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SOBRE

REFORMAS EN CUBA Y PUERTO RICO

CELEBRADA EN MADRID EN 1866 Y 67,

POR LOS REPRESENTANTES DE AMBAS ISLAS.

CON UN PROLOGO

POR

UN EMIGRADO CUBANO.

SEGUNDA EDICION.

TOMOS 1 Y 29

NEW-YORK.

IMRRENTA DE HALLET Y BREEN
58 Y 60, CALLE DE FULTON

1877.

HARVARD COLLEGE LIBRARY

MAY 3 1917

LATIN-AMERICAN
PROFESSORSHIP FUND,

INTRODUCCION.

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I.

Tiempo es ya de reconocerlo: la época en que los pueblos podian ser gobernados meramente por medio de la fuerza bruta ha pasado ya, y ha pasado para no volver jamás, por mucho que pese á los que aún sueñan en nefandas instituciones, que hartos siglos duraron para baldon de la humanidad; por mucho que pese á los que aún sostienen que el hombre nace con deberes que llenar y sin derechos que exigir, como si ámbas palabras no fueran correlativas, como si el Sér Supremo lo hubiera lanzado á la tierra para que en ella viviese solitario, y como si no lo hubiera creado eminente mente sociable, racional y perfeccionable.

La sorda y encarnizada lucha entre la razon y la fuerza comenzó desde que empezaron los hombres á agruparse en sociedades. Si á veces quedó triunfante la primera por media de la brutal lógica de lá violencia y de las armas, poco á poco fué la segunda zapando las bases de los colosos de barro levantados por aquella, haciéndolos caer sucesivamente destruidos Ꭹ desacreditados; poco a poco fueron las sociedades recobrando, algunas veces por medio de la resistencia, las más por medio de las pacíficas conquistas de la civilizacion, los imprescriptibles derechos de que habian sido despojadas.

á

Dos palancas poderosas, dos fuerzas vitales indestructibles contribuyeron á llevar a cabo, en el terreno pacífico, estas lentas, pero decisivas conquistas de las sociedades modernas, el Cristianismo y la Imprenta.

Proclamó el Cristianismo el dogma de la igualdad, y no redujo esta igualdad á su concepcion raquítica y mezquina, nó: proclamó la igualdad de los hombres ante el Sér Omnipotente, que con sus leyes tan inmutables en lo moral como en lo material, rige la máquina maravillosa del Universo. ¿Y podia el hombre, que se consideraba creado á imágen y semejanza de su inmortal Creador, que se creia igual á todos los demás hombres ante

aquel, resignarse á ser inferior á otros hombres limitados y mortales como él? La igualdad humana, la fraternidad universal, estas eternas verdades prevalecieron desde un principio en los Evangelios, y ellas solas hubieran bastado para extenderlos de una manera indestructible por todos los ámbitos de la tierra.

Cuando bajo la planta de los bárbaros del Norte cayeron desplomados, junto con el corrompido Imperio Romano, el derecho, la justicia y la civilizacion del antiguo mundo, se hallaba ya felizmente la inmensa mayoría de aquellas hordas convertida al Cristianismo; ya este gérmen fecundo se hallaba arraigado entre ellas y habia empezado á fructificar. Vénse entónces brillar, áun en medio de los más salvajes excesos de la fuerza bruta, ciertos fecundos principios que más tarde debian dar sazonado fruto. La Iglesia recogió en su seno y logró salvar los restos de la antigua civilizacion de las vandálicas depredaciones de aquellos bárbaros, que si bien nada humano respetaban, humillaban su frente ante Dios, tal cual lo comprendian, sin encontrar en ello desdoro. Teodorico doblaba su cabeza ante el obispo de Roma; los bárbaros de Alarico depositaban en el altar de San Pedro los objetos robados en el saqueo de la capital del mundo; el altivo Clodoveo ponia en tierra la rodilla ante St. Remy: la fuerza bruta se doblegaba ante la fuerza moral triunfante.

