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nia hechas; pero he conocido que sin embargo de todo, no se ha aquietado enteramente este ministro; y como me he imaginado que su inquietud nacia del aviso que habrá podido darle el cardenal Bernis acerca del papel de apuntaciones que quiso dar al papa el señor Moñino en su última audiencia de que habla este ministro á V. E. en su despacho de 3 de setiembre, y de que tambien me informa V. E. en carta del 21 del mismo, me ha parecido decirle que me figuraba de qué dimanaban sus recelos, y que sin duda seria de un papel de apuntaciones que habia querido entregar á Su Santidad nuestro ministro: y que V. E. me decia no saber el contenido de este papel, pues Moñino no habia enviado copia de él, pero que por lo mismo no se debia estar con la más mínima inquietud, y que solo se debia pensar que como en calidad de letrado y de fiscal del Consejo estaba menudamente instruido de nuestros negocios pendientes con Roma, tal vez habria querido dar al papa algunas especies que pudieran animar su génio pusilánime y servirle para facilitar los medios de hacer lo que se desea; á lo que me pareció añadirle que como el mismo Moñino estaba instruido del destino que se habia dado en España á los bienes y fundaciones de los jesuitas, quizás si habia previsto en el papa algunos embarazos sobre este punto capaces de retardar la resolucion principal, habia creido conveniente sugerirle algunos medios para ayudarle á salir de ellos en este punto: que por lo demás V. E. me añade que si Moñino enviaba alguna mayor esplicacion acerca del referido papel de apuntaciones, me instruia de ella V. E. para que se lo hiciese saber. Con este motivo se estendió bastante el duque d'Aiguillon sobre lo muy perjudicial que seria pensar en moderacion ni en reforma, y por fin en proyecto ninguno que no fuese la extincion total y absoluta de la órden, pues si se reducia á congregacion ó reforma bajo cualquier titulo que fuese, siempre conservaria en su interior el antiguo instituto; iria ganando terreno con el tiempo, y al cabo de años, y esperando circunstancias favorables, volveria á renacer la Compañía de la misma manera y con el mismo espíritu que habia existido: le respondí que yo pensaba enteramente como él: y le repetí estuviese seguro de que lo que se solicitaba y debia solicitar, era la extincion total

de la órden, y que el rey y muestra córte eran incapaces de variar en el sistema establecido, sobre todo sin ponerse antes de acuerdo con el rey su primo.

Me habló despues de las amenazas con que escribian de Roma se queria intimidar al papa por nuestra parte, sino cumplia lo que habia prometido, añadiéndome que no sabiendo á qué se reducian, le habia preguntado el rey qué significaban estas amenazas, porque él no queria entrar en un cisma, á lo que el duque habia respondido que creia ser relativas dichas amenazas á varios puntos de jurisdiccion, de reformas de órdenes religiosas, ó de nunciatura, cosas que no tenian que ver con la religion; yo le dixe que me parecia habia respondido muy bien, que no sabia se hubiese hasta ahora amenazado al papa, pero que no ignoraba que en España, más que en parte ninguna, habia aun mil abusos que se consentian por pura tolerancia á la córte de Roma, los cuales, si se reformaban como se debiera, cercenarian mucho la jurisdiccion de la curia, y disminuirian sus intereses, que por eso nadie estaba mas que nosotros en el caso de poder amenazar á Roma siempre que quisiésemos con asuntos que interesaban mucho á aquella córte, y que eran enteramente independientes de la religion.

Concluí la conversacion con este ministro, diciéndole le informaria de la correspondencia del señor Moñino, que V. E. me habia enviado, y que esperaba que con ella quedaria no solamente tranquilo, sino contento del vigor y del acierto con que se conducia aquel ministro nuestro. Le añadí que segun habia visto en sus cartas y en las que V. E. me escribia, lo estábamos y lo debíamos estar de nuestra parte de la conducta actual del cardenal de Bernis.

En otra carta digo á V. E. del modo con que he dado cuenta al duque d' Aiguillon de la referida correspondencia.-Dios guarde, etc.

P. D. Creo deber decir á V. E., que dos personas me han hablado ya de la carta que el rey ha escrito al rey Cristianísimo. Que se sabe el asunto, y que Su Magestad mismo lo ha dicho á algunos de su confianza. No creo haya en esto inconveniente alguno, pues siempre producirá buen efecto el que se sepa por este soberano el empeño del rey su primo, y por consiguiente el suyo. No

será estraño que el mismo duque d'Aiguillon lo haya tambien dicho a sus amigos, á fin de que se sepa no puede escusarse de escribir con todo vigor al cardenal de Bernis.

V.

Confidencial del conde de Floridablanca al señor marqués de Grimaldi. Roma, 13 de enero de 1774.

(Del Archivo del Ministerio de Estado.)

Excmo. señor y mi venerado dueño. Llegó el correo pasado como todos los antecedentes, despues de la salida del estraordinario de Nápoles. Dudo que el de esta semana llegue a tiempo de responder á las cartas, y así me anticipo á decir à V. E. lo que ocurre, con la estension que piden las circunstancias actuales.

