Si cesan los estremos de locura, Si quien tiene razon sin razon siente, Si memoria de bien antiguo dura, Ningun varon habrá que no lamente La grave sujecion y desventura Que todos padecemos al presente. ¡Cuan afligidos, cuán atribulados
Cuán muertos, cuán corridos, cuán cansados! › Los dias y las noches padeciendo, Servimos estas gentes estranjeras, A mas andar nos vamos consumiendo En minas y prolijas sementeras, Y todos ellos andan repartiendo Nuestros campos, zavanas y riberas, Aquello que aquí siempre poseimos, Y donde nos criamos y nacimos.
⚫ Cada cual de nosotros tiene dueño A quien reconozcamos obediencia, Ya todos cuantos males os enseño No hacemos alguna resistencia; Antes como vencidos de gran sueño Llevamos estas cosas con paciencia, Hlasta dalles las hijas y mujeres Para sus pasatiempos y placeres.
A la maldad y desvergüenza suya Como viles cobardes damos vado; No siento de vosotros quien concluya En remediar negocio tan pesado;
Pues quién hay de los hombres que no huya Siendo cornudo ser aporreado, Sino nosotros, vil y baja gente, Que pasamos por todo blandamente?
Pues decid, moradores desta tierra, Que dormis y roncais con pecho sano, Vosotros no sabeis qué cosa es guerra? No nacistes las armas en la mano? ¿No soleis alentaros por la sierra Mejor que si corriésedes por llano? Pues ¿cómo falta ya quien nos acuerde El bien de tanto bien como se pierde?
Los caribes con sus ferocidades, Que sombra nunca fué que los asombre, Con tantas y tan feas crueldades
Que tiembla de decillas cualquier hombre, Tienen en mucho nuestras amistades, Tiemblan del Boriquén y de su nombre, Y nosotros temblamos de doscientos Cojos, tullidos, mancos y hambrientos. Aquella vieja, mi bestial abuela, Y el insensato torpe de mi tio Nos hicieron creer cierta novela Que siempre tuve yo por desvario; Pero ya la verdad se nos revela
Por aguas del Guarabo nuestro rio,
Que no son inmortales los cristianos,
que pueden morir á nuestras manos.
Por tanto, cada cual las haga prestas Y del pesado sueño se despierte, Echese dos carcajes á las cuestas, Aliste con furor el arco fuerte; Y sin otras demandas ni respuestas Mueran los enemigos mala muerte, Porque no puede ser mejor cauterio Para la llaga deste cautiverio. » Movidos desta loca confianza, Responden los caciques del alarde : Para poder tomar esta venganza, Conviene que ninguno mas aguarde; Porque la dilacion y la tardanza Tanto peor será cuanto mas tarde, Y sean las primeras circunstancias Matar á cuantos hay en sus estancias. >> En esto quedan todos acordados, Pospuestos todos miedos y temores, Y aun agora van determinados De dar sobre sus amos y señores, Estando todos ellos descuidados De semejantes riesgos y rigores; Que mala defension, que mal abrigo, Seguridad en cas del enemigo.
No cumplia mostrarse negligentes Los nuestros que roncaban de dormidos, Por ser los boriquenes tales gentes, Que pueden ser á todos preferidos: Membrudos, fuertes, sueltos y valientes, En el acometer muy atrevidos, Tan bravos, tan crüeles inhumanos, Que son bien menester entrambas manos. Pues los caciques dichos convenidos, Sin que cosa se huela ni se sienta, Fueron á los asientos conocidos Al punto y á la hora que se cuenta; Y de los españoles divididos Mataron luego mas de los ochenta, De manera que en una misma hora, Pagaron á sus amos la demora.
Agueibaná pagó con otro tanto A! amo don Cristóbal, que servia, La cual muerte cantaron en un canto De cierta borrachera que bacia, No sin admiracion ni sin espanto Del hermana hermosa que tenia, Que con el don Cristóbal se bolgaba, Y le dió cuenta de lo que pasaba.
