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CAPITULO XIV

1. Manso ratifica las paces con los araucanos.-2. Restituye á su lugar la mision de Sta. Juana.-3. Bautismos en las correrías del P. Kuen.-4. Informe del obispo en favor de las misiones.-5. Responde á los argumentos en contrario.-6. Triunfan los adversarios.-7. Celébrase el segundo centenario de la Compañia.-8. Ministerios de los jesuitas en los monasterios de religiosas.-9. Noticias de la quinta Congregación Provincial. La sexta, y sus postulados.-10. El Rey rechaza el nuevo proyecto de guerra ofensiva.-11. Poblacion de Chile en 1740.-12. Arbitrios de Villarreal para formar nuevos pueblos.-13. El almirante Anson en la costa de Chile.-14. El mismo en Juan Fernandez.-15. El P. Flores descubre los caucahues.-16. Y los restos de un navio de Anson.-17. Fúndanse las villas de los Ángeles y Melipilla.18. D. Juan de Ulloa viene á la costa de Chile.-19. Fundacion de S. Felipe, San Fernando, Talca, Rancagua, Copiapó y Mercedes.

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1. El Exmo. Sr. D. José Manso, conde de Superunda, á su carácter noble bondad angelical juntaba el valor y la pericia militar, que habia obtenido en veinte y tantas batallas ó sitios formales en España, Italia y Africa, en las cuales habia ascendido al grado de capitan de guardias españolas, ó de general de ejército; sin que le faltaran la moderacion, talento y cordura necesarios para atender á los negocios de la política y administracion pública; antes bien era eminente en todo ello. Uno de los primeros pasos de su gobierno fué entablar el juzgado de comercio, que el Rey habia otorgado á Chile; y por no haber edificio á propósito, lo entabló en su propio palacio. Habiendo un largo terremoto arruinado la ciudad de Valdivia y gran parte de sus fuertes el 24 de Diciembre de aquel mismo año, solicitó del Virrey recursos para repararlos; y él mismo fué en persona á poner manos á la obra, con tanta actividad y denuedo, que no tardaron en estar reparados; y ningun indio osó aprovecharse de aquella oportunidad para hostilizar á los españoles. En su visita á la frontera la puso en buen pié de defensa, y convocó á los butalmapus à un parlamenro general en los campos de Tapigüe para el 8 de Diciembre de 1738. Antes de celebrarlo, tuvo una gran consulta con el obispo de Concepcion, el asesor, el maestre de campo, los oficiales reales, el Provincial de la Compañía y varios militares sobre los puntos que se habian de tratar; y el dia aplazado se reunieron los jefes y representantes por parte de los españoles, y por la de los araucanos hasta trescientos ochenta ulmenes y archiulmenes, con sus capitanejos y grande afluencia de los suyos, celebrando unos y otros con la mayor cordialidad el nuevo vínculo que los estrechaba entre sí. A los artículos acostumbrados añadieron de comun acuerdo otros cinco, para bien de entrambas naciones.

2. Manso quiso aprovechar esta oportunidad para restaurar las plazas de Nacimiento y Yumbel, y levantar la de Sta. Juana. A los de la Compañía no les fué difícil conseguir de tan buen Gobernador restableciese en esta su mi

sion antigua, la que desde el alzamiento estaba en Talcamahuida; mas no pudieron conseguir se abriesen otras nuevas, por no permitirlo ciertos empleados del gobierno, como luego probaremos con testimonios irrefragables. Para suplir esta falta, cada misionero procuraba extender su celo cuanto podia, aun fuera de su distrito. Quien más se señaló en esto fué el P. Francisco Kuen; el cual, no contento con tener su mision de Tucapel en el estado más floreciente, se dió á recorrer las tierras de los indios que estaban privadas de este beneficio.

