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Presidencia del Sr. Cánovas del Castillo.

El Secretario perpetuo, Sr. Madrazo, dió cuenta de haberse recibido un oficio de la Dirección general de Instrucción pública, pidiendo informe acerca del valor histórico de la famosa colegiata de Santillana (Santander), acordando la Academia que pasase á estudio del Sr. Madrazo para su informe.

De una carta del librero D. Mariano Murillo, dirigida al Sr. Fabié, proponiendo por su conducto á la Academia, la adquisición del libro La Ovandina, á cambio de obras duplicadas de su biblioteca, y de publicaciones hechas por la citada Academia, hasta la suma de 2.000 pesetas, en que valúa aquel ejemplar, único, á juicio del Sr. Gayangos, de tan curiosa joya literaria, después de la destrucción con que persiguió á La Ovandina la Inquisición de Lima. Al cabo de una breve deliberación, en que intervinieron los Sres. Fabié, Gayangos, Barrantes y el señor Director, Cánovas del Castillo, se acordó aceptar la proposición del citado librero y llevarla á efecto, cuidando de su cumplimiento el precitado Secretario Sr. Madrazo. Acerca de dicha peregrina joya, se encargó de dar la correspondiente noticia en el Boletín del cuerpo el Sr. Barrantes.

Leyóse una nota del señor Marqués de Prat de Nautonilles, correspondiente de la Academia, trasmitiendo á ésta en calidad de donativo, por encargo de su autor, Mr. Réne de Maulde, Secretario de la Sociedad de Historia Diplomática de París, un ejemplar de su obra, titulada Jeanne de France, Duchesse d'Orleans et de Berry, de la cual hace el enunciado Marqués de Prat el siguiente análisis: «Revive en el libro de Mr. de Maulde Jeanne de France, tal como la vieron, la comprendieron y la amaron sus contemporáneos, legando de ella un retrato fiel, demostrando la fuerza de su estilo, la energía de su voluntad, y hasta el manantial de donde dimanaba su energía.» Mr. de Maulde, al constituirse en biógrafo de la que fué inconsciente pretexto de las querellas entre Francia y Bretaña, querellas que terminaron con la incorporación del ducado bretón á la Corona de Francia, escribe una verdadera crónica de los reinados de Luis XI, Car

los VIII y Luis XII, y nos pone de manifiesto la gran figura histórica de.la biografiada, de la humildísima hija de Luis XI y de Carlota de Saboya, esposa de Luis XII, sucesivamente Duquesa de Orleans y Duquesa soberana de Berry, fundadora de la Orden de la Anunzziata, y conocida en la Iglesia por la Bienaventurada Juana de Valois.

En comunicación verbal manifestó el Sr. D. Antonio Sanchez Moguel á la Academia, que el Sr. D. Antonio Pirala cedía generosamente á la Biblioteca del cuerpo, renunciando á toda compensación, el manuscrito original de las célebres Cortes de Carrión, sobre el cual había informado en la sesión anterior el Sr. Colmeiro. La Academia, por órgano de su digno Director, acordó dar las más expresivas gracias al Sr. Pirala por su ejemplar desprendimiento, y como prenda de su gratitud, acordó proponerle para académico correspondiente, lo que se ejecutó en el acto.

El conocido librero Sr. Junquera, que había remitido á la Secretaría un regular paquete de cartas originales é inéditas de Antonio Nebrija, relativas á la sumisión del rey de Tremecén, brindaba con su adquisición á la Academia por la suma de 200 pesetas, pidiendo en cambio ejemplares de la Gran Historia de las Indias, de Gonzalez de Oviedo, y otros libros. Quedó encargado de entenderse con dicho librero el Bibliotecario interino Sr. Menendez Pelayo, dejando á salvo el derecho de los herederos del Sr. Amador de los Ríos á percibir del producto de la obra de Oviedo la parte alícuota que correspondía al laborioso académico, difunto, que la ilustró.

El célebre epigrafista berlinés, Sr. Emilio Hübner, remitió á la Academia, de la cual es meritísimo correspondiente, un ejemplar de su obra reciente sobre la Arqueología de España. La Academia la recibió con el particular aprecio que se merecen todas las publicaciones de tan docto anticuario, y encargó de su examen al competentisimo Sr. Fita.

Este mismo señor académico presentó los calcos de una inscripción romana inédita, á la cual daba mayor interés la circunstancia de hallarse embutida la piedra que la contenía en lo alto de la torre llamada del Baluarte, de la muralla de Avila, donde con exposición de su persona la ha tomado el Sr. D. Antonio Prieto, inspector y conservador municipal del murado recinto de aquella histórica y monumental ciudad.

El Sr. Rada comunicó la interesante noticia de haberse descubierto en Santa Pola varios objetos de orfebrería visigoda, de los cuales prometió presentar en breve dibujos y datos circunstanciados.

Fué oída con sumo agrado la reseña que hizo el Sr. Oliver y Esteller del erudito prólogo que el Sr. Perez Pujol ha escrito para la obra del señor Aramayores, titulada Instituciones gremiales; su historia y organización en Valencia, y con no menor complacencia un estudio del Sr. Codera, sobre un manuscrito árabe que narra los sucesos ocurridos à unos embajadores de Castilla, encarcelados en Córdoba de orden del Califa Alhaquem II.