Durante pues el canto mal fundado, Un mozo, que se dijo Joan Gonzalez, En entender la lengua señalado, Queriendo percebir aquestos males, Desnudo segun ellos y embijado, Metióse con los mismos naturales, Y pudo conocer al descubierto Lo dicho por la india ser muy cierto. Procuró de salirse del aprieto, Rodeado de plumas y poporos, Y con aquel aviso de discreto, Ya fuera de los bailes y sus coros, Habló con don Cristóbal en secreto, Diciendo: « señor, ciertos son los toros; Pareceríame muy buena cosa Que pongamos los pies en polvorosa.
» No cumple dilacion; porque yo juro Que el esperar será gran desatino; Caminemos agora con escuro, Porque yo guiaré por tal camino Que cada cual de nos vaya seguro Debajo confianza de mi tino. » El don Cristóbal dijo que se iria, Pero de noche no, sino de dia.
Eran con don Cristóbal seis cristianos Que estuvieron la noche muy á pique, Siempre con las espadas en las manos Y no sin sobresalto de repique; Pero, claros los montes y los llanos, Mandó luego llamar á su cacique, Diciendole «hacemos hoy viaje, Danos gentes que lleven el fardaje.»
El indio respondió que le placia, Y trajo muchos indios bien dispuestos Para la gran maldad que pretendia Instrutos, avisados y compuestos : Partió la desdichada compañía Con los tamemes malos y molestos; El Joan Gonzalez su salida tarda, Casi quedándose por retaguarda.
Aquel que la traicion mal la menea, Después que todos seis fueron partidos, Tomó trescientos hombres de pelea, En menear las armas escogidos; En seguimiento va de quien desea, Por caminos y pasos conocidos, Y el rey Agueibaná, mozo lijero, Al Joan Gonzalez alcanzó primero.
Díjole a dónde vas», y dióle luego En la cabeza desapercebida; Del golpe de la sangre quedó ciego, Y antes que segundase la herida, Hincóse de rodillas, y con ruego Pide que no le prive de la vida; El rey dijo, sintiéndolo tan flaco: « Adelante, dejad este bellaco. >>
Dejaronlo con harta pesadumbre, Quebradas las narices y las muelas, Y á los demás les dieron certidumbre De su mal, pues les huellan ya las suelas Rostro hicieron à la muchedumbre, Embrazadas espadas y rodelas;
Mas qué veran los pocos entre tantos, Que no sean mortiferos espantos :?
Rodean los trescientos combatientes El breve batallon de los cristianos; Necesidad los hace ser valientes, Bien como umantinos con romanos: Derribanse narices, muelas, dientes, Por el suelo vereis rendidas manos, Es la sangre que corre de manera Que va tiñendo toda la ladera.
Como toros en coso son heridos, Por rostros, por espaldas y por lados, Por todas partes son acometidos, Todos traen los pechos traspasados: Ya casi muertos, pero no vencidos, Ni de vender su vida descuidados Quisiera don Cristóbal la venganza Del rey Agueibaná, mas no lo alcanza. El espada tenia ya cercana, Mas en ciertos bejucos estropieza, Luego terrible golpe de macana Le hizo dos pedazos la cabeza ; Y el resto de la gente castellana Para postrer gemido se adereza; Dieron los indios, aunque gente dura, A solo don Cristóbal sepultura.
Volvieron á buscar al Joan Gonzalez, No para defension de su partido; Mas él entróse luego por breñales, De suerte que no pudo ser habido : Obró Dios sus milagros y señales En escapar un hombre tan herido; Porque si la tal lengua pereciera, Aquesta desventura mayor fuera.
Huyendo de los ásperos escesos Que el rey Agueibanà con otros fragua, Descubiertos los cascos y los huesos, Y á todas horas cantidad de agua, Rompió por arcabucos mas espesos, Atravesando sierras de Jacagua ; Salió por gobernar también su proa A un heredamiento dicho Toa.
Hallóse quince leguas mas avante De lo que su juicio computaba, Gente nuestra halló bien ignorante De lo que la tal lengua relataba; Algun ángel llevaba por delante, Que por tan buen camino lo guiaba; Tuvo quien lo curó tan buena mano Que desde à pocos meses quedó sano. Encendida la fuerza deste fuego Por los modos que tengo repartidos, Agueibana, sin recebir sosiego, Juntó diez mil gandules escogidos; Y al indio Guarionex le mandó luego Que los lleve por bosques ascondidos A dar en aquel pueblo del Aguada, Y á fuego y sangre dél no deje nada.
