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«Jamás pudo recibir S. M. y real familia mas pruebas de adhesion y respeto que en la crisis del dia de ayer, ni jamás apareció tan manifiesta la lealtad del pueblo español, ni tan en claro sus virtudes. Esta simple relacion de los hechos, notorios por su naturaleza, y de que hay tan repetidos testimonios, escusa la necesidad de ulteriores reflexiones sobre el punto importante á que se refiere la comunicacion de VV. EE. y VV. SS. de ayer, cuyos sentimientos no pueden menos de ser apreciados debidamente por el gobierno de Su Majestad, como proponiéndose un fin tan útil é interesante bajo todos sus aspectos y relaciones.-Tengo la honra, etc.

«FRANCISCO MARTINEZ DE LA ROSA.

«Madrid, 8 de julio de 1822.D

Los ministros, que durante la noche del 6 al 7 habian estado como aprisionados dentro del palacio, fueron llamados por el rey á su cámara, donde los recibió con halagos, y solicitó de ellos un apoyo que conocian no poderle prestar. Así fué que en vez de querer continuar en sus puestos, le reprodujeron aquel mismo dia la solicitud tantas veces hecha de que les admitiese la renuncia, é hicieronlo en las dignas frases siguientes:

«Señor: Nuestra posicion durante la noche anterior, que es notoria aá V. M., habia acabado de imposibilitarnos para continuar por mas tiempo «al frente de las Secretarías del Despacho. Ahora que se han mejorado las «circunstancias, es llegado el caso de dejar la direccion de los negocios, sin «que parezca que abandonamos á V. M. en el momento del peligro. Espera«mos, pues, de la bondad de V. M. que se dignará admitir la dimision de di«chos destinos, en cuyo ejercicio hemos cesado de hecho, protestando «<á V. M. los sentimientos que nos animan y animarán siempre de respeto y adhesion á su sagrada persona.-Dios, etc.-Señor, A. L. R. P. de Vuestra «Majestad.-Francisco Martinez de la Rosa.-José María Moscoso de Altami«ra.-Diego Clemencin.-Nicolás Garelly.-Felipe de Sierra y Pambley.«Jacinto Romarate.-Palacio 7 de julio de 1822.>>

El Ayuntamiento por su parte dirigió con fecha del 9 una representacion al rey, en la cual, entre otras cosas, le pedia la pronta exoneracion de aquellos ministros. «Para dar la primera prueba, le decia, de que V. M. ha abra«<zado sinceramente esta causa (la de la Constitucion), nada es tan necesario «como nombrar en reemplazo de los ministros que han hecho dimision de «sus empleos, hombres de conocida ilustracion y notoriamente adictos al sistema, y de una energía y actividad capaces de alentar el cuerpo social,

«exánime y moribundo por la mala fé de muchos, ó la indolencia ó impericia «de no pocos.» Y añadia: «Vuestra córte, Señor, ó sea vuestra servidumbre, «se compone en el concepto público de constantes conspiradores contra la li«bertad. La permanencia de uno solo de ellos privaria á V. M. de la con«fianza de sus leales españoles.... No interesa menos, Señor, para que se res<tablezca completamente el sosiego público y renazca la seguridad, el ejem«plar y pronto castigo de los malvados y perjuros que han hecho correr la <<sangre inocente de los que no tenian otro delito que el de haberse manteni«do fieles á sus sagrados juramentos. Un castigo pronto y severo, tál como «exigen las leyes para su conservacion, ahorra muchas victimas, economiza «la preciosa sangre española, y evita los horrendos crímenes que son causa de «que se derrame, etc.>>