La Iglesia cristiana, democrática por excelencia, luchó por regla general en favor de los fueros de la razon. Si posteriormente abandonó á veces esta noble causa que el Evangelio le habia encomendado; si ofuscada algunas veces por ambiciones indignas, por pretensiones dominadoras, pudo ligarse con la fuerza, pronto volvió á la recta senda y á hacer causa comun con la razon y la justicia, abriendo universidades, fundando colegios, en una palabra, educando los pueblos y difundiendo la ciencia y la civilizacion junto con la palabra de Dios, hasta los más remotos límites del mundo en tónces conocido.

Pero desgraciadamente esos abusos de muchos de sus miembros, que se ligaron con las potestades de la tierra para sojuzgar á los pueblos, embruteciéndolos, le habian hecho perder gran parte de la influencia moral que ejercía y habian amenguado considerablemente el prestigio del Cristianismo, pues durante los siglos XII, XIII y XIV los pueblos, en vez de conocer de él las inefables y evangélicas doctrinas del Salvador, solo veian reflejar omi nosamente su influencia en las cruzadas, que asolaron y despoblaron la Europa, en las persecuciones de los Albigenses y otros heréticos, en las guerras de religion y en las feroces orgías del fanatismo inquisitorial.

Pero llegó el siglo XV, siglo destinado á representar uno de los más importantes papeles en la historia de la humanidad; siglo del verdadero

renacimiento de las artes y las ciencias; siglo del descubrimiento de Amé. rica; siglo del hundimiento del feudalismo en casi toda Europa; siglo de la emancipacion de la inteligencia; siglo, por fin, de la invencion de la Im prenta.

La Imprenta! Su primer servicio á la humanidad fué hacer posible la lectura de los Evangelios á todas las clases, y llevar sus inefables dogmas desde el alcázar de los magnates hasta la choza del mendigo, desde el campamento del soldado hasta el bajel del navegante y hasta los inmundos calabozos en que, sumidos entre cadenas, yacian los defensores de los fueros de la razon.

Así es que, comprendiendo el grave peligro en que se hallaba su existencia, todas las dominaciones ilegales, todas las potencias materiales, todas las fuerzas brutas se coligaron inmediatamente contra ella, para impedir llegasen á esparcirse sus bien hechores destellos. Por eso vemos inmediatamente perseguidos por medio de la violencia á los que solo tratan de persuadir por medio de la razon. Elévanse patíbulos, enciéndense hogueras, y en nombre de un Dios todo bondad y mansedumbre, y en nombre de los que pretenden ser los elegidos de ese Dios, llénanse los calabozos de mártires, muchos de los cuales mueren en espantosas torturas sin renegar de su razon ni de su fé en la palabra de Dios.

Empieza entónces con más energía la terrible lucha entre oprimidos y opresores, pero esta vez los primeros tienen á su favor, no solo la razon, siuo sus persecuciones, no solo la justicia, sino el conocimiento de ella, y fuertes con estos auxilios, por necesidad habian de ser invencibles.

II.

España, triste es decirlo, España, que si no la primera, fué por lo ménos una de las primeras naciones de Europa que reconoció en inmortales códigos los fueros de la justicia y de la razon, fué casi la última á quien alcanzaron los inmensos beneficios de la nueva era.

Una série de monarcas, de gran inteligencia los unos, pero profundamente malvados é hipócritas ó profundamente déspotas, é imbéciles herederos los otros, de un colosal poder que no pudieron sustentar con sus raquíticos. hombres y mezquinas inteligencias, formaron una liga monstruosa con la iglesia temporal, que fué doblegada por los primeros á sus exigencias, y que, á su vez, doblegó á los últimos, convirtiéndolos en meros instrumentos en manos de hábiles confesores.

Tanto Fernando V, que solo irónicamente pudiera llamarse el Católico, como sus descendientes Cárlos I y Felipe II, no tuvieron más objeto durante

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