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SECCIÓN VARIA

El General Zarco del Valle

Estudio biográfico (1)

ཡབ་ཤ。

(Conclusión)

IV

No vamos á distraer á nuestros lectores con la narración de los sucesos que inmediatamente siguieron al que puede pasar por de los más trascendentales del presente siglo, aun habiendo este sido tan accidentado y dramático. Urge acabar este escrito, no poco enojoso ya, y sería imperdonable detenernos en describir un período, como aquel, de transición tan violenta y borrascosa. Asomó inmediatamente su hedionda faz la guerra civil, si provocada por intereses, como personales, bastardos, sostenida por ideas que no habían tenido aún tiempo de desarraigarse en pueblo tan conservador de su antigua manera de ser como el nuestro. La provocación había de tener sus represalias, y los provocados las ejercerían en proporción de su fuerza, con lo que se creó un estado político de los más funestos y, lo que es peor, tan largo, que se temió no acabara sino con la independencia misma de la patria.

Bajo esos auspicios se comenzó la restauración de la obra iniciada. en Cadiz entre el fragor de la guerra é interrumpida dos veces, sin gloria para la Monarquía absoluta ni crédito tampoco para la soberania del pueblo que, aún ejerciéndola alternativamente otras dos veces, no parecía preparado á gozar de un beneficio cuyo uso, al decir de un historiador filósofo, es tan dificil y cuyo abuso tan amargo.

(1) Véase el número 7.o de esta Revista.-15 de Marzo,

La Reina Cristina quiso en los principios de su Regencia caminar despacio en la árdua tarea que el cielo la había encomendado. Su perspicacia la aconsejó no consentir en la explosión de las pasiones políticas que habrían de despertarse en nuestros partidos después de diez años de una intolerancia política como no se había hasta entonces conocido. Pero no era fácil adoptar temperamentos de moderación, cual los á que se inclinaba la excelsa Princesa y había señalado durante la enfermedad del Rey, porque, alzándose en armas los partidarios del Infante Don Carlos, habrían naturalmente de provocar la acción enérgica de los liberales y la marcha rápida, por consiguiente, de la transformación que inmediatamente se inició en los procedimientos gubernamentales que informaba la presencia de ellos en el poder. Así es que á los pocos días de celebrarse los funerales de Fernando VII y de yacer su cadaver en la régia cripta del Escorial, se formaba un Ministerio en que, no sin oposición de su parte, entró el general Zarco al frente, siquier interinamente, de los ramos de Guerra y de Marina.

¡Cuál no sería el concepto que merecía el general Zarco á la opinión pública para, no siendo más que mariscal de campo, confiarle la dirección de los dos elementos más activos en la grave contienda que se iniciaba, el Ejército y la Armada!

Y lo que es el talento en cualquiera dirección que se le imprima; tocó al general Zarco ser el primero en adoptar para el servicio de la Marina la acción del vapor. Pasarían todavía años y años sin que cayeran de los labios de, por otro lado, insignes oficiales de nuestra armada las excelencias de los buques de vela, y varios lustros construyéndose los que, en su comparación con los impulsados por el nuevo motor, acabarían por considerarse boyas con alma, impotentes para combatir á los nuevos ingenios. Esa es una gloria que no puede arrebatarse á la administración del general Zarco en la marina, aún no habiéndola ejercido más que dos meses y en el concepto, siempre debil, de la interinidad.

La guerra era, con todo, la atención que consumía la mayor parte del tiempo que le era dado dedicar á la gestión de los infinitos asuntos encomendados al Ministerio, cuando se precipitaban los sucesos y se hacían más y más urgentes el asiento y la consolidación de las instituciones que iban á asegurar el trono, tan reciamente combatido, de Doña Isabel II. Los recursos militares que halló á su entrada en el Gobierno, así los personales como los referentes al material, eran tan exiguos en proporción á las necesidades que de día en día iban sintiéndose, que se hacían necesarias una gran inteligencia y una actividad febril para aumentarlos hasta lo que aquellas exigían. Un elemento existía, sin embargo, eficacísimo con que superar circunstancias tan difíciles como las que atravesaba el país; el espíritu que desde los primeros momentos reveló el ejército en favor de la causa liberal, sustentáculo el más fuerte del trono de la augusta hija de Fernando VII. Era, es verdad, muy pequeño aquel ejército; pero no cabían en sus organismos y en su composición ni mayor armonía ni ajuste más acabado de sus resortes para crear un todo homogéneo y sólido en su moral militar y, de consiguiente, en su fuerza. ¿Qué mejor

prueba de sus excelencias que el haber recibido los aumentos necesarios en siete años de una guerra desoladora sin variar su organización sino en contadísimos elementos? Para que nada le faltase, sumaba con el ejército activo una reserva, la de las milicias provinciales, que si hoy rechazan las instituciones políticas de estos tiempos, era en aquellos la militar más eficáz, todo lo cabal que puede esperarse de organizaciones cuya perfectibilidad depende de tan diversas, y, á veces, contradictorias circunstancias.

