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esta falta afanándose en reunir con limosnas, con sus ahorros, con su laboriosidad y buen manejo los bienes necesarios para fundarlos; y no con el designio de aumentar sus comodidades, ó proporcionarse un mejor bienestar, sino con el de imponerse mayores obligaciones, sobre todo la de la enseñanza de la juventud, y la de comprometerse á sí mismos y á sus sucesores á trabajar más decididamente en bien de aquellos pueblos.

16. De esto, y de lo demás hasta aquí referido, fácilmente deducirán nuestros lectores el amor paternal que los de la Compañía profesaban á los indígenas, y demás gente de color; pero tal vez no todos comprenderán á primer golpe de vista la fuerza del nuevo argumento, que en prueba de lo mismo vamos á aducir. Cuantos hayan aplaudido ó admirado el celo con que instituyeron en su colegio de S. Miguel las cofradías de naturales y morenos, el fervor que por medio de ellas excitaron entre estas clases más abandonadas y necesitadas de la sociedad; las piadosas industrias con que avivaban su fe, y fomentaban su devocion; y la prudente condescendencia con que les permitian mezclar con algunas prácticas de ella cantares, danzas, festines y otros sencillos desahogos, no podrán menos de quedar desagradablemente sorprendidos cuando sepan cómo en este año de 1686 quisieron los PP. quitar de sus cofradías todo lo que estuviese poco conforme con la gravedad del culto católico, prohibiéndoles á los naturales y morenos sus cánticos risueños, razonamientos chistosos, festivas danzas y opíparas comilonas (1). Los cofrades se resistieron á tales disposiciones, no queriendo renunciar á sus acostumbrados desahogos; y los jesuitas, negándose á dirigirlos, les mandaron salir de su iglesia, permitiéndoles llevar consigo, y á donde hallasen por conveniente, las imágenes, adornos y cuanto á las cofradías pertenecia. ¿Fué esto crueldad ó piedad? Júzguelo cada uno como quiera; empero aquellos PP. opinaron que, por el amor que á ellos les tenian y por el que todos debian tener á Dios, y mirando tambien por el honor y dignidad de la Compañía, debian hacerlo así.

17. No todo lo que puede permitirse á un negro bozal recien convertido, que, arrancado de su suelo natal, gime en la esclavitud, casi exasperado por el ruido de su cadena, fatigado del trabajo, y tal vez extenuado por los malos tratamientos de su amo, se puede conceder á un cristiano antiguo, mejor instruido en los dogmas de nuestra santa fe, y suficientemente informado de las sublimes promesas con que la religion alimenta nuestra esperanza, de los auxilios sobrenaturales con que conforta nuestra debilidad, y de los consuelos y demás bienes con que, aun en vida, suele premiar nuestras virtudes; mucho menos si este es libre, ó ha mejorado notablemente su suerte, aunque persevere en la esclavitud. Otro tanto puede decirse de los indios. A estos, como á aquellos, preciso fué en los primeros tiempos hablarles más á los sentidos que á la razon, y presentarles la religion de un modo halagüeño; no siendo fácil remontasen de un solo vuelo tan alto sus ideas y aspiraciones, que, abstrayéndose de los sentidos, se alimentaran puramente de la fe. A más de que las

(1) P. Olivares, cap. 1, § 8.

fiestas de tales cofradías habian ido degenerando hasta el extremo de que parecieran más bien funciones profanas que religiosas. Ni es esto de extrañar, cuando vemos que, en el tiempo mismo de los apóstoles, los agapes de los primeros fieles degeneraron, á despecho de su viva fe, y primitivo fervor, en tanto grado, que, no bastando las reprensiones de los apóstoles y de sus inmediatos sucesores á contener los excesos, fué preciso abolirlos. La supersticion es un delito, que los PP. debian reprimir; delito que se comete, si entran ciertos abusos en el modo de dar culto à Dios: y si las cosas, como es de creer, no habian llegado todavía á este extremo, pero tendian gravemente á él, debian asimismo precaverlo y aun impedirlo con tiempo, costara lo que costara. Fuera de que, el bullicio de aquellas festividades no decia bien con el ejercicio constante de los ministerios puramente espirituales, á que ellos estaban dedicados; y así no debe extrañar nadie que trataran de suprimirlo desde el momento en que creyeron que habian cesado los motivos que antes habia habido para tolerarlo.

