Imágenes de páginas
PDF
EPUB

prado la Calera en el año 1683, no compró terreno ninguno; á no ser algunos cortos pedazos contiguos à sus primitivas haciendas.

á

22. Este mismo colegio, asi que se vió casi libre de deudas, ya no molestó más á sus antiguos bien hechores (1), à pesar de los ingentes gastos que le ocasionó el temblor del 1751; por lo contrario, á muchos los favoreció, prestándoles gratuitamente buenas sumas, para salir de sus apuros. Otro tanto podríamos decir de los colegios de Concepcion, Mendoza, La Serena y el noviciado; los cuales no hicieron compra alguna de importancia en el último medio siglo de su existencia. Los tres primeros tuvieron en el mismo período que gastar mucho en trabajar sus iglesias. Cincuenta mil pesos gastó el de Concepcion (2) en trasladarse á la nueva ciudad. Con todo, favorecian generosamente á los necesitados, en llegando algun grave conflicto; como lo hicieron cuando la entrada del mar en Penco en el año 1730 (3).

23. Los otros colegios y las nuevas residencias comprado habian algunos bienes; no por codicia, sino como medio necesario para su existencia. No recibiendo estipendio por misas, sermones, enseñanza, ni por otro ministerio alguno, como justamente lo reciben otros religiosos; no mendigando de puerta en puerta, como los franciscanos; ni pudiendo dedicarse al comercio, como los seglares, casi el único arbitrio que les quedaba para subsistir, era el cultivo de las haciendas y no siéndoles permitido arrendar las ajenas, se las procuraban propias, aunque tuviesen poco ó ningun capital; como dijimos haberlo hecho el P. Diaz, para poder conservar la residencia de Melipilla; y como lo hicieron otros tambien. En tales casos, compraban haciendas, recargadas de censos, ó á pagar á largos plazos; para satisfacer el precio con los productos, que su actividad esperaba sacar de las mismas. Probado queda, pues, que los jesuitas no eran codiciosos. A haberlo sido, se les habrian hallado al tiempo de su imprevisto arresto mayores cantidades, que las que dijimos en el cap. XXV núm. 33 del libro III.

24. Para que en los tiempos venideros nadie se sorprenda al leer, en el número de esta Historia que acabamos de citar, que los esclavos fueron uno de los principales artículos, cuya venta produjo las cantidades, que dejamos alli consignadas, advertiremos que entonces la legislacion del Reino autorizaba la posesion de esclavos; que las ideas comunes de la sociedad la permitian; y que las costumbres del país la requerian; sin que hiciera reparo en ella el más rígido moralista, con tal que se les tratara con moderacion y se mirara por sus almas. Lo uno y lo otro hacian los de la Compañía en sus casas y haciendas; y donde quiera que los tuvieran, les hacian semanalmente una instruccion religiosa, vigilaban su conducta, y tomaban otras muchas providencias, para que vivieran cristianamente y aseguraran su eterna salvacion. Registrense los restos de sus habitaciones en las haciendas de la Calera, Rancagua, Bucalemu y Uco; y se verá cuánto mayores eran y mejor dispuestas estaban, que

(1) Archivo de la tesorería; libro de cuentas de aquel colegio.-(2) Archivo del ministerio del interior.-(3) Véase lo dicho en el libro III, cap. xi, n.o 10.

la generalidad de los ranchos, que en otras haciendas tienen aún hoy dia los inquilinos; con ser gente libre, y aun muchos de ellos tener la condicion honrada de pequeños propietarios de estas campiñas.

25. Los jesuitas no solo trataban bien à sus esclavos cuando trabajaban, sino tambien los asistian en sus enfermedades y ancianidad. Ni esta ni aquella eran suficiente motivo para que fueran vendidos; ni los superiores locales tenian facultad para vender á ninguno de ellos, por ser menos útil. Solo podian venderlos en caso de haberse hecho grave y notoriamente perjudiciales á la hacienda, ó al buen órden de ella; despues de obtenido un especial permiso del P. Provincial. En balde varios superiores, y hasta una Congregacion de esta Provincia, reclamaron al P. General contra esta restriccion, alegando ser dañosa, como causa inmediata de que las haciendas se gravasen de un gran número de hombres, que solo les servian de carga; como lo experimentaban particularmente los colegios de Bucalemu y Mendoza. Su Paternidad Muy Reverenda siempre se resistió á facilitar á los nuestros la venta de sus esclavos; diciendo á los que reclamaban contra las restricciones tan sabia y cristianamente establecidas sobre la materia (1). «Ellos os han servido mientras eran «jóvenes y robustos. Servidlos ahora vosotros á ellos; puesto que son ancianos «<ó achacosos.»> He aquí cómo la caridad, más bien que la codicia, era la causa de que entre todas sus casas tuviera esta Provincia (2) unos ochocientos esclavos; entre los cuales una buena cuarta parte más serviria para un honesto descanso, que para el trabajo. Claro está que todos estos esclavos eran morenos.