3. Tres correrías hizo sucesivamente en los años de 1736, 1737 y 1738, con celo verdaderamente apostólico y ánimo tan intrépido, que recorrió la tierra, ora por uno, ora por otro butalmapu, internándose hasta aquellas comarcas en que jamás habia habido mision (1). En estas tres correrías bautizó cinco mil párvulos: y de los novecientos diez y siete que en su correría del 1736 habia bautizado en el butalmapu de la costa, solo halló vivos trescientos al recorrerlo el año siguiente; y aunque sintió la muerte de tantas criaturas, se consoló de haber enviado seiscientas diez y siete almas al cielo. He aquí un dato más, que justifica la costumbre adoptada por aquellos misioneros de bautizar á los párvulos. Tambien los adultos se aprovechaban de estas correrías; sin ser su menor fruto el mantener entre ellos las ideas religiosas, y avivar los deseos de tener mision en sus tierras. Es verdad que este piadoso deseo no era general; pero tampoco era raro: aquellos bárbaros iban ya comprendiendo la necesidad y ventajas de nuestra religion santa. Quien se lo manifestó con mayor entusiasmo al P. Kuen fué el cacique Melitacun, que, lleno de fervor, le pedia se quedase en su tierra; y conociendo el buen cacique que el P. no podia hacerlo en aquellas circunstancias, sin permiso de las autoridades, le dijo: «Voy á po«nerme à los piés de los Sres. presidente y obispo á pedir misioneros para mi «tierra. Muchas veces toda la noche llora mi corazon la infelicidad del desam«paro en que nos hallamos, sin sacerdote; frustrados en causa, no mia, sino «de Dios los empeños y deseos de tantos años; conociendo ya que solo el leon <«<infernal come de este ganado, poniéndose lánguido de hambriento el verda«dero pastor, que es Dios: quien, como dueño legitimo de estas ovejas, nos «pedirá cuenta sin duda de tanta pérdida. Mas yo hice ya, y hago cuanto pue«do.»> No fué este cacique el único que reclamó de las autoridades les mandasen misioneros; y en virtud de estos reclamos y de las instancias que hacian los mismos PP. de la Compañía, se deliberó sériamente sobre este asunto en el año 1738 por la real junta de misiones, presidida por el Gobernador.

4. Entre los varios documentoss que à ella se presentaron, para ilustrar á sus vocales sobre la materia en gestion, fueron dos dictámenes (2); el uno del obispo de Concepcion, D. Salvador Bermudez, y el otro de un oidor de la real audiencia. Este juzgaba no ser conveniente fundar nuevas misiones; el obispo sentia lo contrario. He aquí las razones en que se fundaba su Ilma. 1.a Para

(1) Archivo de los PP. franciscanos de Chillan.-(2) Conservanse originales en dicho archivo de Chillan.

que no perezcan tantos niños sin bautismo, y tantos adultos sin confesion; pues que cuando existian las misiones casi todos los párvulos morian bautizados, y muchos adultos se confesaban al año, y los más en el artículo de su muerte, con señales de contricion. Además, aun los indios más bárbaros apreciaban en gran manera ser enterrados en sagrado, y lo pedian y procuraban con diligencia, respetando las cosas santas y las prácticas de la Iglesia ; y la mayor parte de los bautizados, á no tener grave inconveniente, oian la santa misa en los dias festivos, y asistian á las doctrinas y otros actos de religion : todo lo cual dejaban de hacer por no tener misiones. 2. Para contener los desórdenes á que se entregaban los indios, abandonados á sí mismos. La presencia de los misioneros, si no evitaba todas las borracheras, impedia muchas de ellas, y tambien no pocos machitunes (+), y los incestos y otros crímenes horrendos, que de estos y de aquellas ordinariamente se originan. Por los consejos y exhortaciones de los PP. algunos se contentaban con sola la mujer, con que se casaban in facie Ecclesiæ; y otros se moderaban en este punto capital, tomando menor número de ellas, y disponiéndose así palautinamente á la moderacion y continencia que reclama la pureza de nuestra santa religion. 3. Para la misma seguridad de los españoles. Por desgracia, no faltaban quienes con falsos rumores, ó con algunas tropelías inquietasen á los indios, demasiado suspicaces de por sí, y siempre dispuestos á malocas ó alzamientos; mas en aquellos tiempos, por el ascendiente que los misioneros habian cobrado sobre los indios, y la confianza que les merecian, acudian á ellos los caciques en tales circunstancias; y con sus justas razones y prudentes reflexiones desvanecian los falsos rumores, les aconsejaban la moderacion, y los instruian sobre el modo razonable con que debian pedir reparacion de las injurias y agravios por los términos legales ó equitativos, sin apelar al engaño, ni al robo, ni á las armas. Otro tanto hacian cuando algunos yanaconas se internaban en la tierra para alborotarla. El celo y prudencia de los PP., descubriendo sus falsedades y marañas, tranquilizaban los espíritus de los incautos ó mal contentos. Por este medio se habian evitado muchas correrías y levantamientos, y dado tanta seguridad á los españoles, que cualquiera de ellos podia pasar seguramente hasta Valdivia; «mas ahora, añadia su Ilma., no pueden ir con «seguridad ni los mismos Padres.» Ventaja importante, que esperaba se recobraria con el restablecimiento de sus misiones.

