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y espesor de los muros; y en cuanto al cementerio lo ponen los documentos en una huerta, junto al convento de la Merced, donde aún no se han practicado escavaciones de interés histórico.

No sucede lo mismo con las murallas y castillo, que además de probar la extensión y fortaleza de la ciudad, no se dá un paso sin que se tropiece, ó con restos de robustas edificaciones, ó con reliquias de cerámica de pura fabricación árabe; alguna de estas recogimos para el Museo provincial. En cuanto al castillo propiamente dicho, salta á la vista que hubo dos fuertes, el mayor y principal en el cerro más alto, y otro de menos importancia en el punto que los naturales llaman plaza de armas, ambos unidos por un muro y quizás también por una mina. En la parte que queda en pie del castillo pudimos observar que está construído con iladas de cal y canto de 57 centímetros de espesor cada una, dando una altura total de 14 metros; aparece también en el cubo y muros que restan, un revestimiento de uno á dos pies de espesor hecho de piedra y yeso, construcción especial que nos llamó la atención, pues en todas las otras ruinas aparece usado el yeso de preferencia. No pudimos visitar por falta de tiempo el ya conocido cerro de Albarañez (Albar-Fañez.)

Veinticuatro horas había estado en Huete, cuando tuve que subir en el tren para regresar á esta ciudad, donde me llamaban con urgencia otras obligaciones, suspendidas durante doce días.

El P. Fita emplearía la tarde del día 3 examinando los documentos de los archivos para salir hacia Madrid el 4 por la mañana.

Cuenca.-1888.

BLAS VALero.

SECCIÓN VARIA

El General Zarco del Valle

Estudio biográfico (1)

(Continuación)

III

No es fácil descubrir en la historia española de nuestro tiempo situación como la de 1820 á 1823. Contra las ideas liberales proclamadas en las Cortes de Cádiz, se había levantado horrísono clamoreo en muchas clases de la sociedad, en las masas populares sobre todo, ignorantes aún de los beneficios de la libertad bien entendida, en su ejercicio moral y material, no poco difícil, por otra parte, y peligroso. Pero como no faltaban tampoco en nuestra patria quienes la comprendieran y se mostraran dispuestos á usar de ella, y hasta á imponerla á los demás, se crearon antagonismos tales entre los españoles, dados siempre á todo género de discordias, que no era fácil conocer, entre el fogoso entusiasmo de los unos y la resistencia ó el desprecio de los otros, de qué lado se hallaba la razón, dónde la conveniencia para los gobernantes y para los gobernados. El talento arrastraba á los menos; el respeto á lo inveterado y la costumbre á los más. ¿Quién, así, se atrevería á predecir la suerte de aquellas ideas, puesta en las manos de un hombre, enigma viviente, encerrado hasta entonces en los misterios de lo desconocido, omnipotente por su calidad, su prestigio y el respeto y el amor de todos?

Los primeros conceptos expresados por Fernando VII desde su paso del Fluviá, los gestos que pudieran observársele, á pesar del do

(1) Véase el número 6.o de esta Revista.-1.o de Marzo

minio que ejercía sobre sí mismo, las miradas, espejo de aquel fondo de hiel, formado en su corazón por contrariedades de familia, educación mal dirigida, rencores que la debilidad, mejor que la desgracia, engendra en la impotencia, y los largos aislamientos del cuerpo y del espíritu, revelaron á los primeros de sus vasallos que le salieron al camino su disposición de ánimo en la grave cuestión que se iba á presentar á su resolución; la del mantenimiento ó el destierro de las leyes formadas sin él, por otros que él sancionadas, y puestas, acaso, contra él en ejercicio. Y los inteligentes, desde el primer momento, y las muchedumbres después, á su imitación y ejemplo, tirando de su coche y cubriendo la via de flores en muestra de su delirante amor y de su más humilde acatamiento, le convencieron de que España, la que llamaban verdadera España, era refractaria á innovaciones que, en su con cepto, rechazaban el honor y la lealtad de la inmensa mayoría y la mejor y más sana parte de sus hijos. Y esás manifestaciones del espíritu público, el continente que presentaba el ejército en las localidades que cruzaba, según la opinión de sus jefes, y los consejos que oía en su camino de Gerona á Valencia, llevaron á Fernando á firmar el decreto fatal que acabó con las Cortes.

