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por los más acreditados plateros de Munich. Preciso es valerse de un microscopio, como lo ha hecho este joyero, para divisar todos los objetos allí expresados, y reconocer su perfeccion: la simple vista no alcanza á descubrir los minuciosos detalles y exactas proporciones de los diversos grupos representados en aquellos bajo-relieves. Es tradicion (1) que el prolijo H. trabajaba con el auxilio de un microscopio; por cuyo uso, continuado por tanto tiempo, perdió casi del todo la vista. En la Calera se conservaba todavía, veintiseis años ha, el hornillo en que el oro se fundió.

23. Si no existieran aún muchas de estas preciosidades, ó no tuviésemos por testigos á gran parte de los vecinos de esta ciudad, temeríamos no ser creidos, ó á lo menos que sospechara el lector habia algo de exageracion en dar un valor tan subido y mérito tan relevante á las prendas y utensilios que los PP. de aquel colegio máximo habian proporcionado á su iglesia, con el laudable objeto de acrecentar el esplendor del culto divino y fomentar la piedad de los fieles. Para convocarlos á las prácticas religiosas, que con tanta frecuencia en ella celebraban, no contentos con las seis buenas campanas, que dijimos en el cap. XIX de este libro haberse colocado el año 1754 en su nueva torre, colocaron en ella otra de cuarenta y cuatro quintales, cuatro años despues; la cual fundieron de nuevo en la Calera, añadiéndole once quintales de bronce en el 1762. Es verdad que actualmente hay en esta ciudad campanas de un peso casi doble mayor; pero no hay ninguna que se le pueda comparar en la suavidad, ni en la intensidad de su sonido. Esta campana se oia desde el rio Maipú, y aun desde la Calera; es decir, desde cinco y aun seis leguas de distancia en línea recta. A los setenta y nueve años se quebró, al caerse con el primer incendio de aquella iglesia, acaecido el 31 de Mayo del año 1841; con el cual se inutilizó igualmente otra pieza de un mérito aun mucho mayor.

24. Esta fué el magnífico reloj, que en el año 1765 sustituyeron en la torre en vez del anterior. Cuarenta quintales de hierro se invirtieron en su construccion; los cuales quedaron reducidos á veinte, despues de labradas y pulimentadas todas sus piezas. Tenia sus índices dorados en cada uno de los cuatro costados de la torre. Pero su mayor mérito consistia en la firmeza de su construccion y en la regularidad y exactitud de sus movimientos. Es fama que no se tuvo que componer jamás en los setenta y seis años que duró; y ciertamente que no ha habido nunca otro más seguro en todo el país. Despues del mencionado incendio, un artista afamado recogió sus piezas destrozadas, y uniéndolas prolijamente, las amoldó, para vaciar las otras, con que armó uno nuevo; el cual, colocado en la torre de Sta. Ana, se llama el de la Compañía. Tendrá, por ventura, la misma forma y dimensiones; pero no su perfeccion. Ni en esta ni en ninguna de las obras mencionadas se halla el nombre del au

(1) Entre otros, me lo refirió D. Francisco Ruiz Tagle, dueño de la Calera, al mostrarme el hornillo en que se habia fundido el oro; y añadió que, por lo mismo, no habia su padre permitido que se deshiciera, cuando compró aquella hacienda á la real junta de las temporalidades de los jesuitas.

tor ó fabricante. Aquellos buenos H. nos privaron, por su humildad, de esta noticia; que seria del agrado de los amantes de las artes, y nos daria ocasion para tributar el debido homenaje de estimacion y gratitud á los hábiles religiosos de la Compañía de Jesús, que introdujeron tantas artes en este país y las llevaron á tal grado de perfeccion. Los libros de partida de aquel colegio (1), de que hemos extractado estos pormenores, tampoco nos expresan sus nombres.

