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ciones de la reina María Luisa y lo crítico y aun tremebundo de las circunstancias que atravesaba la Europa, se vió desde los primeros días del reinado, cómo hacía que fuera asociándose á los consejos y á las determinaciones del gobierno el hombre en que había fijado su afecto y cuya ambición, animándole á conceptuarse digno de los destinos á que le llamaba la fortuna, le había así como dictado el deber de prepararse á ellos por medio de una educación que pretendió adquirir cuando ya tomaban vuelo y forma sus aspiraciones. Todo Madrid pudo observar la aplicación que dedicó á estudios que le hicieran brillar en las más altas esferas de la sociedad; secundando de ese modo y con los dirigidos al conocimiento y al ejercicio de la administración pública, la gestión secreta de la reina, preparatoria del encumbramiento á que le hemos visto llegar. Aquello era sí como una alianza de quienes, aun apoyándola en las Jases más reprobadas, se dirigía al monopolio de un gobierno, pocos días antes ejercido por personalidades tan eminentes como Floridablanca y Aranda, arrojados del poder sin la conciencia, acaso, de tamaño error, pero sí con la del triunfo de los más arteros y funestos éxitos.

Á pesar de esta opinión nuestra, no disconforme de la del mayor número de los historiadores de aquel reinado, y á pesar también de las deducciones que pueden sacarse de ese mismo concepto, no hemos de negar á Godoy el deseo, mejor dicho, la ambición de justificar sus medros personales y el origen harto irregular y hasta vergonzoso de ellos, con el ánimo, que nunca decayó en él, de hacerlos olvidar á favor de un trabajo asiduo y el anhelo de mantener el trono y la nación á la altura en que los había encontrado.

Porque no es exacto cuanto en sus Memorias expone del estado en que halló á España al en

trar en Noviembre de 1792 en el ministerio de

Concepto de

Godoy sobre la paña.

situación de Es

que tan sin motivo se lanzaba al conde de Aranda. Ni ha

bia descendido el concepto de la nación al punto que él calcula, puesto que Francia misma andaba sin cesar trabajando por no separarse, ya que no de la alianza, de la neutralidad á que veía inclinado á Aranda en los últimos días de su ministerio; ni la fortuna pública de nuestra patria se hallaba en la aniquilación en que él la supone, puesto que ya hemos dicho que se había procedido á la disminución de cargas, al alivio de las calamidades públicas y hasta al pago de deudas que los reyes anteriores no se habían atrevido á satisfacer; ni el ejército se hallaba en la tristísima situación que lo describe, ya que un año después, plazo muy corto para una reorganización en grandes proporciones, se le vería iniciar la guerra con triunfos que sólo una moral sólida y una fuerza efectiva podrían obtener; ni las deficiencias, por fin, á que él se refiere en la administración de la propiedad y de la industria, habían quedado sin remedio, puesto que los decretos que pusimos de manifiesto al principio de este escrito sobre los bienes tenidos en manos muertas, las vinculaciones y el comercio, llevaban cuatro años de ejercicio, si no suficientes para hacer ver sus resultados, sí para que no los echara de menos el que de ese modo pretende alucinar á sus lectores, haciéndoles ver que el gobierno de la nación obtuvo ventajas, y aun prosperidades desde que fué puesto en sus manos 1.

1 En cuanto á lo de las fuerzas del ejército, que Godoy dice que iban poco más allá de 36.000 hombres de todas armas en servicio activo, cifra que han copiado casi todos los historiadores del reinado de Carlos IV, se puede oponer por el pronto, ya que luego lo haremos detalladamente, un cálculo no fácil de rebatir. En 1792 había en la península y las Baleares, además del Cuerpo de Alabarderos y los regimientos de Guardias españolas y walonas, 38 regimientos de infantería de línea y ligera, 4 suizos y 6 batallones de artillería; y como según el reglamento de 2 de Septiembre de aquel año, la mayor parte de esos regimientos reunían muy cerca de 2.000 plazas de prest, que en general se completaron al decidirse por la guerra el Consejo de Estado y el Rey, no hay para qué demostrar de otro modo la falsedad del aserto de Godoy. La caballería constaba de 12 regimientos de á 3 escuadrones, 2 de á 4 y 8 de dragones; pero como además, al recordar la fuerza de que podía disponer la nación, es necesario tener presentes todas las orgánicas y regulares que existían para un

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