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guarnecida de las tropas necesarias para defenderla, y mucho más para emprender operación alguna ofensiva en el territorio de la República. Tan era así, que además de los actos, que hemos calificado de piratería, ejercidos por los Franceses sobre nuestros buques mercantes, y entre ellos contra el bergantin La Virgen del Rosario á la vista de Barcelona, fué la frontera insultada por varios de sus puntos más vulnerables 1.

Ya intentaron los Franceses una incursión desde el valle de Arán; pero, no bien pensada, fué contenida por algunas compañías sueltas de Aragón, que tomaron las · alturas de la cordillera que forman aquella elevadísima cuenca donde nace el Garona, y por los batallones de guardias españolas y walonas que el príncipe de Castel-Franco envió para interceptar los pasos del Noguera Ribagorzana y el Cinca, por donde los Franceses pudieran descender á Barbastro y Monzón. También se vió amenazado el valle del Baztán por 500 ó 600 Franceses, que el 6 de Abril hubieron de retirarse ante nuestras tropas de observación, como otros tantos que aparecieron por el lado de Maya y á quienes obligó á retroceder el capitán de voluntarios de Aragón D. Vicente Jiménez, que salió herido en la refriega.

Todo esto y cuanto muy pronto vamos á relatar al iniciarse la narración de la campaña, demuestra que no eran tan cortas en número las fuerzas francesas que guarnecían su frontera 2.

1 Llegaron á armarse en Francia corsarios de hasta 30 y más cañones de porte.

2 Los mismos estados de fuerza que estampa Fervel en los apéndices de su libro contradicen al texto, puesto que en el de 1.o de Mayo da 10.800 hombres en las tropas activas y 10.289 para las inmovilizadas. ¿Cómo, pues, decir que entre Mont-Louis y el Mediterráneo no tenía la Francia sino de 1.700 á 1.800 infantes, cuando, por otra parte, á los tres días de la invasión iba á oponernos 3.000 en la acción de Ceret, y poco después, en Mas-Deu, más de 8.000, sin contar con la reserva de De Flers?

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Las españolas iban entretanto reuniéndose al El general frente de la línea francesa, si bien por destaca- Ricardos. mentos cuya marcha, excesivamente lenta, hacía temer tardasen todavía mucho en formar un cuerpo de ejército, suficiente para acometer la invasión del país vecino con todos los recursos necesarios de fuerza y material.

No era, con todo, el general Ricardos de los que, una vez en su posición de entonces, sufrieran resignadamente las dilaciones que parecían imponérsele. Su historia anterior, si no acreditaba el genio militar que desplegó en aquella campaña, última de su vida, lo hacía en gran parte presentir, y alguna de su gloria cabe al que, comprendiéndolo sin duda, lo eligió para el mando de empresa tan arriesgada é importante como la de la conquista del Rosellón. Ricardos había hecho sus primeras armas en Italia, y con tal brillo que, al terminar la campaña de ocho años que afirmó á nuestro infante D. Felipe en el trono de Parma, obtuvo el regimiento de caballería de Malta que su padre, ascendido á general, le dejó vacante. La guerra de Portugal, después, los trabajos de reorganización de nuestras tropas en Nueva España y la inspección del arma de caballería á su vuelta de Ultramar, desarrollaron en él un espíritu de orden y de disciplina que luego le haría más fáciles y eficaces los procedimientos de la guerra, no poco influyentes en los resultados á que se dirige. Pero alternando esas tareas, esencialmente militares, con las también arduas del estudio de los asuntos administrativos y políticos, entre los que llamaban la atención general la creación de la Compañía de Filipinas y la necesidad de fijar en los Pirineos los límites de las dos naciones que á ellos tocan, para evitar los frecuentes choques de los fronterizos de una y otra, hubo de ser buscado por los hombres de los partidos políticos que, aun en las monarquías absolutas, se disputan el disfrute y las responsabilidades del poder ministerial. Sus talentos, su verbo no común, el ati

cismo de sus escritos y la independencia de su carácter, eran prendas muy solicitadas para oponerlas á un gobierno tan autoritario como el de Floridablanca, y no tardó Ricardos en hallarse frente al célebre ministro con Aranda, O'Reilly y otros varios que componían el partido aragonés, llamado así por la nacionalidad de su jefe, á la que también él pertenecía.

Ya hemos visto que la opinión achacaba á Ricardos alguno de los libelos que corrieron por Madrid, y no es de extrañar que se le comprendiera en la dispersión que, con O'Reilly el primero, se impuso á muchos de sus amigos. Ricardos entonces fué destinado al mando de Guipúzcoa, si exento de los cuidados de la administración de una provincia, como todas las Vascongadas, regida por sus peculiares fueros, llamado á una importancia no escasa desde que fueron acentuándose las pretensiones y luego los excesos de la revolución francesa. Muy lejos estaría, con todo, de pensar en el porvenir de gloria que de tan cerca le esperaba, cuando la muerte de Luis XVI y la declaración de la guerra fueron á arrancarle, nuevo Cincinato, del cuidado de un jardín, que cultivaba por sus manos, para el rudo y á la par sublime tráfago de las

armas '.

Á pesar de vida tan variada en accidentes y peripecias, Ricardos mostróse siempre sereno y apacible, como dice uno de sus biógrafos, consolándose en el seno de la amistad y en la meditación de ideas útiles á la patria»; inspirándose en las de una filosofía verdaderamente estoica en cuantas ocasiones le ofrecieron su desgracia, á veces, y su fortuna en otras, pero en todas igual y gene

1 No es pequeño el contraste que forma aquel género de vida con el de placeres y hasta de disipación que antes se le atribuía. Se disolvió el colegio, por él creado, de Ocaña, considerándolo centro de un refinamiento de maneras y traeres impropio de la carrera militar, y los gastos que hacía por decoro, según él, de su empleo y las deudas que contrajo, le dieron una fama de disipación que llegó hasta ser considerada como causa de su muerte.

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