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isla eran de su innata condicion dadivosos y liberales. Vánse á la playa ó ribera de la mar, manda D. Bartolomé venir la barca de la carabela á tierra; tenian al Rey é la Reina, su hermana, sendas canoas, muy grandes y muy pintadas y aparejadas, pero la señora, como era tan palanciana, no quiso ir en la canoa, sino con D. Bartolomé en la barca. Llegando cerca de la carabela sueltan ciertas lombardas; turbáronse los Reyes y sus muchos criados y privados en tanto grado, que les pareció que el cielo se venia abajo, y aína se echaran todos al agua, pero como vieron á D. Bartolomé reirse, algo se asosegaron. Llegados, como dicen los marineros, al bordo, que es junto á la carabela, comienzan á tañer un tamborino y la flauta, y otros instrumentos que allí llevaban, y era maravilla como se alegraban; miran la popa, miran la proa, suben arriba, descienden abajo, están, como atónitos, espantados. Manda D. Bartolomé alzar las anclas, desplegar las velas, dar la vuelta por la mar: aquí creo yo que no les quedó nada de sangre, temiendo no se los llevasen; pero desque dieron la vuelta hácia casa, quedaron sin temor y demasiadamente admirados, que sin remos, la carabela, tan grande, parecia que volase, y, sobre todo, que con un viento sólo fuese á una parte, y á otra contraria tornase. Tornáronse á Xaraguá; vinieron infinitos indios de todo el reino del pan caçabí cargados. Hinchen la carabela del pan y del algodon, y de las otras cosas que el Rey é la Reina y los otros señores habian dado; partióse la carabela para hacer á la Isabela su viaje, y D. Bartolomé, con su gente, tambien acordó irse para allá con su compañía por tierra; dejó alegres al Rey é á la Reina, y, á todos los señores y gentes suyas, muy con

tentos.

CAPITULO CXVII.

Entretanto que D. Bartolomé Colon estaba en el reino de Xaraguá con el Behechio y hacia lo que en el precedente capítulo se dijo, Francisco Roldan, á quien, como arriba en el capítulo 111 dijimos, dejó el Almirante por Alcalde mayor en la Isabela, y, como tambien dije, de toda la isla, por descontentos que tuvo del Gobernador, D. Bartolomé Colon, ó por no sufrir las reglas y estrechura de los bastimentos de la Isabela, y querer vivir más á lo largo andando por la isla (ó tambien, hallo en mis memoriales, que tuvo principio este levantamiento porque uno de los principales, que consigo siempre trujo, se echó con la mujer del rey Guarionex, y porque le quiso el Adelantado castigar), ó porque era bullicioso y pretendia subir á más de lo que era, imaginando que el Almirante nunca volveria, porque hacia ya quince meses que era partido desta isla, y que era señal que los Reyes no lo dejarian volver acá, segun, por ventura, debiera Juan Aguado haber dicho y así se decia, acordó quitar la obediencia al dicho D. Bartolomé y levantarse contra él con hasta 70 hombres, los más sanos, gente comun, y algunos principales que él pudo atraer á sí, que pretendian lo mismo que él, de los cuales yo cognoscí los más, ó cuasi todos. Este Francisco Roldan fué, como dije, criado del Almirante y ganó su sueldo, y debia ser su oficio; á lo que entendí, como hombre que tenia cargo de andar sobre los trabajadores y oficiales para hacer trabajar, salvo que, como fuese hombre entendido y hábil, cognosciendo el Almirante que era para tener cargos, y, por honrarlo y hacer en él, hízolo primero Alcalde ordinario de la Isabela, y despues Mayor de toda la isla, y él quiso, por agradecimiento, levantándose le dar el pago. La ocasion que para se desvergonzar tomar quiso, fué en dos maneras,

los

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para indignar é allegar y atraer á sí á los indios y á los cristianos contra el Adelantado y el Almirante. Para ganar los cristianos, fué esta su cálida industria: la carabela que habia traido el algodon y pan, y otras cosas de la provincia de Xaraguá, mandóla luego varar ó sacar en tierra fuera del agua, D. Diego Colon, porque, como la gente estaba siempre demasiadamente descontenta, temíase que no la tomasen y se fuesen muchos sin licencia y á pesar del D. Bartolomé, y de don Diego, y del Almirante tambien, con ella á Castilla; Francisco Roldan comienza á murmurar con la gente trabajadora y marineros, y la demas gente baja y que más descontenta estaba, porque la carabela no estaba en el agua, y que sería bien enviarla á Castilla con cartas á los Reyes, pues el Almirante no venia, para hacerles saber sus hambres y necesidades y los proveyesen, y que sino se hacia, que todos habian en esta isla de perecer, ó de hambre, ó que los indios los habian de consumir, é que D. Diego ni D. Bartolomé no la querian enviar por alzarse con la isla y tenerlos á todos ellos por esclavos, sirviéndose dellos en hacer sus casas y fortalezas, y acompañarse y coger los tributos de los indios y hacerse ricos del oro de la tierra, y, finalmente, para sólo su provecho é particular interese. Viendo la gente que el Alcalde mayor y quien lo mandaba todo, y á quien por la vara del Rey, como Justicia mayor, todos obedecian, que estaba de la opinion dellos, comienzan despues con mayor desenvuelta osadía y ménos temor, lo que en sí secretamente gruñian y no osaban, sino por los rincones, boquear, públicamente y sin miedo ninguno á decirlo. Vista la gente ya de su bando, persuadióles que le diesen las firmas para que se pudiese dar á entender como era sentencia de todos, que convenia al bien y salud comun de los cristianos que la carabela se echase al agua, aunque pesase al D. Diego y á quien más se lo quisiese estorbar; y todo esto, que este trabajaba ó porfiaba de echar la carabela al agua, no era porque se echase al agua ni fuese á Castilla, porque á él no le convenia que supiesen los Reyes su alzamiento y desobediencia á su Justicia

