Imágenes de páginas
PDF
EPUB

zación, que en todas partes ha prometido más de lo que ha dado, no resulte una gran ilusión, ó mejor dicho, un gran desengaño en Filipinas.

Las leyes de colonización están reducidas á Reales Cédulas dictadas á principios del siglo y para colonias que se encontraban en situación muy diferente de la que hoy reina en Filipinas; respecto á estas provincias, puede asegurarse que el Gobierno jamás se ha ocupado seriamente en esta cuestión, desde que existe el Ministerio de Ultramar. A los chinos se protege acaso más y se les pide menos que á los peninsulares, circunstancia que debe variar para que la colonización sea posible y dé los resultados que apetecemos. Junto á estas cuestiones que exigen inmediata resolución, parécennos de poca importancia las meramente políticas, porque si bien es preciso que las colonias estén de alguna manera representadas ante la Administración central, la forma de semejante representación pueser de formas diferentes.

La emigración de españoles á Filipinas, durante el período de nuestra dominación, no ha formado una verdadera corriente. En nuestros mismos días se deportó á las islas á personas culpables de delitos políticos, ó más bien, sospechosos de estos delitos; y, entonces y ahora y siempre, no vemos que vayan á las listas más que militares, empleados ó eclesiásticos provistos de beneficios en aquellas iglesias. Esto no es emigración en el sentido que hoy se da á esta palabra, esto no puede producir en manera alguna la duradera superioridad del elemento europeo, ni variar la forma de las instituciones indígenas. El Gobierno ha prohibido que adquieran bienes inmuebles en Filipinas las Compañías extranjeras, y no hemos de dirigirle por ello la más insignificante censura; pero, en la cuestión de ferrocarriles primero, y después en la de las Carolinas, ha abierto la mano, y para estas islas rige un principio directamente opuesto al que se aplica, al menos en los términos de la ley, á las demás islas.

Cuando una nación, en uso de indudable derecho de soberanía, dicta semejantes disposiciones, se halla obligada á dotar á sus colonias de los elementos de producción y civilización propios de los adelantos modernos.

Blumentritt entiende que las Filipinas deben recibir colonos; pero, después de rechazar á los pueblos orientales y á los europeos extranjeros y á los españoles, á cada cual por las causas indicadas, opina que debe trasladarse la población de unas islas á otras, lo que ciertamente no hubiera ocurrido á los que tomasen su escrito para leerlo. No niega que en la misma isla de Luzón, es preciso consolidar la dominación española, y pasar de cordillera en cordillera y de uno en otro valle con la bandera española, plantando nuevos jalones en el camino de la civilización, pero desconoce también en este punto la lenta y eficaz labor de las órdenes religiosas. Un escritor moderno, Recur, nos ha contado la vida de uno de esos héroes, á quienes recordará siempre la religión, porque es del cielo, pero pocas veces la gratitud de la patria.

Como se ve por estas observaciones, el Sr. Balbín de Unquera desea que los emigrantes españoles vuelvan los ojos y los pasos á Filipinas, sin lo cual, el progreso de este imperio oceánico será mucho más lento de lo que ser debiera. Ningún pueblo extranjero puede hacerse allí tan simpático ni ser tan hospitalariamente acogido como los españoles. Falta que éstos hagan voto de permanecer entre los indígenas, ó al menos, que re

nuncien á volver inmediatamente á la patria; pues el que tal piensa, no se arraiga en el país, ni mira como debe por sus intereses. El prestigio de las órdenes religiosas en gran parte consiste en que sus individuos renuncian á salir de Filipinas, si otra cosa no les mandan sus Prelados.

El Sr. Balbín de Unquera recordó que poco há se ha tratado de colonizar la isla de Paragua, descrita por Marche en una obra especial, que, á pesar de estar redactada en francés, seguramente ha sido poco leida en España. La Sociedad Geográfica de Madrid ha secundado las miras del Sr. Canga Argüelles, al que también se dirigen algunos párrafos de Blumentritt y de quien debe esperarse que la isla reciba en sus materiales intereses gran desarrollo. Pero es necesario que allí, como en todas partes, se ponga la tierra en condiciones de poder servir á los labradores que proceden de países cultos, y que se esparzan entre el pueblo y las clases que se hallen dispuestas á emigrar, las noticias sin las cuales puede asegurarse que van como vendidos los que, en busca de mejor fortuna, dejan sus hogares.