Pasó á informe del Sr. Lafuente la obra Historia de la Iglesia, de Rohrbaches. Y por último, fué votado correspondiente el Sr. D. José Montero Vidal, autor de la Historia general de Filipinas (en publicación), y el P. Francisco Saenz, comisario general de la orden de Franciscanos, que en Marruecos y la Tierra Santa, ha prestado considerables servicios á la ciencia histórica.

Sociedad Geográfica de Madrid

La cuestión del río Muni

Conferencia pronunciada por el Sr. D. Francisco Coello, el 9 de Enero último, en dicha Sociedad

SEÑOR PRESIDENTE, SEÑORAS Y SEÑORES: Confieso que ninguna vez he tomado la palabra en la Sociedad Geográfica con más temor que esta noche,. porque estoy seguro de que he de defraudar completamente las esperanzas del numeroso é ilustrado público que ha venido á escucharme, y de que no he de llenar, en manera alguna, los deseos de las personas que me invitaron á dar esta conferencia. Entre las muchas causas que justifican mis temores, la principal es el estado de mi ánimo, abatido hace meses por una terrible desgracia de familia y que tristes recuerdos exacerban en estos mismos días: realmente no estoy en disposición de ocuparme en nada. Así es que mi palabra, siempre torpe, ha de serlo mucho más hoy para expresar mis ideas, que tampoco podré coordinar como desearía para explicar claramente la importante cuestión de que voy á tratar. Pero yo no podía negarme al mandato del dignísimo Presidente de esta Sociedad, el señor conde de Toreno, ni á los ruegos de mis queridos amigos los individuos de la Junta directiva: su buena amistad les hace creer, sin duda, que los hechos y razonamientos que yo pueda exponer aquí tendrán algún valor para resolver esa cuestión delicada é importantísima, puesto que se trata de perder ó salvar parte notable de nuestro territorio colonial. Confieso, señores, que yo no abrigo esa confianza, y temo que mis palabras no causen impresión en el Gobierno ni en el país, pues claro es que si yo tuviese el convencimiento, como acaso lo he tenido otras veces, de que los datos ó reflexiones que me sea dable presentar pudieran influir algo en la resolución de estas contiendas, no hudiera vacilado en tomar la palabra sin necesidad de tales excitaciones. Ahora estoy profundamente desalentado, y repito que solo hablo esta noche por complacer á mis queridos colegas. Hay, sin embargo, una razón que me ha obligado también á ceder, y es la de que más todavía que el vencer mi repugnancia para hablar en en esta ocasión, me había de apenar el remordimiento de no haber procurado, en lo poco que yo pudiera hacerlo, evitar una desgracia y una pérdida para mi país: y ese remordimiento nacería en mi, como otro que tengo, y acaso con menor fundamento, desde época no muy lejana. Al poco tiempo de haberse creado esta Sociedad Geográfica, hubo desgraciadamente otra cuestión colonial en la que perdimos una parte importante de nuestro territorio: me refiero á la zona Nordeste de la gran isla de Borneo, que nos

pertenecía legitimamente. Las negociaciones diplomáticas, si puede llamarse así la torpe y descuidada defensa que entonces se hizo de nuestros derechos, se llevaron de una manera tan rápida y misteriosa que no pudo enterarse de ellas el público, ni aun los que nos ocupamos preferentemente en estas cuestiones. Lo cierto es, señores, que perdimos esa parte interesante de la isla de Borneo, la cual completaba nuestro Archipiélago filipino, enlazando la isla de la Paragua con el grupo de Joló y defendiendola entrada á los mares, casi cercados por las islas españolas. Aquella zona representaba una superficie de 50.000 kilómetros cuadrados, más de la sexta parte del territorio que tenemos en Filipinas y de la décima de nuestra España, y esa porción que pareció despreciable, y que se abandonó con tal descuido por nuestros gobernantes, constituye hoy una región admirablemente situada y riquísima; á pesar de que hace todavía muy pocos años que la explota una compañía inglesa, los ingresos exceden ya á los gastos y, según noticias recientes, parece que se han descubierto placeres de oro, lo cual aumentará considerablemente su importancia. De este fatal precedente se deduce la conveniencia, la necesidad de que se estudien con gran cuidado todas estas cuestiones, porque lo que hoy despreciamos y abandonamos, puede ser mañana de la mayor utilidad, y nuestros hijos tendrán el derecho de censurar la incuria de los que consintieron que se mermase el territorio nacional. Por mi parte, creo que muchas de estas pérdidas no habrían tenido lugar si los gobiernos y si el pais conocieran bien los territorios que España posee y los derechos que a ellos tiene; y en ese concepto es como he sentido cierta especie de remordimiento, porque la Sociedad Geográfica debe siempre repetir sus esfuerzos para inculcar tales ideas en la nación.

