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CAPÍTULO XVI

1. Jesuitas chilenos que vivian en 1816.-2. Cuán útiles habrian sido á Chile.-3. Necrologia del P. Vidaurre.-4. La del P. Gonzalez Carvajal.—5. La del P. Urigoitia.-6. Biografia del abate Molina.—7. Entra en la Compañía y sus estudios.— 8. Es desterrado á Italia.-9. Extinguida la Compañía, se establece en Bolonia y publica sus obras.—10. Se aplica á la enseñanza de la juventud.-11. Su beneficencia y otras virtudes.—12. Hereda los bienes con que funda el instituto de Talca.— 13. Su muerte.-14. Su estátua en Santiago.-15. Necrología del P. Pazos.-16. Conclusion de la parte antigua de esta Historia.

1. Sensible es sobremanera que no se realizase el restablecimiento de la Compañía de Jesús en Chile cuando los restos de su antigua Provincia eran todavía tales y tantos, que pudieran haber abierto sus principales colegios, manteniéndolos con honor y cimentádolos de manera, que habrian hecho los mayores progresos en favor de la religion y de la patria. En efecto; veinte y nueve sacerdotes (1) y tres H. coadjutores vivian todavía. De entre los primeros los PP. Felipe Vidaurre, Francisco Javier Caldera y Juan José Gonzalez Carvajal se hallaban en Chile; los PP. Juan Urigoitia, Felipe María Montero, Juan de Dios Araoz, Martin Recabarren, Ignacio Fuente y algun otro en nuestos colegios de España; y los demás en Italia. No era de temer que se hubiesen excusado de volver á Chile los que, entrados de nuevo en la Compañía, habian emprendido el viaje à la península; y era de presumir que muchos de los que se quedaron dispersos en Italia se habrian animado á hacer tambien cualquier sacrificio, por árduo que les fuese, á causa de sus años y achaques, si se hubiesen visto halagados, ó mejor diremos, confortados con la oferta de regresar á su patria, para efectuar la grandiosa obra, tan conforme à la noble aspiracion de sus corazones, de restablecer la Compañía en su suelo natal. Las noticias biográficas que luego daremos de cinco de los antedichos, y una mirada general sobre los demás nos harán ver las dignas aptitudes que poseian y las favorables circunstancias en que se hallaban para realizar aquel plan, no como quiera, sino aun en grande escala.

2. Los más de ellos eran varones eminentes en las ciencias; como que el estudio de estas habia constituido su principal ocupacion allá en el destierro; y no entre gentes bárbaras, sino entre las cultas de Italia: donde los monumentos artísticos, así antiguos, como modernos, los establecimientos científicos y los recuerdos tradicionales hablan altamente, é instruyen no solo al hombre de letras observador y aplicado, sino tambien à todo hombre, que no cierre voluntariamente sus ojos ó entendimiento à las ráfagas de luz que de sí despi

(1) Nota conservada en el archivo del Jesús de Roma, rotulada: «Gesuiti superstiti dell' Asistenza di Spagna nell' anno 1815.>>

den. Los que no se habian consagrado de una manera especial al estudio, ni á la enseñanza, casi todos se habian dedicado á los ministerios; y ya llevamos notado que por su ejemplar virtud, su aplicacion al trabajo y su tino en el desempeño de él, eran buscados hasta con preferencia á otros operarios de aquel país. Desde luego, pues, á haber vuelto á Chile tan sabios y apostólicos varones, se habrian granjeado precisamente las simpatías de estos sus paisanos, como se las granjearon los seis que volvieron de simples particulares. El carácter religioso, además, con que habrian vuelto, los habria rodeado de la estimacion y respeto debidos á la órden á que pertenecian. A la sazon fresca estaba aún en estos países la memoria de lo mucho que en favor de la Iglesia y del Estado habia trabajado la Compañía, tanto en la enseñanza y en la moralizacion de los ciudadanos, como en la instruccion, conversion y civilizacion de los indios. Entre la juventud chilena florecia, por otra parte, la aspiracion al estado religioso; y por lo tanto, bien pronto se les habrian presentado candidatos, á quienes admitir en el noviciado, y á quienes comunicar su espíritu, formándolos para el apostolado, é iniciándolos, para que á su tiempo pudieran llevarlas á feliz término, en las grandes obras, que, á mayor gloria de Dios y bien de las almas, ellos habrian emprendido. Adoremos los arcanos del Altísimo, que no tuvo á bien conceder entonces à Chile lo que á nuestro juicio le habria sido de tanta utilidad.