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mayor, que era D. Bartolomé y D. Diego, que al presente la Isabela gobernaba, sino por indignar y mover á la gente contra el Almirante y los que gobernaban, y que él tuviese gente y fuerzas para levantarse, y en su tiranía conservarse; hay desto muchos argumentos claros, como parecerá abajo. La otra ocasion ó título que tomó para atraer á sí, juntamente, indios y cristianos, fué, que decia á los cristianos que para que los indios sirviesen mejor á los cristianos, estando en paz con ellos, era cosa necesaria que se le quitasen los tributos que les habia impuesto el Almirante, y esto muchas veces lo decia él á D. Bartolomé Colon platicando; y, ciertamente, si él lo dijera con celo de virtud y de piedad para con los indios, decia gran verdad, porque los indios y los Reyes y señores suyos, vivian, con los tributos que se les pedian cada tres meses, desesperados; y áun fuera, sin comparacion, grande utilidad para los cristianos, porque ni murieran de hambre ni padecieran de necesidad alguna en sus enfermedades, ni anduvieran en guerras por sierras y valles á cazar y matar indios, ni dellos algunos, los indios, como mataron, mataran, ántes los sirvieran de rodillas y adoraran, pero no lo decia el pecador sino por robar más á los indios y más señorearlos, y que á esto no le fuese Dios ni el Rey ni sus Minis. tros á la mano. Finalmente, D. Diego mandó al dicho Francisco Roldan que fuese con cierta gente á la Concepcion, por que se sonaba y temia que los indios y gente de Guarionex andaba mal segura y alborotada, como no podian sufrir los tributos; el cual se fué al pueblo del cacique Marque, donde tuvo lugar Roldan de concluir é publicar su traicion, de donde se vinieron muchos, que no quisieron consentir en ella, á la fortaleza de le Concepcion, á los cuales trató mal y tomó todas las armas. De aquí del pueblo Marque, tornó á la Isabela, váse á la Alhóndiga del Rey, donde estaban los bastimentos y la municion de las armas, y, tomada la llave por fuerza á quien la tenia, que era un criado de D. Diego Colon (ó hizo las cerraduras pedazos, con 50 hombres, diciendo «viva el Rey »), toma todas las armas que le pareció haber menester

Y

para

sí é para sus compañeros tiranos; y de los bastimentos, que con la guarda y regla y estrechura, porque así convenia, se guardaban y daban, y de todas cuantas cosas alli habia, sin medida repartia, y para sí tomaba. Sale D. Diego á le ir á la mano con ciertos hombres honrados á afearle tan grande insolencia Y alboroto, al menos, de palabra; vino tras él, y el D. Diego se retrujo con ellos á una casa fuerte, y miéntra en la Isabela estuvo Francisco Roldan y habia de hablar D. Diego con él, habia de ser con seguro que primero Roldan le daba. De allí fueron al hato de las vacas del Rey y mataron lo que dellas quisieron; que matar una en aquel tiempo era por gran daño estimado, porque las tenian para criar. Van tambien al hato de las yeguas, que eran tambien del Rey, y tomaron las yeguas ó potros ó caballos que á todos plugo tomar. Esto hecho, vánse por los pueblos de los indios, y á los señores y Caciques dellos, publícanles que el Almirante y sus hermanos les han cargado de tributos, y que Francisco Roldan y ellos han reñido con el D. Bartolomé Colon y D. Diego porque no se los quitaban, y que han acordado ellos de se los quitar y que no curen dende adelante darlos, que ellos se los defenderán del Almirante y sus hermanos, y para ello, si fuere menester, los matarán. Desde allí, diciendo «viva el Rey, van por toda la Isla, y por toda se suena que el Alcalde Roldan es el que los liberta; y así, el Roldan decia que los habia recibido debajo de su mamparo, segun que un poco abajo se verá, y por todos los pueblos de los indios que pasaba, publicaba mal de don Bartolomé y del Almirante, y á todos los cristianos que topaba detraia y blasfemaba de D. Bartolomé, diciendo que era hombre duro, áspero y cruel, y cudicioso, y que con él no podia alguno medrar, y todos cuantos males podia decir acumulaba, dando por causas de se apartar dél. Y cosa fué esta, cierto, maravillosa y juicio de Dios muy claro, si con ojos limpios entónces lo vieran y agora lo miramos, que aquel Roldan, sin saber quien lo movia mediatamente, que era la divina Providencia, pero inmediata su propia ambicion, cudicia y maldad, fuese profeta en la obra, como Caifás lo fué en la pa

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