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de actos que pudieran tomarse como de piratería contra nuestros buques en sus puertos y la mar, hubo de hacerlo el 7 de Marzo con el pretexto, en el preámbulo de su declaración, de las intrigas de la Inglaterra y del Papa, y el de la aspiración, al final, de que los Borbones desapareciesen del trono español, «llevando la libertad, se decía, al clima más benigno y al pueblo más magnánimo de Europa 1.

Era necesario, en tal situación, y urgente el tomar un partido; y Carlos IV se puso á deliberar con sus ministros sobre cuál sería el más propio de la dignidad del trono español y de los sentimientos que pudieran provocar en la nación los últimos é incalificables sucesos de Francia. Parecía, si hubiera de darse satisfacción á tan altos y hasta sagrados intereses, deberse imponer el partido de la guerra, único que aceptaba la opinión en España según las manifestaciones, por todos conceptos elocuentes, de que se hacía eco, lo mismo en las provincias que en la corte. También es de creer que en los consejos de la Corona prevaleciese y hasta fuera unánime ese voto, ya por la tendencia que se revelaba hacia él en Carlos IV, ya en la á que debía suponerse adherido el primer ministro desde su conferencia con Bourgoing, y, sobre todo, por las palabras que se le atribuían y él mismo se atribuyó después, al co

1 El decreto de la Convención resumía el número y la calidad de los agravios que manifestaba habérsele inferido por España, en varios capítulos que comprendían desde la aquiescencia al título y autoridad de soberano que Luis XVI habia conservado y ejercido desde 1789 y su negativa á reconocer á M. Bourgoing su carácter diplomático después de retirar á su propio embajador de París por consecuencia de la jornada del 10 de Agosto, á la concentración de tropas en la frontera. La Convención se quejaba, á lo último, hasta de que el rey de España hubiese mostrado su adhesión al de Francia, su pariente mayor, y dejado traslucir, y es mucho ver, el designio formal de sostenerle. Por fin, le era negado á Carlos IV el derecho á expresar la pena que pudiera producirle la ejecución de Luis XVI, lo cual provocaba, en concepto de Danton, un casus belli, así como el de suspender sus comunicaciones con Bourgoing y mostrar inclinación alguna hacia una inteligencia con el gobierno de la Gran Bretaña,

nocer la desgraciada suerte de Luis XVI. «No, había dicho; un tratado pacífico en tales circunstancias con la República francesa, sería mengua, deshonor, connivencia con el crimen, grande escándalo de la España y de todas las

naciones."

Había otra razón más para decidirse por la guerra, y era la de que la Convención, al anticiparse á declararla por su lado, la hacía, puede decirse que inevitable. Aun tratando de hacer caso omiso de la determinación de una asamblea que tantos enemigos se había concitado, para que, sin motivo alguno extraordinario y no hostilizada, sino, por el contrario, objeto de una política la más conciliadora por parte del gobierno español, fuera á buscárselos nuevos en frontera tan importante como la de los Pirineos, era de temer que, envalentonada con la apatía nuestra, emprendería una campaña, por lo menos, de propaganda, tan funesta como vergonzosa para la nación española y su soberano. El decoro, pues, de éste y el orgullo nacional quedarían heridos, y á un punto en que, visto el estado de los ánimos en toda la monarquía, podría hacerse más que probable una explosión del sentimiento patrio que, de haberse afortunadamente revelado contra los provocadores de la guerra, pudiera revolverse sobre los que, medrosos, ó indiferentes, no se decidieran á rechazarlos con todas sus fuerzas.

Se opone á

Pero, aun así y sin dar á la declaración de la ella el conde Asamblea francesa y á los efectos que habría forde Aranda. zosamente de producir en España la importancia que de seguro merecían, un hombre en quien el genio característico de la provincia en que había nacido, inclinaciones adquiridas en sus estudios y viajes, el ejercicio de una carrera para la que se suponen generalmente indispensables el carácter y la fijeza de ideas, y hasta su edad, ya muy provecta, inspiraban una tenacidad que hacía en él vez de religión, insistió en sostener de nuevo las que, sin

más que un corto intervalo, había mantenido siempre 1. El conde de Aranda, con efecto, al saber la catástrofe de Luis XVI, redactó y dirigió á Carlos IV el 27 de Febrero uno como memorandum, recopilación de cuantos argumentos le habían servido de norma para la conducta política observada por él durante el ministerio que acababa de ejercer en sus relaciones con todas las potencias y especialmente con Francia. En su concepto, la neutralidad seguía imponiéndose á pesar del efecto que hubieran podido producir en el Rey la sucrte del de Francia y la que era de esperar para su familia, presa todavía en el Temple, y contra lo que á otros aconsejara la excitación, bien manifiesta en el pueblo español.

Esa neutralidad, con todo, tendría el carácter de observación á fin de aprovechar las disidencias que pudieran ocurrir en Francia con la muerte de Luis XVI. Pasar de ahí por el pronto, no sería prudente, pues que España, aun saliendo triunfante la coalición, no recogería otro fruto de los inmensos gastos que la esperaban que el de la satisfacción de volver á ver á la familia de su soberano reco

1 Nuestro distinguido compañero, D. Vicente de la Fuente, cuya muerte ha dejado en la Academia de la Historia un vacío muy difícil de llenar, planteó en su Historia de las sociedades secretas antiguas y modernas en España y especialmente de la franc-masonería, la cuestión de si Aranda pertenecia ó no á esta secta. No se atrevió, sin embargo, á resolverla aunque no sería por tratarse de un paisano suyo, aragonés como él y muerto en la vecindad de su pueblo natal; pero el P. Deschamps en Les Sociétés secrètes et la société; M. Leo Taxil después, y la medalla acuñada en 1880 por los franc-masones para celebrar el centenario del establecimiento del cargo de Grande Oriente en nuestra patria, quitan todo género de duda respecto á la participación de Aranda en las ceremonias y resoluciones de las logias masónicas.

Por algo Voltaire le llamaba Le favori de l'Être des êtres notable alejandrino:

y le dedicaba aquel

Aranda, dans l'Espagne éclairant les fidèles.

M. Delbrell en artículos dedicados á la memoria del conde de la Unión en una Revista religiosa á que luego nos referiremos, atribuye á su carácter de masón la tenacidad de Aranda en oponerse, lo mismo en 1793 que en 1794, á la guerra con Francia.

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