3. Uno de los cinco PP., cuyas biografías vamos ahora á poner, fué el Padre Felipe Vidaurre, natural de Concepcion de Penco; quien, habiendo entrado jóven en la Compañía, tenia veinte y ocho años de edad y era ya sacerdote cuando el extrañamiento. En Imola dedicóse al estudio y compuso la Historia de Chile, de que hemos dado razon en el capítulo IX núm. 7 de este libro. Habiendo asimismo referido en el capítulo XII núm. 3 del mismo cómo fué recibido en esta su patria á su regreso en 1800, y lo que trabajó en Santiago, solo tenemos que añadir aquí lo que hizo en Concepcion, à donde pasó como á por el año 1808. Allí fijó su residencia ordinaria en una pequeña chacra ó posesion inmediata à la ciudad, que habia heredado de sus mayores (1). Todos los dias se levantaba hora y media antes de amanecer, para tener su oracion y otras devociones, y decir la misa antes de salir el sol. Así podria atender más fácilmente al reducido cultivo de aquella propiedad, con que se mantenia; sin faltar á los ejercicios piadosos, que habia emprendido en el noviciado, y que jamás habia descuidado. No habia olvidado tampoco la disciplina, ni otras mortificaciones, á que se habia acostumbrado en la Compañía. Los dias festivos decia la misa en alguna de las iglesias de la ciudad, en las cuales confesaba mucha gente; y en su oratorio solia oir las confesiones de los hombres todas las noches. Muchos grandes pecadores lo buscaban con preferencia, por saber que estaba revestido de extraordinarias facultades pontificias, y por la grande benignidad con que á todos los recibia. Hasta tenia facultad para dispensar en ciertos casos del oficio divino á los eclesiásticos; pero ni usó de ella, ni qui

(1) Noticias tradicionales entre las personas de su familia.

so manifestarla, para evitar compromisos. Gustaba mucho de instruir á los niños y gente ruda; y en sus conversaciones mostraba mucho interés por la conversion y reduccion de los araucanos, y ardientes deseos de consagrarse á ella, si la edad y las circunstancias del país se lo hubieran permitido. Era hombre de regular estatura y bien formado; su rostro, blanco y de buen parecer, estaba revestido de una gravedad encantadora, la cual ennoblecia asimismo todas sus acciones; su trato era afable; su conversacion muy amena; y era por estas prendas muy querido de todos. Mas esto no impidió que, exaltadas las pasiones políticas con ocasion de la guerra de la independencia, cayera en desgracia de las autoridades realistas. Estas lo relegaron, con otros muchos, á la Quiriquina; donde tuvo bastante que padecer, por no haber habitaciones en ella. Los ranchos que se improvisaron, eran poco abrigo para un octogenario. En los cuatro meses, que allí estuvo detenido, jamás dejó de celebrar la santa misa, armando su altar portátil á campo raso, en virtud de la facultad que de Roma habia traido. Todos admiraban la serenidad con que sufria aquella postrera tribulacion; y con sus apacibles conversaciones y afable trato servia de consuelo á los demás. Vuelto à Concepcion, pronto se enfermó; y previendo que se acercaba su fin, otorgó su testamento; en el cual dispuso que se le hiciera entierro menor y se dijeran tres misas por su alma en aquel dia; «á no «ser, advirtió, que yo estuviese otra vez en la Compañía, que en tal caso lo «dejo todo al cuidado de los superiores. » Al fin entregó su alma al Criador en el año 1818.