Lo hemos dicho en otra parte: «Si no admite disculpa la ingratitud de Don Fernando para con muchos de los que se sacrificaron por él en la guerra de la Independencia, la tiene el decreto de 4 de Mayo de 1814, más que espontáneo en el Rey, sugerido por la nube de consejeros que se le fueron abocando desde su entrada en España, entre los que el Cardenal Borbón, Palafox y Copons, que defendían la Constitución y las Cortes, quedaron en una minoría verdaderamente microscópica. No pocos de los Grandes de la comitiva real, varios Generales á la cabeza de sus respectivos ejércitos, un pueblo inmenso que de todas partes acudía á vitorear á Fernando como Rey absoluto, y hasta un número considerable de los mismos Diputados á Cortes, los de la célebre representación de los Persas, fueron desde Cataluña y Aragón, en las juntas de Daroca, de Segorbe y Valencia, disponiendo el ánimo del Rey á las medidas que, de conciliadoras en el texto de aquella disposición desventurada, pararon en las violentas y arbitrarias realizadas en Madrid los días 10 y 11 de aquel mes de triste recordación.>>

¿Cómo no había de seducirle el espectáculo que se ofreció á sus ojos en aquella que pudiéramos llamar marcha triunfal? «No hollaban sus piés, dice la historia de Fernando VII que se atribuye á D. Estanislao de Cosca Bayo, una nación libre y orgullosa de sus derechos, que pospone los hombres y las cosas al augusto imperio de la ley: las señales más humillantes de la esclavitud de Oriente revelaban que el vulgo quería un señor que, entre las libreas, los azotes y la horca, mezclase las dádivas de Palacio y los empleos vendidos al favor. Necesario era un espíritu fuerte é ilustrado para no embriagarse con el humo de tanto incienso; para no adormecerse entre los perfumes de los arcos levantados, entre la armonía de las músicas militares, el atronador clamoreo de la multitud y los plácemes de los mandarines hincados de rodillas.>>

Ahora bien; del imperio despótico ejercido por el Rey Fernando de 1814 á 1820, figúresele el lector más frío pasando á la circunspec

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ción, no queremos llamarla de otro modo, de un Soberano constitucional, sin otra independencia, dígase lo que quiera, que la del espíritu en una sociedad que recobra la suya por un golpe de fuerza y tras largos años de sujeción, casi, casi de esclavitud.

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Las relaciones, pues, entre Fernando y sus Ministros, debían ser muy vidriosas, y lo fueron, con efecto, durante la época entera en que rigió un sistema tan dado en sus ensayos, y aquel era el primero, á producir rozamientos entre los poderes que lo constituyen. El Rey no se conformaba á desprenderse de atribuciones que creía inherentes á su dignidad, y las Cortes, que fueron inmediatamente congregadas, y los Ministros, exigían los fueros de su iniciativa legislativa y de su acción gubernamental.

En el primer ministerio, de que entraron á formar parte algunas de las eminencias políticas que más habían brillado en las Cortes de Cádiz, le fué confiada la cartera de Guerra al General Marqués de las Amarillas, ausente por entonces de Madrid. Y mientras el Marqués, llegando á la corte, tomaba posesión de cargo que muy pronto habría de dimitir, le fué este consignado al Brigadier Zarco en calidad de interino para, á los pocos días, recibir el nombramiento de Subsecretario, dádole, más que por imitación á otros paises, por no desprenderse de una persona tan autorizada en el ejército, y que el mismo Rey, á la vez, había elegido como de toda su confianza por su ilustración y lealtad.

Hoy todo el mundo conoce el servicio y las atribuciones del Subsecretario en un ministerio; pero desconocido entonces ese cargo, la tarea del que lo desempeñase debía de ser forzosamente árdua, por lo innovadora en las funciones de un centro que, como el de la Guerra, las desempeña tan múltiples é importantes. Por eso el Brigadier Zarco hubo de establecer un sistema radicalmente nuevo en los trabajos de la secretaría que, por fortuna, fué aprobado y, como en aquel, puesto en práctica en varios de los demás ministerios, con ventajas innegables para el despacho y los servicios confiados á cada uno.

