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lluvia y en lo accesible de alguna de sus avenidas, era el único desde el que se harían sumamente difíciles las incursiones del enemigo en España y se sostendría sin esfuerzo extraordinario la gran posición de Bellegarde, llave de nuestra ocupación en el territorio francés y llave de la defensa general del nuestro.

Pero el general Ricardos tenía que mantenerse en Trouillas el tiempo necesario para, sin precipitación alguna y cual al honor de sus armas vencedoras correspondía, retirar al Boulou cuanto material poseía hasta, como gráficamente dice en su parte y copia Marcillac, el cronista, puede así llamársele, de la guerra de la República, no dejar ni una estaca en aquel campo glorioso, tan hábil como valientemente mantenido por las armas españolas. Y aunque amenazado todos los días por su frente, sus flancos y retaguardia, y sosteniendo continuos combates con los destacamentos franceses que, viéndose reforzados, trataban á toda costa de vengar su anterior derrota, retiró sosegadamente toda la artillería gruesa de su campo, los equipajes y cuanto pudiera estorbarle en las operaciones que aún le faltaba ejecutar; y el día 30, esto es, 8 después de su jornada de Trouillas, se trasladó con todo su ejército y las piezas de campaña al Boulou, donde le esperaban todavía grandes emociones y trabajos. Pudo ser tanto más tranquila su retirada cuanto era de profundo el respeto que infundía á sus enemigos, quienes, en vez de estorbársela como hubieran podido, se acogieron á su campo de la Unión, á reponerse, sin duda, de las pasadas fatigas y de los desastres sufridos. Ínterin se realizaban los acontecimientos que en la Cerdaña. hemos traído á la memoria de nuestros lectores en la parte del Rosellón, próxima y á veces contigua al mar, tenían lugar también otros, si no de igual importancia, no faltos de interés y no poco relacionados con ellos, en la alta cuenca del Tet, donde dijimos ofrecen los Pirineos una depresión que naturalmente convida á franquear

Operaciones

el paso de una á otra de sus vertientes. Para cerrar ese tránsito, que la naturaleza presenta como fácil y muy peligroso, de consiguiente, en las funciones de una guerra entre España y Francia, esta nación ha levantado á 20 kilómetros de la frontera una plaza de armas, Mont-Louis, obra de Vauban, que así defiende, cubriéndolas, las fuentes de aquel río francés y las del Ariège y l'Aude que se dirigen á los dos mares contrapuestos, como, y lo hemos dicho también, domina en nuestra Cerdaña las del Segre y su curso importantísimo por La Seo de Urgel y Lérida hasta su confluencia con el Ebro. Esa posición de MontLouis intercepta en la Cerdaña francesa el camino de Perpiñán é impide la invasión hasta después de entregada á las armas enemigas: las de Puigcerdá y Belver, despojadas de sus antiguas fortificaciones, no tienen para su defensa ni para la del acceso á La Seo otras que la índole del terreno que las rodea y la falta de comunicaciones con el interior de Cataluña, por donde poderla invadir. No se diga de la pequeña población de Llivia, tan citada en nuestras luchas con el pueblo Rey; porque, enclavada en el territorio francés, sería una temeridad indisculpable el pensar siquiera en defenderla.

La ventaja de poseer una plaza en sitio tan favorable, militarmente considerado, inspiró á los Franceses la idea de aprovecharla en los comienzos de aquella guerra para, estableciéndose en Puigcerdá, amenazarnos con la invasión del alto valle del Segre y hasta realizarla en cuanto pudieran contar con fuerzas suficientes. Pero allí, como en todos. los puntos de la frontera pirenaica, menos en Arán, los Españoles, si perezosos para recoger el guante de la Convención, no se descuidaron en echárselo á la cara en su mismo campo, cerrado ó abierto, tal como lo hallaron en su ímpetu ó en la ira vengativa que los caracteriza. Mas para apagar el fuego no hay como la nieve; y nuestros soldados, al salir el 25 de Abril de Puigcerdá en dirección de Mont

Louis, hallaron tanta en su camino que, á pesar de haber dedicado mucha gente á desembarazarlo de ella, tuvieron que volver al punto de partida, devorados por las enfermedades y el despecho.

Así hubieron de permanecer inactivos Españoles y Franceses; éstos, por falta de tropas teniéndolas todas ocupadas en defender las llanuras del Rosellón, y nuestros compatriotas, esperando la llegada de algunas piezas de artillería, arma indispensable para hacerse dueños de la fortaleza de Mont-Louis. Pero esa artillería tardó cerca de tres meses en llegar á Puigcerdá, tales eran los caminos que hubo de recorrer y las montañas que salvar, llevada á brazo por nuestros soldados y paisanos, cuando algunas de las piezas por sus calibres hubieran necesitado para su arrastre un ganado numerosísimo, imposible de hallar en las altas tierras de la montaña catalana. Por fin llegaron algunas de aquellas piezas; pero acontecimiento tan favorable influyó mucho menos para emprender de nuevo la entrada en la Cerdaña francesa que la toma de Bellegarde, punto de partida, como se ha visto antes, para las nuevas operaciones ofensivas que pensaba y realizó el general Ricardos.

