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CAPÍTULO XIV

1. Suerte de los enemigos de la Compañia.-2. Castigo de las naciones que la persiguieron.-3. Prosperidad de sus favorecedores.-4. El Papa recobra su sólio.—5. Determina restablecer la Compañía.—6. Publica su bula.-7. Texto de ella.—8. Devuelve sus bienes á la Compañía.—9. Los PP. antiguos vuelven á incorporarse á ella. -10. Roma se regocija.-11. Todo el orbe católico acata la bula de Pio VII.

1. La grande obra de la restauracion de la Compañía de Jesús, despues de cuarenta y un años de su extincion, cuando ya las nueve décimas partes de sus hijos habian descendido al sepulcro y los demás estaban agobiados bajo el enorme peso de las graves tribulaciones y padecimientos que hemos referido, ó á lo menos indicado, será la consoladora materia de este capítulo. Mas antes de entrar en la narracion de este importante suceso, no será fuera de propósito averiguar qué se habia hecho entonces de sus perseguidores. Casi todos habian sido llamados tambien al tribunal divino, y habian oido la irrevocable sentencia de aquel juez que no es aceptador de personas. ¿Y qué suerte habian corrido acá en la tierra? De algunos consta haber sido desgraciada; y larga tarea seria investigar la de cada individuo en particular. Por esto nos contentaremos con echar una rápida ojeada sobre aquellas naciones en general, cuyos gobiernos tomaron parte en la destruccion de la Compañía. Nadie ignora las calamidades que las afligieron á fines del siglo pasado y á principios del presente; y aunque no nos conste de un modo cierto el motivo por que el Señor se las envió, creemos, sin embargo, haber sido en castigo del enorme delito que habian cometido contra el mismo Jesucristo, privándole á mano airada de los servicios que le prestaba una corporacion religiosa extendida por todo el mundo y enteramente consagrada á promover la gloria de su nombre y la salvacion de las almas redimidas con su sangre. La serie de los sucesos nos precisa á juzgar de esta manera; por ver que cada una de estas naciones participó de aquellas calamidades à proporcion de la parte que tuvo en el mencionado crímen.

2. En Francia fué donde los filósofos, de consuno con los jansenistas, tramaron la fatal conjuracion, y de donde, como de un foco comun, se esparcieron las ideas malignas, que, fascinando los entendimientos y exaltando las malas pasiones, conmovieron á tantos personajes contra la inocente Compañía de Jesús, sobre todo en las cortes de ciertos príncipes, que tambien se dejaron arrastrar ó alucinar. Pues bien; la Francia fué la primera que experimentó sobre sí el pesado golpe de la divina justicia; y despues de ella, y aun por medio de ella, lo sintieron las demás. ¡Ah! ¡cuántos millares de franceses perdieron su vida en los cadalsos, como su rey, á más de los tres millones (1)

(1) Cálculos publicados en Francia poco despues de aquellas guerras.

que la perdieron en los campos de batalla! Los reyes de Portugal, España, Nápoles y Cerdeña, como tambien el duque de Parma, quienes, despues de haber echado á los jesuitas de sus colegios, y algunos hasta de todos sus dominios, pidieron la extincion de la Compañía á mediados del siglo próximo pasado, sin parar hasta conseguirla, à principios del presente perdieron sus coronas y sus Estados; y estos sufrieron los horrores de largas y sangrientas guerras. Austria, que fué la postrera que entró en la malhadada coalicion contra los jesuitas, aunque sin cebarse en las personas de ellos como lo habian hecho las otras naciones católicas, fué tambien víctima de las mismas desgracias; pero sin perder ni su independencia, ni su dinastía, ni su legítimo soberano. Con todo, ¡cuán caros le costaron al jóven José II, su emperador, los bienes de la Compañía, por codicia de los cuales tomó parte al fin en su persecucion! El romano Pontífice cedió á los ruegos, instancias y amenazas de dichas cortes, creyéndolo, al parecer, necesario para el bien de la paz; pero la paz no se conservó: él murió consumido de pena, y sus dos inmediatos sucesores tuvieron que beber el cáliz de la amargura, y comer el pan del destierro, amasado con lágrimas, lejos de la ciudad de Roma.