Todos fueron muy bien apercebidos Y confiados de su vencimiento; Los nuestros descuidados y dormidos, Que podrian ser todos hasta ciento, En los dos dichos pueblos repartidos, Y ajenos del rebelde movimiento, Salvo Caparra, do por Joan Gonzalez Joan Ponce supo todos estos males.
No pudo Joan Gonzalez lo que quiso, Ni os que con él juntos han llegado, Pues por ser el negocio de improviso, Joan Ponce pudo ser el avisado; Y ninguno le pudo dar aviso
A Sotomayor, pueblo descuidado, El cual Aguada es por otro nombre, A quien dió don Cristóbal su renombre.
Había pues en estos dos lugares, Al tiempo destas vueltas y marañas, Varones pocos pero singulares, Que hicieron proezas y hazañas, Mayores que los fuertes doce pares;
Y aun se pueden tener por mas estrañas, Pues no se ponen en aquestos cuentos Fábulas, ni ficiones, ni comentos.
Estaba Salazar en esta villa En fuerzas y en esfuerzo señalado, Sin que faltase punto ni hebilla Para varon heróico y esforzado: Gran siervo de la Virgen sin mancilla, Urbano, comedido, bien criado, Hubo también aquí Miguel de Toro, Que fué de las victorias gran decoro.
En tierra firme y en sus asperezas Mostróse con Hojeda gran guerrero, Y ansí, por sus hazañas y proezas El santo rey lo hizo caballero; Joan Lopez Adalid, cuyas destrezas No merecen aquí lugar postrero, Porque sus tinos son atrevimientos No se podrán decir en breves tiempos. Añasco, cuya fuerza nada mansa Al escuadron desprecia mas armado; Un Sebastián Alonso, que no cansa Rompiendo lo que está mas reparado ; Y aquel fuerte varon, Luis Almansa, Francisco Barrio-Nuevo, Joan Casado, Y aquel de color loro, Joan Mejia, Cuyo loor no halla demasia.
Y un hombre de Alanis, natural mio, Del fuerte Boriquén pesada peste, Dicho Joan de Leon, con cuyo brio Aquí cobró valor cristiana hueste, Trajonos á las Indias un navío, A mí y á Baltasar un hijo deste, Que hizo cosas dignas de memoria, Que el buen Oviedo pone por historia.
Pero Lopez de Angulo, cuya lanza Hizo por escuadron ancho camino, 'Sin espantallo la mayor pujanza De batalla ni salto repentino, Donde no tuvo menos alabanza Martin de Guiluz, noble vizcaino, Fortisimo, lijero y animoso,
Y en los trances de guerra venturoso.
También Joan Gil, que siendo mozo tierno
Todos sus hechos fueron soberanos, Tantos, que tuvo destos el gobierno Dotado ya de dias mas ancianos: Fué gran terror y espanto sempiterno De todos los caribes comarcanos, Hasta metellos en su propia tierra, Y á su costa hacelles cruda guerra. En aquesta sazon y coyuntura, Otros valerosisimos soldados, Que no sabré poner por escritura, Estaban en los pueblos señalados; Do va Guarionex con gran soltura Con los indios que dije bien armados; Y porque fué reencuentro bien reñido, Después os contaré lo sucedido.
Pues para lo que agora se procura, Está Sotomayor muy ensotado, Entonces por ser poca la culura, De todas partes no bien escombrado; Antes montañas, selvas, espesuras, Lo suelen asombrar por cada lado; Y aquesto dió lugar à que viniese El indio sin que nadie lo sintiese.
Verdad es que, segun hemos oido, A hombre que salió desta compaña, Un indecito niño, dicen, vido Indios armados ir por la montaña; Pero su dicho nunca fué creido, Y todos lo tuvieron per patraña, Y ansi durmieron todos descuidados,
El cual descuido fué por sus pecados. El acechado pueblo ven seguro, Donde cualquier espía se convierte, Sin defensa de vela ni de muro, Ni casa que se pueda decir fuerte; Esperaron al tiempo mas escuro Para mejor poder hacer la suerte, En partes repartidos alli junto, Y macanas y flechas muy à punto.