Respecto al ministerio, ya el rey habia pasado el 8 una real órden al Consejo de Estado, cuyo presidente era el ilustre don Joaquin Blake, mandándole le propusiese lista triple de personas capaces de suceder á los actuales secretarios del Despacho. Pero aquella corporacion, que tenia acerca de los ministros una opinion enteramente contraria á la del Ayuntamiento, espuso á S. M. que «si siempre estas variaciones traen inconvenientes y peligros, la que en aquel momento se pretendia traeria la ruina cierta de la nacion, y ántes la del trono de S. M.» Y se atrevió tambien á decirle, «que no seria estraño que con tan intempestiva mudanza se fortificasen las sospechas que se habia procurado hacer cundir, de que los facciosos han creido tener para ellos de su parte la voluntad de S. M. (4).» Pidió, sin embargo, nuevamente el rey al Consejo la propuesta de personas para ministros, y el Consejo no solo insistió en su anterior consulta, sino que le hizo grandes elogios de los actuales (10 de julio), diciendo que se estaba en el caso de empeñar el honor, el patriotismo y el celo por el bien público de los últimos siete secretarios para que continuaran dando nuevas pruebas de estas virtudes, y mereciendo bien de la patria en momentos en que tanto necesitaba de los esfuerzos de sus hijos.

A pesar de todo, nombró el rey aquel mismo dia ministro de la Gobernacion de la Península á don José María Calatrava, en reemplazo de Moscoso de

(1) Hacia además el Consejo en aquel documento la siguiente juiciosa reflexion: «Por desgracia es ya escandalosamente dila<tada la lista de los que llamados al minis«terio han salido de él, aunque no se incluayesen en ella mas que las personas que han «ejercido estas funciones desde el restablecimiento del sistema actual. Los que son

«capaces de desempeñar estas funciones no ason en gran número, ni aun en los países emas adelantados en ilustracion, y á Vuestra «Majestad se le induce á estas frecuentes «mudanzas del ministerio, cuando desgra«ciadamente no puede ser grande la latitud «para la eleccion.>

Altamira; medida que se consideró como transitoria. Y en cuanto al segundo estremo de la esposicion del Ayuntamiento, referente al castigo de los conspiradores contra la libertad, el rey, procediendo segun su costumbre, de sacrificar despues de un plan frustrado á los que más por él se habian comprometido, no solo dió las gracias á las autoridades y milicia por su valeroso comportamiento, sino que mandó formar causa á su Guardia, nombrando fiscal de ella á don Evaristo San Miguel, separó de su lado á su mayordomo mayor, capitan de alabarderos y primer caballerizo, que lo eran el duque de Montemar, el de Castroterreño, y el marqués de Bélgida, y confinó á diferentes y apartados puntos al marqués de Castelar, al de Casa-Sarriá, y á los generales Longa y Aymerich, que habian sido los hombres de su predileccion y confianza.

Uno de aquellos mismos dias (el 9) llamó el rey al general Riego, manifestóle la estimacion en que le tenia, que no deseaba sino el bien de todos los españoles, y que en lo sucesivo no daria entrada en su corazon á los consejos de hombres pérfidos. Debió creer el cándido general la súbita conversion del monarca, y corrió al ayuntamiento, al cual regaló una medalla de plata con emblemas de la Constitucion, y saliendo á uno de los balcones arengó á la milicia que en la calle se hallaba formada, y entre otras cosas le dijo que deseando el rey que no se cantase el Trágala, por los disgustos que habia originado, habia ofrecido á S. M. que se haria así, y les rogaba que lo cumpliesen, así como les suplicaba que no victoreasen más su nombre, puesto que se habia convertido en grito de alarma. Ambas cosas le prometieron los milicianos, y el ayuntamiento en su virtud dió una alocucion, prohibiendo la cancion del Trágala y los vivas á Riego, y mandando prender al que no obedeciese la órden.

No obstante la consulta é informe del Consejo, Martinez de la Rosa y Garelly insistieron en su dimision, y la presentaron por octava ó décima vez, el primero con fecha 19 de julio, el segundo con la del 22, y en términos aun mas vigorosos y resueltos que las anteriores. El rey admitió la de Garelly al siguiente dia 23; la de Martinez de la Rosa, reiterada el 26, fué al fin admitida el 27. Este distinguido hombre público cedió á favor de la nacion todos los sueldos que le correspondian por el tiempo que habia desempeñado la secretaría de Estado, por cuyo desprendimiento le dió el rey las gracias, y lo mandó publicar en la Gaceta. Provistos interinamente casi todos los ministerios, á escepcion de el de la Guerra, que se confirió al general Lopez Baños, comandante general que era de Navarra y Provincias Vascongadas, reservóse la designacion del resto del gabinete hasta que este ministro viniese á Madrid.

