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tianos, de comerles cuanto tenian, y no se contentar con lo que se les daban, sino, con malos tratamientos, miedos, amenazas, palos y bofetadas, llevarlos de unas partes á otras cargados, andarles tras las hijas é las mujeres, é otras vejaciones é injusticias semejantes, acordaron de se quejar al rey Guarionex y á inducirle á que mirase y considerase su universal captiverio y opresion, y vida tan malaventurada que pasaban con aquellos cristianos, que trabajasen de matarlos si pudiesen y libertarse. Hacian cuenta que mayor era el tormento que sufrian cuotidiano é inacabable que podian ser las muertes de pocos dias, que, si no salian con lo pensado, esperaban; y en fin, siempre creian de sí mismo haber vitoria de los cristianos, en lo cual siempre se engañaban. Guarionex, como era hombre de su naturaleza bueno y pacífico, y tambien prudente, y via y cognoscia las fuerzas de los cristianos, y la ligereza de los caballos, y lo que habian hecho al rey Caonabo y á su reino é á muchos otros de la provincia de Cibao, mucho lo rehusaba; pero al cabo, importunado de muchos, y, por ventura, amenazado de que harian Capitan otro que á él le pesase, con gran dificultad hobo de aceptarlo. Sintiéronse destos movimientos algunas señales por los cristianos que estaban en la fortaleza de la Concepcion; avisaron con indios que les fueron fieles á los cristianos de la fortaleza del Bonao, y aquellos despacharon otros mensajeros á Sancto Domingo, donde don Bartolomé estaba, el cual, á mucha prisa, vino á la Vega, ó á la Concepcion, que así se llamaba.

Quiero contar una industria que tuvo un indio mensajero, que creo que fué esta vez, para salvar las cartas que llevaba de los cristianos de la Concepcion á los del Bonao. Diéronselas metidas en un palo que tenian para aquello, hueco por una parte, y como los indios ya tenian experiencia de que las cartas de los cristianos hablaban, ponian diligencia en tomarlas; el cual, como cayó en manos de las espías, que los caminos tenian tomados, fué cosa maravillosa la prudencia de que usó, que no fué á la del rey David muy desemejable. Hízose mudo y cojo, mudo para que no le pu

diesen constreñir á que, lo que traia, ó de donde venia ó qué hacian ó qué pensaban hacer los cristianos, hablase, y cojo, porque el palo en que iban las cartas, que fingia traer por bordon necesario, no le quitasen; finalmente, hablando y respondiendo por señas, y cojeando, como que iba á su tierra con trabajo, hobo de salvarse á sí é á las cartas que llevaba, las cuales, si le tomaran y á él prendieran ó mataran, por ventura, no quedara, de los cristianos derramados por la Vega y aún de los de la fortaleza de la Concepcion, hombre vivo ni sano. Llegó, pues, D. Bartolomé con su gente á la fortaleza del Bonao, y allí fué, de lo que habia, avisado. De allí trasnocha y vá á entrar en la fortaleza de la Concepcion, que 10 leguas buenas distaba; sale con toda la gente sanos y enfermos á dar en 15.000 indios que estaban con el rey Guarionex y otros muchos señores ayuntados, y, como estas tristes gentes vivian pacíficos, sin pendencias, rencillas, ni trafagos, no tenian necesidad de con muros y barbacanas, ni fosas de agua, tener sus pueblos cercados. Dieron en ellos de súbito, á media noche, porque los indios, nunca de noche, ni acometen, ni para guerra están muy aparejados, puesto que no dejan de tener sus velas y espías, y, en fin, para contra españoles harto poco recaudo; hicieron en ellos, como suelen, grandes estragos. Prenden al rey Guarionex y á otros muchos; mataron á muchos señores de los presos, de los que les pareció que habian sido los primeros movedores, no con otra pena, segun yo no dudo, sino con vivos quemarlos, porque esta es la que comunmente, y siempre y delante de mis ojos yo vide, muy usada. Traidos presos á la fortaleza de la Concepcion, vinieron 5.000 hombres, todos desarmados, dando alaridos y haciendo dolorosos y amargos llantos, suplicando que les diesen á su rey Guarionex y á los otros sus señores, temiendo no los matasen ó quemasen. D. Bartolomé Colon, habiendo compasion dellos, y viendo la piedad suya para sus señores naturales, cognosciendo la bondad innata de Guarionex, cuán más inclinado era á sufrir y padecer con tolerancia inefable los agravios, fuerzas é injurias que le hacian TOMO II.