El general D. Diego de la Peña se dirigió, con efecto, al ataque de Mont-Louis, comenzando por la construcción de algunos reductos en los pueblos próximos á un lado y otro del collado de la Perche en la divisoria de aguas del Tet y el Segre; todo con objeto de asegurarse posiciones que le sirvieran de base para el sitio que iba á emprender. Mas lo exiguo de sus fuerzas, la actitud de las que el enemigo reunía en derredor de la fortaleza y un ataque inopinado de las acantonadas en Bolquère, le hicieron mantenerse todavía en expectativa de sucesos que pudieran animarle á renovar sus proyectos anteriores. Y, con efecto, la toma de Villafranche, que anteriormente mencionamos, pudo poner á Mont-Louis en peligro mucho mayor que el con que le amenazaba Peña, si el general Crespo lograba

combinar con él sus esfuerzos desde la plaza recién conquistada y mejor desde Olette, que podía considerarse su punto avanzado. El camino, sin embargo, era muy escabroso y de un tránsito dificilísimo para la artillería; y en tanto que pudiera allanarse lo suficiente, el general Crespo permanecería separado de Ricardos más tiempo del que conviniera para las operaciones que éste ejecutaba en derredor de Perpiñán. Con eso, siguieron paralizadas las de la Cerdana, y Mont-Louis tuvo tiempo sobrado para preparar sus comunicaciones para el interior por el valle de l'Aude, armar sus murallas y reunir las provisiones de boca y guerra necesarias con su guarnición de 2.000 hombres por espacio de cuatro meses. Pero, más todavía que todo eso, sirvió para salvar á Mont-Louis y despejar la Cerdaña francesa de sus enemigos los Españoles, la llegada en Agosto de una fuerte división que los representantes del gobierno en Perpiñán confiaron al general Dagobert, agregándole, según costumbre de la Convención, un diputado que á la vez le ayudara y vigilase; siéndolo entonces M. de Cassanyes que no tardó en unirse á su veterano colega con los lazos de la más estrecha amistad.

La situación había, pues, variado radicalmente en el campo de Mont-Louis. Aun cuando no hubiera llevado á él Dagobert más que los 3.000 hombres que le asignan sus cronistas, podía disponer de una parte de la numerosa guarnición de aquella fortaleza, de los voluntarios, miqueletes y paisanos franceses que pululaban en derredor de ella y de los dispersos y fugitivos de Villefranche que, según la dirección de Crespo en su ataque, no tenían otra que tomar en su derrota sino la de la Cerdaña. Resultaba, por tanto, á las órdenes de Dagobert una masa muy considerable de tropas, si se compara, sobre todo, con la de Peña que sólo operaba con tres batallones, y no completos, los de la Reina, Sevilla y Gerona, los dragones de Sagunto y unos pocos artilleros. Así es que Dagobert, vacilante,

al llegar, por las noticias que recibió del Rosellón, sobre si retrocedería ó no en auxilio de Perpiñán, se decidió, una vez resuelto á seguir el consejo de Cassanyes demorando su vuelta hasta hacer levantar el sitio de Mont-Louis, á no dejar transcurrir un día sin emprender el ataque del campo español y la destrucción de todas sus obras. Y después de expedir las órdenes más apremiantes para que aquella noche se concentrasen todas las tropas acantonadas en derredor de Mont-Louis y de reconocer las posiciones españolas, el 28 de Agosto al amanecer las atacaba, tratando hasta de sorprenderlas para así hacer más completo y decisivo su triunfo.

Los Franceses, tan maltratados en el Rosellón por la pericia de Ricardos y el valor de los Españoles, se gozan en conceder al combate del Coll de la Perche las proporciones de una gran batalla, sin darse por entendidos ni mucho menos de la inmensa superioridad de sus fuerzas. ¡Cuál no sería cuando Dagobert destacaba sobre Eyne dos compañías de miqueletes en guerrilla (en enfants perdus) con la misión de cortar la retirada de los Españoles y, si era posible, apoderarse de la persona de su general!

Á pesar de tamaña ventaja, todavía costó á los Franceses mucho tiempo y no poca sangre el hacerse dueños del campamento español. Porque su derecha, mandada por el general d'Arbonneau, necesitó detenerse ante la posición de Bolquère que se entretuvo en cañonear; en el centro, donde iba Dagobert, hubo su desbandada y fué necesaria toda la energía de tan heroico soldado para contenerla; y el mismo Poinçot, que mandaba la izquierda, vió uno de sus batallones huir todo él, batido por nuestra metralla y cargado luego por los dragones de Sagunto 1.

1 Y por cierto que, al decir Fervel que Poinçot llegó á verse cerné lui-même et obligé de disputer sa vie aux cavaliers que les siens entouraient et taillaient en pièces, comete una contradicción indisculpable en él, pues quince renglones después, al proclamar la victoria de los suyos entonando el ¡Ca

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