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varones muy espirituales, como el P. García, deben ser apreciados segun el sentido que en sus plumas ó bocas tenian. Profundamente enfervorizados en el amor divino, deseaban que todos se elevaran á un alto grado de perfeccion; y sentian vivamente cualquier falta contra ella.

28. Otro tanto debe decirse de las quejas dirigidas al P. General. Se dice que á uno de los PP. procuradores se lo habian acusado de vicioso. En llegando á Roma le descubrió su Paternidad la acusacion entablada contra él; y el buen P., para vindicarse de ella, fué á buscar su poronguito (+), yerba mate y azúcar; y convidó con un mate à su Paternidad muy Reverenda, explicándole el uso que por estas tierras de él se hacia, y las cualidades saludables que se le atribuian; y al ver que no le disgustaba, le dijo: «Este es mi «único vicio; he aquí porqué me tachan de vicioso.» «P., siga V.a R.* con él;» contestóle el General. «Quedo plenamente satisfecho.» A los chilenos no se les hará tan increible esta anécdota; por cuanto, aún hoy dia, á las personas amigas de tomar mate se les llama viciosas.

29. Cierto defecto llegó á haber en esta Provincia, bien ajeno del espíritu de nuestro instituto, aunque de por sí sea muy dispensable; y fué alguna lijera rivalidad entre los PP. españoles y los criollos ó nacidos en el país. La calidad de pertenecer aquellos inmediatamente á la nacion conquistadora debia darles cierta preponderancia, ó inspirarles un poco de orgullo; que no es fácil soportaran siempre estos con toda resignacion. Entre estos últimos habia sujetos eminentes en virtud y letras, y de familias distinguidas por su prosapia, ó por haber sido los antiguos conquistadores, ó ser los actuales poseedores de este territorio. Siendo demasiado comun en las colonias hispano-americanas este gérmen de rivalidad, solo una virtud sublime, por no decir heróica, podia sofocarlo; y por lo mismo, no es de extrañar que se dejara sentir un poco aun entre los hijos de la Compañía; á pesar de unirlos entre sí vínculos tan sagrados, y de tener tan encomendadas por nuestro Sto. Fundador la union y caridad fraternas. Por lo contrario; es de admirar el que semejante emulacion no ocasionara choques ruidosos, ni retrajera á los criollos de entrar en la Compañía, ó á los españoles de venir á esta Provincia: y por cierto, que ni lo uno ni lo otro sucedió. Ella no impedia tampoco que unos y otros vivieran juntos en una misma casa, con paz y alegría, ni que alternaran gustosos en las mismas ocupaciones ó oficios, ni que los superiores dispusiesen de ellos, segun lo hallaban por conveniente.

30. Sin embargo, diremos que pudo ser efecto de esta secreta, más que pública emulacion cierta aspiracion al mando (1), que se notó en alguno de los

(+) Poronguito, de porongo, en araucano puruncu, es un cantarito cuellilargo de barro, segun Zorobabel Rodriguez, en que se pone y de donde se chupa el mate; que viene á ser el té de los americanos meridionales. Tambien se pone en taza; pero con la particularidad de que se toma entonces chupándolo con un cañutillo de plata ó de otra materia, y de que el simple porongo ó la taza y cañutillo van pasando de una à otra persona, aun entre las finas y delicadas, sin que por ello se altere notablemente ningun estómago. Costumbres patriarcales, dichosamente conservadas en la América española. (Nota del editor).—(1) Soliloquios del P. García.

PP. criollos, y algun demasiado empeño en que fueron elegidos de entre ellos los procuradores á Madrid y Roma. En cuanto á esto postrero, ¡cuán difícil era que los nacidos y educados en Chile no desearan una ocasion oportuna, un motivo honesto para visitar aquellas dos cortes y las naciones de Europa! Los informes, además, de los PP. procuradores mucho habian de influir en el nombramiento de los superiores de la Provincia. No era, pues, de extrañar que no procedieran, en tiempo de la Congregacion, con toda la sinceridad é indiferencia, que requiere nuestro instituto, los que estuviesen algun tanto afectados de la aspiracion arriba indicada.

31. Esto, con todo, no perturbaba el órden doméstico, ni siquiera se dejaba traslucir en nuestras comunidades; mucho menos entre los extraños. Eyzaguirre y demás historiadores de Chile, que tantos disturbios nos cuentar, acaecidos con ocasion de los Capítulos de otras órdenes religiosas, ninguno nos refieren sucedido en las Congregaciones de la Compañía; por lo contrario, ponderan la cordialidad, buena armonía y perfecto órden que reinó en ellas. Es verdad que las más veces vemos elegidos por procuradores á Roma á PP. criollos; pero en otras lo fueron los españoles, y en una hasta un aleman: y si es verdad tambien que los más de los Provinciales fueron españoles, no faltaron tampoco para este cargo criollos, alemanes é italianos; y unos y otros fueron siempre indistintamente nombrados para superiores locales.