18. El P. Olivares (1) al referirnos este suceso, supone que de hecho pasaron ambas cofradías á otra iglesia en el año 1686; aunque no se verificaria el traslado hasta el año 1688, en el cual interpuso su autoridad la sínodo diocesana, disponiendo que la de los naturales, con la advocacion del niño Jesús, se agregase á la de Ntra. Señora de Copacabana, fundada en S. Francisco, y la de los morenos, con la advocacion de Ntra. Señora de Belen, à la de los mismos, fundada en Sto. Domingo. La sínodo en su constitucion 4. del cap. 7.o, calla las razones que se le habian hecho presentes, á fin de que diera esta órden; pero de creer es que seria una de las principales la oposicion de los cofrades á salir de nuestra iglesia. Pasaron, por lo tanto, las cofradías de morenos y naturales al cargo de dichos religiosos; y justo es advertir que en sus iglesias se han conservado hasta estos últimos tiempos, depuradas de tantas exterioridades y de los indicados abusos, produciendo así muy buenos resultados. El haber sido expulsados de nuestra iglesia seria un fuerte escarmiento para los cofrades de entonces, y una elocuente leccion para sus sucesores. Por donde se ve cómo los jesuitas miraron realmente por su bien, tratándolos en aquel entonces con una severidad, que á primera vista haria creer á cualquiera que habia rayado en rigor.

19. Era á la sazon rector del colegio máximo el P. Miguel de Viñas; quien, juntamente con el P. Nicolás de Lillo, asistió como consultor á la susodicha sínodo, que à 18 de Enero inauguró en Santiago el obispo Fr. Bernardo Carrasco de Saavedra: y en la misma fueron nombrados examinadores sinodales para la provision de los beneficios eclesiásticos los PP. Nicolás de Lillo, Gonzalo Ferreyra y Pedro de Herasso (2), calificador este último del Santo Oficio, entre otros varios respetables sacerdotes del clero secular y regular; y por examinadores de la lengua araucana los PP. Estéban Saaz é Ignacio Aleman, sin socio alguno. Pasando en silencio las sabias constituciones dictadas por

(1) P. Olivares, cap. 1, § 8.-(2) Sinodales de Santiago.

esta sínodo, copiaré aquí la 22.a del cap. 4.o, en razon de ser relativa á nuestra mínima Compañía, y dice así:

20. «Por la larga experiencia que tenemos del fruto que hacen en bien de «las almas los PP. misioneros de la Compañía de Jesús por los partidos y cu«ratos de este obispado y en esta ciudad, descargándonos las conciencias en «mucha parte, con los ministerios que acostumbran de confesiones, comu<<niones y predicacion evangélica; por lo cual les da esta santa sínodo las gra«cias por tanto, encargamos y ordenamos á todos los curas, por cuyos dis<«<tritos los ejercitaren, que los asistan en tan santo empleo, ayudándolos al <«<cumplimiento de tan santo fin, sin embarazarles ni impedirles ejercicios tan <«<importantes; antes se les muestren fáciles y liberales en concederles la admi«nistracion de los demás sacramentos, con conocimiento de que lo ejercitaran <«<con gran provecho de sus feligreses. Por la satisfaccion que tenemos de su <«<celo y prudencia, esta santa sínodo les concede á los PP. misioneros, que los <«<superiores suyos señalaren, así para los partidos, como para las ciudades, fa«<cultad para absolver á nuestros feligreses de todos los casos reservados para «este obispado, que irán expresados en el decreto 4.o del cap. 9.o, y para ad«ministrar todos los sacramentos, excepto el del matrimonio: y ruega y en«carga á los reverendos PP. prelados de la Compañía de Jesús continuen en «tan importante ministerio de las misiones, y las entablen en las ciudades «cada tercero ó cuarto año, y en los tiempos de graves necesidades. >> Como último de los hijos de ella, damos aquí las gracias à la santa sínodo por haber consignado en sus actas este elogio de la Compañía.

