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Barcelona.-Imp. de El Porvenir, de Buenaventura Bassas, Tallers, n. 51 y 53.-1861.

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TERMINADA queda ya la crónica de la casa condal, pero no la historia de los descendientes de los Berenguers, cuya línea masculina quedó existente en el trono de Aragon, constantemente iluminada como por un sol de gloria por el astro brillante que habia regido los destinos de la dinastía catalana. El hijo de Ramon Berenguer el Santo, empuñando el doble cetro de Cataluña y de Aragon, comienza una época histórica general á todos los estados de aquella corona. No fué menos gloriosa y menos brillante que la primera, la segunda época que con este capítulo entramos á narrar. En aquella vemos á nuestros inclitos condes llevar á cabo la empresa de restauracion y reconquista sin mas ausilios que los que supieron crearse con su constancia, su voluntad y su valor; y fuertes en su derecho, en su conciencia y en su espada, arraigar en la Marca la cepa de donde mas tarde debia brotar la dinastía española. En esta veremos á los reyeshéroes de Aragon completar la adquisicion de lo que debia pertenecerles en la Península, segun tratados y convenios con los reyes de Castilla, y pasar luego á tremolar sus banderas en apartadas regiones y en remotos climas. D. Ramon ó Alfonso I de Cataluña y II de Aragon, fué el monarca destinado á inaugurar esta nueva época, y no es estraño que un cronista, al ocuparse de su nacimiento acaecido

Da Petronila

hace tomar á su hijo

el nombre de Alfonso.

Córtes

en el palacio de Barcelona el 4 de abril de 1152, diga que Alfonso
apareció en aquella época de crísis como una estrella de union so-
bre el oscuro horizonte, siendo brillantes y animados los festejos que
se celebraron y concurriendo gozosa al acto de su bautizo la nobleza
de uno y de otro reino, considerándose desde aquel momento her-
manos los vasallos de los antes distintos estados. Debe,
empero, te-
nerse entendido que «por esta feliz union de coronas, ni Cataluña se
unió accesoriamente á Aragon, ni Aragon á Cataluña: antes bien
quedaron en su ser de reino y principado æque principaliter unidos,
gobernándose cada cual por sus propias leyes, como de antes, sin
que el uno pasase á ser provincia del otro (1).»

Habiendo cumplido la niña D.' Petronila con la postrera disposi-
cion de su difunto esposo dándole honrosa sepultura en el monaste-
rio de Ripoll, empuñó con ánimo varonil las riendas del estado, y
fué una de sus primeras disposiciones variar en el de Alfonso el nom-
bre de Ramon de su hijo, «para que los aragoneses no le mirasen
estraño,» segun la espresion de un analista.

En seguida, pasó á reunir córtes generales de aragoneses y catagenerales en lanes en Huesca, para que en ellas se declarase lo

Huesca.

1162.

el príncipe que de Aragon su esposo dejára ordenado. Asistieron á estas córtes, segun Zurita, por parte de Aragon los obispos de Tarazona y Zaragoza, el conde de Pallars, Pelegrin de Castellzuelo, Palazin de Alagon, Sancho Iñiguez de Daroca, Galin Jimenez de Belchite, Fortun Aznarez de Tarazona, Pedro Lopez de Luesia, Marco Ferriz de Lizana, Pedro Lopez de Luna, Jimeno de Urrea, Fortun de Estada, Blasco Maza y Arpa; y por Cataluña el arzobispo de Tarragona, los obispos de Barcelona, Ausona, Gerona, Elna, Lérida y Tortosa, Ramon de Pujalt, Guillen de Cervera, Geraldo de Jorba, Guillen de Castellvell, Ramon Folch, vizconde de Cardona, Beltran de Castellet, Arnaldo de Llers, Guillen de Castelvell, Oton Bernardo de Rocafort, Ramon de Torroja y Guillen de Montpeller. Presentáronse ante estas córtes los albaceas testamentarios del conde, ya citados, y refirieron, mediante juramento, la última voluntad de Ramon Berenguer el Santo. A consecuencia de esto, y prévio acuerdo de las córtes, quedó gobernador regenta del reino D. Petronila, interin llegaba la mayor edad del Cataluña. príncipe Alfonso, guardando para sí el gobierno de Aragon y encargando á Ramon Berenguer conde de Provenza el de Cataluña,

El conde de
Provenza

de

(1) Domingo de Aguirre en su obra sobre el real palacio de Barcelona, cap. I, párrafo II.

pru

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dente y acertada medida que contentaba por de pronto

y aragoneses.

de pronto á catalanes

á

fonso á Agreda.

Refiere un cronista (1), sin que yo lo haya visto confirmado por Viaje de Alotro alguno, que D.* Petronila envió entonces á su hijo, niño aun, Castilla, llegando á Agreda, en donde firmaron el rey de Castilla y él un tratado de alianza ofensiva y defensiva contra los enemigos de entrambas coronas.