26. Pero ¡cuán de otra suerte los trataron los humanitarios ministros reales! Estos, calculando que los esclavos tendrian más valor en Lima, que en Mendoza, obligaron á noventa y ocho de los que pertenecian à aquel colegio, á pasar la cordillera á pié, para llevarlos allá. Por el verano del año 1768 fueron embarcados en Valparaiso noventa y cinco de ellos; porque los otros tres habian ya muerto de fatiga. El libro del archivo de la tesorería de este gobierno, en que lo hemos leido, no alcanza á referir su suerte ulterior. ¡Cuántas veces recordarian aquellos infelices la caridad tierna y compasiva, con que los habian tratado sus amos anteriores! ¡Cuántos pensarian ó dirian entre sí! «¿Tan necesitado se encontrará el real erario, que, para sacarlo de apuros, sea «<preciso conducirnos á esas lejanas tierras, por valles extensos, cordilleras ele«vadas, y mares tempestuosos? ¿O será mera codicia de los ministros reales, «<interesados en vendernos con mayor estimacion? ¡Nunca habríamos pensado <«<que la codicia de ver así crecer el tesoro público pudiera precipitar los hom«á tal exceso! Es que ni rastro de ella divisamos jamás en los PP. de la Com«pañía; á quienes por muchos años, ó toda la vida habiamos servido. >>

27. Y los ilustrados censores de los jesuitas ¿qué dirán al oir esto? «Fueran «ó no codiciosos, exclamarán algunos, es cierto que eran muy ricos.» Al oir

(1) Contestaciones á los postulados. Se conservan en el archivo del Jesús en Roma, y de ellas tengo copia.-(2) Consta la existencia de unos en el archivo de la tesorería, legajos 26 y 29; y la de los otros en el del ministerio del interior.

semejante exclamacion, permítasenos preguntar en primer lugar. «¿Es delito «poseer riquezas? ¿Es ello motivo suficiente para que alguno sea odiado y per«seguido?» Sin duda dirán que no; siempre que las riquezas se hayan adquirido por medios honestos y legales, y no se abuse de ellas para malos fines. «Y razonable es la respuesta, podremos replicar nosotros; pero de ella debeis «deducir en sana lógica que muy injustamente odiais ó menospreciais á los an«tiguos jesuitas; porque ellos adquirieron sus bienes, ó por lícitas donaciones, «ó por compras legales y equitativas.» No faltaron, en efecto, personas acomodadas, que, pensando, y no sin razon, hacer bien à la Religion y á la Patria, dieron libre y espontáneamente sus bienes para fundar, ó mejorar algun colegio de la Compañía. Casi todos estos bienes se los dieron á los jesuitas en vida; y la mayor parte de los donantes se reservaron el usufructo de los que daban, hasta el fin de sus dias (1). Raros, ó de poca monta fueron los legados que se les dejaron en testamento.

28. Varios de estos generosos bien hechores fueron eclesiásticos; los más, capitanes retirados; y casi todos, ó solteros, ó casados sin familia: y es cosa bien. singular que entre ellos no hallamos señoras; fuera de la que fundó el colegio de S. Pablo, ya saben los lectores con cuánta escasez; y dos ó tres más, cuyas donaciones fueron de mediana importancia. Desde luego podemos, pues, asegurar que los jesuitas no salteaban á los moribundos; ni sorprendian el candor y buena voluntad de gentes sencillas, capaces, por su sexo ó debilidad, de dejarse alucinar. Ni dejaron los Gobernadores de este Reino de hacer á la Compañía, sobre todo á su colegio de Concepcion, merced de algunos terrenos; pero todos estos no alcanzarian á cuatro mil cuadras. Y aun cuando hubiesen sido más numerosos y de mayor extension, ¿no era muy razonable el que los Gobernadores de Chile les recompensaran á los jesuitas, como lo hacian con los capitanes del ejército, los servicios que prestaban à la real corona? Y todavía pudieran haberse quejado nuestros PP. de que los importantísimos servicios, por ejemplo, del P. Valdivia solo fueron recompensados con ofrecimientos verbales de honores y dignidades, y con algunos libros para el colegio de Valladolid; pero con nada para los de Chile. Mas ni él, ni sus H., ni sus su'periores dieron, ni indicaron jamás semejante queja (+).