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21. No era menos laudable el celo y teson con que se ejercitaba el sagrado ministerio de la predicacion evangélica en la diócesis de Concepcion, recorriendo tambien su campaña con frecuentes misiones; las cuales anualmente solian darse asimismo en Chillan, única ciudad de aquel obispado al norte del Biobio, fuera de Penco. Durante el gobierno de Garro, misionando en ella el P. Juan de Velazco, logró un fruto sumamente apreciable, así por su rareza, como por su importancia. Al oir sus sermones y conversaciones privadas (1), el señor D. José de Moncada, cura de Chillan, à quien una cédula real del 1697, y las actas de la junta instituida en virtud de ella, llaman José Gonzales Rivera, se convirtió de tal manera á vida más perfecta, que determinó dedicarse á la conversion de los indios infieles. Al efecto, juntóse con el señor licenciado D. José Diaz, sujeto de singulares prendas y buenos conocimientos, como que habia sido misionero y catedrático de teología parte del tiempo que habia pertenecido á la Compañía de Jesús, de la cual habia sido despedido; y tomando su derrotero por la parcialidad de Colhué, pasaron á las de Repocura, Imperial, Boroa, y Maquehua; y bajando por la de Tolten (2), dieron la vuelta por la costa hasta (+) el Biobio, predicando en todas partes el santo Evangelio, administrando el bautismo á muchos infieles, y otros sacramentos á algunos que anteriormente lo habian recibido.

(1) P. Olivares, cap. xvII, § 3.-(2) Carballo, Historia de Chile.-(÷) El P. Marin en su Memorial á la real audiencia trae otros lugares; pero el derrotero es el mismo.

22. El estado pacífico en que se hallaba toda la tierra, les permitió esta excursion apostólica; y la buena disposicion que reconocieron en los indí– genas los animó á plantear dos misiones, la primera en Colhué y la otra en Repocura. Teniendo el Sr. Moncada fondos suficientes para levantar entrambas misiones, y sustentarse en el servicio de ellas, no tuvo que pedirlos al Gobernador; por lo cual su fundacion ó apertura no fué registrada en los libros de la veeduría. Estas misiones causaron gran mocion en el clero secular y regular; y varios individuos del uno y del otro concibieron laudables deseos de aplicarse á este ministerio. Un siglo hacia que ningun clérigo se habia aplicado á él (+); de todas las demás órdenes religiosas solo los franciscanos, desde la ruina de las siete ciudades hasta entonces, habian tenido misiones á su cargo: y estas fueron únicamente dos; las cuales sirvieron por menos de un decenio.

23. Estas fundaciones coincidieron con el provincialato del P. Gonzalo Ferreyra (1), quien habia sido elevado á este cargo por el P. General en premio, segun el P. Olivares, del empeño con que trabajaba, á imitacion de su hermano el P. Francisco, que por la misma causa habia sido nombrado ViceProvincial, en la construccion del grandioso templo del colegio máximo; la que promovió entonces con más actividad, en virtud del mayor poder que se le habia conferido. Antes de terminar este su gobierno recibió un Visitador, á saber, al P. Tomás Donvidas; que acababa de ser Provincial del Paraguay, y llegó á Santiago en el año de 1690.

24. Al darle este cargo, nuestro General lo facultó para que, no habiéndose podido enviar de Europa los sujetos que Chile habia pedido, llevase algunos de su Provincia paracuaria; como en efecto lo hizo (2). Uno de los que trajo consigo fué el espiritualísimo varon P. Angel Serra; quien luego fué nombrado prefecto de espíritu del colegio máximo, y al año siguiente lo fué del noviciado, siendo al mismo tiempo maestro de novicios, é instructor de los PP. de la tercera probacion: empleos que desempeñó á gusto y con general provecho de todos; por lo cual los superiores le dieron los que despues diremos. No serian muchos los sujetos que trajo el P. Donvidas; pero siempre fueron un oportuno auxilio para esta Provincia, que, despues de probada por una breve tribulacion, debia emprender nuevas misiones y otras importantes tareas.