Tambien por aquel entonces envió D. Petronila un embajador á Inglaterra. Fué el arzobispo de Tarragona D. Bernardo Tort, y llevó el encargo de participar á aquel rey la muerte del conde de Barcelona y su postrera voluntad, con plenos poderes para renovar y conservar la alianza que existia entre ambas coronas. Estas medidas y la de la renovacion, llevada a cabo con mucha prudencia, de una tregua con Navarra por espacio de trece años (2), prueban el tacto y cordura de D. Petronila y de sus consejeros en las difíciles circunstancias que por la minoría de Alfonso estaba atravesando el reino.

Embajada al
Inglaterra.

rev de

fingió el emperador D. Alfonso.

1163.

Un acontecimiento verdaderamente estraordinario vino por aque- De uno que se llos tiempos á poner en agitacion el pais. Circuló la voz de el que rey Alfonso el Batallador no habia muerto en la batalla de Fraga, segun al principio se creyera, sino que habiendo escapado milagrosamente de aquel desastre, pasó como peregrino á las apartadas comarcas del Asia donde habia sufrido grandes quebrantos y corrido portentosas aventuras. Presentóse efectivamente un anciano que dijo ser el verdadero Alfonso, y el vulgo, en todas épocas aficionado á lo maravilloso y estraordinario, comenzó á seguirle y á creerle. El impostor nombraba á muchas personas de Aragon y de Castilla que habian estado en tratos con él, y recordaba cosas que particular y secretamente con ellas habia pactado. Con esta farsa, que parece supo conducir hábilmente, llegó á ganar tanto crédito, que fueron muchos los que, fiados en cierta semejanza ó seducidos por su aplomo, llegaron á creerle el verdadero emperador Alfonso. á cuya memoria tenian grande respeto las gentes. Pero el impostor, creyéndose ya seguro y fiando en su osadía que tan buenos resultados le daba, se atrevió á presentarse en Zaragoza, donde á la sazon se hallaba la reina regente D. Petronila. Esta averiguó la falsedad

(1) Feliu de la Peña. lib. XI, cap. I.

(2) Zurita, lib. II, cap. XX.

Casto es

por rey. 1164.

del caso, y aconsejada por los barones mas allegados á su trono, mandó prender al que se fingia rey, y, despues de procesado, se le ahorcó públicamente en la ciudad de Zaragoza (1).

D. Alfonso el Al año siguiente, hallándose la reina en Barcelona, hizo donacion reconocido del reino á su hijo D. Alfonso, que habia ya cumplido los doce años. Hízolo, á tenor de lo que dicen las crónicas, por consejo de los prelados y barones, que fueron Hugo de Cervelló arzobispo de Tarragona, los obispos de Zaragoza y Barcelona, el conde de Pallars, Pedro de Castellezuelo, Pedro Ortiz, Blasco Romeu, Jimeno de Artosello, Dodon de Alcalá, Fortun Maza, Guillen Ramon de Moncada y Guillen de Castellvell. Tuvo lugar esta donacion del reino á D. Alfonso el 14 de junio de 1164, comprendiendo las ciudades, villas y castillos, iglesias y monasterios y todo lo que pertenecia á la corona, con todo lo que se habia adquirido y á su conquista perteneciese. De aquel dia en adelante D. Alfonso, niño de doce años, se tituló rey de Aragon. Por lo que toca á D." Petronila, se quedó en la ciudad de Barcelona, en la cual y en el condado de Besalú, moró lo mas del tiempo de su vida.

Primeras

corles

Zaragoza.

El conde de Provenza y los barones del reino debian ser para el celebradas en jóven monarca una especie de consejo de estado. Alfonso se dirigió en seguida á Zaragoza y reunió córtes, á las que asistieron con el alto clero y la nobleza, quince procuradores, —ó adelantados como entonces se llamaban,-de Zaragoza, y otros tantos de Calatayud, Daroca, Huesca, Jaca, Tarazona y otras poblaciones. Se conjetura que el alto clero, y el brazo real ó estado llano, votaron á una para obligar á los nobles á entregar á la corona lo que pertenecia en castillos y heredades, so pena de ser declarados reos de lesa majestad, y el rey juró que lo haria cumplir como se le proponia (2).

El conde de Provenza parte à sus estados. 1165.

le

Los asuntos de Provenza exigieron en esto la presencia del conde en sus estados. Entregó al jóven monarca de Aragon el gobierno de Cataluña y partió á sus tierras. Durante la primavera de 1165 se hallaba en Arles, segun nos lo da á conocer un hecho que relatan las crónicas provenzales. Genoveses y pisanos se hallaban en abierta lucha y las circunstancias les habian hecho escojer por teatro de

(1) Zurita, lib. II, cap. XXII. Bris Martinez, lib. V, cap. XXVII. Este asunto ha prestado argumentacion á varios poetas. Yo conozco dos dramas que se apoyan en este hecho. El crisol de la lealtad del duque de Rivas y el Odio á muerte de D. Gregorio Amado Larrosa.

(2) Ortiz de la Vega, lib. VII, cab. IV.

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