Seis horas antes fué de la mañana,
Cuando Morfeo mas se detenia En regalar la vista castellana Con una soñolienta melodía; E ya la clara lumbre de Diana Sus doradas mejillas encubria, Cuando la gente del protervo bando El descuidado pueblo va cercando. En partes se reparten con sosiego, Sin alboroto, grita ni ruïdo, A las pajizas casas ponen fuego, El cual con gran furor es encendido; Aqueste daño hecho, suena luego Una terrible grita y alarido;
Los gritos fueron tales y tan altos, Que causaron pesados sobresaltos. Despertaron aquí los que dormian, De tales novedades alterados; Las llamas à huir los compelian, Huyendo se hallaban mas turbados: Flechas, humos, calores, impedian Las espaldas, los rostros y los lados, Las lumbres descubrian los engaños; Mas eran causa de mayores daños. Ansí como por campos rodeados, En la caza, por muchos ordenada, Que do quiera que huyen los venados, Hallan lebreles puestos en parada, Y son de todas partes acosados,
que puerta le den desocupada, Aquí los muerden perros, allí gritan, Aqui caen, allí se precipitan;
Ansi do cualquier dellos se convierte, Hay rodeo de gentes inhumanas, Hay lazos, hay camino de la muerte, Hay dardos, arcos, flechas y macanas Hay herida mortal, hay golpe fuerte, Hay para todo mal crueles ganas, Hay heridos aquí, y allí caidos, Aqui lamentacion y alli gemidos. En esta confusion y batería Cada cual Salazar apellidaba, El cual de mal de bubas no dormia, Y entonces con gran sueño reposaba. Al fin lo desperto la vocería. Saltando de la cama donde estaba, No muy sobresaltado ni desnudo, Sino con el espada y el escudo. El toro madrigado sale fuera Encendido de sañas ó furores; Bien pueden hacer alta la barrera Los mas sueltos y fuertes lidiadores; Porque él hará bien ancha la carrera, Do viere los peligros ser mayores; Recogió cojos, mancos y tullidos De las posibles armas proveidos.
Con una nunca vista lijereza Escuadrones contrarios resistia, Grandes fuerzas sacó de su flaqueza, Animo, corazon y valentía :
Por el mayor aprieto y aspereza De los mas atrevidos se metia, Diciendo do mas impetu sostiene: «Salazar, Salazar es el que viene. »
Con obras, con palabras y con fieros, Hacia de victoria confianza; Sus golpes son tan llenos, tan enteros, Que no puede vivir quien él alcanza; No se vido leon entre corderos Hacer tan crudelísima matanza, Y no con menos bravo continente, Peleaba también su flaca gente.
Al palo va venciendo nuestro hierro, A las macanas duras el cuchillo; Ayudaba también un cierto perro, Llamado segun dicen Becerrillo, El cual traia ya todo su cerro No menos colorado que amarillo; Del cual perro nos ban contado cosas Que se pueden tener por espantosas.
Viendo pues Guarionex su menoscabo, Al Salazar dirige su corrida, Haciendo con los indios del Guarabo Una mas que crüel arremetida : Resiste Salazar, y al cabo, al cabo A todos los compelen à huida, Dejando por el pueblo y á su puerta Alguna cantidad de gente muerta.
Aquestos enemigos ya vencidos, Esclusos y apartados de sus puertos. Curaron los que estaban mal heridos Y dieron sepulturas á sus muertos; Procuraron de ser mas proveidos, Huyendo de pasados desconciertos, Conoció no ser parte los que cuento Para permanecer en tal asiento.
Y ansi con ardides de prudente Viendo los pocos hombres que quedaban, Uno herido y otro mal doliente, Y riesgos que los mal amenazaban, Determinó llevar aquesta gente A Caparra do los demás estaban : Parecer y balance de discreto, El cual luego pusieron en efeto.
Desåsense de aqueste flaco gonce, Y el campo se partió con mal arreo, No con tiros de hierro ni de bronce, Pues con espadas hacen el ojeo; Si deseaban verse con Joan Ponce, Joan Ponce tiene muy mayor deseo, El cual se congojaba con sospecha De la destruicion que estaba becha.