5. Luego respondió á los argumentos en contrario, sobre todo diciendo que los misioneros no corrian grave peligro entre los indios, como la experiencia demostraba; y que, ofreciéndose voluntariamente á él los jesuitas y á las privaciones indispensables al que vive entre bárbaros, bien podia el gobierno permitirselo, para lograr tantas ventajas temporales y espirituales, como se prometian. Insistia mucho más por constarle las instancias con que los mismos caciques pedian sus misioneros, comprometiéndose á respetarlos y cuidarlos.

(+) Modos de curarse los indios con insuflaciones é invocaciones del pillan; por lo cual se reputaban por supersticiosos.

6. Las razones en que fundaba su opuesto dictámen el oidor pueden reducirse á la inutilidad de las misiones, al peligro de los misioneros, à la dificultad de proveer á su seguridad personal, y al compromiso en que se veria el gobierno de tomar venganza en caso de alguna tropelía; lo que debia evitarse á toda costa. Decia que, entregados los indios à sus borracheras y demás vicios, y aferrados á sus bárbaras costumbres, sobre todo á la poligamia, no estaban en disposicion de convertirse; y que el fruto que podria hacerse con misiones permanentes, se podria conseguir igualmente con misiones circulares, ó sea correrías; las cuales ni eran tan costosas al real erario, ni tan expuestas á peligros como aquellas. Por insuficientes que fuesen estas sus razones, el deseo de ahorrar la miserable pension que por aquel tiempo se pagaba á los misioneros, pudo tanto en el ánimo de algunos de la junta, y otros estaban ya tan preocupados contra ellas, que las misiones no se restablecieron; y los PP. tuvieron que contentarse con hacer sus entradas á la tierra, mirando con dolor de su corazon perdidas en gran parte las bellas disposiciones de los indígenas. 7. Entre tanto se cumplió para la Compañía de Jesús el segundo siglo de su existencia; y en la Provincia de Chile, como en todas las demás, se celebró con lucimiento y religiosidad. Aumentáronse los ejercicios espirituales; y por medio de diversas prácticas religiosas se dispusieron los PP. y H. á solemnizar aquel fausto dia de un modo proporcionado á dar gracias al Señor por los beneficios de su fundacion y conservacion, y por los demás recibidos en la centuria que terminaba, y á recabar del mismo los auxilios necesarios para pasar santamente, segun nuestro instituto, la que entonces comenzaba. Los H. estudiantes y sus profesores se esmeraron por su parte en celebrarlo con diversos y bien lucidos actos literarios, que no hemos logrado ver todavía. La comedia, que algunos dicen haberse representado en este caso, es la representada en Salamanca un siglo atrás; y no es de creer la repitiesen en Chile; ni están variadas, siquiera, las estrofas relativas à aquella ciudad. Ya que no podemos dar razon exacta de esta funcion, trataremos de darla de los ministerios espirituales, que en aquel tiempo ejercitaban los nuestros en la ciudad y en la campaña. Los PP. del colegio máximo, no contentos con predicar y confesar en nuestras iglesias, lo hacian tambien en las ajenas, sobre todo en los monasterios de religiosas; de lo cual hallamos datos bastante prolijos en la vida del fervoroso P. Ignacio García.