España conservará, como siempre lo ha hecho, la población indígena. En Filipinas ha conservado, no solamente la anterior à la conquista, sino también la que precedió á aquella, bien al contrario de lo que han hecho los ingleses en los Estados Unidos, y sobre todo de lo que han hecho los americanos. De los salvajes que habitaban el territorio de la gran Confederación, apenas 500.000 se conservan, según los cálculos del Indian Office y los que hoy representan las antiguas tribus están como acorralados en un territorio. Los mormones han emprendido ya uno de sus grandes éxodos, y en este último han salido del territorio de los Estados Unidos para establecerse en el mejicano. Es decir, que ni á los idólatras, ni á los más ó menos cristianos, permiten desarrollarse, ni siquiera vivir, cuando sus intereses son opuestos á los de la invasora República. En cambio, los indios de las Pampas llegan hasta las puertas de Buenos Aires; y en el Perú, en Chile y en otros Estados, no ha disminuído considerablemente la población verdaderamente americana. La extensión de las Islas Filipinas, según el Statesman's Year Book de 1878, es de 114.326 millas cuadradas inglesas, y su población de 7.500.000 habitantes. Las Islas de Joló tienen 950 y 75.000 respectivamente; las Carolinas y Palaos 560 y 36.000, y las Marianas 420 y 8.665 por los dos referidos conceptos, sumando todas nuestras posesiones en la Oceanía 116.256 millas cuadradas y 7.619.665 habitantes. El mismo libro calcula la extensión de las líneas telegráficas de Filipinas en 720 millas y en 16 las de ferrocarriles. Ya sabemos á qué atenernos respecto á este dato, por lo que antes dijimos de la línea ferrea de Manila á Dagupan.

La inmigración en la República Argentina desde 1876, da las cifras siguientes: 1876, 30.965.-1877, 28,798.-1878, 35.876.-1879, 50.205.1880, 41.615.-1881, 47.489.--1882, 59.843.-1883, 73.210.-1884, 103.189.— 1835, 130.222, y 1886, 93.116; entre estos últimos se cuentan 43.328 italianos, 9.895 españoles, 4.662 franceses y 1.284 suizos.

Según el censo de 1881, la población argelina es 3.254.934 habitantes; de ellos son franceses 195.418, y españoles, 109.166. Lo elevado de esta cifra no necesita comentarios. Desde 1876 la población francesa ha tenido un aumento de 39.691 inmigrantes, y la española otro de 15.655; pero hay que tener en cuenta que mientras el de los franceses se debe en gran parte á

nacimientos en la colonia africana, el de los españoles se debe, casi enteramente, á la inmigración.

El autor del artículo Emigración en el Diccionario de Economía Política, llamado de Cocquelin y Guillanmin, piensa que «los Gobiernos no están llamados á dirigir las emigraciones, ni siquiera á favorecerlas más que á otras empresas agrícolas, industriales y mercantiles. Sin duda los emigrantes abandonados á sí mismos, hacen un deplorable aprendizaje; muchos miles perecen por haberse dirigido á países en que no pueden aclimatarse, ó por no haber tenido en cuenta los dificultades que habrían de vencer; otros, mal informados acerca de los salarios que podrían obtener, lejos de su patria agravan los males de que se afligen, en vez de disminuirlos; pero el aprendizaje es necesario en todo género de empresas, que encuentran al fin el provecho que buscaban, en cuanto enseña los escollos que por todas partes se presentan y el camino que se ha de seguir.» Así dice Molinari.