29. El P. Ovalle, los dos PP. Fereyras, los PP. José de Zúñiga, Olasso Zaralegui, y algunos otros, dejaron parte de sus bienes á la Compañía, al hacer la renuncia para ser incorporados en ella; mas solo el P. Olasso le dejó bienes raíces, á saber; la chacra de Nuñoa. Las donaciones de los otros no fueron tan cuantiosas, como se ha querido suponer; pues no pasaria de cuarenta y seis

(1) Esto, y lo demás, concerniente á compras y donaciones, consta del transcurso de esta Historia. Los comprobantes están citados en sus lugares respectivos.-(+) Con esto queda respondido á cierto folletista, que en años pasados se quiso hacer famoso en Chile, tildando de ambicioso vulgar al Benemérito P. Luis de Valdivia. No faltó entonces quien al aspirante ó desfacedor de soñados entuertos históricos le pusiese los puntos sobre las íes; pero, como por mucho pan nunca mal año, no le vendrá ma la tacita sofrenada que le da tambien, aunque sin pensarlo, persona tan competente en la materia como nuestro minucioso y fidelísimo autor. (Nota del editor).

mil pesos su total valor (1). Dificultamos que sumaran otro tanto las donaciones hechas por todos los demás que entraron en la Compañía; pues, á haber sido cuantiosas, creemos que habríamos hallado mencion de ellas en los archivos ó en los historiadores, que tan diligentemente hemos consultado. Por último, es de advertir que fueron pequeñas, ó de poca importancia las haciendas donadas à la Compañía; exceptuando la de Bucalemu y la de Colchagua. 30. Aunque fueran grandes al tiempo de la expulsion la de Rancagua, denominada hoy dia la Compañía, y la de la Punta, eran muy pequeñas cuando se fundó con ellas el colegio de S. Miguel; el cual fué comprando sucesivamente los terrenos contiguos á las mismas, hasta darles aquella extension é importancia que despues tuvieron. De siete hacienditas formó este colegio la de Rancagua. Las de Pudahuel, la Calera, Quilicura, Caren, Tapias, Peñuelas, Tunquen, Tablas, Concon, Viña del mar, Elqui, otra en el Guasco, Limachi, San Pedro, Pitama, Ocoa, S. José de Colchagua, las Palmas, Conuco, Guanyuega, Caymauchin, y otras, fueron compradas por los jesuitas (2). ¿Y de dónde sacaron fondos para ello? El sistema indicado en el núm. 23 de esta capítulo, y la poca estimacion que en aquella época tenian los terrenos, les facilitaron su adquisision. La de las Palmas les fué adjudicada en quinientos pesos, que se les adeudaban; dos mil ciento les costó la de la Calera; y así pudieramos decir de las demás. Ellos se tomaban el trabajo de desmontarlas, cercar sus potreros, sembrarlas de pastos convenientes, poblarlas con ganado, plantar viñas, darles riego, y cultivar sus terrenos; aunque fuese preciso emplear largos años y fuertes capitales en abrir sus acequias y afianzar sus tomas.