8. Ellos eran los confesores ordinarios de las religiosas del monasterio de S. José, llamado vulgarmente el Cármen alto. Además, tres veces cada mes iban dos á confesar las monjas capuchinas, y otros dos á cada uno de los otros monasterios; en los cuales, ó por costumbre, ó por ser muchas las religiosas, confesaban simultáneamente otros varios sacerdotes. Cada año acostumbraban dar en todos ellos los ejercicios espirituales; durante los cuales iban seis ó siete Padres como confesores extraordinarios, para satisfacer á las que gustasen servirse de su direccion y consejo. En adviento y cuaresma les hacian las pláticas de comunidad, y los más de los sermones que en sus iglesias se predicaban entre año. Iban tambien à la casa de las arrepentidas, con tanto más gusto, cuanto

que allí hallaban ocasion de volver al redil del Señor algunas ovejas descarriadas. Quiera Dios que las religiosas del Buen Pastor, llegadas á Santiago en el año 1855, logren restablecer tan importante y aun necesario establecimiento; que, por fatalidad, ó ardides del enemigo malo, dejó de existir en esta capital, convirtiéndose en cuartel su edificio. Con igual provecho frecuentaban la casa de caridad, visitaban los hospitales y las cárceles, y asistian de ordinario á los sentenciados á muerte. De vez en cuando eran convidados à predicar en las iglesias parroquiales, y más veces en las capillas de la ciudad que en sus suburbios. Fuera de aquellas misiones á que estaba comprometido su colegio, las daban voluntariamente por otros lugares, sobre todo por las chacras de los contornos de la ciudad; siendo en todas partes los niños y gente ruda el principal objeto de sus cuidados. Hasta los pobres eran socorridos frecuentemente por ellos en sus necesidades corporales.

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9. Tiempo es de que demos razon de la sexta Congregacion que celebró esta Provincia, y de sus postulados; sin que hayamos podido hacer otro tanto sobre los de la quinta. Sin embargo, diremos antes lo poco que hemos sabido de ella; y por cierto, que no es menospreciable. La quinta Congregacion debió celebrarse por el año 1730, doce años despues de la cuarta; y se nombró por procurador á Roma al P. Lorenzo de Arcaya, á quien acompañó el P. Juan de Rabanal. Consta, por lo menos, de los documentos oficiales que el P. Lorenzo á 11 de Diciembre del año 1733 consiguió del Rey de España el permiso para traer à Chile una mision de cuarenta sacerdotes y seis H. coadjutores. Mas no sabemos por qué fatalidad dicho P. procurador falleció, andando en esta diligencia. Seis años despues el P. Rabanal se presentó al consejo de Indias, solicitando el pasaje á Chile de diez y siete entre PP. y H. estudiantes, y además seis H. coadjutores. Despues de varias diligencias, el secretario y contador mayor del indicado real consejo, en virtud de aquel decreto del año 1733, se le otorgó y mandó pagar el 9 de Setiembre del año 1743 en el buque francés «Duque de Chartres» que iba á Buenos-Aires. Su capitan, antes de hacerse å la vela á 8 de Noviembre del mismo año, remitió al consejo la nómina de los veintitres jesuitas que recibia á bordo, con una filiacion completa, cual se acostumbra insertar en los pasaportes. De ella consta que el P. Rabanal tenia setenta y cinco años; y que de los otros nueve PP. cinco eran españoles, dos tiroleses, uno bávaro y uno siciliano; y todos jóvenes, menores de treinta y seis años. El P. Diego Cordero solo tenia veintisiete. Los H. estudiantes eran siete, y todos españoles. El capitan no apuntó si eran teólogos ó filósofos; pero sí que hizo constar que cinco de ellos eran de veinte años, uno de veintidos y otro de veintitres. Entre los seis H. coadjutores, que pasaban todos de treinta años, sin llegar á los cuarenta, habia un lombardo. De estos veintitres sujetos solo sobrevivian los PP. Melchor Stracer y Diego Moreno cuando el extrañamiento. Los demás, aunque no llegaron á viejos, prestaron buenos servicios à la Com-. pañía; como el P. Diego Cordero, por ejemplo, que fué Provincial (1), y me

(1) Biblioteca nacional. Papeles del archivo de los antiguos jesuitas de Chile, leg. 20, docum. 405.

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