4. Cuatro años despues murió, por efecto de una horrible catástrofe de otro genéro, el P. Juan José Gonzalez Carvajal; de cuya vida pocos datos hemos logrado conseguir. Era escolar aprobado, pero no sacerdote todavía, cuando la expatriacion, aunque ya tenia viente y ocho años de edad. Parece haber sido hombre muy callado; pero humilde y laborioso. No era de escasas luces; y fué el amanuense del P. Lacunza, cuya obra, escrita por su mano, trajo al volver á Chile en 1803. Aquí dedicóse al ministerio sagrado, mostrándose muy ajeno á las cuestiones políticas, que en aquellos tiempos dividieron al país. Aunque emparentado con familias acomodadas, que con gusto lo habrian alo- · jado y atendido diligentemente en sus casas, prefirió mantenerse con su trabajo, resignándose à servir por muchos años de teniente cura en el puerto de Valparaiso su suelo natal. Allí estaba, cuando el fuerte terremoto del 19 de Noviembre del año 1822 hizo tantos estragos en los edificios de Santiago y de aquella ciudad. Pocas fueron las personas muertas ó gravemente lastimadas por el temblor; pero una de ellas fué nuestro buen P. Gonzalez, á quien la casa se le cayó encima y lo maltrató en gran manera. Aunque de complexion robusta, su edad de ochenta y tres años no le dió lugar á sanar de sus graves contusiones. Con gran paciencia sufrió su mal; y al mes de aquella desgracia, su alma voló á recibir el premio de sus trabajos y virtudes.

5. De un modo mucho más lamentable habia perdido su vida ocho meses antes el P. Juan de Urigoitia; uno de los que vinieron á España en el año 1815 para abrazar de nuevo, como lo hizo, el instituto de la Compañía de Jesús.

Habia nacido en esta ciudad de Santiago el año 1744, y de ella salió cuando el extrañamiento general del año 1767, siendo todavía H. estudiante (1). En Italia concluyó sus estudios con notable aprovechamiento; sobre todo en geografía, humanidades y retórica, de que fué profesor en Manresa los postreros años de su vida. En esta ocupacion dió á conocer el candor que habia conservado toda su vida, y el espíritu de devocion que lo caracterizaba. Concluida la clase, se llevaba á su aposento, por descanso de ella, algunos de sus discípulos, con quienes rezaba el oficio de la Virgen; concluido el cual iba con los mismos á visitar el Santísimo Sacramento; y despues salia á dar un paseo por el regadío de aquella ciudad (2). Todos admiraban la paciencia del venerable anciano, à quien jamás vieron alterado, ni siquiera en la clase; antes bien su semblante siempre jovial, aunque revestido de la gravedad correspondiente á sus años y estado, le granjeaba la voluntad y el respeto de todos, especialmente de la juventud. Era tambien muy aficionado á las obras de caridad; y muchas veces le habian oido decir que pedia al Señor por gracia especial morir víctima de ella. Otorgóselo, en efecto, la providencia divina tal como él lo deseaba; como se verá por el siguiente suceso, que podremos referir algo delaHadamente, por haber ocurrido en el lugar de nuestro nacimiento, siendo ya nosotros de alguna edad. Proclamada en el año 1820 la constitucion en España, y llegado el tiempo de elegir por el sufragio universal el ayuntamiento, ó como por acá decimos, la municipalidad de Manresa del año 1822, pretendió el Sr. Róten, capitan general de la provincia, que los nuevos regidores fuesen de sus ideas liberales, de las que no participaba la mayoría de aquel pueblo; y para ganar las elecciones destacó allá una division de siete mil hombres, á cada uno de los cuales, atropellando las leyes del caso, dió el derecho de sufragio, como si fueran vecinos de la ciudad. Entonces nuestros buenos y candorosos paisanos, hasta los sencillos labradores, que de ordinario no se ingerian en semejantes actos políticos, votaron todos contra la candidatura liberal, que, con sobrado motivo, consideraban como impía; con lo cual sacaron por regidores à hombres honrados y religiosos, de quienes estaban seguros que se ocuparian con gran cela en procurar el bien comun. Cuando Róten reconoció haber perdido las elecciones, montó en cólera; y resuelto á tomar venganza de la que él miraba como afrenta, no siendo más que un simple efecto del ejercicio de la soberanía popular, que tan solemnemente se proclamaba por las personas del gobierno á quien servia, trasladóse á la inocente ciudad, y en la noche de la pascua de Resurreccion hizo llamar con disimulo uno por uno á los regidores electos, y á cuantas personas eclesiásticas y seglares creyó que habian influido en su eleccion; y con el mismo disimulo los mandaba arrestar en el cuartel inmediato á la casa en que estaba alojado. En corto tiempo arrestó más de sesenta personas de las más respetables de aquella ciudad; entre las