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los cristianos, que á pensar en hacer vengaza, dióles su Rey é á los otros sus señores, con que quedaron de sus angustias y miserias algo consolados, no curando del captiverio y opresion y vida infelice en que quedaban, ni de sus, cierto, futuras mayores calamidades.

CAPÍTULO CXVI.

Pasados algunos dias, poco despues que aqueste alboroto fué asosegado, aunque las gentes de aquella comarca de la Vega, con las cargas y trabajos que los cristianos continuamente les daban, por tenerlos en ménos, por haberlos guerreado y hostigado, como siempre lo han acostumbrado hacer, no muy alegres ni descansadas, vinieron mensajeros del rey Behechio y de Anacaona, su hermana, á D. Bartolomé Colon; haciéndole saber como los tributos del algodon y caçabí, que habia impuesto ó pedido á su reino, estaban aparejados, que viese lo que cerca dello mandaba; si no me he olvidado, creo que dentro de seis ó ocho meses, sembradas las pepitas del algodon, dan fruto; los arbolillos que dellos nacen, llegan á ser tan altos, los mayores, como un buen estado, puesto que desde más chicos comienzan á darlo. Acordó luego D. Bartolomé ir á Xaraguá, lo uno, por ver lo que Behechio, rey de aquel reino, le avisaba, Y cómo habia cumplido su palabra; lo otro, por ir á comer á aquella tierra que no estaba trabajada, como tenian los cristianos la Vega y sus comarcas, puesto que les daba Dios siempre el pago, en los descontentos que siempre tenian por la falta de vestidos y de las cosas de Castilla, por las cuales siempre suspiraban y vivian todos, ó todos los más, como desesperados. Llegado al pueblo ó ciudad del rey Behechio, D. Bartolomé, sálenle á recibir el Rey y Anacaona, su hermana, y 32 señores muy principales, que para cuando viniese habian sido convocados, cada uno de los cuales habia mandado traer muchas cargas de algodon en pelo y hilado, con su presente de muchas hutias, que eran los conejos desta isla, y mucho pescado, todo asado; lo cual todo, cada uno le presentó, de que se hinchió, de algodon digo, una grande

casa. Dióles á todos los señores muchas gracias, y al rey Behechio y á la señora su hermana, muchas más y más grandes, mostrando señales de grande agradecimiento, como era razon dárselas; ofreciéronse á traerle tanto pan caçabí que hinchiese otra casa y casas. Envia luego mensajeros á la Isabela, que, acabada la una de las dos carabelas, viniese luego á aquel puerto de Xaraguá, que es una grande ensenada ó entrada que hace la mar, partiendo esta isla en dos partes; la una, como arriba se dijo cap. 50, hace el cabo de Sant Nicolás, que tiene más de 30 leguas, y la otra tenia más de 60, que hace el Cabo que ahora se llama del Tiburon, y que llamaban de Sant Rafael cuando vino del descubrimiento de Cuba el Almirante. El rincon desta particion ó abertura que la mar por allí hace, distaba de la poblacion y casa real de Behechio, dos leguas, no más largo; allí mandó venir la carabela, y que la tornarian llena de caçabí. Desto recibieron los españoles, que en la Isabela estaban, grande alegría, por el socorro que para su hambre esperaban; diéronse priesa, vinieron al puerto de Xaraguá, donde los deseaban. Sabido por la señora reina Anacaona persuade al Rey, su hermano, que vayan á ver la canoa de los cristianos, de quien tantas cosas se les contaban. Tenia un lugarejo en medio del camino, Anacaona, donde quisieron dormir aquella noche; allí tenia esta señora una casa llena de mil cosas de algodon, de sillas y muchas vasijas y cosas de servicio de casa, hecha de madera, maravillosamente labradas, y era este lugar y casa, como su recámara. Presentó esta señora á D. Bartolomé muchas sillas, las más hermosas, que eran todas negras y bruñidas como si fueran de azabache; de todas las otras cosas para servicio de mesa, y naguas de algodon (que eran unas como faldillas que traian las mujeres desde la cinta hasta media pierna, tejidas y con labores del mismo algodon) blanco á maravilla, cuantas quiso llevar y que más le agradaban. Dióle cuatro ovillos de algodon hilado que apénas un hombre podia uno levantar; cierto, si oro tuviera y perlas, bien se creia entonces que lo diera con tanta liberalidad, segun todos los indios desta

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