Pues bien; el general Zarco aprovechó esas cualidades de nuestro ejército con tan rara habilidad, que no solo mantuvo su excelente espíritu en los momentos críticos de una transformación política tan radical como la que se estaba verificando desde la muerte del Rey, sino que la dotó de mayor fuerza numérica, de una administración de que, por lo imperfecta, puede decirse que carecía, y de material de todos géneros que se consideraba imposible proporcionarle en tan corto espacio de tiempo.

Y no era porque faltasen á nuestro Gobierno atenciones á qué dedicar su estudio y previsión; porque la exigía, y muy grande, la intervención en Portugal, donde el Emperador Don Pedro luchaba con su hermano menor Don Miguel, en condiciones que sacó triunfantes la gestión próvida y eficaz del Ministro de la Guerra español. «Suyos, dice un escrito biográfico sobre el general Zarco, inmediato á su fallecimiento, suyos fueron exclusivamente los planes de operaciones que en aquella campaña se siguieron, y á ellos se acomodaron las fuerzas portuguesas, que al mando del Duque de Terceira partieron de Oporto y obraron en combinación con los españoles: la dirección de dichas operaciones fué nueva y atrevida, pero eficaz y coronada por el éxito, dando lugar á la batalla de Asesaira; pudiendo asegurarse que la suerte de los Principes Don Carlos y Don Miguel hubiera quedado definitivamente decidida sin la capitulación de Evora, verificada poco antes de que llegaran allí las tropas españolas que pasaron el Tajo en persecución de los fugitivos.»>

Eso no era nada para lo que necesitaba hacerse en España. Si en un principio se creyó posible sofocar la sublevación carlista, no tardó en verse cómo crecía con las ambiciones, las discordias y rencores que comenzaron inmediatamente á despertarse en el campo liberal. Sucediéronse en el mando de los ejércitos de operaciones Generales muy acreditados hasta entonces y que vieron fracasar en aquella guerra los talentos, la actividad y la energía que habían revelado en las anteriores. No se tomaba, sin duda, en cuenta lo que influyen las condiciones de una lucha y las circunstancias y los campos en que se ejerce para aquilatar las aptitudes de sus campeones. Sarsfield, Quesada, Valdés, Rodil, cuantos se abocaron al país vasco-navarro, en que algunos de ellos habian combatido con éxito, pasaron cual meteoros por él sin influir, como esperaban, en el ánimo de los habitantes, y menos en el resultado de una contienda en que el cambio de causa acababa con el prestigio, que suponían, de sus nombres, por el recuerdo de sus servicios y hazañas. Con eso y con el aumento que recibían los carlistas de los partidarios suyos, todavía platónicos, de las demás provincias, los descontentos de las capitales por el fracaso de sus as

piraciones personales y los del ejército por los excesos de los liberales, resultó una situación dificilísima para el Gobierno de Madrid, situación que se hizo más y más crítica con la falta de dinero, la miseria y, por fin, la peste, séquito obligado de las guerras civiles.

Escribia desde la Granja el Ministro Sr. Garelly al General Zarco el 18 de Julio de 1834: «Amigo mio: cólera desarrollado; asesinatos horrorosos á sangre fria (los de los frailes) en medio de aquella calamidad; y para remate de fiesta la aparición del Pretendiente en Navarra, que tengo por muy inverosimil, pero que, aun siendo falsa, producirá alarmas terribles. Tal es el triple anuncio que sucesivamente hemos recibido de ayer á hoy como respiro de las tareas ordinarias, que nos ocupaban diariamente catorce horas.>>

Y eso que para Garelly, como para Martínez de la Rosa, Presidente de aquel Ministerio, Don Carlos no era sino un faccioso más en Na

varra.

Pero, aun así, Zarco no cesaba en la tarea de proporcionarse un General dotado de bastante genio y bastante autoridad para no solo neutralizar la presencia de D. Carlos en el campo de sus partidarios, sino influir inmediata y poderosamente en el término de la guerra. Y como ese General no podía ser otro en la opinión pública que Mina, el campeón allí de nuestra independencia y el de la libertad en Cataluña, amnistiado pero no rehabilitado aún en los empleos que ejercía en 1823, tampoco se cesó, y ahí está esa misma correspondencia de Garelly para demostrarlo, en el empeño de abrirle camino expedito hasta obtener el mando del ejército del Norte. La Reina Cristina fué la primera en facilitar una gestión para la que era obstáculo, y no pequeño, el que no apareciese desairado el General Rodil que, si no lograba alcanzar al Pretendiente en el vertiginoso ojeo que sobre él practicó, no era por falta de patriotismo y buen deseo; pero todo se superó con la habilidad diplomática de Zarco y la iniciativa de la insigne Regente.