Su gente dividir no convenia Por ser poca y el tiempo peligroso, Y estando con penosa fantasía Por saber de los otros congojoso, Allegó con la gente que traia, Diego de Salazar el animoso: Los amigos difuntos lamentaron, Y pocos con los pocos se holgaron. Estando pues ansí toda la tierra, Viendo tan peligrosa rebeldía, De ocios y sosiegos se destierra Joan Ponce de Leon como solia, Tornando con los suyos á la guerra Con la poquita gente que tenia, En el número poca y aun doliente, Pero maravillosa y escelente.
Nunca se vió vigor ni tales mañas En tan breves escuadras y cuadrillas; Sus vencimientos son cosas estrañas, Grandes y nunca vistas maravillas; Y tan heróicos hechos y hazañas, Que soy muy poco yo para decillas; Porque, vencer ejércitos tan agros Tan pocos, son misterios y milagros.
Al fin el Boriquén está pujante, Dispuesto para toda competencia; El español con animo bastante Para vencer aquesta resistencia; Réstanos que pasemos adelante A lo que sucedió de la pendencia Entre los infieles y cristianos, Después que ya vinieron á las manos. Teniendo juntos pues los que ya digo, Que ciento y veinte son cuantos alcanza, Porque no se pasase sin castigo Una cosa tan digna de venganza ; Determinó buscar al enemigo Que estaba con grandisima pujanza, Y para gobernar sus pocas gentes Nombró cuatro caudillos escelentes :
Añasco, Salazar, Miguel de Toro, Almansa, cada cual esclarecido; Sustancia de la guerra y el decoro De lo que puede ser encarecido; Pues segun rosicler sobre buen oro, Lo fueron del ejército florido; Entre estos cuatro generosos Martes, Partió sus gentes por iguales partes.
Salazar capitán era de cojos,
Que él mismo por tal nombre se mostraba, Enfermos, desbarbados, mas no flojos, Sino gente que todo lo talaba;
Y ansi hicieron hechos ortodojos, Segun necesidad les enseñaba : Ciervos para huir algun mal trance, Y perros para ir en el alcance.
Estando todos bien aderezados Para lo llano, sierra y arcabuco, Fueron de ciertas indias informados Que tomó Salazar en un conuco Estar copia de indios congregados A la boca del rio Coayuco, Flechas, inmensas armas, atambores, Y de caribes muchos valedores.
La era del Señor es estendida
A tres quinientos y once desta cuenta, Cuando la hueste destos recogida Estaba donde ya se representa; Serian once mil en la partida, Toda gente crüel, sanguinolenta, Fornida de mortíferos pertrechos, Y dispuestos á mas crueles hechos.
Estos y muchos otros repartidos Al Agueibaná sirven y respetan, Los nuestros destas cosas advertidos, Muchas cosas consultan y decretan; Y fueron en efeto resumidos Acometelles antes que acometan Teniendo la presteza por segura, Por consistir en ella su ventura.
Anda solicitud á todas velas, Alistanse los fuertes morriones, Preparan las espadas y rodelas, Lijeros coseletes de algodones; Los alpargates eran las espuelas, Que no van en caballos ni trotones; Guian la gente grandes adalides, Destrísimos en mañas y en ardides. Aderezados pues desta manera, Caminan por montañas sin camino; Con gran silencio pasan la carrera Para buscar al bárbaro vecino; Vinieron á salir à la frontera,
Sin faltar á Joan Lopez su buen tino, Atalayaron los que son espertos Estando con los árboles cubiertos. Esperaron la noche venidera En tácitos lugares recogidos, Segun comun costumbre de la fiera, Prestos los piés y atentos los oidos; Agueibaná hacia borrachera
A los que en su favor eran venidos; Cantores en aquellos cantos diestros Cantaban ya la muerte de los nuestros.
En despidiéndose rayos febales, Y el nublo de la noche derramado, Al tiempo que descansan los mortales Vencidos del dulzor acostumbrado, Salió de entre los suyos Joan Gonzalez, Desnudo segun indio y embijado Con arco fuerte, flechas y carcajes Y la cabeza llena de plumajes.