Subió de punto cada día el desacuerdo entre el Rey y los Ministros: ni el Monarca podía acostumbrarse al papel de editor de ajenos propósitos, ni sus consejeros á los contínuos desaires que les hacía, apoyados por las nuevas muchedumbres que no querían reconocer más inviolabilidades que la suya, sostenida en aquellos momentos por la fuerza. Un solo Ministro merecía la consideración de Don Fernando, y ese era el Marqués de las Amarillas que, por lo mismo, y por haber firmado la disolución del ejército expedicionario, fautor de la revolución de Enero en Andalucía, adquirió la impopularidad que es de suponer, y de que no quisieron participar sus compañeros, á pesar de haberse tomado aquella medida y la del licenciamiento de las Milicias provinciales en Consejo de Ministros. Le relevó el General de Marina D. Cayetano Valdes, que ocupó su puesto el 23 de Septiembre de 1820, quedando, mientras llegaba, encargado del despacho del ministerio, D. Evaristo Perez de Castro, que desempeñaba el de Estado. Muy pronto, sin embargo, tras las escandalosas escenas del regreso de la familia real de su expedición á El Escorial, cuando, cerrada la legislatura de las primeras Cortes, los mismos Ministros aparecieron como

EL ATENEO-TOMO II

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los mayores enemigos del Rey, Zarco del Valle volvió á las mismas funciones que había ejercido en ausencia de Amarillas. «El maquiavelismo del cetro, dice un historiador enemigo del Rey, contagió sus pechos (los de los Ministros), é imitáronle, para desdoro suyo, jugando con los mismos dados y olvidando los principios con tanta elocuencia demostrados en las Cortes, dos meses antes, por ellos mismos.»

Pero, aun siendo grata al Rey su participación en los asuntos de Guerra, calcúlese cuán necesarios no se le harían á nuestro ilustre amigo aquel atractivo de sus maneras, de su admirable facundia, de su espiritu conciliador y de su ingenio. En tan difíciles circunstancias. no tuvo ni un tropiezo siquiera con el Rey ni con los Ministros, obteniendo, por el contrario, de todos, la mejor acogida y las consideraciones más lisonjeras. Hasta las Cortes se las demostraron tan distinguidas, que le propusieron para el Consejo de Estado, á que estaban autorizadas por la Constitución en el capítulo VII, según las categorias y clases señaladas en uno de sus artículos.

Todavia le esperaba una distinción mayor que le proporcionaron los sucesos, que muy pronto dieron lugar á una alarma, no poco justificada, en las grandes potencias de Europa, celosas de la paz general, de que se consideraban responsables, y del principio de autoridad, de que se tenían por los representantes más legitimos.

Portugal quiso tener su ley fundamental constitutiva, semejante á la nuestra de Cádiz, apropiada al carácter peculiar de sus hijos; y el reino de Nápoles la proclamó idéntica, y la hizo jurar á su soberano en 1.o de Octubre de aquel mismo año de 1820. Austria y Prusia, Rusia y Francia, no tardaron en ponerse de acuerdo para sofocar un fuego que, prendido en el Occidente, podría extenderse á toda Europa, más que por otra causa, por la proximidad á Francia, donde las ideas liberales habían tomado carta de naturaleza, y aun ejercido desde 1789 una propaganda que había exigido mares de sangre para ser neutralizada pri mero y, por último, reprimida. En Troppau, pues, desde el primer momento, y en Laybach luego, en presencia ya del Rey de Nápoles, decidieron los plenipotenciarios, allí convocados, la destrucción del gobierno representativo en Nápoles y la guerra, si para ello se consideraba necesaria; intervención que la Santa Alianza haría en Verona dos años después extensiva á España.

Nápoles se propuso resistir la invasión, que se preveia, de un ejército austriaco en representación de los soberanos aliados; y, para mejor conseguirlo, pidió al Gobierno español un general experto en los procedimientos de la defensa nacional, de que pasaba por el modelo más acabado nuestra guerra de la Independencia, general que se trasladara á aquel país con el carácter, además, de embajador, ya que no lo había por entonces. Y el elegido para misión, si honrosa para un militar, difícil y comprometida aun para el más experimentado y sabio, fué Zarco del Valle que, para mayor representación, obtuvo el empleo de Mariscal de campo, si no ganado, como otros, en el campo de batalla, adquirido por consideraciones de tal importancia, que pudieron halagarle hasta lo sumo, pues que parecía la recompensa del valor, del talento, de servicios anteriores eminentes y de un concepto elevadisimo en la opinión del Gobierno de su nación.

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