32. La providencia divina, que vela sobre sus escogidos, y los favorece á las veces con el bien que les resulta de la misma tolerancia del mal, acaso permitió los indicados defectos en esta Provincia, para el bien de ella. Es muy de creer, en efecto, que los superiores criollos inspirarian mayor confianza á los jóvenes del país; confianza que influiria poderosamente en que muchos, á los primeros impulsos de la vocacion divina, entraran en la Compañía, ó á que por lo menos no se arredraran de dar á su tiempo este paso trascendental. Solo así acertamos á explicarnos cómo en un país de solas seiscientas mil almas, cuya mitad por lo menos se componia de indígenas y gente de color, pudo contar esta Provincia con unos doscientos ochenta criollos; hijos los más de familias distinguidas. Observándose en ella la vida comun perfecta, y administrando por sí misma sus haciendas, no hallamos otro motivo humano que pudiera halagar á los pretendientes y á sus deudos; y aunque habria sido de desear entraran todos por motivos puramente espirituales, todavía necesita á las veces la fragilidad humana de algun aliciente material, para resolverse á seguir la vocacion divina en cosas difíciles, y, segun la sensualidad, repugnantes. Pudo tambien ello haber contribuido á que vinieran tantos jesuitas de Alemania y de otras naciones del norte de Europa; pues que estos reconocido habrian que los PP. criollos simpatizaban tanto con ellos como con los españoles. No tenemos por qué repetir aquí cuán interesante fué la venida de tantos y tan excelentes sujetos para el bien espiritual y material de la Compañía y de todo el Reino de Chile.

33. Si los jesuitas de la antigua Provincia chilena no tuvieron más defectos que los indicados, no dieron ciertamente motivo justo con ellos á que se ultra

jara su memoria, ni á verse de modo alguno odiados y perseguidos; y menos para ser condenados à un perpétuo destierro. Que no tuviesen otros, lo comprueba de un modo irrecusable, aunque negativo, la completa ignorancia de estos, tanto de parte de sus amigos como de sus enemigos. A haberlos habido ¿seria posible que no se hubiese conservado siquiera ni un lijero ó vago recuerdo de ellos, ni en la tradicion, ni en los documentos privados ó públicos? Esta es la hora en que ni rastro ha podido hallarse de tal recuerdo. Ninguno, efectivamente, de cuantos en estos últimos tiempos han registrado, con benévolas ó adversas intenciones, los papeles y libros de los jesuitas antiguos y de sus colegios, ó los archivos ó escribanías eclesiásticas y seglares, así como tampoco ninguno de los que los registraron en los tiempos próximos á su expulsion, ha podido hallar jamás la menor huella de semejantes defectos. A haberse hallado esta huella, no habria faltado seguramente quien se hubiese apresurado á darles cuerpo y á publicarlos.

34. Fueron, por lo tanto, nuestros antiguos PP. y H. de Chile condenados injustamente á la proscripcion. Su inocencia incontestable debió de honrarlos por donde quiera que dirigieran sus pasos, y no permitir que mancillara su frente la infamia, que suele acompañar al desterrado por sus delitos. Reanudando ahora el hilo de nuestra Historia, comencemos por decir algo de lo que sufrieron, no ya en las colonias, sino en la misma España; despues de lo cual los seguiremos hasta el lugar de su destierro, para referir sucintamente la suerte que allí les cupo.

CAPÍTULO IV

1. Llegan á Cádiz los primeros jesuitas desterrados de Chile.-2. Los novicios son tentados.-3. Los PP. son transportados á Córcega.-4. Son arrojados por los franceses de ella.-5. Sus padecimientos en el Genovesado.-6. El Papa los acoge en sus Estados.-7. Constancia de los novicios.-8. Fineza de un joven jerezano.-9. Santa prudencia de un religioso.-10. Conducta arbitraria del gobernador.-11. Se rinden nueve novicios.-12. Arrepiéntese el H. de la Rosa.-13. Su dichosa muerte.-14. Llegan á Roma los demás novicios.-15. La Provincia chilena en Imola.-16. Los jesuitas chilenos, depositados en Valparaiso, son conducidos á Lima.-17. Cómo son tratados alli.-18. Son reembarcados en el Callao.-19. Son remitidos á España.20. Doblan el cabo de Hornos.-21. Buques que encuentran.-22. Llegan á Cádiz. -23. Son detenidos en Sta. Maria.-24. Mueren algunos.-25. Prosiguen los estudios.-26. Parten para Italia.-27. Los alemanes vuelven á sus Provincias.-28. Los chilenos quedan en Ímola.-29. Su distribucion.-30. Su escasez.-31. Se les priva de comunicarse con sus parientes.-32. Son encarcelados los misioneros de Chiloé.-33. Son puestos en libertad.

