los dos pueblos de Pichincha y Ayacucho, estrecharse las manos en hora solemne de la historia de América, en que el derecho peligra y la fuerza levanta su chata cabeza de víbora, acechando el instante de clavar en sus desnudas carnes los colmillos venenosos y envolverlo en sus anillos de relucientes escamas para ahogarlo. (Aplausos y bravos.)

en esta

No se trata de simpatías ó antipatías; no se discuten cuestiones de pueblo á pueblo. Se trata de un gran pensamiento que es indispensable desarrollar y de un gran crimen que es patriótico evitar. (Aplausos.)

I

EL DERECHO Y LA FUERZA

Los momentos, repitámoslo, son solemnes para la historia del continente americano, y es preciso que la voz de cualquiera de sus hijos sea escuchada, aun cuando se la considere

poco autorizada; como la del primero, como la del que tenga mayor ejecutoría.

No hay que ver la personalidad del orador, sino la justicia de la causa y el triunfo del derecho sobre las imposiciones odiosas de la fuerza. No es preciso saber quién es el

que habla, sino oir lo que dice.

Por eso me atrevo á pronunciar el presente discurso.

Los apóstoles de la religión cristiana fueron desconoci dos pescadores salidos del pueblo; pero la excelencia de su filosofía enteramente humana y el convencimiento de que enseñaban la luz, les dieron ánimo bastante, aún en medio de las torturas del martirio, para hacer triunfar las doctrinas de

su maestro.

Apesar de las conquistas científicas del derecho, todavia se necesita del apostolado de la verdad; no ya para imponer una religión que regenere al mundo, sino para lograr que las bellas teorías de la justicia no sean burladas en la práctica por la ambición y la codicia de los más poderosos, que parecen decididos, con mengua de la civilización, á dar la razón á Hobbes sobre Rousseau y sobre Montesquieu. La célebre frase del príncipe de Bismark: la force prime le droit, no es sino una traducción del homo, hominis lupus del latino.

En América, durante largos años, el derecho prevaleció sobre la fuerza, sin que nadie fuera osado á lanzar la palabra conquista, relegada al olvido desde la caída ruidosa de Napoleón, el último de los conquistadores europeos.

Colombia y el Perú se declaran la guerra en 1828 y después de Tarqui firman un tratado, por el cual convienen en que arreglarán sus cuestiones pendientes de límites, conforme al uti possidetis de 1810. No abusó el vencedor de su victoria, sino que reconoció la grandeza del derecho, y al derecho dejó la solución de esas cuestiones. (Aplausos)

El Ecuador y el Perú vienen á las manos en 1859, y el mismo tratado de Mapasingue, en el que el Perú dictó la ley,

no es otra cosa que el reconocimiento por ambas partes contratantes de la obligación en que se hallaban de aceptar ese uti possidetis; pues aún cuando se habló entonces, puede decirse que por primera vez oficialmente, de la cédula de 1802, el vencedor dejó al vencido en condiciones de poder presentar documentos que nulitaran la prueba que estimaba concluyente. Y todavia, el primero en declarar sin efecto ese tratado, como se sabe, fué el mismo congreso peruano.

Colombia y el Ecuador se baten dos veces en 1861 y en 1863: vencen en ambas ocasiones los colombianos, y se retiran sin exigir ni un peso de indemnización ni una pulgada de territorio. Y si bien es cierto que la primera vez no estaba Arboleda para tratar de esas cuestiones, teniendo como tenía que atender á sus enemigos del interior de Colombia; también lo es que en la segunda guerra pudo Mosquera imponer su voluntad á García Moreno, y no lo hizo.

El Brasil, la Argentina y el Uruguay atacan en 1865 al Paraguay; después de una larga y dura guerra se retiran triunfantes los aliados, sin exigir otra cosa que el pago de los gastos hechos en una lucha á que fueron audazmente provocados por el dictador paraguayo. Y ese mismo pago se

efectuó en condiciones equitativas y á la postre la deuda, todavía crecida, ha sido condonada por dos de los estados acreedores, y seguramente lo será por el tercero, como prueba de fraternidad y de concordia.

Todo esto manifiesta lo que antes dije, á saber: que en este continente no se creyó nunca, ninguna de las naciones que lo componen con derecho á imponerse á sus vecinos por las armas; y que en medio de las disenciones de momento, prevaleció siempre la idea de no ahondar las odiosidades, provocadas por cuestiones de forma, por imaginarias ofensas fáciles de arreglar ó por susceptibilidades de amor propio, dignas de una raza orgullosa é impresionable. (Aplausos)

II

CHILE EN ESCENA

El año de 1879 aparece en escena la nación chilena, que hasta entonces había hecho papel muy secundario en la política continental, y que, sin embargo, ya había intrigado por conseguir la desmembración de Bolivia, en el ánimo de los diversos dictadores que, con pequeños intervalos, asaltaban el poder en esa república.

Su aparición fué una irrupción vandálica, pues sin prévia declaratoria de guerra, sin querer aceptar la mediación ofrecida por el Ecuador y desdeñando la del Perú, á consecuencia del tratado de alianza celebrado por esta nación con Bolivia; se apoderó de Antofagasta y de todo el litoral boliviano, declarando que reivindicaba territorios que en varios tratados públicos habia reconocido que no le pertenecían. ¿Cuál fué el pretexto para tal avance incalificable? El mundo entero lo conoce: el decreto del congreso boliviano imponiendo diez centavos de derechos, á cada tonelada de salitre que se exportara de su territorio.

Como consecuencia de la ocupación de Antofagasta y del fracaso de la misión Lavalle, vino la guerra del Pacífico á ensangrentar los mares, las playas y los montes de tres pueblos hermanos.

Todo lo pospuso Chile á su ambición sin límites, hasta la gratitud; pues cuando en 1865 fué Valparaíso bombardeado por la escuadra española, el Perú ayudó á aquella nación con dinero y con armas y vengó la afrenta inferida á la nación chilena y á la América toda, con el combate de Abtao y la noble resistencia del Callao, donde el 2 de mayo de 1866

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