25. Más atentos fueron ellos con el P. Carlos Haymhaussen, que los trajo de Europa. Apenas falleció, pintaron su retrato, y lo colocaron en la portería del colegio máximo: de donde uno de los Sres. capellanes lo trasladó posteriormente á la sacristía, por mayor respeto; muy ajeno de pensar que con esto lo condenara á las llamas, de que fué presa en 1841. No habiendo logrado todavía datos suficientes para escribir la biografía de tan benemérito P., nos contentaremos con resumir los pocos esparcidos por esta Historia, añadiendo algunos que nos suministra el P. Weingartner (2). Nacido por el año 1691 de los condes de Flainhaussen en Baviera, llegó á Chile, siendo ya sacerdote, por Enero del año 1724. Bien pronto fué destinado al colegio de Penco (3) para regentar la cátedra de teología. En el 1740 fué enviado de procurador á Roma; de donde volvió con la famosa colonia de H. peritos en diversas artes, con los cuales vino tambien el P. Bernardo Haberstadt. Dos años despues, siendo nombrado rector del colegio máximo, restauró su iglesia, mal parada por el temblor, y levantó la casa de ejercicios de Nuestra Señora de Loreto. Despues del fallecimiento del P. Ignacio García fué de nuevo rector de aquel colegio; siendo al mismo tiempo procurador general de esta Provincia. En el 1758 era rector del colegio de S. Pablo; y lo fué por diez años; ejerciendo á la vez el cargo de director de los PP. de tercera probacion. Lo habia sido ya del noviciado; cuya casa reedificó por completo, menos su iglesia, por hallarse en buen estado. En todos tiempos se mereció la confianza del Ilmo. Sr. Alday, que lo nombró su teólogo consultor, y le admitió entre los teólogos que asistieron á la sínodo diocesana; y además lo tuvo por su confesor. Fuélo asimismo del señor Gobernador Guill y Gonzaga. El P. Ignacio García tenia con él un (4) contrato espiritual de comunicarse recíproca y especialmente el fruto de sus buenas obras; y en sus Soliloquios secretos varias veces hace honorífica mencion de su persona y relevantes prendas. Era varon eminente por sus conocimientos, por sus virtudes, por su tino é infatigable constancia en desempeñar las obligaciones de su cargo; y altamente entusiasta por el culto divino. No tuvo el consuelo de asistir á la canónica consagracion de la iglesia del colegio máximo; á cuya reparacion y ornato tan espléndida y eficazmente habia contribuido (5). Poco antes de ella lo llevó el Señor á su reino celestial, para recompensarle colmadamente estas y las otras muchas buenas obras que habia ejecutado

(1) Archivo de la tesorería. Leg. 26 y 29.—(2) Carta sobre la expulsion de los jesuitas de Chile. (3) New-Weltbot del P. Stocklein, ó sea: «Nuevo mensajero del mundo,» periódico en que se publicaban en Alemania las cartas edificantes de los misioneros de la Compañía. -(4) Soliloquios MS.-(5) El abate Molina en su Historia de Chile.

en su servicio. Purificóle el Señor por muchos años con una grave enfermedad de gota; no obstante la cual, continuaba con tal rigor en sus acostumbradas penitencias, que pocos dias antes de morir se le halló revestido de dos cilicios. No es de extrañar que los seglares, á la par que los nuestros, lloraran amargamente su pérdida; como nos certifica el citado Padre.

CAPÍTULO XXIII

1. Fatal imprevision de los españoles.—2. Curiñancu engaña á Cabrito.—3. Estalla el alzamiento.-4. El P. Zaballa pasa á Puren.-5. Esfuerzos vanos de los misioneros de Recalhue.-6. Su presencia de ánimo.--7. Dejan su mision.-8. Fidelidad de algunos indios.-9. Padecimientos de los PP. franciscanos de Lolco.-10. Atencion de los pehuenches con ellos.-11. Malicioso manejo de Antivilú.-12. Se reti– ran los misioneros de Paycavi, la Imperial, Repocura y Boroa.-13. Antivilú retiene al P. Puga.-14. El obispo procura la paz.-15. Antivilú se presenta al parlamento.-16. El P. Provincial lo reconviene.-17. Buena disposicion de los otros caciques.-18. Fatal oposicion de la junta de guerra.-19. Por qué los militares no pensaban acerca de los indios como los jesuitas.—20. El plan de estos era el propio para civilizarlos.-21. Realmente se iban civilizando.-22. Ya lo estarian todos á no haberles quitado los jesuitas.—23. Amor que les profesaban.-24. Bella disposi– cion para reducirlos.-25. Cuán fatal fué el decreto de Carlos III.

