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Fragmento del poema del mismo título, por D. J. Velarde (1)

II

Bajo el moral frondoso del cercado,
Alegría sestea

en medio de las aves y el ganado.
Del pecho, que envidiara Galatea,
saca un papel, de garrapatos lleno,
con febril ansiedad lo deletrea,
suspira, llora, se lo vuelve al seno,
torna á sacarlo, en lágrimas lo moja,
de descifrarlo vuelve á la tarea,
y con ella de nuevo á su congoja.
Poco hace que la carta ha recibido;
mas son tantas las veces

que la ha abierto, plegado y escondido,
que se empieza á romper por los dobleces.
y aunque ella la leía

entre llantos, suspiros y lamentos,

la carta solamente contenía

estos simples y alegres pensamientos.

III

-«Sabrás como he logrado, vida mía,
por mi conducta y mi saber, la ganga
de poderme plantar desde este día
dos cintas coloradas en la manga.
Cabo soy; mas no tengas sentimiento

(1) Leido por el autor en el Ateneo, en la Velada del 14 de Enero último.

por verme á tal altura remontado,

que á mí no me infla de la gloria el viento. Quien te quiso soldado,

cabo te quiere, y te querrá sargento.
Y si acaso dijérate al oído,

para hacerte sufrir, un mal pensado,
aquello de «El patán enriquecido
mira con espejuelos el arado,»
para que otra sentencia no te ladre,
dile que esa no va con tu cortejo,

á quien la leche que bebió en su madre
hízole entrañas de cristiano viejo.

Una semana escasa

he pasado en mi pueblo, ¡qué alegria! todo estaba como antes en mi casa, menos la madre mía

que, de tanto llorar y haber sufrido,

lo mismo que una pasa

se ha arrugado en mi ausencia y consumido. Yo también cada vez estoy más flaco. Desde que te dejé, perdida el hambre, manténgome de sueños y tabaco, y al fin me dejarán como un alambre el humo y la ilusión de que me atraco. No tomara estar flaco á desventura, si no fuera perdiendo el alborozo á medida que pierdo la gordura. ¡Cuánto me extrañarías si me vieses! Ya no juego, ni bailo, ni retozo, he aborrecido el zumo de la parra, y ¿qué te diré más? ¡Hace dos meses que no cojo en mis manos la guitarra!

El sargento primero, que es un pillo con más letra menuda que un breviario, me dice que padezco de un moquillo que no cura ningún veterinario. -Enfermedad-añádeme el sargentoque no tiene más cura que la muerte, ú otra cosa peor, el casamiento.—

¡Quién pudiera curarse de esta suerte! Contigo y con dinero yo me vea, (ó contigo no más, que tú me bastas), aunque toda la gente diga y crea

que dinero y mujer son las dos astas

con que el diablo á los hombres nos cornea. En lo que harás pensando, me consumo. Recógete en tu casa, que no quiero

mujer que, como el humo,

ande siempre buscando el salidero.

Del barberillo y de su gente loca,

que tienen la malicia por sistema,
huye, por Dios, cosiéndote la boca;
húyeles, que el tizón, cuando no quema,
ensucia con su tizne lo que toca.
Quiere mucho á tu abuelo,

quien, como siempre, seguirá, discurro,
en tí mirando, como yo, su cielo;
dale expresiones mil á Señó Curro,
y de Manolo teme los agrados,
que caricias de burro

siempre acaban en coces y bocados.

No dejes de escribirme, sandunguera,
aunque yo, por mi nuevo ministerio,
no te conteste á escape cual quisiera.
El ser cabo es muy serio.

Mi capitán, al darme la noticia
de mi ascenso, me dijo:-Ten presente
que es un gran sacerdocio la milicia;-
añadiendo otras cosas gravemente
de conducta, de honor y de justicia.
Así que ni me achispo,

ni armo pendencias, ni me entrego al ocio,
para dejarme atrás hasta al Obispo
en eso de llevar el sacerdocio.

Dime, de haber parido ya la vaca,
la pinta y condiciones del ternero,
y si está tu madrina, como espero,
después de haber tomado la triaca,
convaleciente ya del avispero.

Adiós; que me perdones te suplico
lo malo de la letra y del dictado,
y sabe que se encuentra, cuerpo rico,
como ese que en la firma va pintado,
por tí de parte á parte atravesado

el leal corazón de tu

Perico.»