y

3. La Rusia y la Prusia, que salieron abiertamente á la defensa de la Compañía de Jesús, y la conservaron en sus Estados, impidiendo que fuera total su extincion, mantuvieron su propia independencia, integridad y honor en el desquiciamento general de la Europa, y á esta le evitaron su total ruina. Si la Rusia sufrió menos en la guerra, y salió de ella más airosa y mejor librada que la Prusia, tambien es cierto que habia protegido á la Compañía con mayor decision, energía y constancia. ¡Oh! ¡qué desengaños y contrastes se vieron entonces! Los filósofos, perseguidores de la Compañía, destronaron con igual osadía á los reyes, á quienes habian comprometido á la ejecucion de su plan de iniquidad, y destruyeron las antiguas repúblicas de Génova y Venecia á la naciente de Francia, así como sumieron á los pueblos en un profundo abismo de males; pero los soberanos de las mencionadas naciones, constituidos espontáneamente en defensores de los jesuitas, al tener en sus manos la suerte de la Europa despues de la batalla de Waterló, favorecieron á los reyes caidos, restituyéndoles sus cetros y colocándolos en sus antiguos tronos, y á un mismo tiempo devolvieron á los pueblos la verdadera libertad, junto con los bienes del orden y de la paz. La Inglaterra, que habia sido simple espectadora de la persecucion anti-jesuítica, observa tranquilamente la caida de los perseguidores de los jesuitas, sin convulsionarse en su interior à causa de la conflagracion general, y sin que deje de aprovecharse de los desastres comunes á los demás. Las diversas secciones de América, que ninguna ó poca parte habrian tenido en la misma persecucion, entran casi todas en posesion de su autonomía. Quizá lo permitiera así el supremo Juez, para recompensarles los gravísimos perjuicios que sus reyes les irrogaron con la expulsion de los jesuitas, despojándolas de ese elemento civilizador y benéfico en toda línea. Y si alguno nos quisiera decir que estas fueron tambien castigadas con la permision de sus guerras intestinas, á proporcion de su connivencia en aquella maldad y

de los excesos que hubiesen cometido en la mencionada expulsion, ó de la influencia que hubiesen tenido en ella, abrazando gustosos su idea, nos confirmaríamos en la que nos hemos formado en vista de los hechos referidos en esta Historia, á saber que habia sido Chile la menos culpable, desde luego que la vemos la menos perturbada, en aquellos tiempos á lo menos, con convulsiones civiles.

4. Uno de los príncipes reintegrados entonces en la posesion de sus Estados fué el Sumo Pontifice Pio VII; quien, con aplauso de todo el orbe católico, entró en la ciudad de Roma y se sentó en su solio, despues de cinco años de destierro y dura prision, el 24 de Mayo del memorable año 1814. Aunque negocios de alta importancia, así en el régimen general de la Iglesia, como en el particular de sus Estados temporales, ocupaban su atencion en aquellos primeros meses, con todo, Su Santidad pensó tambien, por creerlo justo y necesario, rehabilitar para la Iglesia universal la Compañía de Jesús. Mejor diríamos que lo determinó; porque de antemano lo tenia ya bien pensado y fijo en su corazon; como lo atestiguan estas palabras de su intimo confidente, inseparable compañero de infortunio, consejero y secretario el cardenal Pacca, las cuales forman parte del opúsculo en que él mismo refiere los acontecimientos de su último ministerio, y dicen así (1):