1. El gran colegio edificado anteriormente por los jesuitas en el Puerto de Sta. María, para alojamiento de los nuestros que venian á estas regiones de América, por lo cual se llamaba el Hospicio, fué destinado ahora para hospedar á los que fueron de las mismas á España, caminando para el lugar de su destierro. Mas, cuando llegó á Cádiz á 30 de Abril la Esperanza, con unos ciento setenta jesuitas del Perú y unos veintinueve de Chile, de donde el 2 de Enero se habian hecho á la vela en el Peruano otros doscientos, ó sea, ciento ochenta peruanos y veinte chilenos, uno de los cuales habia muerto en alta mar, ya estaba aquel hospicio tan lleno de los PP. y H. de las otras Provincias americanas (1), que muchos de los nuestros fueron depositados en el convento de S. Francisco de Paula, y los novicios en el de S. Francisco de Asis (2).

2. Allí el gobernador de la ciudad los requirió seriamente á estos, por si querian seguir á los PP. antiguos, ó preferian quedarse en España; alegándoles mil razones, y ponderándoles la infeliz suerte de un desterrado. Mas, no pudiendo doblegar sus ánimos, ni conseguir que uno solo se resolviera á abandonar su vocacion, los mandó trasladar á la ciudad de Jerez, el 2 de Mayo, por si acaso lo lograba con la demora, comodidades del lugar, y ausencia de sus amados PP.; pues que ninguno de estos se hallaba en Jerez, y bien pronto saldrian para el extranjero los depositados en Sta. María.

3. En efecto; mil y doscientos jesuitas, entre los cuales se contaban de esta Provincia el P. Javier Varas con sus compañeros, devueltos del rio de la Plata,

(1) P. Peramas. Vida del P. Querini, n.o 88.—(2) P. Peramás. Vida del H. Baygorri, y Diario de la expulsion.

y los recien indicados, se hicieron á la vela á 15 de Junio de 1768, en una pequeña flota, custodiada por el navío Sta. Isabel, bien pertrechado con gruesa artillería y numerosa tripulacion (1), por si acaso les salian al encuentro los piratas argelinos; y el 10 de Julio llegaron á Ajaccio de la isla de Córcega, donde estuvieron cuatro dias, durmiendo siempre á bordo, por no saber cuál seria su destino; que al fin fué la Bastia. Allí desembarcaron el 5 de Agosto; y tuvieron mucho trabajo para encontrar donde alojarse. Más de cuarenta años hacia que los habitantes de aquella isla peleaban varonilmente para sustraerse de la dominacion genovesa; y esta República, no reconociéndose ya con fuerza suficiente para sofocar tan larga revolucion, habia pedido auxilio á la Francia. He aquí porqué un numeroso ejército francés (2) combatia en aquella isla, teniendo fuertes guarniciones en sus principales puertos, especialmente en la Bastia; sin que todos los cuarteles, conventos y edificios públicos de esta ciudad bastasen para el alojamiento de sus tropas. ¿Qué comodidades, pues, podian encontrar los jesuitas desterrados? Ninguna por cierto: apenas pudieron hallar casa donde albergarse. Los colchoncitos de los camarotes fueron toda su cama (3); y los recursos tan escasos, que apenas podian proporcionarse el indispensable sustento.

4. Felizmente, este miserable estado de cosas no duró mas de un mes. Habiendo la república de Génova (4) cedido en aquel intermedio la isla de Córcega á los franceses, no era fácil que mantuvieran estos en aquella su nueva posesion á los hijos de la Compañía, á los cuales habian perseguido, y arrojado de sus colegios en las antiguas posesiones de toda la monarquía. Y en efecto; el Rey cristianísimo, que en esto no dió muy buena prueba de serlo, mandó que todos los jesuitas desterrados fueran arrojados de Córcega; y sus generales no solo cumplieron esta bárbara órden con puntualidad, sino tambien con refinada crueldad. El que estaba en la Bastia se la intimó á los ochocientos de la Compañia allí reunidos, y les mandó embarcarse á toda prisa en siete buques mercantes, y pasar cuanto antes al continente. Siendo muy corta la distancia que hay entre la Bastia y Portofino, primer puerto del Genovesado, llevadera habria sido esta travesía, si graves circunstancias no la hubieran hecho por demás pesada. Los PP. chilenos fueron metidos en una barca pescadora, en que no les (5) era posible tender los colchones, ni recostarse en el piso, ni sentarse con una mediana comodidad. Fuerza les fué navegar casi todos de pié. La comida la más miserable y escasa; y lo peor fué que, no permitiéndoles los genoveses saltar en tierra, tuvieron que estar por diez dias en aquella estrecha cárcel, expuestos noche y dia á toda la intemperie del cielo y de la mar.

5. Por último, díjoles el capitan francés que comandaba aquella miserable flotilla (6), que pagase cada uno de ellos cinco pesos, á fin de que se les diese

(1) P. Peramas, Vida del P. Querini, n.o 91 y Diario de la expulsion.-(2) P. Boero, Vida del P. Pignatelli, lib. II, § 12.—(3) Biografía del P. Varas, traida del archivo del Jesús de Roma.-(4) P. Boero, Vida del P. Pignatelli, lib. II, § 12.—(5) Vida del P. Varas, ibid.— (6) P. Peramas. Vida del P. Escandon, n.o 61.

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