No vengo yo aquí á acusar á los gobiernos, porque estos, tal cual están constituídos, no pueden hacer todo lo que debieran: se hallan demasiado preocupados por lo que aquí se llama política, aunque no lo sea en realidad, y no ponen gran empeño, como fuera de desear, en el estudio de otras cuestiones de verdadero interés nacional. Hay además otra circunstancia que siento tener que decir, pero que no puedo menos de apuntarla, porque desgraciadamente es cierta: en España, la casi totalidad de los hombres, lo mismo los que se llaman políticos que los pocos ganosos de llevar ese título, no entienden de Geografía; muy pocas personas saben realmente lo que son y lo que valen las provincias ultramarinas que poseemos: tienen conocimiento de que nos pertenecen ciertas islas, pero ignoran en dónde están, cuál es su superficie, la población y la riqueza que representan al presente ó á la que pueden alcanzar en lo porvenir, y todavía más, la influencia que pueden tener para el desarrollo de la riqueza peninsular; así es que todas estas cuestiones se miran con indiferencia. Muchas personas, recordando los tiempos gloriosos de España, cuando reunían inmensas posesiones que casi llenaban una parte del mundo, sin contar las que teníamos en otras regiones, miran con desdén las que hoy nos quedan, y no reflexionan que por lo mismo que son pocas debíamos poner mayor empeño en tratar de conservarlas y, sobre todo, en apreciar su valor y procurar su desarrollo. Además, señores, no es tan poco los que nos queda todavía ni tan despreciable; aún nos pertenecen colonias que envidian otras naciones, y muchas se darían por satisfechas con tener las que poseemos. Aquella frase, que tanto halagaba nuestro orgullo, de que el sol no se ponía en los

dominios españoles, podemos emplearla todavía, puesto que nuestra bandera flota en las diversas partes del Mundo. Repito que por lo mismo que es poco lo que tenemos hoy, relativamente á lo que tuvimos, y muy principalmente porque en el porvenir ha de ser muy difícil adquirir aquellos territorios que pudieramos necesitar, debemos hacer los mayores esfuerzos para conservar lo que poseemos.

Yo, señores, he tomado varias veces la palabra en este sitio para ocuparme de nuestros intereses coloniales: hasta creo que paso á los ojos de algunos por iluso ó maniático en estas materias por haber defendido con empeño esos intereses y, sin embargo, no he deseado nunca que nos comprometamos en aventuras, ni he pedido para mi país más que lo que es suyo y tiene derecho á poseer; pero no ha falfado quien me haya dirigido fuertes censuras en este mismo salón, donde la Sociedad Geográfica ha invitado galantemente á discutir ciertas cuestiones á los que no pertenecían á ella, y que han tenido amplia libertad para exponer sus ideas. Se me ha acusado, sobre todo, de que ambicionaba posesiones por todos lados, y esto se hacía por algunos que venían aquí á defender exclusivamente intereses de localidad, uno de los grandes males de nuestros tiempos, y esos no comprendían que yo, deseando también favorecer aquellos, abogaba principalmente por los generales del país. Yo, señores, he soñado y soñaré siempre con el engrandecimiento de España, pero solo he pedido lo que era completamente posible, principalmente la conservación íntegra de lo que poseemos. Voy á presentaros en pocas palabras el resumen de mis aspiraciones.

Sostenimiento del dominio español en nuestras preciosas Antillas, Cuba y Puerto Rico, deplorando que hayamos dejado perder hasta el islote más insignificante, que hubiéramos podido utilizar. Lo mismo respecto á Filipinas, donde no podré olvidar el abandono de la parte de Borneo, ni la lentitud y mal sistema, con que se lleva á mi juicio, la españolización de la parte meridional del archipiélago. Nada necesito decir de las Islas Carolinas, en las que también hemos perdido las más orientales, aunque felizmente las menos extensas, porque acaso se recuerden los esfuerzos que he hecho personalmente para salvar nuestro dominio en ellas. Yo creo, y permitidme esta digresión, que la cuestión de las Carolinas fué más simpática á la generalidad de los españoles por el nombre que llevaban las Islas: si en vez de llamarse Carolinas se hubieran nombrado Babuyanes ó Calamianes no hubieran despertado igual interés, porque pocos hubieran conocido que se trataba de nuestros territorios. Por último, deseo la conservación de todas las posesiones que tenemos en las costas de África y muy principalmente de las del Golfo de Guinea, que hoy están gravemente amenazadas y de las que voy á ocuparme esta noche. Trátase de territorios que durante muchos años y casi constantemente hemos despreciado, siendo preciso que otros los codiciasen para que con intermitencias nos merecieran alguna atención: ¡ojalá hoy las mismas circunstancias hiciera que pensáramos más seriamente en ellos! La mayor parte de los españoles casi han deseado, por mucho tiempo, que se abandonaran ó regalasen al que las quisiera, y ni aún faltaba quien aseguraba que hasta dando dinero encima ganaríamos, porque se desconocían la importancia y el valor de esas Islas Ꭹ territorios. Si con descuido y con despego hemos mirado la Isla de Fernando Póo, que al menos se conocía de nombre, mayor ha sido la indiferencia respecto á los territorios inmediatos del continente, cuya existen

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