5. «Una de las primeras obras que deseaba hacer Pio VII era la tan gloriosa «para él como útil para la Iglesia, de restablecer la Compañía de Jesús. En «las conversaciones que tenia cada dia con él durante nuestro destierro en «Fontainebleau, hablábamos casi siempre de los graves perjuicios causados á «la Iglesia y á la sociedad civil con la supresion de esta órden, tan justamente «célebre, así en la instruccion de la juventud, como en las misiones apostó«licas. No podia, por lo tanto, dudar que estaba próximo el dia en que serian <«<los jesuitas repuestos por el Papa en Roma, así como en todos los países, que, «á ejemplo del emperador Pablo de Rusia y de Fernando IV de Nápoles, los <«<reclamaran para sus pueblos. Llegado à Roma á 24 de Mayo de 1814, agol«páronse de repente en mi imaginacion aquellas dulces conversaciones de <«<Fontainebleau; pero, siguiendo las miras de la política humana, consideraba <«<prematura la reposicion de los jesuitas, y hasta imprudente y difícil en aque<«<llas circunstancias. Como por milagro acabábamos de escapar de la tempestad «formada por la secta filosófica, que rugia al solo nombre de jesuitas; é igno«<rábamos, por otra parte, si las cortes extranjeras tomarian á mal el llama<<miento de un instituto, que pocos años antes habia sido suprimido por todos «los monarcas católicos. A pesar de todos estos motivos, me determiné á últi«mos de Junio, ó sea un mes despues de nuestro regreso á Roma, á tentar nue<«<vamente el ánimo del Papa; á cuyo fin le dije un dia en audiencia: Santísimo <«<Padre; deberíamos proseguir algun dia nuestras interrumpidas conversacio«nes sobre la Compañía de Jesús. Y sin que añadiera yo otra cosa, el Papa «<contestó: Podremos restablecer la Compañía de Jesús en la próxima fiesta de

(1) Cretineau Joli, Historia de la Compañía de Jesús, tomo VI, cap. 1.

«S. Ignacio. Esta contestacion, tan espontánea como inesperada, de Pio VII «<me sorprendió en extremo, llenándome de gozo y de consuelo.»>

6. No fué precisamente el dia de nuestro Sto. P. Ignacio, sino el de su octava el favorecido con uno de los actos más solemnes y plausibles de aquel Pontífice, digno por tantos títulos de eterna memoria, cual fué la publicacion de su bula Sollicitudo omnium Ecclesiarum. El modo cómo esto se verificó lo referiremos con la sencillez con que lo publicó el Diario de Roma del 10 de Agosto, que, traducido al castellano, dice así: «El domingo, dia 7 del corriente, «pasó su Santidad á la iglesia del Jesús, para celebrar el santo sacrificio de la «misa. Despues de oir otra misa, fué su Santidad al oratorio inmediato de la «<congregacion de nobles, donde, habiéndose sentado en el trono que se le ha«bia preparado, dió á uno de sus maestros de ceremonias, é hizo leer en alta << voz la bula siguiente, que restablece la Compañía de Jesús.»

7.

PIO, OBISPO, SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS

AD FUTURAM REI MEMORIAM

«El cuidado de todas las iglesias, confiado á nuestra humilde persona por la «<voluntad divina, á pesar de la inferioridad de nuestros méritos y de nuestras «<fuerzas, nos impone la obligacion de usar de todos los arbitrios que están en «nuestro poder y que la providencia divina nos suministra misericordiosa«<mente, à fin de que podamos, en tanto que lo permitan las numerosas vicisi«tudes de los tiempos y de los lugares, acudir oportunamente à las necesida<«<des espirituales del orbe católico, sin distincion alguna de pueblos y naciones. «Deseando satisfacer à este deber de nuestro oficio pastoral, luego que Fran<«<cisco Javier Kareu, que à la sazon vivia, y otros sacerdotes seculares, que <«<moraban muchos años habia en el vasto imperio de Rusia, y habian sido «individuos de la Compañía de Jesús, suprimida por Clemente décimo cuarto, «de feliz recordacion, nuestro predecesor, nos suplicaron les permitiésemos <«<reunirse por nuestra autoridad en un solo cuerpo, à fin de poderse aplicar «<más fácilmente, conforme su instituto, á instruir à la juventud en los prin«cipios de la fe y de las buenas costumbres, y dedicarse á la predicacion, «confesion y administracion de los demás sacramentos, creimos de nuestro «deber condescender con sus deseos, con tanto más gusto cuanto que el em«perador Paulo primero, entonces reinante, nos habia recomendado encareci«damente los susodichos sacerdotes por su muy atenta comunicacion del 11 «de Agosto de 1800, en la cual, manifestándonos su particular benevolencia «hácia ellos, nos declaraba le seria muy de su agrado, si, para bien de los ca«<tólicos de su imperio, fuese por nuestra autoridad allí restablecida la Compa«ñía de Jesús. Por lo cual Nos, considerando atentamente las grandes venta«jas que habian de redundar en favor de aquellas vastas regiones, casi del «todo destituidas de operarios evangélicos, y el aumento que habian de traer «<á la religion católica con su asíduo trabajo, intenso teson en procurar la salud «de las almas, é incesante predicacion de la palabra divina esos varones ecle