De cuanto se ha expuesto, puede inferirse que la emigración á la colonia francesa de Argel, lleva trabajo y capitales de España á un país que no ha de ser nuestro, ni por la soberanía, ni por la influencia, á un país que pudo ser español, si nuestros gobernantes no hubiesen distraído su atención en el continente americano, y que no debe autorizarse ni favorecerse en manera alguna; que el primer puesto en las Repúblicas hispano-americanas ya no es para nuestros compatriotas, porque el comercio, en sus principales ramos, ha pasado á ser de Francia, Inglaterra y Alemania, y los italianos desalojan á los españoles de los Estados del Plata, formando verdaderas colonias, tanto más útiles para la península de los Alpes y de los Apeninos, cuanto que nada gasta en ellos el presupuesto oficial; que se ha tratado de favorecer la inmigración española en Cuba, sin que se haya conseguido el propósito del Gobierno ni el de los capitalistas que se interesaban en el asunto, y que solo las Islas Filipinas son las que pueden hoy ofrecer esperanzas á nuestra emigración. La travesía se ha abreviado extraordinariamente, y aunque de una manera lenta, se van asimilando á las de la Península varias importantes instituciones de aquel Archipiélago. Por grande que sea la ambición colonial de las grandes potencias de Europa, en la Oceanía hay tierras con las que puede satisfacerse, y no es de temer, por tanto, que con un Gobierno amante y medianamente cuidadoso de los intereses del país, se vea en peligro nuestra dominación en aquellas regiones. Tiempo es ya de que el capital moral y material acumulado durante tres siglos, se aproveche por la generación contemporánea, y de que si el Gobierno se cree llamado á intervenir en el fenómeno económico y políticode la emigración, la dirija más bien al país filipino que á ningún otro, donde nuestros hijos coadyuvarían al engrandecimiento de naciones tal vez enemigas, ó por lo menos de intereses contrarios á los de nuestra patria.

Tal fué en resumen la conferencia del Sr. Balbín de Unquera, que considera posible y aun fácil y conveniente la emigración española al Archipiélago filipino, si el Gobierno se fijase en este asunto y se reformase la legislación, de acuerdo con las indicadas observaciones. En cuanto à la comparación que de esta pudiera hacerse con la que se dirige à las naciones americanas, debe tenerse por indudable que la de Filipinas es la más ventajosa, lo mismo para el Estado que para los individuos, porque aquél

sólo así consolida la soberanía de la nación, y estos pueden hallar más amplios horizontes, siempre á la sombra del pabellón de la patria. Para mejorar la suerte de los españoles que se dirigen al nuevo continente, es preciso vencer animosidades y deshacer preocupaciones y tratar con Gobiernos. extranjeros; para lograr el mismo resultado en Filipinas, basta mejorar nuestra administración ultramarina, y comenzar por dedicarle particular estudio. El Sr. Balbín de Unquera confía en que España, la más grande de las potencias coloniales en los pasados siglos, no será la última que en el nuestro acometa la investigación del problema sobre que versó la conferencia, y del que, sumariamente, hemos enterado á nuestros lectores.

SECCIÓN DE CIENCIAS EXACTAS, FÍSICAS Y NATURALES

El Fomento de las Artes

Las fuerzas vivas y las fuerzas muertas

Extracto de la conferencia dada en dicho centro el 7 de Enero último
por D. Juan Navarro Reverter.

Expuso el orador, en un breve exórdio, su complacencia en acceder á la invitación del digno Presidente, su amigo Sr. D. Rafael María de Labra, y en contribuir á la noble tarea de El Fomento de las Artes, y su dolor por no sentirse con facultades para hacerlo tan dignamente como los doctos profesores que habían ocupado aquel sitial, cuyo saber y cuya doctrina, presentada en líneas de luz y con brillantes colores, iba á mezclarse ahora con las lineas de sombra y el fondo obscuro de la árida y desaliñada conferencia del orador. Por eso reclamó la benevolencia del auditorio, entrando á explicar los conceptos de las fuerzas vivas y las fuerzas muertas y su función en los fenómenos de la Naturaleza.

Pasó revista á los variados sentidos que se da al vocablo fuerza, y para definirla con exactitud, la hizo derivar de la noción del movimien to. Descritos los movimientos relativos, y el absoluto, con numerosos ejemplos tomados de las más frecuentes acciones de la vida de relación, como el movimiento de los buques que se alejan de las costas, y el movimientos de los trenes que cruzan valles y montañas, dedujo los elementos externos y definidores del movimiento, á saber, la velocidad y la trayectoria; el tiempo y el espacio. Enunció la ley llamada de la inércia de la materia, y fundado en ella asentó que, fuerza es toda causa capaz de producir el movimiento ó de suspenderle. Estudiando las fuerzas de la Naturaleza las agrupó en físicas, químicas, mecánicas y fisiológicas, y detalló las de cada grupo inquiriendo sus causas proba

« AnteriorContinuar »