Porque todavia se ocultan en los archivos del Estado y en los particulares de sus primeros servidores, rasgos que, aun perdiéndose en la memoria de los hombres los más importantes de la administración de la egregia viuda de Fernando VII, la elevarían al nivel de las soberanas más dignas de loa perdurable. En esas cartas á que nos vamos refiriendo se descubre lo asiduo y acertado de sus trabajos en la política y la guerra, y se demuestra cuán generales eran sus conocimientos, los adquiridos por una educación esmeradísima y los que el espectáculo de los importantes sucesos que se desarrollaban á su vista y el estudio de situación tan difícil como la de nuestra patria entonces, inspiraban á su elevada y clara inteligencia.

Se trataba, por ejemplo, de introducir como arma poderosa en aquella guerra los cohetes á la Congrewe y, al noticiarlo Garelly á la Reina, le inspiraba esta el párrafo siguiente de su carta de 7 de Septiembre: «En cuanto á los cohetes á la Congrewe, me dijo S. M. que los ha visto disparar á su lado, y no es tan sorprendente su estrépito. Me añadió (todo esto motu propio) que contra una plaza ó un barco, por su calidad incendiaria, serían admirables; más lo dudaba para una guerra de montaña.» Y en la carta del 9 escribía también: «Veo que se ha de

cidido usted por los cohetes. S. M. me describió prolijamente su forma y sus efectos que he observado (me dijo) á distancia igual á la en que tu estás, y no pasaba de una vara.»

Tampoco se hacía la Reina ilusiones respecto á las dificultades de aquella guerra. Al escribir Garelly á Zarco el 20 de Octubre de aquel mismo año de 1834, le decía: «Ni usted ni todos los generales del Guía pueden contrariar la índole de la presente lucha, que fomentan tales y tantas causas y que contrarían tales y tantas escaseces. S. M. lo conoce, aunque desea, como todos, salir cuanto antes.»>

Y basta de esto, porque no acabaríamos de ofrecer pruebas de que la Reina Cristina era de las que, como varias de sus predecesoras en Regencias semejantes, han logrado acreditar en España el gobierno de las hembras, ejercido con extraordinaria habilidad en diversos y críticos periodos de la historia patria.

Nada nos sería más fácil que poner de manifiesto el aprecio con que la excelsa Gobernadora distinguía al general Zarco, á quien ofreció varias veces el empleo de teniente general, que no tuvo por delicado aceptar mientras desempeñara el cargo de Ministro. Ni hasta mucho después llegó á obtenerlo, cuando, relevado el Gobierno de que formaba parte, gastado con tantas y tan diversas y tristes contrariedades, y ejercitándolo el Ministerio Toreno, se le confió la árdua misión de inspeccionar los ejércitos que operaban en el Norte y en el país limítrofe de Castilla la Vieja. La situación de las cosas en aquel país no podía ser más crítica, era casi desesperada. El sitio de Bilbao llamaba, sobre todo, la atención general á punto de hacer depender de su resultado el triunfo ó la derrota definitiva de la causa liberal. El mismo general Zarco desde Briviesca y diez dias después del de su nombramiento, esto es, el 29 de Junio de 1835, describía aquella situación á D. Luis Fernandez de Córdova, próximo á llegar también con el mando en jefe del Ejército del Norte: «Bilbao, le decía, necesita víveres y municiones; estas se han reunido en Portugalete, mas no pueden introducirse porque el enemigo ocupa las dos márgenes de la ría sobre la cual ha echado un puente de barcas. Las divisiones de Latre y Espartero tuvieron un encuentro con los facciosos sobre el puente de Castrejana, pero se volvieron hacia Portugalete. En este caso La Hera que se había encargado del mando de los dos ejércitos sustituyendo al Brigadier Tello por disposición posterior de Valdés, resolvió marchar por Miranda y Puente Larrá: ayer por la mañana salió de Osma y Berberana sobre Valmaseda y hoy, sin duda, se moverá de acuerdo con Latre. Espartero escribe desde Quincoces, con fecha de ayer, que había venido á buscar á La Hera para excitarle á este movimiento y que volvía á Valmaseda para unirsele. Tal es el estado de las cosas. Yo con arreglo á la excitación de La Hera, sigo mi marcha por Oña, Medina de Pomar y Valmaseda, única comunicación actual, pues todas las direcciones de Miranda y Puente Larrá al ejército están interceptadas. Así es que La Hera previno anteayer á Vedoya nos dijese que dicha comunicación por Medina y Valmaseda era la expedita únicamente.>>

El general Córdova, aguijoneado con aquellas noticias, siguió precipitadamente y con solo seis hombres de escolta el camino de Zarco, que marchaba con diez; alcanzándole cerca de Valmaseda para entrar

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