<«siásticos, cuyas virtudes, bien experimentadas, se recomendaban con tantos «<encomios y alabanzas, creimos razonable condescender con los deseos de tan <<grande y benéfico príncipe. Por tanto, concedimos por nuestras letras en for«ma de breve, fechadas el 7 Marzo de 1801, al dicho Francisco Kareu, y á sus <«<socios que moraban en Rusia, ó que allá pasasen de otros países, la facultad «de juntarse en un solo cuerpo ó congregacion de la Compañía de Jesús, con «libertad de reunirse en una ó muchas casas, al arbitrio del superior, con tal <«<que estuviesen situadas dentro los confines del imperio ruso; y segun nuestro <«<beneplácito y de la Sede Apostólica deputamos al mismo presbítero Francisco «Kareu, Prepósito General de aquella Congregacion, con las facultades necesa«rias y oportunas para que pudiesen retener y seguir la Regla de S. Ignacio de «Loyola, aprobada y confirmada por Pablo tercero, de feliz recordacion, nues«<tro predecesor, con sus constituciones apostólicas, á fin de que los compañe«ros, así congregados en una Corporacion religiosa, pudiesen dedicarse libre<«<mente á instruir la juventud en la religion y las ciencias, dirigir los semina«rios y colegios, y, con la aprobacion y consentimiento de los respectivos «ordinarios, confesar, anunciar la palabra de Dios, y administrar los sacra«mentos. Por las mismas letras recibimos á la Congregacion de la Compañía «de Jesús bajo nuestra proteccion é inmediata dependencia, y nos reservamos «á Nos mismo y á nuestros sucesores el prescribir y sancionar todo aquello «que nos pareciera conveniente en el Señor para consolidarla, defenderla y << purgarla de los abusos y corruptelas que hubiesen podido introducirse en ella; «y á este efecto derogamos expresamente las constituciones apostólicas, esta«tutos, usos, privilegios é indultos concedidos ó confirmados en contradiccion «de aquellas concesiones, y especialmente las letras apostólicas de Clemente «décimo cuarto, nuestro predecesor, que comienzan con estas palabras: Domi«nus ac Redemptor noster, solo en lo que fuera contrario á nuestro breve, que «empieza así: Catholicæ; el cual no fué dado si no para el imperio de Rusia. «La resolucion que habíamos tomado para el imperio de Rusia creimos, pa«<sado no mucho tiempo, que debíamos extenderla al reino de las Dos-Sicilias, «por los ruegos de nuestro carísimo hijo en J. C. el rey Fernando, que nos «pidió que la Compañía de Jesús fuese establecida en sus dominios y Estados, «del mismo modo que lo habia sido por Nos en el susodicho imperio; puesto «que él juzgaba que en estos tiempos tan deplorables les era sobremanera con«veniente valerse del ministerio de los clérigos seculares de la Compañía de «Jesús, para formar los jóvenes en la piedad cristiana y en el temor de Dios, «que es el principio de la sabiduría, é instruirlos en las ciencias y bellas le«tras, especialmente en los colegios y escuelas públicas. Nos, por la obliga«cion de nuestro ministerio pastoral, deseando condescender con los piadosos «deseos de tan ilustre príncipe, que no tenian otra mira sino la mayor gloria «de Dios y la salvacion de las almas, hicimos extensivas al reino de las Dos«Sicilias las letras que habíamos dado para el imperio de Rusia, por medio de «nuevas letras, tambien en forma de breve, que empiezan: Per alias, dadas á «30 de Julio del año del Señor de 1804. Para el restablecimiento de la misma

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