Vino en efecto á principios de agosto, y fácilmente se puso de acuerdo con el rey para la formacion del nuevo ministerio. Nombróse, pues, ministro de Estado (5 de agosto) á don Evaristo San Miguel, ayudante general de Estado mayor, que equivalia entonces al empleo de coronel; de la Gobernacion de la Península á don Francisco Gasco; de la de Ultramar á don José Manuel Vadillo; de Gracia y Justicia á don Felipe Navarro; interino de Hacienda á don Mariano de Egea, director de rentas, y de Marina al capitan de fragata don Dionisio Capaz, casi todos ex-diputados de las Córtes de 1813, ó al menos do las de 1820 y 1821.

Así acabó el ministerio de Martinez de la Rosa, y con él la admínistracion del partido moderado, que desde 1820, con ministerios de matices más ó ménos vivos, habia empuñado las riendas del gobierno. Acusóseles por unos de haberlas abandonado en los momentos en que no podian menos de tomarlas los hombres de ideas mas avanzadas. Criticóselos por otros de faltos de accion, de excesivamente temerosos de las máximas y reformas revolucionarias, y de haberse suicidado por la esperanza de modificar el código de que recibian la fuerza para contrarestar las tendencias reaccionarias del monarca; mientras otros los censuraban por no haberse puesto resueltamente de parte de la reforma de la Constitucion, tál como la Francia lo deseaba y proponia. La verdad es, que atendido el apasionamiento y la exacerbacion de los partidos, las conspiraciones incesantes de unos y otros, y la que se fomentaba y mantenia dentro del mismo palacio, su posicion era en estremo espinosa y difícil, y dificilísimo guiar y conducir con acierto la nave del Estado, por mucha que fuese, como lo era, su ilustracion, y por rectas que fuegen, como lo eran, sus intenciones. Y la verdad es tambien, que como afirma un escritor no apasionado de aquel ministerio, «con el monarca al frente, la libertad era imposible, y con la ley en la mano no se podia atacar al monarca.» Por lo demás, despues de los sucesos de julio no podian dejar de pasar las riendas del gobierno á manos de hombres de otro partido.

CAPITULO XII.

MINISTERIO DE SAN MIGUEL.

LA REGENCIA DE URGEL

1822.

(De agosto á octubre.)

Carácter y condiciones de los nuevos ministros.-No podian ser aceptos al monarca.-No permiten al rey salir á San Ildefonso.-Proceso de los sucesos de julio.-Ejecuciones. -Causa que se formó al general Elio.-Muere en un cadalso.-Circunstancias del proceso y de su muerte.-Carta que escribió en la capilla.-Facciones en provincias.-Formacion é instalacion de la Regencia de Urgél.-Proclama de los regentes.-La que dió por su parte el baron de Eroles.-Reconocen todos los absolutistas la Regencia.Vuelo que toman las facciones en Cataluña.-Queman los liberales en Barcelona el manifiesto de la Regencia.-Prisiones arbitrarias.-Mina, nombrado capitan general del Principado. Emprende la campaña.-Primeras operaciones.-Liberta á Cervera.Propone el gobierno que se reunan Córtes extraordinarias.-Repugnancia del rey.-Es vencida. Decreto de convocatoria.-Manifiesto notable del rey á la nacion.-Exéquias fúnebres por las víctimas del 7 de julio.-Fiesta cívica popular en el salon del Prado de Madrid.

Que despues del desenlace de los sucesos de Julio el timon de la nave del Estado en los borrascosos temporales que corrian no habia de encomendarso á manos de los hombres del partido moderado, cosa era que estaba en el convencimiento y en la conciencia de todos. La dificultad estaba en encontrar en los del bando opuesto cabezas bastante capaces, caractéres bastante firmes, y brazos bastante vigorosos para sacarla á salvo de tan proceloso mar, y sin que por efecto de un impulso excesivamente enérgico, y no templado por la prudencia, se estrellára contra alguno de los muchos escollos del revuelto piélago.

Decision, patriotismo, desinterés y pureza no podian negarse á los nuevos ministros. Diputados de oposicion en anteriores Córtes tres de ellos, per

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