31. La economía con que vivian en sus colegios, y sobre todo la vida comun, les permitian hacer ahorros, con que adelantar las haciendas; de que más tarde sacarian recursos para mejorar sus casas, construir sus iglesias, y proveerlas de vasos sagrados, y de ornamentos y adornos, más ó menos decentes y valiosos. ¿Hay en esto algo de reprensible? Por lo contrario, ¿no hay mucho de laudable? Y los que no entienden de perfeccion evangélica, ¿no preferirán que una corporacion se mantenga con su trabajo é industria, más bien que á expensas del público? Y para un país nuevo, como entonces era Chile, ¿no era gran ventaja tener una corporacion de hombres laboriosos, que hiciera fructíferos sus terrenos, diera ocupacion al indígena, semibárbaro todavía, y acostumbrara al trabajo al negro bozal, traido del África? Ni era menos ventajoso fomentar la extraccion de los frutos; que no tenian consumo en el país, por su escasa poblacion y la abundancia de ellos. Hoy mismo, despues que la poblacion se ha triplicado, y más que quintuplicado los productos, ¿no claman los particulares en sus corrillos, los periodistas en la prensa, y los diputados de la nacion en las cámaras por la inmigracion extranjera, con que aumentar los brazos, para explotar las riquezas de este fecundo suelo? ¿Y seria razonable arrojar entonces del país á los que lo hacian, y con tanta utilidad del público, como despues más latamente diremos?

(1) P. Olivares, Historia de la Compañía; y archivos del ministerio del interior y de la tesorería de este gobierno.—(2) Archivos del ministerio del interior y de tesorería; y el P. Olivares.

CAPÍTULO III

1. Fatal principio de economía politica.-2. Mediana fortuna de los jesuitas en Chile. -3. Estado de sus propriedades.-4. Es exacto.-5. Su producto en el último quinquenio.-6. Su capital no debia alarmar.-7. Apenas cubria sus gastos.-8. Valor de varios articulos.-9. Cuánto valdrian hoy sus posesiones.-10. No se habrian aumentado tanto como se teme.-11. Ni serian motivo de odio.-12. Aunque se las considere como de manos muertas.—13. Ventajas que de ellas percibia la sociedad.— 14. Cuánto costarian.-15. Más que sus entradas.-16. Sin contar el fomento de las artes.-17. Que solo con ellas podian proporcionar al país.-18. Qué acrecentamiento habrian tenido sus colegios.-19. Cuál sus misiones.-20. Los indios estarian civilizados.-21. Su prestigio seria benéfico.-22. Se aducen como prueba sus virtudes.-23. Su vida comun era perfecta.-24. Su clausura religiosa y obediencia.25. Su celo por las misiones.-26. Su pobreza religiosa.-27. No habia graves defectos.-28. Anécdota curiosa.-29. Hubo alguna rivalidad.—30. Y algunas aspiraciones.-31. No perturbaban la paz.-—32. Bienes que estas produjeron.—33. No les merecian ni el odio, ni la proscripcion.—34. Su inocencia los honra.

1. Vamos ahora á abordar la cuestion más grave en este punto, segun la opinion comun; vamos á combatir el imponente fantasma, que asusta á todos los desafectos á la Compañía; á desvanecer una idea que, asentada como principio, seria funestísima á la sociedad. «Los jesuitas eran ya demasiado ricos,» exclaman sus émulos; «y por lo mismo no era posible soportarlos en este «país.» ¡Oh! ¡qué lindo principio! ¡qué bello rasgo de justicia! ¡qué sabia leccion de economía política! Es como si se le dijera á un cristiano: «Usted es hom«bre honrado, trabajador, juicioso, económico; y con estas virtudes ha ad«quirido una regular fortuna. Desde luego usted merece ser desterrado como «un criminal. No basta despojarlo de sus bienes; es preciso que usted abando«ne su patria; y desde luego le intimamos la pena de muerte, ó la reclusion «perpétua, segun sea su clase, si se atreve á evadirse de esta condena, ó vol<«<viere alguna vez à pisar estas tierras hospitalarias.» Los que clamaron así contra la Compañía ¿habrian querido que se les juzgara y sentenciara, segun estos lindos principios de humanidad y justicia? Suponemos que solo se dice de los antiguos jesuitas que habian hecho una regular fortuna; por no pasar de ahí la que habia hecho la Compañía de Jesús en Chile. Esta proposicion tal vez sorprenderá á alguno, que se crea con suficiente conocimiento del país y de los bienes que la Compañía entonces poseia.

2. Sin embargo, nos comprometemos á demostrársela, y no con sofismas, sino poniendole á la vista todos sus bienes, lo que hasta ahora no ha hecho ningun escritor; y en seguida el uso que de ellos hacian, ó más bien, los compromisos ó gravámenes, que por obligacion, ó propia voluntad cada casa tenia. Estos los sacaremos de documentos fidedignos; y la cantidad de aquellos de los datos oficiales, que se conservan en los archivos del ministerio del interior y

« AnteriorContinuar »