Llegó con el recato que convino, Pasando por gran parte de la junta, A la cual ocupó tal desatino Que quien lo vido nada le pregunta ; Antes con nublos del bebido vino Ser indio de los suyos se barrunta ; Después que vió roncar toda la gente, Volvióse con gracioso continente.
Y sin cubrir la desnudez que tiene, Segun necesidad de tal acecho, Dijo: «todos están como conviene, Pues duermen como libres deste hecho. » Joan Ponce de Leon no se detiene En ordenar los suyos á provecho, Tocando con los labios los oidos Para que no pudiesen ser sentidos.
Partió luego con todos sus soldados, Por escuadras y puestos repartidos, Piés seguros, quietos, sosegados, En el acometer bien advertidos; Entraron por lugares señalados; Aquí, y allí, y allá suenan ruïdos Causando piés lijeros manos sueltas Mil gritas, mil marañas y revueltas.
Lobos entran aquí por los rebaños, Por acullá leones los aquejan, Por todas partes hay crecidos daños, Armas tomar aquí, y allí las dejan ; No pueden atinar a los engaños, Por aquí dicen ay, allí se quejan, Aquí dan cuchilladas, allí hieren, Por esta parte matan, y allí mueren.
No hay muertes que con muertes no segunden Caen gallardos mozos, caen canas, Boriquén y caribe se confunden, Suenan montes, collados y zavanas Con gritos y clamores que se hunden, Huellan por arcos, flechas y macanas; Si huyen por aquí, por allí pican, Aquí dan tropezon, allí trompican.
Como nave siguiendo su carrera Es de veloces llamas encendida, Que el miserable nauta donde quiera Halla su perdicion y su caida, En fuego si no quiere salir fuera, En agua si salió perdió la vida : Arriba pena, confusion, presura, Y abajo muerte, mal y desventura;
Ansí con estas mismas confusiones, Si deste punto huyen de mal arte, Daban en mas terribles turbaciones; Si por aquí los hiere duro Marte, Por acullá crüeles escuadrones; Muerte, fuerza, temor de cada parte, Sangre, terror, dolor, tristes gemidos, Monton grande de muertos y caidos.
Ardiendo va la furia que no cesa Las manos y los piés andan espertos, Cumpliendo cada cual con su promesa En ocupar lugares descubiertos; Finalmente, les dieron tanta priesa Que se quedaron solos con los muertos; El español brioso, poco manso, Mas bien necesitado de descanso. Muertos los que de cuervos fueron cebo, Tuvieron todos vigilante vela, Sin escusarse viejo ni mancebo De dejar el espada ni rodela; Hasta tanto que ya la luz de Febo Con sus dorados rayos los consuela : Comieron; pero yo por estar harto, Remito mi manjar al canto cuarto.
Jade se cuentan otras victorias que los españoles tuvieron en pacificacion del dicho Boriquén.
Estremos grandes son de cobardía Temer y recelar en esta vida El peligro que por ninguna via Tiene desaguadero ni salida; Rebate grandes riesgos osadía, Buen ánimo restaura su caida, El brio y el valor del varon fuerte Suele hacer de mala buena suerte.
Esto mostró muy bien segun os muestro Joan Ponce con valor jamás oido, Pues no supo temer hado siniestro Al tiempo que se vido mas caido; Antes como diestrísimo maestro No quiso conocerse por vencido, Osó volver la rueda mal segura, Y dióle buen suceso su ventura.
Porque todos los indios congregados, Y los que por la isla mas habia Quedaron desta vez tan hostigados Que no mostraban tanta lozanía; Puesto caso que no tan desmayados Que no piensen volver á la porfía, Mayormente la gente mas remota, Que nunca se hallaron en la rota.