El agente imperial que acaba de llegar de Viena, despues de algunos meses que pasó con licencia á aquella córte, me ha buscado para hablarme con reserva de las intrigas jesuíticas; he colegido que tenia insinuacion de algunos ministros de la emperatriz, para verme y tomar luces y darme otras relativas á los extinguidos. Segun el contexto de la conversacion, el confesor de aquella soberana, el secretario de Estado, Kaunitz, el baron de Binder y otros piensan bien; pero Migazzi se ha hecho cabeza de partido, y quiere en alguna manera resucitar los difuntos. Eurico Kereus ex-jesuita, obispo de Ruremunda, y electo ahora de Neustadt, es el genio intrigante á quien temen todos. Fué el director del establecimiento del colegio Terenano: ha sido nombrado consejero íntimo, y con su talento y artes, despues de haberse insinuado en el ánimo de los príncipes, se dá el aire do candidato para el primer ministerio ó para el confesonario. Como es grande el partido de damas y señores de la córte por el fanatismo y laxismo jesuítico, quieren los ministros ser iluminados para destruir las cábalas. He

procurado dar al agente algunos hechos, y en general le he podido decir, que aquí entre los papeles del abate Ricci se encontraron correspondencias en Viena, que acreditaban el poco secreto y fidelidad de algunas personas que rodeaban á Su Magestad Cesárea; pero no he dicho más porque no lo sé, ni el papa quiere encender fuego, ni persecuciones. El mismo juez de los procesos que se hacen aquí, monseñor Alfani, es quien me lo ha revelado en confianza, y con la misma lo digo á V. E. sin haber citado el sugeto al agente. Bueno será que V. E. instruya reservadamente á Mahoni de lo que contienen mis cartas de oficio sobre estampas, libros y cartas del vicario apostólico de Beslau, y sobre la del Elector de Maguncia, de que di cuenta a V. E. con fecha de 2 de diciembre del año próximo, para que sin darse por entendido de mi conversacion con el agente, ilumine aquel ministerio de las artes, cismas y enredos que fragua el cuerpo jesuítico, y de los inícuos medios de que se vale para turbacion de la Iglesia, de las conciencias y de los Estados.

Por la misma carta del elector de Maguncia, y la que le acompañaba escrita en francés, aunque con data de Roma de las que le remiti copia á V. E. con la referida fecha de 2 de diciembre, habrá visto el cisma que preparaban los autores con los príncipes de Germania Cuando en dicha carta francesa ví que los jesuitas prometian al elector la union de mas de cien obispos, recelé que fuesen de Francia, por algunos desahogos que vinieron aquí en otras cartas particulares; pero despues he visto copía de una que me mostró el cardenal de Zelada de un obispo de Francia, bien que venia suprimido el nombre, en que se ve claramente que aquel clero medita en la Asamblea próxima alterar la quietud de la Iglesia, de la Santa Sede y del reino, haciendo apelar á la decision pontificia ó resucitando una especie de cuerpo jesuítico en los dominios del rey Cristianísimo. Tengo otros fundamentos fuertes tomados de otras cartas de un ex-jesuita, que estimulado de la conciencia va revelando algunas cosas importantes; y empiezo à temer que si Su Magestad Cristianísima no tiene una gran firmeza, arriesgará su propia quietud, la de las conciencias de sus vasallos y mucha parte de la que empieza á gozar la Iglesia. Cuando aquel monarca ha extinguido gloriosa

mente el formidable poder de los parlamentos antiguos, no debe sufrir otro mas terrible que quiere levantarse sobre aquellas ruinas, uniendo el clero con el jesuitismo y sus terciarios. Este seria tanto mas peligroso, cuanto ahora falta una fuerza opuesta como la de aquellos parlamentos que ponia en equilibrio la máquina, y recibirá el soberano, ó se espondrá á recibir la ley de unos hombres, que con la máscara de la religion y la piedad quieren fascinar á los príncipes y gentes honradas y de candor para llevar su ambicion al mas alto punto. Perdone V. E. que me dilate sobre una materia que cubre mi corazon de terror al considerar las consecuencias que puede producir en el floridísimo reino de Francia, nuestro aliado y amigo, y las amargas resultas que pueden tener sino se precaven. Una ley de silencio impuesta al clero y á todos, y una constancia régia para hacerla observar, dará la quietud que se busca; como la misma Francia ha esperimentado con igual silencio en otras materias mas críticas y escrupulosas.

Quieren impugnar el Breve del papa, segun las cartas que he citado, con varias razones y pretestos que mendigan los espíritus inquietos; y que siempre han hallado los genios turbulentos para combatir las decisiones y aun los dogmas recibidos universalmente. Quieren que el papa haya carecido de libertad, habiéndose tomado cinco años y más de tiempo para resolver esta materia, y examinádola desde los principios que tuvo dos siglos ha en los tiempos de Paulo IV., Pio V. y Sisto V. Un papa que ha visto las resoluciones tomadas por Inocencio XI., cuya beatificacion se trata: Inocencio XIII. y Benedicto XIV. el Grande; todas las cuales quisieron aniquilar este cuerpo rebelde á la Iglesia, á los papas y á los príncipes, y aunque comenzaron, dejaron de fenecer la obra por el poder desmesurado de que gozaban los extinguidos: un papa, digo, que ha visto todo esto, lo ha citado con piedad, y ha callado por la misma los gravísimos desórdenes y pruebas instrumentales que ha hallado en los últimos tiempos: un papa, repito, que ha examinado tantos hechos, no ha procedido sin libertad, y los príncipes que han estimulado al exámen y á la resolucion, jamás se la han quitado. V. E. ha visto en toda mi correspondencia que desde el primer dia que hablé á Su Santidad le hallé impuesto tan menudamente

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