(1) Actas del arresto de los jesuitas del colegio máximo, conservadas en el archivo del ministerio del interior.-(2) Testimonio del P. Mauricio Colldeforns, uno de aquellos sus discípulos.

cuales se encontraron dos PP. de la Compañía de Jesús, á saber, el P. Carchano y nuestro bondadoso P. Juan de Urigoitia. Por cierto que ninguno de los dos habia tomado la menor parte en aquel acto civil; mas, hallándose ambos por casualidad en casa de un honrado vecino, llamado D. Juan Miralles, suscitóse entre este y un liberal la cuestion de las elecciones, y los PP. se dejaron decir sencillamente que el pueblo no habia cometido ningun crímen en usar del derecho que la constitucion le otorgaba (1). Esto fué denunciado á la autoridad, y bastó para que fuesen apresados juntamente con los demás. Al salir de casa así que fueron llamados de noche por el capitan general, luego comprendió nuestro buen P. Urigoitia cuál seria la causa de aquella llamada intempestiva, y cuáles sus probables resultados; y preguntándole un H. coadjutor, que con ellos vivia, al abrirles la puerta, que á dónde iban, le contestó con la sonrisa en los labios: Vamos á Egipto, y vamos contentos; por ir con Jesús y María (2). ¡Tan persuadido estaba de que el haber dicho una verdad, que á nadie podia ofender justamente, les valdria en aquellas circunstancias el destierro! A las dos de la mañana mandó, efectivamente, Róten conducir todos los presos hácia Barcelona con una buena escolta, determinando nominalmente quiénes debian ir montados y quiénes á pié. Al ponerse en marcha presos y soldados entregó al jefe de estos un pliego, que debia abrir al llegar á los Tres roures, es decir, como á dos leguas de la ciudad, ejecutando allí mismo exactamente las órdenes en él contenidas. Estas eran que, despachando para Barcelona á los que iban montados, fusilase á los que iban á pié. A los dos jesuitas, de cuya no ingerencia en las pasadas elecciones estaba bien persuadido, les dió sus cabalgaduras; y en efecto, en ellas salieron de la ciudad. Mas, observando nuestro caritativo P. Urigoitia que el P. capuchino Fr. Luis de las Abadesas iba muy fatigado, le ofreció la suya. Rehusaba aceptarla el buen capuchino, así por su estado, como por respeto á la edad del jesuita, que era de setenta y ocho años; pero este supo ponderarle tanto su agilidad, muy superior por cierto á sus años, que lo obligó á aceptar el ofrecimiento, si quiera por un rato (3). Llegó entonces cabalmente el crítico é inesperado momento en que el comandante de la escolta hiciera con disimulo la fatal separacion, con la cual se cambiaron las suertes de los dos religiosos. El P. capuchino, destinado á la muerte, prosiguió su viaje; y el P. jesuita, cuyo destino era Barcelona, quedó con los veinte y tres, que dentro de pocos momentos fueron bárbaramente asesinados á balazos. He aquí cómo antes del amanecer del dia 8 de Abril del año 1822 murió este venerable anciano víctima de la caridad, segun él habia deseado. Consolémonos con la esperanza de que habrá ganado con su muerte, sufrida por tal motivo, una resplandeciente aureola, añadida á las muchas que habia merecido con las heróicas virtudes practicadas en el trascurso de su larga vida. En los últimos instantes de ella tuvo la felicidad de

(1) Así me lo contó el hijo de D. Jaime, que presenció el caso, y oyó la conversacion.— (2) Testimonio del mismo Hermano.-(3) Testimonio del mismo P. capuchino, á quien conocí por muchos años.

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