Destos el uno fué Mabodomoca, Que estaba con seiscientos compañeros Vaciándose muy largo de la boca En confianza destos sus guerreros; Juntamente con él la gente loca Hacia mil desgarros y mil fieros, Burlandose del misero paciente Por dejarse vencer de nuestra gente. Destos los capitanes mas ufanos Consultaban sus falsos adevinos, Hiriendo de los piés y de las manos, Peor que con espíritus malinos, Diciendo: « vengan, vengan los cristianos, Que aquí les barreremos los caminos, Y venga Salazar con su cuadrilla, Verá cómo le va con la rencilla.» Todas aquellas cosas que hablaban Con aquellas robustas confianzas, Supieron los cristianos donde estaban Haciendo sus castigos y venganzas; Informados de indios que tomaban Por sendas ó caminos de labranzas, Y riendo decían: « compañeros, A Salazar, à vos os hacen fieros.>> Respondió Salazar con gran paciencia : Yo pues iré de muy entera gana, Si nuestro general diere licencia Para que nos partamos de mañana; Porque será gran cargo de conciencia qué quiera gente tan lozana; Y si menester es que mas lo ruegue Con gran instancia pido no la niegue. » Luego Joan Ponce de Leon ordena Que vaya con la gente que allí tiene, Diciéndole: «señor, id norabuena Como quien sabe bien lo que conviene; Llegando, si pudierdes, sobre cena Proveyendo de música que suene, Pues el entrada menos peligrosa Es cuando la comida se reposa. » Respondió Salazar: «hora segura Es esa, segun claro se nos muestra; Mas el tiempo, sazon y coyuntura Es para tales cosas gran maestra; Vamos cubiertos por el espesura, Guie Joan de Leon con mano diestra, Para que como viéremos hagamos Después que juntos dellos nos pongamos.>>
El fuerte Salazar tocó su cuerno Llamando los que están apercebidos; Recogió los que son de su gobierno, Mozuelos, medio mancos y tullidos; Pero como demonios del infierno En ser fuertes, osados y atrevidos, De Caparra salieron y sus puertos Por ásperas montañas encubiertos.
En confianza del favor divino De partes descubiertas se desvían, Sin rastro ni pisada de camino Por el Joan de Leon todos se guian : El adalid guió con tan buen tino, Que pudieron salir donde querian; Luego pasaron é bicieron alto Para poder sin riesgo dar asalto.
En un árbol pusieron atalaya, Desde donde mirando muy atento Descubrió muchos indios por la playa, Y dió la relacion con gran contento; El mas flaco varon menos desmaya, Antes cobró brioso movimiento, Porque para medrar vian al ojo Donde poder tomar algun despojo.
Entraron todos ellos en consulta, El mozo desbarbado y el de calva Dieron sus pareceres, y resulta Que para se hacer mejor la salva, Por la parte mejor y mas oculta En la gente crüel diesen al alba, Y ansí velaron todos con cuidado Hasta llegar el tiempo señalado.
La luz esclarecida de Diana Sus dorados cabellos recogia, Y Venus anunciaba la mañana Que por pasos contados se venia, Cuando la poca gente castellana Sobresaltó la dura compañía : Con piés lijeros y veloz espada Por dos partes ocupan la manada.
Comienzan los mortíferos conciertos Y golpes de clemencia despedidos, Huian por los montes los despiertos, Despiertan los que estaban mas dormidos : Aqui vereis caidos, alli muertos Por todas partes quejas y gemidos; Revolvió sobre si Mabodomoca, Y á su justa defensa los provoca.
Acuden los gandules esforzados Segun á bravos toros los alanos, Danse terribles golpes y pesados Encuentros y rencuentros inhumanos; De tal suerte que ya nuestros soldados Habian menester entrambas manos; Mas en aquestas gritas y rencillas El Salazar hacia maravillas.
Joan Leon también, singular hombre, Andaba por aquellos escuadrones Conformando las obras con su nombre, Ambos à dos fortísimos leones; Haciendo los demás ganar renombre, En estas belicosas turbaciones, Ensangrentados cuerpos y paveses De los terribles golpes y reveses.
Cuando la luz de Febo se presenta Por las cumbres de montes ensalzados Tenian muertos ya ciento y cincuenta De los indios que son mas señalados; Viendo los otros burla tan sangrienta, A volver las espaldas son forzados, Los nuestros, por ballar algun buen lance, A gran priesa seguian el alcance.
Aquel Joan de Leon un indio destos Acaso vió huir por cierta via, Dispuesto mas que todos los dispuestos En miembros, gentileza y gallardía; El indio con dañados presupuestos Fingió que del Leon se retraia; Cebábase Leon por sus provechos, Viendo que lleva joyas en los pechos.
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