25. Terminada su visita, quedó este P. de Provincial; y luego celebró la primera Congregacion de esta Provincia en 1694, anticipándose un año al plazo prefijado por el P. General (3), en razon, por ventura, del informe que el Sr. Gobernador Pobeda acababa de dar al Rey contra la Compañía; por cuanto interesaba á los PP. enviar á Europa quien vindicara su honor y desvaneciera la calumnia (++). Enviándose en cada Congregacion un procurador

(+) Así nos lo da á entender el profundo silencio de todos los historiadores y demás papeles que han llegado á nuestras manos.-(1) Varios documentos del archivo del ministerio del interior.-(2) P. Machoni, Vida del P. Serra en sus Siete estrellas.-(3) Actas de la segunda Congregacion Provincial, de que tengo copia, sacada del archivo del Jesús de Roma.-(++) Si esta fué realmente la primera Congregacion Provincial que se tuvo en Chi

á Roma, era prudente esta anticipacion; sobre todo pudiéndola hacer sin quebrantar ninguna de las constituciones de nuestro instituto, el cual ordena que cada tres años se tenga la Congregacion Provincial; mas al Brasil y á estas Provincias del Paraguay y Chile se las habia permitido diferirla hasta las seis, por causa de la distancia de Roma, y de las dificultades interiores que ofrecian estos paises para reunirla. El P. Miguel de Viñas fué enviado por procurador, con los postulados de que daremos razon en el cap. IV, al darla tambien de las respuestas que dió á ellos el P. General.

26. A Garro llególe tambien su sucesor, cuando iban á cumplirse los diez años de su bastante feliz gobierno. Este buen Gobernador mantuvo la paz con los araucanos, con bien pocas escaramuzas; y estas no contra la nacion, sino contra algunos rateros, ó mal contentos, que no pueden faltar en unas tribus tan mal organizadas como las de estos naturales. Fuera de esto, vió Garro, con gran consuelo de su espíritu, à centenares, ó tal vez millares de ellos abrazar el cristianismo; y hasta tuvo la singular satisfaccion de ver à algunos de los mismos ordenarse de sacerdotes. Por su órden, se trasladó la mision de Cruces á Tolten el bajo; y él fué quien fundó, á cargo de los jesuitas, la de S. José de la Mocha, y al de los reverendos PP. franciscanos, la de Tucapel en 1691. Los indios de encomienda jamás habian disfrutado de una proteccion tan eficaz y tan benéfica, como la que él les dispensó. En su tiempo salieron escarmentados los piratas, que osaron entrar en Valparaiso, en el Papudo y en Coquimbo; quedando libres los demás lugares de la costa. Diversas calamidades afligieron este Reino en aquel decenio; mas la prudencia, constancia y liberalidad de Garro á todo proporcionaron el conveniente remedio. En la gran penuria ocasionada por la pérdida del real situado, él suplió el pré á los soldados con sus propios recursos; con los cuales socorrió tambien generosamente al pueblo mientras duró la peste y el hambre que se le siguió, é igualmente cuando el Mapocho inundó esta ciudad y sus contornos. Para evitar la repeticion de semejantes estragos, mandó construir en su márgen austral un fuerte malecon de cal y canto, de setecientas á ochocientas varas de largo. Excepto en estas circunstancias anómalas, era muy grande la abundancia de los frutos del país (+).

27. La mala inversion que se dijo haber tenido los fondos públicos en los años postreros de este gobierno, no parece que pudo ser por culpa de un Gobernador tan íntegro, generoso y moral en toda línea como Garro, que co

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le, razon sobrada tenia el P. Donvidas para reunirla, aun cuando no hubiese existido el informe de Pobeda; porque, no seis, sino once años se habrian pasado, sin utilizar un medio, tan regular como eficaz, para el progreso en el bien de la nueva Provincia. (Nota del editor). -(+) En Concepcion, de donde escribió la mencionada carta el P. Lobet, un buen caballo costaba seis pesos, una mula dos pesos, un buey dos pesos, un ternero un peso, un cerdo cebon un peso, un carnero tres reales, una perdiz cincuenta centavos. Por el contrario; los efectos de Castilla eran muy caros: la vara de paño costaba de siete á nueve pesos, la de lienzo de lino à dos pesos cincuenta centavos, la libra de hierro unos cuarenta y cinco centavos, es decir, à unos cuarenta y cinco pesos el quintal. De las minas y lavaderos de oro se sacaban cuatrocientos mil pesos al año, segun los quintos que se pagaban al Rey.

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