IV

En unas hojas de papel de barba
que arrancó del cuaderno

que sirve al abuelico de gobierno
para saber lo que rindió la parva

y los jornales que pagó en invierno,
aquella misma siesta

Alegría con ansia se dispone

á escribir á su amante la respuesta.

Mas todo á su propósito se opone.

La pluma el papel rasga, y no lo pinta
por tirar cada punto hacia un sendero.

EL ATENEO-TOMO II

6

Ni el vinagre de yema saca tinta
de las secas zurrapas del tintero;
y si algo logra, tras de mil enojos,
escribir la mozuela atribulada,
lo borra con el llanto de sus ojos.

Escrita de tal suerte, ¿qué letrado descifrará su carta malhadada?

¿Habrá quien la comprenda? Sí, el soldado; que todo el que bien ama entiende luego aquello que le escribe el ser amado, aunque lo escriba en alemán ó en griego, por tener el amor, cuando es profundo, más comprensión y más sabiduria que todos los polígrafos del mundo.

V

-«Perico de mi alma

escribe en letras gordas Alegría

cuando comienza á recobrar la calma:— Perdona que á tus frases de contento

con otras te responda

de profundo y amargo sentimiento.

Es ¡ay! mi desventura

tan sin remedio, tan inmensa y honda,
que temo que me lleve á la locura.
Sábelo de una vez: ¡Estoy perdida!
perdida, no lo dudes; me lo dice
el ser que toma en mis entrañas vida.».
Y al escribir tal frase, la infelice
rompe de llanto en abundosa lluvia,
sin sentido en la silla se desploma,
y hunde en el seno su cabeza rubia
como el pico en el buche la paloma.

Y prosigue: «No habrá quien me convenza de que existe tormento tan profundo como este mío, ni mayor vergüenza. Para toda desdicha hay un consuelo; para la mía ni lo tiene el mundo, ni tampoco quizás lo tenga el cielo. ¿A quién iré que no me lo rehuse? ¿A quién que, con el gesto avinagrado, en vez de remediarme no me acuse? ¿Contaré al señor cura mi pecado, si no hay vez que me vea

que no me diga:-Adios, gala y dechado
de las mozas honradas de la aldea?-
¿Acaso á la Marquesa, mi madrina,
que creyéndome santa, como el cura,
también con sus elogios me asesina?

¿Y no fuera locura

abrir los ojos á mi pobre abuelo,

para quien soy tan pura

como las castas virgenes del cielo?

¡Ay! ¿Por qué se murió la madre mía?

Ella más que yo misma atribulada,
mi infortunio conmigo lloraría,

y leyéndolodo en mi mirada,
la triste confesión me evitaría
de la culpa en que vivo avergozada.
Una culpa secreta ¡qué agonía!
al corazón cual sierpe se me enrosca;
todo me hace temblar, todo me asusta,
hasta el leve zumbido de una mosca.
Una palabra de mi abuelo adusta
hace que de mis fuerzas desconfíe
y me roba la calma.

Y si alegre me besa y me sonríe,
de sentimiento se me parte el alma.
Si alguien se fija en mí con insistencia,
-¡Ese lo ha conocido!-

angustiada me grita la conciencia;
y cuando se hablan ante mí al oído,
la horrible idea el corazón me inspira

de que se dicen lo que callo tanto,

y estoy por exclamar:-¡Eso es mentira!que no encuentra la culpa en su quebranto, adonde quiera que los ojos gira,

sino fantasmas que le dan espanto.

A veces llega á tal mi desvarío,

que temo que tu amor faltarme pueda...
¡Como si fuese el cielo tan impio
que pudiera quitarme, Pedro mío,
el único consuelo que me queda!
Otras mil, arrebátome de suerte
que, con fervor sincero,

de rodillas á Dios pido la muerte;
mas no hagas caso, no, de lo que digo;
mientras me quieras tú, morir no quiero
porque no muera tu querer conmigo.'

¡Ya ves cuán poco tiempo es necesario para que el bien se trueque en desventura! Ayer me viste triunfadora y pura; hoy, vencida, marchando á mi calvario por la calle fatal de la amargura.

¿Qué de mí, si la Vírgen no me ampara? La Vírgen ¡ay! Desde que estoy perdida no me atrevo á mirarla cara á cara.

Pedro, será un delirio,

mas hállome del todo decidida,

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