1. Uno de aquellos terribles golpes, que cuatro veces habian ya consternado este Reino de Chile, arruinando sus poblaciones, asolando sus fértiles campiñas y amenazándolo con su completo exterminio, lo amagaba de algun tiempo atrás abiertamente; sin que los pueblos lo advirtieran, ni los altos poderes del Estado, que lo veian venir, se afectaran notablemente, ni menos trataran de atajarlo á tiempo oportuno. Rumores de alzamiento resonaban desde el Biobio hasta el archipiélago de Chiloé; sus movimientos mortiferos ya se descolgaban por la cordillera de los Andes, ya recorrian parte de los llanos, y á su vez se extendian hasta por la costa del mar; y estas insurrecciones parciales, triste augurio, ó más bien, ordinarios precursores de un alzamiento general, indicaban bien á las claras que este iba pronto á estallar, si el gobierno español no volvia el pié atrás del mal sendero en que se habia metido, desistiendo de las obras que en la Araucania habia comenzado, y revocando las disposiciones que en órden á ellas habia intimado á los araucanos. Sin embargo, el gobierno se obstina; sus jefes de la frontera, que debian velar como centinelas avanzadas, se descuidan; y los mismos jesuitas, en otras épocas semejantes tan previsores y activos, aunque ahora no dejan de oir los bramidos de la hidra espantosa de la revolucion, que ruge, anhelando por sangre humana, ni de ver la rabia, el despecho y el furor que dia por dia se aglomeran en el ánimo del formidable pehuenche, del indómito llanista (+) y del fiero araucano, se entregan en la presente á los dulces transportes de alegría, que excitan en sus piadosos corazones la consagracion del grandioso templo de su colegio máximo y la inauguracion de la bella, aunque pequeña iglesia del nuevo pueblo de Angol; sin advertir que los indios resentidos expian la ocasion de arruinar estas obras, antes que sean concluidas, ni percibir la saña que rebosa de sus co

(+) Indio habitante de los llanos, ó de las pampas. (Nota del editor).

razones contra los que los precisan á trabajarlas, ni comprender que si á aquellas solemnes fiestas han concurrido los indígenas á millares, no ha sido tanto por piedad, cuanto para dar más certero el golpe que tienen premeditado, y recibir las órdenes de su toquí, que deberán ejecutar en sus tierras respectivas, en el tiempo, circunstancias y modo que este, con los principales ulmenes, habrán alli concertado.

2. En efecto; al séptimo dia de lá bendicion de la iglesia de Angol, es decir, el 24 de Diciembre de 1766, Cariñancu, fingiéndose muy arrepentido de la oposicion que habia hecho á la formacion de pueblos, presentóse al maestre de campo Salvador Cabrito à darle maliciosamente las gracias por el gran beneficio que les hacian, proporcionándoles los arbitrios necesarios para levantarlos; y supo aparentar tan al vivo con sus palabras, y aun con las lágrimas de sus ojos un sincero arrepentimiento, que el maestre de campo quedó completamente engañado, y muy ajeno de sospechar los planes malignos que el cacique tenia tramados y estaba próximo á realizar.

3. Tan próximo, que, en saliendo de la casa del maestre de campo, se reunió con sus mocetones, y se fué con ellos al pueblo que sus connacionales estaban trabajando á seis leguas de Angol, en la ribera meridional del Biobio, bajo la inmediata inspeccion del capitan Agustin de Burgoa; y antes de amanecer lo asaltaron á este y lo prendieron, con uno de sus dragones; huyendo los demás, unos á Angol y otros al Nacimiento, malamente heridos por los indios, que les seguian el alcance. Curioso fué el interrogatorio que Cariñancu hizo á Burgoa, y el modo con que este salvó su vida. Otros indios hicieron casi lo mismo con Rivera, que activaba las construcciones del tercer pueblo ; de modo que todos los españoles que andaban por alli tuvieron que huir precipitadamente, refugiándose à Angol los que pudieron libertarse de las manos de los indios, ó no perecieron ahogados al paso del Biobio. Los de Angol tuvieron tiempo para ponerse sobre las armas, con las cuales contuvieron el ímpetu de los alzados; y el maestre de campo despachó propios á Nacimiento y á Marven, donde estaba el intérprete general, ordenándole avisase á los pehuenches que viniesen en su socorro.

4. Pero, no atreviéndose este á salir por temor de su vida, tomó las cartas el P. Juan Zaballa, con resolucion generosa y ánimo impertérrito, y en persona las llevó á Puren; cuya reduccion se habia alzado ya, y profanado la capilla y vasos sagrados, despues de haberla saqueado; como tambien la casa de los misioneros. Sorprendido quedó aquel P. y como atónito con aquella vista; pero muy pronto volvió en sí, y revistiéndose de aquel tono de autoridad que sabian tomar los misioneros en casos semejantes, los reprendió gravemente por los excesos y sacrilegios que acababan de cometer. De admirar es que sufriesen su reprension los indios; los cuales, en tomando las armas, olvidaban de ordinario todas las consideraciones, y aun los sentimientos de humanidad, reasumiendo los caracteres de su antigua barbarie. Sin embargo, es un hecho positivo que se contuvieron, y que en vez de maltratarlo, le aconsejaron se pusiera en salvo; no fuese que algun moceton le faltase al respeto; advirtiéndole

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